44: Paula conoce a Bernabé

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Paula conoce a Bernabé

—¿Así que tú eres la causante de este embrollo? —preguntó Bernabé, sonriendo, con los brazos en jarras y mirando a Paula.

—Yo no quería que pasara esto… —contestó ella, incómoda—. Habría preferido desaparecer antes que poner a nadie en peligro.

—Bueno… Lo único que se consigue mirando atrás es que te duela el cuello, así que deja de darle vueltas —comentó Bernabé, cogiendo una silla de playa plegable y sentándose en ella. El ratón del jersey rojo lo miraba desde la esquina de una caja, receloso.

—¡No puedo dejar de pensar en ello! ¡Ha sido por mi culpa! ¡Si no hubiera aparecido aquí, nada de esto habría pasado! —Paula no podía apartar de su cabeza la imagen de los dos sicarios de la Sombra entrando en la casa donde había vivido hasta la semana antes. Sólo que ahora, en su imaginación, era la casa de la Colina Negra la que se veía atacada y eran Eduardo, Diana y Víctor los que morían a manos de los servidores del demonio.

Bernabé suspiró.

—Y si yo no hubiera querido robar un unicornio de Idilia, Eduardo y Diana no se habrían conocido jamás y no estaríamos metidos en este jaleo… No tiene sentido buscar un culpable ahora. Las cosas han sucedido así y ya no podemos cambiarlas…

Paula se encogió de hombros, comenzaba a sentirse muy cansada.

—De todas formas en cuanto esté repuesta me marcharé —dijo—. No tiene sentido que aumente vuestras preocupaciones con las mías…

—Tú no te vas a ir a ningún lado… —le advirtió Diana, ceñuda.

—Tengo que hacerlo… —aseguró el espíritu, pestañeando con fuerza para tratar de librarse de la extraña somnolencia que la había invadido de repente—. Cuando la casa regresó a la Telaraña no había ningún hechizo ocultándome… La Sombra ya debe de saber dónde estoy. Lo mejor para todos será que me vaya en cuanto pueda.

—No te preocupes por esa Sombra —afirmó Bernabé, a quien Eduardo ya había hecho un rápido resumen de la situación—. Si te encuentra a ti, también nos hallará a nosotros. Y somos más de lo que ese demonio puede manejar…

Paula miró a Bernabé, sorprendida por la arrogancia de sus palabras.

—Ese demonio nos mató a mí y a mi familia… —dijo el fantasma—. Destruyó la casa en la que me escondía y mató a todos los que habitaban en ella. No creo que sea alguien a quien se deba menospreciar.

—Y no lo estoy haciendo… —apuntó Bernabé, adoptando un tono de voz conciliador—. Conozco el poder de los demonios menores y sé de lo que son capaces. Y también conozco mis propias fuerzas, niña…

—No soy una niña —respondió Paula. Cada vez se sentía más cansada—. Morí hace mucho, mucho tiempo. Tanto que no recuerdo haber estado viva… —se le cerraban los ojos.

—No creo que debamos considerar a esa Sombra un demonio menor… —comentó Eduardo—. Sería más acertado decir que es un demonio incompleto. Si recupera el cráneo volverá a ser tan poderoso como lo fue en el pasado. Y por lo que sé en sus tiempos fue temible…

—No quiero que os pase nada malo por mi culpa —susurró el fantasma. La luz de la Telaraña que la envolvía entonaba una canción de cuna que sólo ella podía oír.

—No te preocupes por eso y descansa —le dijo Diana—. Estás molida después de todo lo que te ha pasado. Lo mejor será que te dejemos sola y nos vayamos abajo, ¿vale?

Pero Paula ya se había quedado dormida.