3

Bajo el sol de la cubierta. Alma se sintió avergonzada por sus arranques nerviosos de la noche anterior. Estaba agotada. Necesitaba relajarse. Había menospreciado la tensión provocada por el asesinato. En el caso de Walter era comprensible porque todavía estaba bajo muchas presiones, pero no había ningún motivo para que ella estuviese así. Tenía que comportarse como cualquier otro pasajero. Así que cuando el camarero mencionó que se había divisado al Berengaria, se reunió con el grupo que se alineaba a lo largo de estribor para ver cómo se cruzaban los dos barcos de la Cunard.

Se alegró mucho de haberlo hecho. Se sintió estimulada por la visión del enorme barco avanzando a todo vapor hacia ellos, con su casco negro convirtiendo el agua azul en espuma, y su blanca cubierta bordeada de figuras saludando. Se cruzaron señales a través del agua y los dos barcos se detuvieron a varios cientos de metros para intercambiar correo por medio de una lancha. Hubo más saludos cuando las turbinas arrancaron de nuevo y las sirenas se unieron a la despedida. Alma miró hasta que sólo pudo ver el vapor de las tres chimeneas del Berengaria a lo lejos. No se había dado cuenta de que Johnny estaba a su lado y no le importó.

—Ya sabrá que ese barco fue botado por el Kaiser —le informó—. Era el Imperator hasta que la Cunard lo adquirió como su nave capitana. Despojos de guerra. Todavía es una nave gloriosa. A mí no me molesta. Me parece que navegar bajo diferentes banderas es una cuestión personal, ¿no cree, señora Baranov?

Si Alma se ruborizó, no se notó por el fuerte viento. Sonrió de manera neutral.

—Es sólo mi manera de traer a colación el asunto del baile de máscaras de mañana —explicó Johnny—. Supongo que irá.

—No lo he pensado.

—Tampoco yo, hasta esta mañana. Algunas de estas personas traen los trajes ya hechos, cosas profesionales, pero a mí eso no me gusta. Creo que debe ser algo espontáneo, ¿y usted?

—Sí, yo tampoco tengo un disfraz.

—Perfecto. Y le puedo asegurar que si hubiera traído sus mejores enaguas y una peluca y una canasta de naranjas, por lo menos habría otras dos Nell Gwynnes para arruinarle la noche.

Alma rio.

—¿Qué se va a poner?

—Ese es el problema. Todavía no lo he decidido. Estoy tratando de inventar algo verdaderamente original. Tuve una idea un poco rara. ¿Cómo me vería como el doctor Crippen?

Alma trató de sonreír.

—No estaría mal, ¿no?

—No creo que todo el mundo lo apreciara.

—Tal vez tenga razón. De todas maneras soy demasiado alto. Era un hombre bajito, ¿sabe? Difícil. La gente creería que soy un político. A decir verdad tengo una idea mejor, pero voy a necesitar ayuda. Perdone la pregunta, pero ¿sabe manejar la aguja y el hilo?

—Depende de lo que pretenda.

—Nada muy elaborado. Unos pliegues aquí y allá —Johnny sonrió para sus adentros—. Por Jehová, este será un ganador. Ahora tenemos que pensar en algo para usted.