14

Después del almuerzo el mar estaba picado, aunque no demasiado. El barco comenzaba a balancearse y los miembros de la tripulación fueron vistos colocando cuerdas en los lugares donde no había baranda. Los deportes infantiles en cubierta fueron cancelados en favor de algunas películas de Chaplin en el saloncito. La pantalla resultó tan inestable que las proyectaron en la pared.

El baile de máscaras siguió su curso, aunque hubo un reducido número de pasajeros que se retiró a sus camarotes lamentando haber abusado de la comida y de la bebida. En el salón comedor aparecieron unas lámparas de colores y todos estuvieron de acuerdo en que sus oscilaciones agregaban alegría a la ocasión. En contraste, los candelabros permanecieron inmóviles, con sus piezas de cristal diseñadas con mucha astucia para mantenerse rígidas a pesar de los movimientos del barco.

Livy y Marjorie se disfrazaron de Antonio y Cleopatra para que Marjorie pudiera usar sandalias y pulseras en sus hermosos tobillos. Se había pintado las uñas de los pies. Livy vestía una colcha y zapatillas de tenis. No daba el tipo de Antonio, pero estaba feliz de hacer cualquier sacrificio por Marjorie. Llevaba los pantalones de franela enrollados sobre la rodilla, listo para regresar a 1921 en cualquier momento.

No hacía mucho que estaban sentados en una mesa cerca de la pista de baile cuando se reunieron con ellos Paul y Barbara vestidos como los peregrinos. Desde debajo de su barba falsa, hecha con una cuerda desflecada, Paul explicó que esperaba que los jueces vieran la conexión entre el presente viaje y el del Mayflower.

—Lo harán —aseguró Livy—. Y si esta noche hay temporal supongo que serás el encargado de dirigir las plegarias.

Barbara todavía estaba pálida por su aterradora experiencia de la noche anterior y parecía una peregrina muy convincente con una larga falda marrón, un delantal blanco, una chaqueta abotonada hasta arriba con cuello blanco y un pañuelo cubriendo su pelo corto.

—¿Te sientes mejor, querida? —le preguntó Marjorie.

—Estoy bien, mamá.

—El inspector Dew estuvo hablando con Barbara —agregó Paul—. Parece que todo fue un malentendido. Jack Gordon no quería lastimarla.

—Ya oí eso —exclamó Marjorie no muy convencida.

—Lo único que quería era hablar conmigo.

—¿De veras lo crees?

—Tiene que ser verdad, mamá. El inspector lo soltó.

—Sí, pero me parece un escándalo. Todavía tienes las marcas en el cuello.

—Mamá, Jack no es el estrangulador. Sólo quería hablarme de Katherine, la mujer asesinada. Era su mujer.

—Ya lo sé. Eran tahúres. Los iban a tomar por tontos… ¿Han pensado en eso? Gordon es una rata, Barbara. No debería estar libre.

—Pero en realidad no hicieron nada —intercedió Paul—. Supongo que el inspector considera que es una pérdida de tiempo retener a Jack Gordon.

—Pueden preguntárselo ustedes mismos —sugirió Livy— parece que ahí viene.

Walter no usaba disfraz. Vestía su habitual traje oscuro y una corbata rayada. Quedaba más fuera de lugar que la gente que lucía llamativos trajes de fantasía. Caminaba un poco encorvado y se notaba que era consciente de eso. Cuando llegó a la mesa de los Cordell pareció que hacía una pequeña reverencia, aunque era difícil afirmarlo a ciencia cierta. Les preguntó su podía sentarse con ellos unos minutos.

—Por supuesto, inspector —contestó Livy—. Marjorie, mi mujer, estaba hablando de usted.

—¡Livy! —masculló Marjorie entre dientes.

—Decía que era posible que usted ganara el premio de disfraces —siguió Livy con buen humor—, porque en este momento debe de ser el que más sabe de disfraces en este barco.

Walter apenas sonrió.

—Entiendo.

