Después de comer, Alma fue a su camarote a coser. Estaba contenta de tener algo en qué ocuparse. Johnny le había conseguido aguja, hilo y hasta un dedal. Era sorprendente ver cuántos materiales de «utilería» podían encontrarse cuando los pasajeros se proponían crear un disfraz. En una sola vuelta por cubierta durante la tarde, había visto surgir pelucas y barbas de trozos sueltos de cuerda, sombreros hechos con servilletas y togas creadas con las colchas de la compañía. Con menos imaginación, Alma había decidido ir disfrazada de enfermera. Tenía la esperanza de que eso le permitiera participar sin llamar demasiado la atención.
Oyó que llamaban a la puerta. Se levantó, pensando que sería Johnny una vez más. Estaba segura de haberle dicho que le entregaría sus cosas por la mañana. Además no era correcto recibir a un hombre de noche, aunque este tuviera un pretexto válido.
Entreabrió la puerta y vio a Walter. Él no pronunció palabra, pero se veía que esperaba que lo dejara entrar. Alma dudó, tratando de reprimir su incomodidad.
Walter parecía más cansado que amenazador. Se hizo a un lado y lo dejó pasar. No se abrazaron.
Walter se dirigió a un sillón.
—Allí no —había una aguja enhebrada clavada en uno de los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.
—Un disfraz. Trato de comportarme como cualquier pasajero.
—Muy bien.
—Es más fácil. Nadie me vigila. Lo que me preocupa es cómo te las estás arreglando tú. Será agotador tratar de convencerlos de que eres un detective.
—Estoy un poco cansado. Pero ya me aceptan como Dew.
—¿Cómo sabes lo que debes preguntar?
—Es gracioso, pero no he hecho muchas preguntas. La gente me habla y trato de responder con lógica. Anoto sus nombres en una libreta lo mejor que puedo. Por ahora todos me tratan con respeto, pero me pregunto cuánto podrá durar esta farsa.
—Se supone que llegaremos a Nueva York el miércoles por la mañana —corrigió Alma—. Sólo tres noches más.
—Las noches no me importan. Tengo la impresión de que la gente espera que llegue a alguna conclusión muy pronto. Le prometí al capitán que hablaría con él esta noche.
—¿Hay algo que puedas decirle?
—Casi nada. Una débil sospecha de algo… pero no del asesinato, por desgracia.
—¿De qué se trata, Walter?
—Hablé con la gente que jugó al whist con la víctima la noche en que la mataron. Un inglés de mucha labia, de pelo claro peinado extrañamente y una pareja de norteamericanos jóvenes al parecer muy ricos. Mientras los escuchaba me descubrí pensando en mis días de music-hall. Te conté lo que solía hacer, ¿no?
—Leer los pensamientos. ¡Walter, qué maravilla! ¡Leíste sus pensamientos!
Walter sacudió la cabeza.
—No, nada tan espectacular como eso. Me refiero a que recordé la forma en que obteníamos nuestros voluntarios entre el público.
—Sí, me acuerdo. Los llamaste plantas.
—Sí. No es más que una intuición, pero no puedo dejar de pensar en que ese tal Gordon… el inglés presuntuoso… se cruzó expresamente con los norteamericanos…
—¿Para timarlos?
—Supongo. Westerfield, el norteamericano, perdió su billetera y Gordon la encontró y se la entregó al comisario de a bordo. Por supuesto que Westerfield fue a agradecérselo y entre ellos se creó un lazo de mutua confianza. Mientras tomaban una copa apareció Katherine Masters, en teoría a reclutar voluntarios para el espectáculo. Y en lugar de eso se organizó una partida de cartas. A primera vista suena como un arreglo espontáneo.
—¿Pero tú sospechas que ella estaba en combinación con Gordon?
—Se me ha cruzado esa idea por la cabeza. Sería un truco muy limpio. Gordon no me dijo nada de la billetera.
—¿Es significativo?
—Lo es si la billetera fue sacada del bolsillo de Westerfield y puesta en algún lado para que Gordon la encontrara.
—¿Quién podría haber hecho eso?
—Una tal Poppy, que subió a bordo con Westerfield.
—Me parece un fraude demasiado elaborado, Walter. ¿Ganaron mucho?
—Perdieron.
Alma sacudió la cabeza con compasión.
—Tu teoría trastabilla allí, ¿no?
—No. Como tú dices, es demasiado elaborado. Si hay algo, no creo que apuntaran a una sola noche de juego. Hubieran seguido subiendo las apuestas durante la semana y en la última noche se produciría la carnicería.
—Así que puede ser que hayan perdido de forma deliberada.
—Sí. En realidad parece que jugaron bastante bien durante unas manos y luego todo se vino abajo. Ella criticó su juego y él la hizo llorar al final de la velada.
—¿Crees que todo estuvo planeado?
—No lo sé. De todas maneras convenció a los norteamericanos.
—¿Pero cuál era el objeto?
—Convencerlos de que Gordon y la señorita Masters no se conocían, no se llevaban muy bien en el juego y se les podía ganar con facilidad. La chica norteamericana se quedó consolando a la señorita Masters y prometiendo jugar al bridge la noche siguiente.
—Empieza a sonar como algo verosímil —comentó Alma—. Eres un detective en serio.
La cara de Walter se iluminó.
—¿Lo dices de veras?
—Pero eso no explica por qué asesinaron a la señorita Masters.
—No.
—Y ahora que está muerta será muy difícil probarlo.
Walter asintió, cabizbajo.
—A menos… —acotó Alma.
—¿Qué?
—Que puedas descubrir si realmente estaba en el comité encargado de los espectáculos.