El señor Saxon condujo a Walter por otra escalera de hierro a lo largo de un corredor iluminado con lamparitas desnudas. La suela de sus zapatos golpeaba en el metal con un sonido que hería los oídos después de la suavidad de los corredores alfombrados de arriba. Sin embargo el señor Saxon caminaba con una decisión y un bamboleo que sugerían a un millonario avanzando por la sección más exclusiva de primera clase. Esa mañana el señor Saxon se sentía como un millonario. Había arrestado al estrangulador.
—No quise perturbar su sueño —se excusó con Walter, sus palabras resonando en el metal que recubría ambos lados del corredor—. No era necesario. En absoluto. Usted pasó momentos agotadores, inspector, exprimiendo su cerebro y recurriendo a toda su experiencia en Scotland Yard para descubrir los motivos del crimen. Merecía descanso. ¿Para qué molestarlo cuando teníamos al tipo seguro en la celda por el resto de la noche? Informé al capitán, por supuesto. Y me dio la impresión de que estaba bastante contento de que al fin y al cabo fueran sus hombres los que resolvieran el caso. De todas maneras estuvo de acuerdo conmigo en que se lo dijéramos por la mañana.
Walter no dijo nada. Ya había escuchado el relato de Barbara sobre el incidente de la noche anterior. No había dudas de que la chica creía haberse topado con el estrangulador. Jack Gordon sin duda había forzado su entrada al camarote. Pero afortunadamente el grito de ella había sido oído por un pasajero lo bastante responsable con para llamar al señor Saxon. Y tampoco había dudas de que cuando el señor Saxon y su ayudante llegaron al camarote, Jack había sido hallado sujetando a Barbara desde atrás, con una mano en su cuello y otra sobre la boca. Walter había constatado la marca en el cuello de la joven.
Delante de la celda había un hombre de guardia. Saxon le ordenó que abriera la puerta y la volviera a cerrar detrás de ellos.
—Usted y yo somos capaces de defendernos de un estrangulador de mujeres indefensas —le comentó a Walter—. Los hombres que hacen ese tipo de cosas son unos asquerosos cobardes.
Jack Gordon todavía tenía puesta su camisa y pantalones de noche. Le habían quitado la corbata y los zapatos. Cuando se levantó del colchón desnudo en que lo encontraron acurrucado, tuvo que sujetarse los pantalones con la mano. Tenía los ojos enrojecidos y el pelo, antes prolijamente peinado, le caía sobre la frente.
—Ya conoce al inspector Dew —comentó el señor Saxon.
Gordon hizo una seña de asentimiento.
—Siéntese, por favor —pidió Walter, con el tono de voz que usaba cuando iba a efectuar alguna cirugía dental. El señor Saxon colocó en medio de la habitación una silla para su prisionero y se situó detrás. Walter se apoyó contra el borde de la mesa.
—Acabo de hablar con la señorita Barbara Barlinski —le dijo a Gordon—. Y vi las marcas en su cuello.
—¿Marcas? —repitió Jack de manera distraída.
—Las marcas que le dejaron sus manos.
Jack sacudió la cabeza.
—¿La estaba sujetando tan fuerte?
El señor Saxon habló desde detrás de él.
—No ponga esa voz inocente, Gordon, lo pesqué cuando la estaba estrangulando.
Jack se dio la vuelta abruptamente.
—¡Eso es mentira! Estaba tratando de que dejara de gritar.
—De respirar —acotó Saxon.
—¡No!
—El inspector Dew ha visto las marcas.
—Esto es una locura. Yo no la estaba estrangulando.
—Y tampoco estranguló a la otra —se burló Saxon.
—No sabe de lo que está hablando.
Walter se dirigió a Jack.
—Señor Gordon, ¿usted niega haber estrangulado a la señorita Masters?
—Por Dios, no he estrangulado a nadie.
Saxon se adelantó y le habló al oído a Jack.
