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Marjorie había insistido en que Barbara pasara la mañana descansando en su camarote. Como afuera estaba gris y el viento era bastante frío, no se perdió mucho. Además se vio gratificada por una visita personal del capitán Rostron, que le expresó su preocupación por la experiencia aterradora que le había tocado vivir. También la visitaron el médico del barco y el inspector Dew. El doctor le prometió que las marcas de su cuello desaparecerían antes de llegar a Nueva York. El inspector habló del tiempo.

La visita más agradable llegó cerca del mediodía, acompañada de una enorme caja de bombones. Era Paul. La madre de Barbara lo hizo entrar y se quedó, para preservar el decoro.

Paul estaba muy preocupado por Barbara, se le notaba en las marcas rojizas que rodeaban sus ojos y en el tono ronco de la voz.

—No puedo decirte lo mal que me siento por lo que ocurrió. Si yo no hubiera sido tan tonto para irme del baile, nunca se te habría acercado.

—No podrías saber lo que estaba planeando.

—Estaba demasiado ocupado en mi estúpido estado de ánimo, Barbara. Nunca me lo perdonaré. Gracias a Dios que alguien oyó tus gritos. ¿Aparte de las marcas no tienes nada?

—No. No fue gran cosa.

—Debe de haber sido terrible. Espantoso. ¿Quién podría pensar que Jack Gordon iba a resultar un estrangulador? Lo tomé por el típico caballero inglés. Es increíble después de lo bien que se portó con el asunto de mi billetera. Me desconcierta, Barbara, de veras.

—Yo tampoco logro entenderlo.

—Sí. ¿Por qué te habrá elegido de victima?

Ante esta pregunta Marjorie no se pudo contener.

—¡Por Dios! ¿Cómo puede saber Barbara esa respuesta?

Paul se ruborizó.

—Lo que quise decir es que no puedo pensar en ninguna razón por la que Gordon quisiera atacar a Barbara.

—¿No puedes? —preguntó Marjorie—. ¿No tienes ojos?

Ante esta exclamación Barbara se ruborizó.

—Mamá, ¿puedes dejar de decir cosas que me incomodan? Paul a venido a verme con todo su cariño y me ha traído estos maravillosos bombones y tú tienes que estropearlo todo desafiándole…

Fue un momento importante en la relación de Marjorie con su hija. Por primera vez admitió su culpa.

—Lo siento… hablé sin pensar. Supongo que estoy un poco perturbada por lo que pasó anoche.

—Todos lo estamos —aseguró Paul—, Barbara, con todo esto no creo que hayas pensado mucho en esta noche. Hay un baile de máscaras. Si te sientes bien como para ir, nada me haría más feliz que acompañarte.

—Tienes razón —el rostro de Barbara se iluminó—. Lo había olvidado. Sí, me hará bien pensar en otra cosa. Me encantaría ir contigo.