—Pensé que usted sería el policía de aquella mesa, o el Sherlock Holmes de la pipa y gorra junto a esa rubia, pero supongo que disfrazarse de polizonte hubiera sido demasiado obvio para usted.

—Sólo vine aquí para hablar unas palabras con su hijastra —aclaró Walter—. ¿Cómo se siente ahora, señorita?

—Mucho mejor, gracias.

—Olvidé preguntarle algo. Cuando terminó de tomar el café con la señorita Masters… o con la señora Gordon, así debería llamarla,… el sábado por la noche, ¿no sabe si ella fue directamente a la cama?

Paul lo interrumpió.

—¿Cómo puede saberlo?

—Ella anunció que se iba a la cama —reconoció Barbara.

—¿Usted no fue en la misma dirección?

—No.

—Volvimos al comedor para bailar un par de piezas más antes de que la orquesta terminase de tocar —aclaró Paul—. ¡Anda, esta sí que ha sido grande!

Mientras hablaba, el barco se sacudió con tal violencia que envió los vasos de vino patinando a través de la mesa. Barbara estiró el brazo para impedir que cayeran.

—Está bien —exclamó Livy agarrando la jarra de agua—. Hay una manera de evitar esto —volcó varios chorritos de agua sobre el mantel y apoyó los vasos sobre las manchas húmedas—. ¿Ven?

—Livy ha viajado antes —explicó Marjorie orgullosa—. ¡Dios mío!, ¿qué es eso?

Todos se dieron la vuelta para ver lo que había captado la atención de la señora Cordell. Una figura bajo una sábana blanca acababa de aparecer por la escalera principal.

—Si eso pretende ser un fantasma, me parece de muy mal gusto —declaró Marjorie—. ¡Qué barbaridad! Uno pensaría que la gente iba a tener más respeto después de lo que ocurrió el sábado. Es horrible.

—No creo que sea un fantasma —opinó Barbara—. Si lo observan bien, en la parte superior termina en punta y tiene cosas que le salen de los costados como si fueran cajas de cartón —echó a reír—. Pobre hombre, le está resultando bastante difícil mantener el equilibrio con el barco moviéndose así.

—Sea lo que sea es bastante espectacular —aceptó Paul—. Debe de tener dos metros de alto. ¿Por qué está pintada de azul la parte inferior?

—¡Es el mar! —arriesgó Livy—. ¡Es un iceberg!

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Marjorie con voz escandalizada—. Es todavía más ofensivo. ¡Qué ocurrencia en una noche como esta! Me pone la piel de gallina.

—Mamá, no es más que alguien que trata de divertirse.

—¡Divertirse! Yo no lo llamaría divertido precisamente. ¿Cómo piensas que se siente Livy viendo una cosa así? No es gracioso para un hombre que estuvo en el Titanic, ¿no te parece, querida?

Livy la miró estupefacto.

—Nunca estuve en el Titanic, Marge. Fue el Lusitania.

—Es lo mismo —suspiró Marjorie.

—En realidad no —aclaró Livy—. Fue un torpedo la causa del hundimiento y no un iceberg.

—Y el mar estaba en calma —agregó de pronto Walter— nunca vi un mar tan plácido.

—¿Usted? —preguntó Livy—. ¿Usted estaba en el Lusitania?

—Sí. Con mi, humm… —Walter se detuvo como si de pronto se hubiera distraído. Estaba pálido—… mi padre.

—Qué extraño —exclamó Paul—. El año pasado leí un artículo sobre usted en el Saturday Evening Post y no mencionaban eso.

—El público nunca lo supo —tartamudeó Walter, usando todos sus recursos—. En ese entonces usaba otro nombre.

Del otro lado del salón, Alma siguió a Johnny Finch hasta una mesa vacía. Johnny se movía con dificultad bajo las sábanas, con las cajas de cartón atadas a su cabeza y torso.

—¿Llamo la atención? —preguntó mientras se acomodaba con cuidado en la silla.

—Sí, sin duda. Todos miran hacia aquí. ¿Está usted cómodo?

Alma oyó una risa ahogada desde debajo de las sábanas.

—Podría decir que tengo una sed horrible.

