40
«Heridas que el tiempo no cura»
—¿Qué pasó cuando nos marchamos? —preguntó Eduardo.
—El hechizo de bloqueo funcionó a la primera —contestó Bernabé—. Luego nos dispersamos lo más rápido que pudimos. Los Arcontes habían dejado de captar a Víctor, pero conocían el punto exacto donde le habían perdido la pista y sus hombres no tardarían en aparecer. Para cuando llegaron, ya estábamos muy lejos —guardó silencio, paseó la vista por los miembros recién encontrados de su familia y sonrió—. Lo logramos. Os pusimos a salvo.
—¿Y qué ha sido de tu vida en estos quince años? —quiso saber Diana.
Bernabé se encogió de hombros, como si en este tiempo no hubiera hecho nada de interés.
—Durante unos años enseñé Arqueología en Amberes… Hasta que me harté y volví a ofrecer mis servicios como buscador de tesoros. Me fue medianamente bien… Encontré la vasija de ónice del argonauta ciego, ¿la recuerdas? —le dijo a Eduardo, con una gran sonrisa.
—¿La encontraste? —a su hermano los ojos le brillaban por la emoción—. ¿Descifraste el enigma de la concha?
Bernabé asintió con fuerza.
—Sí, sí… Lo hice. No era tan complicado como pensábamos… —guardó silencio, como si recordar aquellos tiempos lejanos le causara dolor—. Al final también dejé lo de buscar tesoros… —prosiguió, luego volvió a sonreír, pero ahora su expresión estaba teñida de melancolía—. Ya no era lo mismo. No es tan divertido cuando trabajas solo…
Un silencio incómodo siguió a sus palabras. Diana se levantó de la silla.
—Voy a ver cómo está Paula. ¿Vienes, Víctor?
El muchacho asintió. Estaba claro que lo que su madre pretendía era dejar solos a los dos hermanos y aunque se moría de ganas de oír lo que tuvieran que contarse, se levantó y fue con ella.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Eduardo habló:
—Todavía la quieres…
—Tanto que duele, muchacho… Hay heridas que el tiempo no cura.
—Lo siento.
—No, no lo sientas… —soltó una carcajada sincera—. En quince años las cosas no han cambiado nada, tuvimos esta misma conversación justo antes de que os marcharais… «Lo siento», dijiste tú. «No lo sientas», te contesté… «Te eligió a ti». ¿Recuerdas? —lo miró de nuevo—. Te eligió a ti, a la rata de biblioteca… ¡El intrépido aventurero guardó su espada y se marchó con la cabeza gacha! No es así como suele ocurrir en esos libros que tanto te gustaba leer… Pero fue así como ocurrió en esta vida extraña nuestra —se retiró el cabello de la frente y apoyó la barbilla en la palma de su mano antes de continuar—. Te eligió a ti… —repitió—. Soy feliz sabiendo que las dos personas a las que más quiero son felices. ¡Y ahora por fin tengo un sobrino al que llevar por el mal camino!
Ahora fue Eduardo quien rio.
—Dudo mucho que lo consigas, compañero —le advirtió—. Víctor tiene la cabeza muy bien amueblada, a pesar de la casa donde vive y de los padres que le han caído en gracia.
—Dame tiempo —dijo Bernabé—. Y hablando del chico, ¿qué es capaz de hacer?
—¿Me estás preguntando si tiene alguna habilidad especial?
—Eso mismo.
Eduardo negó con la cabeza.
—Las de un muchacho normal de su edad, ni más ni menos.
—Qué raro… Por sus venas corre sangre de hadas y de magos… Y eso es una mezcla explosiva, si no, no estaríamos metidos en este jaleo. ¿Qué tal se le da la magia? —Eduardo se encogió de hombros y Bernabé enarcó una ceja, perplejo—. ¿No me digas que no le has enseñado nada?
—No. No lo creímos oportuno. Fuera de la casa, la vida de Víctor ha sido igual que la de cualquier otro joven y no queríamos que eso cambiase —le explicó—. No queríamos que recurriera a la magia cada vez que se encontrara con algún problema de difícil solución…
—Pues eso se acabó, hermano… Tiene que aprender magia. Tiene que aprender a defenderse por sí mismo.
—Estamos nosotros para protegerlo… —continuó Eduardo—. Y no olvides la casa. No dejará que nada ni nadie nos haga daño.
—¿La casa? Ya traicionó una vez a su dueño… Y puede volver a hacerlo.
—Eso fue hace tiempo. Y tuvo un buen motivo para hacerlo. Su dueño en aquel entonces era un monstruo, ¿recuerdas?
—¿Sigue encerrado en el sótano?
Eduardo suspiró, se sentía incómodo al hablar de ese tema. Durante años había tratado de ignorar a la presencia diabólica que vivía bajo ellos.
—Sí… —contestó finalmente—. Sandoval sigue en su celda…