—Tenemos dos mujeres, una muerta, con las marcas de los dedos del estrangulador en el cuello y la otra por suerte, mucha suerte, viva y con las marcas de sus manos.
—¿Me quieren escuchar? No son las mismas.
—¿A qué se refiere?
—A las marcas.
Hubo una pausa. Saxon se enderezó y sonrió. Casi susurró.
—¿Cómo lo sabe? —se echó a reír y habló en voz más alta—. ¿Cómo lo sabe, Gordon, cómo lo sabe, cómo lo sabe? —Se sacudía nerviosamente por la excitación de su triunfo.
Jack Gordon dejó caer la cabeza sobre el pecho y se cubrió los ojos.
—Lo sabe porque vio las marcas en el cadáver —replicó más calmado el señor Saxon, con tono cantarino—. Usted vio el cuerpo.
—Sí —replicó Jack sin levantar la vista. Empezó a sollozar.
—Son todos iguales —comentó Saxon a Walter—, tan compasivos con sí mismos cuando uno los pesca, pero sin la menor compasión con sus víctimas —el hombrecito sudaba de tanta excitación. Sacó un pañuelo y se secó la frente y los extremos de su bigote colorado—. Será mejor tomarle declaración ahora que lo ha admitido.
—Bien, entonces no me van a necesitar más —dijo Walter—. Usted tiene un hombre en la puerta y yo puedo encontrar solo mi camino de vuelta, gracias.
De pronto Jack Gordon levantó la vista.
—No soy el asesino. Por el amor de Dios, escúcheme. Yo no estrangulé a Katherine. Era mi mujer.
Walter miró a Saxon, que se había situado detrás de su prisionero. La cara de Saxon denotaba incredulidad. Sacudió la cabeza. Parpadeó. Se golpeó la frente con un dedo.
—Está bien, inspector, si prefiere dejarme esto a mí…
Jack se levantó y tomó a Walter del brazo.
—No, por favor, quédese y escuche. Usted es la única posibilidad que tengo —pero mientras hablaba el oficial lo agarró desde atrás y lo volvió a sentar en la silla.
—Tendrá que aprender algo —masculló Saxon respirando en el oído de Jack mientras le empujaba la cabeza con el antebrazo—. A no poner nunca la mano sobre un oficial de policía. Puede conducir a escenas muy desagradables.
Walter se volvió hacia la puerta.
—¿Su asistente me va a abrir si llamo a la puerta?
—Lo llamaré —respondió Saxon. Soltó a Jack y se dirigió hacia Walter.
Jack habló precipitadamente.
—Inspector Dew, ¿usted cree que un hombre podría matar a su propia mujer y arrojarla al mar?
Walter se estremeció. Hizo una seña con la mano para impedir que Saxon llamara a su ayudante.
—Parece muy poco probable. Está bien, será mejor que escuche lo que usted tiene que decir —volvió a la mesa y se inclinó sobre ella, frente a Jack.
El señor Saxon dio rienda suelta a su exasperación con un profundo suspiro.
—Soy un «marinero» —comentó Jack con voz más controlada—. Me gano la vida cruzando el océano, jugando a las cartas. Si no me creen busquen el mazo que hay en el cajón superior de la cómoda de mi camarote y déjeme mostrarles cómo las manejo. Kate era mi mujer y mi ayudante.
—Está mintiendo —interrumpió Saxon—. Maldito, está mintiendo para salvar el pellejo.
—Tenía una marca de anillo en el dedo. El doctor pensó que era casada.
—Sí, siempre lo dejaba en casa. Puedo decirles dónde está nuestro piso en Park Terrace. En los barcos nos hacíamos pasar por desconocidos. La gente no cae tan fácil con parejas establecidas. Hay demasiadas historias sobre los tahúres.
—Pues a mí no me puede contar nada nuevo sobre ese tema —exclamó Saxon con petulancia—. Los conozco a todos y usted no es uno de ellos.
Jack estaba más tranquilo.
