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La cosa acecha
Un amanecer gris y apático sorprendió a la cosa informe saltando entre los árboles del bosque. Se subió a una roca semioculta por las raíces de un árbol y espió entre ellas. La casa era un lugar poderoso. Podía sentir su energía fluyendo por todo el lugar. Gruñó, intranquila. Era poderosa, desde luego. Mucho. No tenía nada que ver con la casa que habían destruido hacía una semana.
—¿Qué lugar es este? —se preguntó en voz alta. No podía comprender que un lugar de tanto poder hubiera estado fuera de la Telaraña.
—Un lugar temible, muchacho… —se contestó con otra de sus cabezas—. Y siempre mandan al mismo idiota a inspeccionar el terreno…
—Pues sí… La vida de sirviente del mal puede llegar a ser muy dura… —comentó, saltando de la roca y buscando el refugio de un seto en el borde del terreno de la casa.
—Cuidado con el tiburón… —se aconsejó a sí misma con otra de sus cabezas.
—Bueno… —se dijo, tratando de infundirse ánimos—. Si consigue hincarme un diente morirá rápido. Por muy mágico que sea no podrá resistir el veneno de mi sangre.
—¡Qué gran consuelo!
Escudriñó tras el seto hasta que estuvo segura de que no había nadie por los alrededores. Estaba el tiburón, por supuesto, pero dudaba que fuera a salir de la piscina para perseguirla. Echó a correr en zigzag hasta llegar a un gran macetero colocado junto a la esquina de la casa. Trepó por él, se encaramó al borde y dando un grito cayó dentro. Había esperado que contuviera tierra pero estaba completamente vacío. Aguardó en silencio, despatarrada en el fondo de la maceta. Luego se asomó con cuidado y saltó a la pared, aferrándose con sus garras y tentáculos.
Trepó por los ladrillos rojos hasta alcanzar la primera ventana. Alargó un tentáculo rematado con un ojo lechoso para escrutar tras el cristal. Daba a un amplio salón. No había nadie a la vista y se arriesgó a subir al alféizar. Era un ventanal de dos hojas y estaba ligeramente entreabierto. La cosa celebró su buena suerte con un bailoteo que a punto estuvo de hacerle resbalar del alféizar y caer de nuevo a la maceta. Exploraría la casa y… ¿quién sabe? Tal vez pudiera hacer un destrozo considerable antes de marcharse. Una especie de aviso de lo que iba a ocurrir en breve.
Sus bocas sonrieron. Si la suerte seguía favoreciéndole, hasta podría probar la sangre de los habitantes de la casa.
Empujó suavemente una de las hojas de la ventana y dio un paso adelante. Nada más posar la primera de sus garras al otro lado de la ventana algo estalló ante ella. La cosa informe salió despedida hacía atrás, dando volteretas en el aire y chillando de dolor.
Cayó al jardín, se revolvió hasta ponerse de pie y se fue corriendo hacia el bosque, gritando y dejando una estela de humo a su espalda.
Eduardo salió al cabo de un rato, con el mentón lleno de espuma de afeitar y la brocha en una mano. Miró a su alrededor, se encogió de hombros y volvió dentro.