Walter había pedido prestado un impermeable para subir a la cubierta de los botes tal y como le había pedido el señor Saxon. Un miembro de la tripulación había informado de la presencia de Jack Gordon a estribor, cerca del bote salvavidas número cinco. Al soltarlo le habían advertido que se quedara en su camarote durante el resto del día, pensando en que su presencia en las zonas más concurridas del barco podría alarmar a ciertos pasajeros. Pero el desgraciado había roto su promesa. Su camarote estaba vacío.
Walter lo maldijo mientras afrontaba el fuerte viento que lo salpicó con algo que al principio le pareció granizo pero que habían resultado ser remolinos de espuma arrojados por las olas más altas. Recordó la recomendación del señor Saxon de no soltar la baranda. Se aferró a ella y comenzó a avanzar mirando cómo el horizonte se levantaba hasta un punto más alto del trinquete y del puente de mando y luego desaparecía de la vista bajo la proa. El viento soplaba del noroeste y tres cuartas partes del cielo estaban descubiertas. Manojos de nubes cubrían intermitentemente la luna, pero muy pronto Walter descubrió una figura en impermeable aferrado a la baranda debajo de los botes. Jack Gordon parecía estar absorto en la rompiente de las olas.
Walter se acercó tanto que pudo tocar el brazo de Jack antes de que él se diera cuenta de su presencia. Tuvo que gritar para hacerse oír sobre el estruendo de las ráfagas de viento.
—Dijo que se quedaría abajo.
Jack giró completamente la cara para mirar a Walter. No pronunció palabra.
—Dio su palabra, maldita sea —gritó Walter.
Jack se encogió de hombros.
—¿Por qué tanto alboroto? ¡Aquí no hay nadie más!
—¡No puede hacer esto!
—¡Déjeme en paz! ¡Vuelva al baile!
—¡Usted vuelve conmigo… a su camarote!
—¡No!
Walter demostró que no estaba habituado a tratar con alguien que lo desafiara abiertamente. Se volvió más conciliador.
—No es un lugar para estar en una noche como esta.
Jack miró el mar.
—¿Para qué ha venido aquí arriba? —gritó Walter.
—Me siento más seguro.
Walter rio.
—De veras. Prefiero estar aquí que encerrado en mi camarote.
—¿Por qué?
—Porque estoy cerca de un bote salvavidas.
—Usted ya debe de haber pasado muchas tormentas.
—Y nunca me sentí seguro —gritó Jack—. ¡Por Dios, déjeme en paz!
Se veía que ninguna fuerza física sería capaz de arrastrarlo abajo. Era un hombre muy asustado.
Walter estaba empezando a retirarse, con una mano todavía en la baranda cuando de golpe algo lo empujó hacia atrás con terrible fuerza, como si alguien le hubiera pateado el pecho con ferocidad. Se estrelló contra las piernas de Jack, casi haciéndole perder el equilibrio también a él.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó Jack.
Walter se quejó. Parecía aturdido.
—¿Está usted bien, inspector?
—Mi hombro —la mano derecha de Walter cubría su hombro izquierdo. No trató de levantarse—. ¡Qué dolor!
Jack se arrodilló al lado de él.
—Déjeme ver. Es probable que se lo haya dislocado con la caída. Voy a tratar de levantarlo —pero Walter era un hombre pesado, difícil de mover—. Ponga la mano en mi hombro.
Walter levantó apenas la mano pero Jack logró sentarlo.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Creo que me voy a desmayar.
—¿Es algún truco?
No lo era. El cuerpo de Walter cayó en los brazos de Jack.
—¡Maldición! —exclamó Jack.
Se levantó para pedir ayuda. En la puerta de la escalera que llevaba al hall de embarque y a la oficina del comisario de a bordo había una linterna. Al estirar la mano para abrir la puerta vio que sus dedos estaban manchados de sangre.