50
La corte de la Sombra
La Sombra lanzó tal gruñido que hizo estremecerse a todas las criaturas que deambulaban por el Palacio. De nuevo, como la semana antes, tenía a Paula a su alcance. De nuevo saboreaba la posibilidad de recuperar lo que el maldito Dédalo le había robado hacía tanto, tanto tiempo. Esta vez no habría errores. El cráneo volvería a ser suyo, costara lo que costara; recuperaría su poder perdido y dejaría de ser una sombra de lo que un día fue. Era el momento de estar tranquilo, pero la inquietud le consumía. No podía evitarlo. Había algo extraño en esa Colina Negra, algo que no llegaba a comprender. En las últimas horas varias presencias habían llegado al lugar, a ese lugar que un día antes no formaba parte de la Telaraña y que ahora parecía ser su centro. Y entre ellas había alguna poderosa, tanto como las que ya estaban allá cuando Paula había aparecido de improviso. Estaba ocurriendo algo en esa colina y él quería averiguar de qué se trataba. Por eso, hacía apenas unos minutos, había convocado a doce de sus sirvientes y los había despachado por toda la Telaraña con una orden bien clara: averiguar qué estaba pasando allí.
Ahora sólo tenía que esperar, ser paciente como siempre lo había sido. Debía tranquilizarse y aguardar a que…
El primero de sus sicarios entró tan precipitadamente en la sala que faltó poco para que cayera al suelo. La Sombra se levantó del trono, sorprendida por el rápido retorno de su súbdito. Este se arrodilló ante su señor, jadeando. Era una criatura pequeña, de color oscuro, con el cuerpo recubierto de escamas puntiagudas.
—Noticias, noticias, traigo no…
Y antes de que pudiera hablar otro de los que se acababa de marchar regresó a la carrera, aullando como un poseso. Y un tercero irrumpió en la sala, igual de frenético que los primeros. Y así hasta que los doce regresaron, hablando en tropel, atropellándose unos a otros en sus ansias de contarle lo que habían averiguado:
—¡Todos hablan de lo mismo, señor! ¡Ha vuelto! ¡El Mestizo! ¡Arcontes! ¡Demonios! ¡En la Colina Negra! ¡Magia Muerta!
—El Mestizo… —susurró el demonio cuando logró entender lo que aquellas criaturas alborotadas le decían—. El Mestizo ha vuelto. Y ha traído a Paula con él, qué considerado por su parte… —Se acarició la barbilla, pensativo. Aquello introducía una nueva variable en el juego, algo completamente inesperado. La Sombra conocía los estragos que era capaz de causar la Magia Muerta, aunque nunca había tenido la posibilidad de servirse de ella para sus propósitos. Primero porque durante siglos había ignorado cuál era el ingrediente secreto del que aquella magia extraía su poder y después, cuando el misterio se desveló, porque los Arcontes promulgaron aquella estúpida ley que impedía las uniones entre hadas y humanos. Pero ahora la presencia de ese mestizo abría un nuevo abanico de posibilidades.
Uno de sus sirvientes, una criatura hecha de llamas, dio un paso hacia adelante. El resto de engendros se hicieron a un lado tratando de esquivar el intenso calor que despedía.
—Piense, señor, en todo lo que podría conseguir… —musitó—. Qué magnífico golpe sería recuperar el cráneo y hacerse a la vez con el Mestizo. Estando completo y con la Magia Muerta como aliada, nada podrá detenerle…
—Es una lástima que sólo sea uno… —gruñó la Sombra—. Y un niño, apenas tendrá sangre en las venas… Lo gastaré en seguida.
—Oh. Pero el amo tiene una paciencia infinita, ¿no es así? Podemos desangrarlo despacio, poco a poco… El muchacho nos puede durar mucho tiempo si somos cuidadosos…
La Sombra reflexionó sentada en su trono. En otros tiempos había sido un demonio temido, alguien cuyo nombre se pronunciaba con reverencia y temor. Y ahora no era más que el señor de un palacio en ruinas, el general de un ejército harapiento… Pero eso cambiaría cuando, de nuevo, tuviera el cráneo en su poder y su esencia vital, durante tanto tiempo dividida, volviera a ser una. Recuperaría entonces el lugar que por destino y poder le correspondía.
¿Pero por qué detenerse ahí? ¿Por qué limitarse a restaurar el poder perdido cuando con la Magia Muerta no era necesario poner límite a sus ambiciones?
¿Por qué conformarse con ser de nuevo el que un día fue, cuando con la sangre de aquel niño podía poner de rodillas a la creación entera?