—¿Pero si le consigo algo de beber, cómo se las va a arreglar?

Otra carcajada.

—No se preocupe, querida, Johnny Finch no es tan obtuso como cree. Tengo una botella de coñac aquí abajo.

—Espero que pueda caminar derecho en el desfile. El barco está empezando a moverse mucho.

—Me mantendré firme como una roca.

Pero en el momento en que sonó el tambor anunciando el desfile, parecía bastante dudoso que alguien pudiera ser capaz de mantenerse derecho mucho tiempo. El barco había comenzado un metronómico bamboleo lento, con extremos cada vez más agudos. Había un sentimiento de bravuconada en los participantes de la fiesta al festejar el coro cuando sus estómagos les decían que el barco había llegado al pico y estaba por volver a caer. Los de constitución más débil ya no estaban y las sillas vacías se deslizaban hacia el centro del salón a menos que las atrancaran contra las mesas.

Sin embargo la fila se formó y comenzó a moverse al son de una animada marcha militar, serpenteando entre las mesas para obtener apoyo en caso necesario. Habría unos cien participantes en el concurso, piratas del brazo de bailarinas, caballeros con brujas, dos caballos y un avestruz, todos ayudándose entre risas a mantenerse en pie alentados por los espíritus menos intrépidos que formaban el público. Hubo algunos resbalones sin consecuencia y unas colisiones que se sumaron a la diversión general y de alguna manera el desfile sobrevivió. Alma, con su disfraz de enfermera seguía a Johnny con las manos apoyadas en su espalda, pero él había tenido razón al tener confianza; no vaciló ni una vez. Más adelante marchaba Marjorie con una mano en el brazo de Livy y la otra sosteniendo el frente de su vestido egipcio a mitad de la pantorrilla. Paul y Barbara iban detrás de ellos de la mano e intercambiando apretones que nada tenían que ver con el movimiento del barco.

El capitán Rostron era el encargado de juzgar cuál era el mejor disfraz, pero nadie objetó nada cuando el contramaestre anunció que el capitán había decidido no abandonar el puente de mando. En lugar de él se situó en el estrado del comisario de a bordo estudiando la variedad de trajes que desfilaban. Con mucho tino no se hizo ninguna tentativa de detener la fiesta. Cuando la música se detuvo todos se dispersaron para escuchar el resultado desde las mesas.

La ganadora de las damas fue una señora que se había disfrazado de la Lenglen, una campeona de tenis. No pareció importar que no se asemejara en nada a la imbatible Suzanne. Llevaba una raqueta y un vestido similar y, como observó Marjorie, la habían visto bailar con Bill Tilden todas las noches y el criterio de la Cunard era mantenerse al lado de sus pasajeros más famosos.

Un disfraz de Charlie Chaplin se llevó el premio de caballeros más que nada porque su dueño había hecho mucha gracia al salirse repetidamente de la fila con el vaivén del barco, en una pasable imitación del famoso mimo. El premio al disfraz más original fue para el avestruz.

—¡Original un cuerno! —exclamó Johnny desde debajo de su sábana mientras comenzaba a sacarse las cajas que habían formado la infraestructura del iceberg—. Lo consiguió en alguna sastrería teatral. No tiene nada que ver con un viaje por mar. La próxima vez me voy a disfrazar de maldito albatros. Bien, todavía nos queda la botella de champagne que le prometí. ¿No le importa esperarme mientras me visto de un modo más adecuado para poder bailar?

—Por supuesto que no, pero dudo que pueda tomar champagne —se excusó Alma mirando hacia la mesa donde Walter había estado sentado antes del desfile.

Estaba segura de que él la había visto en compañía de Johnny y no se sentía tranquila pensando en su posible reacción. Era un dilema. Apenas se atrevía a confesarse que Walter era un asesino; sus sentimientos habían cambiado tanto que la asustaban y sólo se sentía segura con Johnny. Que Walter la hubiera visto con él no hacía más que volver más peligrosa todavía la situación.

Por ello se sintió aliviada al ver que Walter había desaparecido del salón.