36
Temblores
La casa de la Colina Negra comenzó a temblar con tanta fuerza que Víctor estuvo a punto de dejar caer la maqueta. Las estanterías se venían abajo. Las cajas rodaban y chocaban unas con otras, derramando su contenido por todo el desván. Una pecera se rompió en mil pedazos. Un perchero se derrumbó apenas a medio metro de donde se encontraba Eduardo. Los ratones corrían despavoridos.
Y en mitad de todo aquel caos, un halo de luz lechosa rodeó a Paula que, ajena a todo lo que ocurría en torno a ella, parecía dormir plácidamente.
El temblor cesó de una manera tan repentina que todos estuvieron a punto de caer al suelo. Víctor miró alrededor, sin aliento. Algo había cambiado. La casa que los rodeaba ya no era la misma, lo sentía con la misma fuerza con la que notaba los rápidos latidos de su corazón. Las manos le sudaban tanto que le resultaba complicado sujetar la pequeña maqueta.
—Hemos vuelto… —dijo su padre, en un susurro.
En ese mismo instante comenzaron los golpes. Venían de abajo y era como si alguien estuviera llamando con todas sus fuerzas a una puerta gigantesca. Víctor tragó saliva. Aquel sonido le ponía los pelos de punta. ¿Serían los Arcontes? ¿La Sombra? ¿Algún demonio en busca de su sangre?
—No pueden habernos encontrado tan pronto… —susurró el muchacho—. Es imposible, ¿verdad? ¡No pueden haber venido tan rápido!
—Vamos a averiguarlo —decidió Diana, y al ver que Eduardo estaba a punto de replicar, añadió—: Iremos los tres juntos. No quiero que nadie se quede atrás. Estaré más tranquila si puedo veros a los dos.