3: Presentimientos y buñuelos

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Presentimientos y buñuelos

—Buenos días, trasto —lo saludó su padre nada más entrar en la cocina. Estaba sentado a la mesa de formica, terminando el desayuno. No se había afeitado aún y tenía todo el aspecto de alguien que se acaba de levantar de la cama. Su padre casi siempre tenía esa apariencia.

—Buenos días.

—Buenos, buenos… —canturreó su madre, envuelta en el vaho blanco que salía de la olla—. Hasta que dejen de serlo, por supuesto.

—¿Sigues con eso? —le preguntó su marido. Se levantó de la mesa con el tazón vacío en las manos y se dirigió al fregadero.

Víctor ocupó su sitio y echó mano a su tazón todavía humeante. Luego se acercó la bandeja repleta de buñuelos, examinándolos en busca del más gordo.

—Sigo, sí. Te lo he dicho nada más levantarme. Va a pasar algo… Lo puedo sentir. Y deberías hacerme caso, Eduardo… —le amenazó con el cucharón de madera—. Sabes que mis presentimientos nunca fallan.

—Y te hago caso, Diana —concedió él mientras fregaba el tazón en la pila—. Si dices que va a pasar algo, pasará… Haga yo lo que haga o lo repitas tú mil veces.

—Hay un tiburón en la piscina. Un tiburón blanco —comentó Víctor con la boca repleta de buñuelo—. Quizá fuera eso lo que presentías, mamá…

—No hables con la boca llena…

—¿Un tiburón? —preguntó su padre, mirándolo por encima de la montura de sus gafas. Todavía tenía la barbilla manchada de chocolate—. ¿Estás seguro?

Víctor tragó con rapidez el bollo antes de continuar hablando.

—Segurísimo. Hay muy pocas cosas que se puedan confundir con un tiburón.

Su madre negó con la cabeza.

—No, no es eso. Es otra cosa… —olisqueó el humo blanco que surgía de la olla. Asintió complacida y dejó de remover—. Esto ya está. Pásame los botes vacíos del armario.

—Creo que la casa te da la razón… —comentó su marido mientras le alcanzaba los botecitos de cristal del armario—. El tiburón puede ser un espíritu guardián. Una manera de protegernos o de decirnos que algo malo se aproxima. Tendremos que estar atentos…

Víctor sonrió para sí.

Vivían en la casa de la Colina Negra, el lugar más maravilloso sobre la faz de la tierra. Allí nada malo podía sucederles.