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«Ha vuelto»
«El Mestizo ha vuelto».
La noticia comenzaba a extenderse por toda la Telaraña. Desde los pozos de lóbrega oscuridad del Inframundo hasta las ciudades flotantes del mar del Norte. Desde la cúpula de los ángeles hasta las más negras mazmorras del último infierno.
Un cuervo rojo apareció de la nada en mitad de la noche de Budapest y voló hacia la ventana abierta de una habitación mal iluminada. En su interior un hombre se sentaba a una mesa atestada de calaveras, dibujando runas sobre el hueso. Vestía enteramente de azul; sus ojos, su pelo, hasta sus labios eran de ese color, un azul fuerte y sucio. El cuervo entró en la estancia, se posó sobre la cúspide de una pirámide de cráneos y graznó la noticia antes de desvanecerse en una nube de plumas escarlata. El hombre azul sonrió, se levantó de la silla, alisó una arruga de su traje y salió de la habitación silbando una canción. Hacía años que no era tan feliz.
«El Mestizo ha vuelto».
Y la noticia seguía propagándose entre los habitantes de la Telaraña, de manera lenta pero inexorable. En la malévola ciudad viviente de Leviatán la recibieron con alegría; según las leyendas, había sido la Magia Muerta la que había dado vida a la ciudad y a los demonios que la habitaban, y según esas mismas leyendas sería la Magia Muerta la que les daría el poder para gobernar la Telaraña. En cambio en una pequeña isla perdida en los mares de la bruma, la noticia fue acogida con gran pesar. Todos sus habitantes eran fantasmas y moraban en el único pedazo de tierra que quedaba del gran continente, Elora, destruido por la Magia Muerta. Los espíritus vagaron por las playas desoladas de la isla, contemplando las ruinas de su glorioso pasado y rezando para que cataclismos como aquel no volvieran a repetirse.
La Telaraña entera aguardaba, expectante.
El Mestizo había vuelto.
Y cualquier cosa podía pasar.