27: Asterio

27

Asterio

—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿No buscabas un modo de ayudar a Paula? —le preguntó Diana a Eduardo, muy seria, con los brazos en jarras.

—No hay nada… —respondió él, sin levantar la vista del espejo mágico—. Puedo seguir buscando durante días y encontraré lo mismo que tengo ahora: nada, absolutamente nada —se giró despacio y apeló a toda su fuerza de voluntad para alzar la cabeza y mirar a Diana a los ojos—. No podemos salvarla —dijo.

Y eso era verdad.

—¡Pero tiene que haber algo! —el hada no estaba dispuesta a claudicar.

—¿Quieres buscar tú? —Eduardo estaba irritado, pero no con ella sino consigo mismo. Se sentía sucio y miserable—. ¡Tal vez tengas más suerte que yo!

Diana suspiró. Hacía tiempo que no veía a Eduardo tan alterado. Debía ser frustrante para él no poder ayudar a Paula.

—No, no… Si dices que no hay nada, no lo habrá… —se dejó caer en el pequeño taburete de mimbre que estaba junto a la puerta—. Pero no es propio de nosotros rendirnos ante la adversidad, ¿verdad?

—No, no lo es… —a cada segundo que pasaba se sentía peor. Más sucio y mezquino. Tragó saliva y trató de sonreír—. Te prometo que seguiré buscando… Pero no quiero que te hagas muchas ilusiones, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Diana. En el fondo estaba convencida de que Eduardo daría con una solución, aunque fuera en el último momento—. Bueno, ¿qué es lo que has averiguado sobre los que buscan a Paula? —le interrogó mientras acercaba el taburete hacia él.

—Su historia me resultó curiosa… —comenzó Eduardo, aliviado por el giro de la conversación—. Demonios y laberintos…, lo primero que me vino a la cabeza fue la leyenda del Minotauro —pasó una mano sobre el espejo y la página que reflejaba fue sustituida por la fotografía de una estatuilla con forma de cabeza de toro—. No tuve que investigar mucho más, a decir verdad. Todo estaba allí. Deja que te cuente un cuento… Algunas partes las conocerás, otras son completamente nuevas:

»Erase una vez, hace mucho tiempo, un hombre al que un rey le ordenó construir un laberinto para un demonio. El rey se llamaba Minos, y era un monarca pequeño y débil que gobernaba sobre la isla de Creta, sin más esperanzas que las de dejar un pobre legado a sus herederos pues, aunque era ambicioso, no tenía ni el talento ni las fuerzas suficientes para levantar el imperio con el que siempre había soñado.

»Ya fuera por azar, por destino o porque así lo buscara, Minos entró en contacto con un demonio del Inframundo: una criatura de gran poder que era conocida por el nombre de Asterio, el Minotauro, ya que, aunque su cuerpo era el de un gigante, su cabeza era la de un toro. El rey suplicó el favor del monstruo. Ansiaba tener el poder necesario para convertirse en el dueño y señor de un gran imperio. Y como muchos antes y después que él, Minos, rey de Creta, hizo un trato con un demonio.

»—Te daré lo que me pides. Pero a cambio, me llevarás a tu palacio y, cada año, me alimentarás con siete jóvenes y siete doncellas procedentes de las tierras que conquistes por la gracia de mi poder.

»Al rey Minos, la idea de que un demonio habitara en su palacio no le agradaba demasiado y por eso fue en busca de Dédalo, el más sabio de sus consejeros. La sabiduría de Dédalo era legendaria. Era tan buen arquitecto como escultor, y su mente era tan prodigiosa que no había enigma que se le resistiera, ni prueba de inteligencia de la que no saliera victorioso. Por eso Minos le pidió ayuda. Y Dédalo, fiel sirviente de su rey, diseñó un gran laberinto para los sótanos del palacio; un laberinto tan enrevesado y traicionero que sería imposible encontrar la salida una vez se hubiera dado un paso en su interior. Tal vez Asterio ignoraba la treta de Minos o puede que fuera consciente de ella y que no le importara en lo más mínimo. La cuestión es que entró en el laberinto y tanto uno como el otro cumplieron durante mucho tiempo su parte del trato. El demonio le dio al rey poder para conquistar un reino y el rey, una vez al año, alimentaba al demonio con la vida de catorce jóvenes procedentes de los terrenos conquistados.