—Conoce a los que no tienen éxito —continuó con voz calma—. Nuestra presa era un joven norteamericano, Paul Westerfield. Su padre es multimillonario y al muchacho no le faltaban los dólares. Usé una chica para sacarle la billetera…
—¿Poppy? —preguntó Walter.
Jack abrió los ojos.
—Así es.
—¿Cómo lo sabía? —preguntó Saxon.
—Siga —le ordenó Walter a Jack.
—Yo me atribuí el mérito de haberla encontrado y el joven Westerfield quedó muy agradecido, como era previsible. Me invitó a una copa y, mientras estábamos juntos, Kate se acercó. Usó como excusa lo del comité de espectáculos. Fue fácil organizar una partida de whist. El muchacho consiguió de pareja a su amiguita Barbara y ya estábamos en camino. Kate y yo hicimos lo de costumbre. Ganamos algunas manos y perdimos otras y discutimos un poco para disimular aún más. Después me fui a la cama. Kate tenía que sugerir jugar una nueva partida de bridge para la noche siguiente.
—Y otra para la siguiente —acotó el señor Saxon— y para la noche después. Ya sé como trabajan los sinvergüenzas como usted. Los dejan creer que están ganando una fortuna y los masacran al final en una sola partida.
Jack hizo un aparte con Walter.
—Ahora parece que me cree. De todas maneras lo que hubiera pasado después de esa noche es pura suposición, porque alguien asesinó a mi mujer, inspector. Ayer le dije que quería que encontrara al asesino y lo fui a ver sin que me lo pidiera, ¿recuerda? Le di toda la información necesaria e importante.
—No me dijo que era su mujer —corrigió Walter—. ¿Eso no es importante acaso?
—¿Por qué demonios tenía que decírselo? Nadie lo sabía. El que la mató no lo hizo porque ella fuera mi mujer.
—¿Cómo puede estar seguro? —preguntó Saxon—. Usted tiene que haber estafado a cientos de ingenuos. Basta con que en este barco hubiera uno que los reconociera…
—¿No se le ha ocurrido considerar que yo revisara cuidadosamente la lista de pasajeros para ver quién estaba a bordo? Soy un profesional. Las «palomas» con las que juego a las cartas son elegidas meticulosamente. Las estudio, y no las olvido.
—Todo esto es muy probable —aceptó el señor Saxon—. Pero dígame, ¿cuándo vio por última vez a su mujer?
—El sábado por la noche cuando terminamos de jugar a las cartas. Ya se lo dije.
El señor Saxon sonrió como alguien que ha tendido una trampa y ve a su presa entrar en ella.
—En este caso, ¿querría explicarle al inspector cómo pudo ver las marcas en su cuello?
Jack miró a Walter.
—Creo que él lo sabe.
La cara de Walter no dejó traslucir nada.
—Será mejor que nos lo diga.
Jack se encogió de hombros.
—Si usted quiere. El domingo oí decir que habían sacado una mujer del mar. No lo asocié con Kate. No tenía por qué pensar que le había pasado algo. Fue al siguiente día sin que la hubiera visto en el barco, cuando comencé a alarmarme. Fui a su camarote y no obtuve respuesta. No podía correr el riesgo de hacer demasiado pública mi preocupación, porque ella podría estar sólo indispuesta y al actuar yo así estropearía nuestro elaborado plan. Decidí que la única manera de hacerlo era viendo yo mismo el cadáver.
—¡Qué cuento! —exclamó Saxon.
—Puede ser cierto —interrumpió Walter. Se dirigió a Jack—. ¿Cómo lo hizo?
—Fui a la enfermería y vi a ese muchacho en el escritorio. Estaba muy ocupado tomando los nombres de los idiotas que se habían lastimado los dedos tratando de abrir los ojos de buey. Le dije que me habían mandado a buscar la llave de la morgue porque había una posibilidad de que pudiera identificar el cuerpo. Me la dio sin echarme una mirada siquiera. Y así bajé con la llave —Jack se detuvo y bajó la cabeza—. Espero no tener que pasar por una experiencia así nunca más. Su aspecto… era espantoso. Creí que las piernas no iban a sostenerme. Me arrastré por todas las escaleras hasta mi camarote y me dejé caer en la cama temblando de rabia y desesperación.
