Cuando Walter salió de la celda, se sentía seguro de encontrar el camino hacia la sección de pasajeros. No tenía la menor duda de que recordaría la ruta a través de la que lo había llevado el señor Saxon, pero en pocos minutos tuvo que admitir que estaba perdido. Ni siquiera podía distinguir entre la popa y la proa. Cuando esperaba encontrar una escalera se topaba con una pared y por si fuera poco esa parte del barco parecía deshabitada.
Probó una puerta, con la esperanza de encontrar una escalera que lo llevara hacia la cubierta superior. Había una de caracol pero que llevaba más abajo, a lo que parecía ser una de las bodegas principales. El sitio era tan grande como un almacén y estaba lleno de cajas y cajones de comestibles. De allí pasó a una segunda bodega. Olía tan fuerte a aceite que supuso que había llegado a la sala de máquinas hasta que vio una hilera de automóviles enfrente de él, atados con cuerdas y asegurados con bloques de madera bajos las ruedas. Uno era un Lanchester flamante. A Walter le gustaban los coches y siempre había querido tener un Lanchester. Probó el picaporte y para su sorpresa encontró la puerta abierta. Se introdujo en él y puso las manos sobre el volante. Con el zumbido monótono de las turbinas del Mauretania, era fácil imaginar que el coche se movía veloz por una carretera. Hizo sonar la bocina. Era un vehículo precioso, por fuera y por dentro.
Alguien abrió la puerta de golpe y gritó como si Walter fuera sordo.
—¿Qué demonios está haciendo ahí?
Walter acusó el golpe. El hombre vestía un mono muy amplio abierto en el pecho porque era tan robusto que no existía la posibilidad de que los botones se juntaran con los ojales para los que estaban destinados. El pecho estaba cubierto de un matorral de pelo negro que se extendía hacia arriba con una exuberancia sorprendente hasta la cabeza, en donde sólo podía verse la nariz y un par de penetrantes ojos marrones que indicaban que era un ejemplar de homo sapiens.
—Ah, así que oyó mi llamada. Muy bien.
El hombre del mono lo miró con ferocidad.
—Salga de ese coche.
Walter obedeció. A pesar de que medía un metro ochenta a penas le llegaba al hombro al monstruo del mono.
—Inspector Dew, de Scotland Yard —cuando vio que no causaba ninguna impresión, agregó—. Investigaciones. Ordenes del capitán. ¿Usted sabe a quién pertenece este vehículo?
El hombre sacudió la cabeza.
—Debería estar cerrado —censuró Walter—, en verdad tendría que estar cerrado —caminó hasta la parte trasera del Lanchester y probó la manija del baúl. Se abrió—. No me gusta ver las propiedades valiosas tan descuidadas —cerró la tapa de un golpe—. Tendré que dar parte. ¿Cuál es el camino más rápido hacia el puente?
El hombre señaló una puerta y Walter se dirigió hacia ella sin que se cruzara una palabra más entre ellos.