»Hasta el día en que una nueva remesa de prisioneros partió de Atenas rumbo a Cnosos, la capital de Creta, rumbo al siniestro laberinto de Asterio. Uno de los jóvenes era Teseo, el hijo de Egeo, rey de Atenas. Decían que por sus venas corría sangre de dioses y se contaban mil hazañas protagonizadas por él. Harto de la crueldad de Minos se ofreció voluntario para ser uno de los catorce sacrificados, aunque su intención no era ser víctima, sino verdugo:

»—Entraré en el laberinto y mataré al monstruo. En el barco que me traiga de regreso a Atenas, no ondearán las banderas negras del luto, sino los pendones blancos que izaré en señal de libertad y vida. Así sabréis que he triunfado.

»Eso le dijo a Egeo antes de partir hacia Creta junto al resto de los prisioneros. Allí se les preparó durante dos semanas según el ritual que el mismo Asterio había exigido. En ese tiempo algo con lo que nadie había contado sucedió: Ariadna, la hermosa hija del tirano, se enamoró de Teseo y Teseo, como no podía ser de otra forma en este tipo de historias, también se enamoró de ella.

»Cuando se aproximaba el día en que los prisioneros debían entrar en el laberinto, Ariadna recurrió a la única persona que podía ayudarlos: Dédalo. El sabio no se hizo mucho de rogar; como luego te contaré, tenía motivos personales para hacerlo. Dédalo le dio a Ariadna una bobina de hilo; un extremo debía quedar fuera del laberinto mientras que el otro cabo debería llevarlo Teseo consigo, desenrollándolo a medida que avanzara hacia el interior. Para salir, sólo debería desandar el camino recorrido.

»Al llegar el día señalado, Ariadna le explicó el plan a Teseo y le tendió la bobina de hilo. Teseo, disimuladamente, ató con fuerza uno de los cabos a la entrada y entró en el laberinto con el resto del grupo. Les ordenó que lo esperaran justo en el primer tramo, mientras él se adentraba en busca del Minotauro.

»Teseo vagó durante horas por aquella interminable red de pasadizos, pero no fue capaz de encontrar al monstruo. Cuando ya había perdido la noción del tiempo, el laberinto se llenó de gritos y de bramidos. Teseo comprendió que el Minotauro había dado con sus compañeros. Regresó tan rápido como pudo, pero el laberinto era enorme y, cuando llegó al primer tramo, la carnicería ya había acabado.

»Todos estaban muertos, desperdigados por el pasillo. El monstruo había devorado ya a la mayoría y dormitaba en el centro de la masacre, atiborrado de carne y sangre. En el ardor de la lucha, probablemente Asterio no se dio cuenta de que eran trece y no catorce sus víctimas. Teseo mató al Minotauro mientras dormía. No fue un gesto demasiado heroico, pero dudo que hubiera podido triunfar de otro modo. Asterio era un demonio y aunque Teseo fuera un héroe y tuviera, como dicen, sangre divina en sus venas, no dejaba de ser humano.

»Y Teseo escapó de Cnosos con Ariadna. ¿Para vivir felices en Atenas? No, el primer final de las dos partes que tiene esta historia no es feliz. Teseo se casó con Ariadna, pero una sombra maléfica pareció aturdir su mente y su comportamiento. ¿La influencia del demonio tal vez, que aun muerto era capaz de vengarse? ¿O algún dios juguetón, envidioso de los triunfos del joven? No lo sé… La cuestión fue que Teseo abandonó a Ariadna al poco de casarse, olvidándose por completo de ella. Y, aunque parezca imposible, nuestro héroe olvidó todavía una cosa más. En el viaje de regreso a Atenas, no se acordó de sustituir los pendones negros de la nave por las enseñas blancas con las que su padre advertiría, al aproximarse el barco, que su hijo había salido victorioso. Cuando Egeo vio las banderas negras, enloqueció de dolor y se tiró al mar. Desde entonces aquel mar lleva su nombre.

—Como ves no es un final demasiado feliz para su protagonista… —comentó Eduardo, mirando a su esposa, que le había estado escuchando sumamente interesada.

—Pues no… ¿Pero qué tiene que ver eso con Paula y con la Sombra que la busca?

—Ahora voy a eso. Sólo te he contado la primera parte de la historia. Ahora viene la parte que implica directamente a la familia de Paula. Y, aunque no lo parezca, en mi relato ya ha aparecido la Sombra; una encarnación de ella más bien… La Sombra es el Minotauro del laberinto de Minos. La Sombra es Asterio, el monstruo del Inframundo, que regresó de entre los muertos para reclamar lo que era suyo y recuperar así el poder que tuvo antaño.