—¿Y la llave? —preguntó Walter.
—Debo de haberla dejado en la cerradura.
Walter miró al oficial y asintió.
—El doctor lo ha confirmado.
El señor Saxon todavía no estaba satisfecho.
—Toda esta conversación sobre su desesperación me impresionaría más si no lo hubiese pescado en el acto de asaltar a una chica inocente. ¿Un hombre cuya mujer ha sido asesinada se comporta así? La desesperación no le duró mucho, ¿no?
Jack se levantó de la silla con el puño en alto, pero el señor Saxon era mucho más rápido. Lo agarró por la muñeca y lo empujó con fuerza contra la pared de la celda. El cuerpo de Gordon golpeó el costado; de no ser así su cráneo se hubiera partido. Su hombro recibió toda la violencia del impacto. Su cuerpo se deslizó hasta quedar arrodillado en el suelo. El señor Saxon se acercó para golpearlo nuevamente, pero Walter le puso la mano en el pecho y lo empujó.
—¡Basta!
—Ya lo ha visto —chilló Saxon—, me atacó.
—Ayúdelo a levantarse —ordenó Walter con autoridad inusual.
El señor Saxon puso las manos bajo los brazos de Jack y lo sentó con fuerza en la silla, con esta prevención:
—En el futuro será mejor que se limite al whist.
Jack usó su mano izquierda para levantarse los pantalones y recuperar algo de dignidad. Tenía la camisa rota en el hombro y la raspadura sangraba. Flexionó la mano derecha para ver si todavía se movía.
—Creo que será mejor que le consiga algo de beber —le sugirió Walter al señor Saxon.
El oficial se acercó a la puerta y gritó una orden a su ayudante.
—Si van a traer té, yo también quisiera una taza —comentó Walter. Se volvió hacia Jack—. ¿Quiere contarnos lo de la chica?
—Estaba por llegar a eso, inspector; yo estaba muy enamorado de mi mujer y no voy a permitir que nadie ofenda los sentimientos que teníamos el uno por el otro —le echó una mirada enojada a Saxon—. Kate era mucho más de lo que yo merecía. No siempre la traté como debía y flirteé un poco con mujeres más jóvenes que no eran de su clase. Me avergüenzo sólo de pensarlo. Cuando tuve la seguridad de que había muerto, estallé de rabia contra el cabrón que lo había hecho. No sé si fue deseo de venganza, creo más bien que sentí que tenía que descubrir a su asesino como homenaje a su memoria. Sí, ya sé que no es mi trabajo sino el suyo, pero esto era personal. ¿Puede imaginarse cómo se sentiría usted si la asesinada fuera su mujer?
Walter decidió que la pregunta era retórica.
—Nos iba a contar por qué atacó a la chica.
—Sí. Cuando me fui del salón de fumar la noche en que mataron a Kate, Westerfield estaba a punto de ir a buscar otra ronda de bebidas. Eso dejaba a Kate sola en la mesa de Barbara. ¿No pensó en eso, inspector? ¿Qué se dijeron esas dos mujeres? ¿Puede haber algo en lo que Kate dijo a Barbara que nos ayude a identificar al asesino?
—¿Nos? —preguntó Walter.
—El cabrón quiere que crea que pasó todo este tiempo ayudándonos a investigar el crimen —dijo sarcásticamente Saxon.
—¿Podría fijarse si el té está listo? —Walter se dirigió a Saxon como si este fuera su enfermera recepcionista.
—Me dio la impresión de que su investigación se estaba estancando —continuó Jack—. Y decidí hacerle algunas preguntas por mi cuenta. Quería saber lo que me podía decir Barbara, así que anoche aproveché la primera oportunidad y la invité a bailar. Pareció complacida ante la invitación. Por supuesto que no podía hacerle ese tipo de preguntas enseguida.
