38: «Nunca conocerás la paz»

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«Nunca conocerás la paz»

—¿Por un fantasma? —preguntó Bernabé, casi tan perplejo como enfadado—. ¿Habéis vuelto a la Telaraña por un fantasma?

—Fue Víctor quien tomó la decisión, Bernabé… —le explicó Eduardo.

Estaban todos sentados a la mesa del salón. Habían subido un momento al desván para ver cómo se encontraba Paula y la habían hallado sumida en un profundo sueño, rodeada de aquella aureola de magia que la estaba curando.

—¡Santo cielo! ¡Es un crío! ¿Cómo habéis permitido que asuma semejante responsabilidad? No puedo creerlo…

—Tengo quince años… —dijo Víctor, fulminando a Bernabé con la mirada—. Soy lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones.

—Decisiones que os pueden llevar a la muerte a los tres… ¡No sabes a lo que nos enfrentamos, muchacho mayor! ¡Los Arcontes no se pueden tomar a broma! ¡Y mucho menos la Magia Muerta!

—No tengo miedo.

—Deberías tenerlo… —Bernabé entrecerró los ojos—. No estamos en una película de dibujos animados. Esto es real. Muy real. Y no creo que puedas comprender el alcance de lo que está ocurriendo. Aquí no estamos hablando sólo de tu vida y la vida de tus padres… El peligro es mucho mayor. Eres una bomba, chaval. Una bomba que si cae en malas manos podría traer el Apocalipsis a esta tierra… ¿Eres lo suficientemente adulto para aceptar ese peso sobre tus hombros? —se levantó tan rápido que la silla cayó hacia atrás. Apoyó las palmas de las manos en la mesa y se encaró a Víctor—. ¡Hubo muchos que quisieron matarte nada más nacer! Y cuando se enteren de que has vuelto, vendrán a por ti, te lo aseguro… Te matarán antes de permitir que la Magia Muerta vuelva a asolar la Telaraña.

Víctor se echó hacia atrás en la silla, abrumado por el discurso de su tío.

—Estás asustando a mi hijo, Bernabé… —le advirtió Diana, en un susurro.

—¡No lo suficiente! —sus ojos echaban chispas—. Por salvar a un fantasma… ¡Por salvar algo que ya está muerto, habéis puesto en peligro la creación entera! —volvió a observar a Víctor. El muchacho se sintió clavado en la silla por la intensidad de esa mirada. Bernabé bajó la voz hasta convertirla en un susurro, torció el gesto y continuó—: A partir de ahora y hasta el día en que mueras, Víctor…, estarás siempre en peligro… Unos te buscarán para desangrarte y resucitar la Magia Muerta, y otros tratarán de matarte para que eso no ocurra. Nunca conocerás la paz…

—¡Basta! —Diana se levantó de la silla, enfurecida. Resplandecía. Víctor no podía creer lo que estaba viendo. Un aura de intensa luz dorada rodeaba totalmente a su madre. Nunca la había visto tan hermosa—. ¿Te has olvidado de quiénes somos? ¡Eduardo es el heredero de la magia de vuestra familia! ¡Y yo fui un hada guerrera! ¡La mejor! ¡Y lo sigo siendo! ¡Si alguien se atreve a venir a por Víctor tendrá que enfrentarse primero con nosotros!

—No me impresionas, cuñada… —dijo Bernabé. La melena le caía sobre su rostro en desordenados mechones negros; sostenía la mirada rabiosa de Diana sin ninguna dificultad—. Renunciaste a buena parte de tu poder al casarte con mi hermano… ¿recuerdas? Yo estaba allí cuando lo hiciste… —miró a Eduardo que hasta el momento no había participado demasiado en la conversación—. ¡Y por lo que he podido ver, mi hermano ni siquiera puede invocar el arma de la familia!

Bernabé levantó un brazo. El espacio alrededor de su mano tembló un instante y una espada en llamas apareció de repente en su puño cerrado. Era un arma de más de metro y medio de longitud, con una empuñadura de hueso negro con rubíes engarzados. La hoja cubierta de lenguas de fuego era de plata incandescente. Víctor comprendió que eso era lo que su padre había tratado de empuñar hacía sólo unos minutos, cuando apareció el espejo en la pared. Y recordó que el día en que Paula llegó a la casa también trató de hacerlo.

—No tenéis ni una sombra del poder que tuvisteis en otros tiempos… —continuó Bernabé, empuñando la espada en llamas—. Si vienen a por vosotros estáis perdidos… Y lo harán, os lo aseguro. Puede que ya estén en camino.

—Pero ya no estamos solos —intervino Eduardo—. Tú estás aquí. Después de tanto tiempo hemos vuelto a reunimos… —miró a Bernabé, risueño—. ¿Y sabes una cosa? Tú también habrías roto la esfera, aunque eso hubiera significado poner a la creación entera en peligro. Tú también habrías salvado al fantasma.

Bernabé guardó silencio un instante, luego echó hacia atrás la cabeza y rompió a reír.

—¡Claro que lo habría hecho! ¡Y sin pensarlo tanto como tú! —bajó la voz—: Pero quería estar seguro de que todos comprendierais la situación en la que estamos envueltos… Se acercan tiempos duros, pequeños… —volvió a reír y añadió—: ¡Qué bueno que hayáis vuelto!