34: La decisión

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La decisión

Víctor regresó al cabo de media hora, cuando la noche se cerraba como un puño sobre la colina. La puerta de la casa se abrió en cuanto puso el pie en el primer peldaño de la escalera del porche. La luz cálida del interior se derramó sobre él, como una caricia. Subió con rapidez las escaleras y, con la misma urgencia, atravesó el pasillo y llegó al salón donde aún se encontraban sus padres. El hada estaba en pie junto a la escalera mirando hacia la entrada del salón. Su padre se hallaba tumbado en el sofá con el antebrazo cubriéndole los ojos y estaba tan sumido en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que Víctor había regresado.

—¿Ha desaparecido ya? —preguntó el muchacho. Eduardo se incorporó en el sofá al oír su voz.

—No. He subido hace un momento a ver cómo estaba y sigue ahí… —le contestó su madre—. ¿Estás más tranquilo?

Víctor negó con la cabeza. Abrió la boca y volvió a cerrarla, no sabía muy bien cómo empezar a decir lo que tenía en mente.

—Las leyes… —los miró a ambos—. Las leyes de los Arcontes prohibían las uniones entre hadas y humanos. Y aun así los desafiasteis… ¡Os casasteis! ¿Os habéis arrepentido de eso alguna vez?

—Nunca… —respondió su padre.

—Ni un solo segundo —añadió su madre.

—Y sabíais lo que ocurriría si teníais un hijo. Sabíais que los Arcontes tratarían de separaros, que tratarían de encerrarme antes de que algún demonio me atrapara… Y aun así me tuvisteis. ¿De eso tampoco os arrepentís?

—¡Por supuesto que no! —exclamó Eduardo—. No sé dónde quieres ir a parar, muchacho. Pero las cosas no son tan sencillas como puedes creer. Antes de casarnos ya teníamos planeado qué hacer si tu madre se quedaba embarazada. Desde un primer momento sabíamos que tarde o temprano nos veríamos forzados a abandonar la Telaraña. Era una locura, pero sabíamos que podía salir bien.

—Salvemos a Paula… —le interrumpió Víctor dando un paso hacia delante—. ¡También es una locura, lo sé! ¡Pero en el fondo no haremos nada que no hayáis hecho antes! ¡Os casasteis! ¡Tuvisteis un hijo! ¡Eso son dos locuras y yo todavía no he hecho ninguna! —tomó aliento antes de continuar—. ¡Salvémosla!

—No sabes lo que nos pides, Víctor —dijo Eduardo—. No sabes a lo que nos arriesgamos…

—Eduardo… —comenzó Diana. No fue necesario que continuara.

El hombre se dejó caer en el sofá, como si hubiera recibido un disparo en pleno pecho.

—De acuerdo… —cedió al fin, incorporándose de nuevo hasta quedar sentado—. Salvemos a Paula. Pongamos de nuevo la Telaraña patas arriba.

Diana exhaló un suspiro de alivio.