55
El árbol
Víctor abrió los ojos cuando notó las primeras cosquillas en su rostro. El ratón del jersey rojo estaba caminando sobre su mejilla. Cuando llegaba al pómulo, perdió pie y cayó. Soltó un bufido y se encaramó de nuevo al pelo del muchacho. Desde allí miró directamente a su único ojo entreabierto, enseñándole los dientes. No era exactamente una sonrisa, desde luego, pero Víctor pensó que el bicho se estaba divirtiendo.
—¿Esta es tu venganza, verdad? ¿Ahora serás tú quien me despierte? —se giró para incorporarse y el ratón cayó blandamente sobre la cama, boca arriba. Se enderezó con una ágil contorsión y huyó mientras el muchacho se sentaba y se frotaba los ojos, adormilado. Miró alrededor, sorprendido por la claridad que invadía su cuarto. A las siete de la mañana solía haber mucha menos luz y, además, su naturaleza parecía diferente, como si no proviniera del mismo sol de siempre. ¿Otro de los cambios después de haber vuelto a la Telaraña?
—Buenos días… —canturreó una voz sobre su cabeza. Miró hacia arriba y vio a Paula, mirándolo con una sonrisa en los labios. Lo extraño de la perspectiva le confundió, hasta que se dio cuenta de que la chica estaba bocabajo, y que había atravesado el techo a medias.
—¡Eh! ¿No sabes llamar antes de entrar? —protestó él. Se dejó caer de nuevo sobre la cama para poder mirarla sin forzar el cuello.
—Soy un fantasma… ¿recuerdas? Somos entes caprichosos que vamos y venimos a nuestro antojo… ¡No llamamos a las puertas! ¡Nos presentamos sin más!
—Si alguna vez te me apareces cuando esté en el cuarto de baño, verás lo que es bueno… —le advirtió, y no del todo en broma.
—¿Y qué me harás? —preguntó, risueña. Atravesó el techo por completo y revoloteó alrededor de la lámpara—. Además, recuerda que cuento con aliados poderosos en el plano mortal…
—¿Un ratón es un aliado poderoso? —el cambio de humor de Paula era refrescante. Víctor echó un vistazo al despertador—. ¡Y tu aliado me ha despertado una hora antes de lo debido!
El espíritu tenía las manos a la espalda y parecía observar algo sumamente interesante en una esquina del techo. Silbaba. Víctor agarró la almohada y se la lanzó con fuerza,
—¡Y tú le has dicho que lo haga! —gritó.
Paula ni siquiera trató de esquivar la almohada, simplemente dejó que la atravesara.
—Sí. Lo confieso. Soy culpable… Quería que vieras algo… —planeó hasta quedar a su altura y Víctor pudo ver que las roturas en su cuerpo habían desaparecido por completo—. Sube la persiana, anda…
Él la miró sin comprender, pero bajó de la cama, pasó por alto la risilla del fantasma cuando esta vio su pijama verde acolchado, y subió la persiana. Retrocedió un paso, con la luz dorada del exterior proyectando su sombra inmensa contra la pared.
No era noviembre tras la ventana. Y allí fuera no se encontraba el bosque que le era tan familiar. En su lugar había un valle de hierba amarillenta que se extendía hasta donde abarcaba la vista. Un único árbol crecía en aquel paraje. Era un árbol increíble. Medía más de trescientos metros y su tronco de madera oscura, recorrido por un sinfín de vetas verticales, era tan grueso que podía haber contenido un rascacielos en su interior. Cientos de flores se asomaban entre las nubes de suave verdor que formaban las grandes hojas, como caras de duendes que atisbaran desde allí.
Víctor abrió la ventana, se asomó y se encontró contemplando el bosque y la piscina con su tiburón. Retrocedió un paso, cerró la ventana y en cuanto una hoja se posó junto a la otra, el árbol gigante y el valle regresaron.
—Creo que es un antiguo amigo de la casa… —le comentó Paula.
—Vaya… —Víctor dirigió la vista de nuevo hacia fuera. El buen humor con que se había despertado se estaba disipando por momentos—. Mis padres la separaron de la Telaraña… Creo que nunca pensaron lo que eso significaba para ella —miró a Paula y suspiró—. La aislaron de todos sus amigos. De todo aquello que hubiera en la Telaraña y que significara algo para ella. La dejaron sola…