—Lo que ella dice es que usted se puso muy insolente.
Jack sacudió la cabeza.
—No era más que un simple flirteo.
—¿Ya ve? —soltó Saxon—. Lo admite.
—Bailé una pieza con ella —continuó Jack—. Ella estaba con sus padres de modo que no podía acercarme a la mesa para invitarla. Necesitaba llevarla donde pudiera hacerle algunas preguntas importantes. Está bien, me equivoqué. Creí que ella accedería a mis sugerencias; según mi experiencia, casi todas lo hacen. Pero Barbara no se mostró impresionada. Me dio la espalda cuando terminamos de bailar. Tendría que haber dejado el asunto ahí, pero ya estaba desesperado por saber si me podía decir algo. Cuando terminó la velada la seguí hasta su camarote. La detuve en la puerta y traté de explicarle por qué estaba allí, pero ella se asustó. Empezó a gritar y me asustó a mí. La empujé dentro del cuarto y cerré la puerta de una patada. Creo que pensó que iba a atacarla, cuando lo único que intentaba hacer era calmarla para hablar con ella. Le puse la mano sobre la boca para que dejara de gritar, pero eso hizo que se asustara aún más. Todavía estaba luchando con Barbara cuando él entró —Jack indicó al señor Saxon, que estaba junto a la puerta de la celda con la bandeja de té entre las manos.
Walter tomó las dos tazas de té humeantes y le alcanzó uno a Jack.
—No puede culpar al señor Saxon por haberlo apresado. Usted se comportó con bastante rudeza.
—¿Pero me cree, inspector?
—Le diría que sí. De acuerdo con lo que la otra gente me ha contado, tiene bastante sentido.
—¿Entonces me va a dejar libre?
—Creo que sería prudente que antes hablara con el capitán y con algunas de las personas que se han visto envueltas en este asunto, ¿no cree? Podría escandalizarlos el hecho de verlo libre.
—¿Cómo está Barbara… de veras la lastimé?
—Lo está sobrellevando bien.
—Me gustaría pedirle disculpas.
—Cada cosa a su tiempo, señor Gordon.
—¿Le va a hablar usted?
—Me parece mejor.
—¿Le preguntará qué dijeron con Kate después de la partida de whist?
—Ya me lo contó.
—¿De veras? ¿Es importante?
—¿Quién sabe? —exclamó en forma enigmática.
—¿No mencionó ningún nombre… alguien a quien hubiera visto en el barco?
—Sólo a usted.
Jack suspiró.
—Supongo que era demasiado esperar que dijera el nombre de su asesino. Así que todo fue para nada.
—Puede verlo desde ese punto de vista —opinó Walter—. Yo no tengo la misma visión de lo ocurrido. Saber que tenemos a un hombre encerrado ha hecho mucho por la moral de los pasajeros y la tripulación. Esta mañana hay en la cubierta un aire festivo. Todo el mundo está amistoso.
—¡Pero yo no soy el estrangulador!
—Me da tanta lástima desilusionarlos… ¿Quiere otra taza de té?
—Quiero salir de aquí.
—Créame que lo comprendo —respondió Walter con sinceridad.
—Ya le dije lo que pasó. ¿No me cree?
—Trate de mantener la calma, señor Gordon. Tienen que entender que debo pensar muy bien cada decisión a tomar. Soy responsable de la seguridad de más de dos mil personas. Pero estoy seguro de que podemos ponerlo más cómodo. ¿Le han servido el desayuno?
—Exijo ver al capitán.
—No está en posición de exigir nada. El capitán tiene otras cosas que hacer. Hay posibilidades de tormenta. Le diré lo que haremos. Tendré que verificar su declaración y eso me tomará una o dos horas por lo menos. Mientras tanto deme la llave de su camarote.
—Yo la tengo —chilló Saxon.
—¿Para qué la quiere? ¿Para ver si las cartas están donde le dije?
—No. Para mandarle una muda de ropa. La que lleva puesta no está presentable.