43: «Esto no es una casa encantada»

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«Esto no es una casa encantada»

El silencio de la casa de la colina se vio roto por el estruendo de lo que parecía una pared viniéndose abajo.

—¡Están aquí! —gritó Paula.

Diana miró hacia la trampilla, con el ceño fruncido. Iba a decirle a Víctor que se quedara allí mientras ella bajaba a ver qué sucedía, cuando vio a Eduardo y Bernabé en el espejo de la pared. Los dos estaban charlando ante la inmensa cabeza de un dragón que atravesaba la pared sobre la chimenea.

—Tranquilos. No pasa nada —dijo Diana—. Es la casa haciéndose notar.

—¿La casa?

—Sí… —dijo Víctor, con los ojos fijos en el espejo. A su pesar estaba asombrado; creía estar curado de todo espanto, pero aquella cabeza era tan impresionante que no podía dejar de mirarla—. Acaba de invocar a un dragón… Sobre la chimenea…

—¿Un dragón? —Paula hizo un esfuerzo y consiguió incorporarse a medias, lo suficiente para ver lo que reflejaba el espejo. La sorpresa en su rostro era mayúscula—. Pero… ¡eso es imposible!

—También tenemos un tiburón blanco en la piscina… —señaló Víctor.

Paula sacudió la cabeza, como si no diera crédito a lo que escuchaba. Durante su largo peregrinar por la Telaraña había conocido docenas de casas encantadas. Todas ellas eran lugares poderosos en mayor o menor medida, lugares donde la magia era a veces tan intensa que brillaba cegadora. Pero nunca había visto u oído que las casas pudieran jugar con elementos que no estuvieran de antemano en su interior. Era muy diferente hacer que un candil subiera las escaleras para iluminar una buhardilla a invocar a un ser vivo desde la nada. El poder que era necesario para eso resultaba inconcebible y, que ella supiera, no estaba al alcance de ninguna casa encantada.

—¿Qué clase de lugar es este? —preguntó el fantasma.

—Ya lo sabes… —contestó Diana—. La casa de la Colina Negra.

—Pero esto… esto no es una casa encantada…

—No —Diana miró a su alrededor con cariño, su mano acarició una estantería repleta de bailarines de cristal coloreado que brillaban como estrellas caídas—. Puede parecerlo, pero no lo es… Antes de que la casa existiera ya había magia en la colina. Y era una magia antigua y poderosa…

»Una vieja leyenda de Idilia cuenta que, cuando Dios se disponía a crear el mundo, sus consejeros le pidieron que, por favor, no tocara la tierra a medida que la creaba, que no acariciara una cordillera para probar el tacto de sus cumbres nevadas, que no palmeara las llanuras para ver qué tal le había quedado el eco; cosas así… Porque donde Dios pusiera su mano, el poder divino estaría presente para siempre, y las criaturas que después habitaran aquel mundo podían servirse de semejante fuerza para sus propios fines, aunque estos no fueran honorables ni rectos… Pero Dios, como tantas otras veces, no hizo caso del consejo. Cuando creó un bosque de infinita belleza no pudo contenerse y acarició la copa de los árboles para ver cómo se agitaban sus ramas. Ese bosque se convertiría, con el tiempo, en Idilia, la tierra de las hadas… Según esta historia, la mano de Dios acarició la tierra en otras cinco ocasiones. No deja de ser una leyenda, por supuesto… Pero si algo así pasó, estoy segura de que la Colina Negra es uno de esos lugares tocados por el poder divino.

»Y cuando se construyó la casa, toda la magia de la colina vino a parar aquí. Magia y casa se hicieron una. No, la casa de la Colina Negra no está encantada. La casa de la Colina Negra está viva.