El médico del barco levantó la vista de sus notas para mirar a su próximo paciente.
—Inspector. Entre. Creí que era otro paciente. ¿En qué puedo serle útil?
Walter vaciló.
—En realidad querría consultarlo, doctor.
—Por supuesto. Estoy a su disposición. ¿Es acerca de mi examen del cuerpo?
—No. Es por mi pulgar. Me lo he lastimado.
—¿De veras? A ver… ¿Cómo sucedió?
—Esta mañana después del desayuno fui a revisar el camarote de la mujer asesinada.
—Ah —exclamó el médico—. No me diga más. Quiso ver si la habían arrojado por el ojo de buey, así que trató de abrirlo. Está sufriendo del síndrome del ojo de buey, inspector. Después del mal de mer es la causa más común de las consultas. Tendría que haberle pedido al camarero que hiciera ese trabajo. Es mucho más fácil. Tiene llaves adecuadas para eso. ¿Le duele?
—Un poco.
—¿Lo puede enderezar?
—Creo que sí.
—Muy bien, no es más que una torcedura. Se lo puedo entablillar, si quiere, pero no le servirá de mucho. ¿Así que piensa que el asesino arrojó el cuerpo por el ojo de buey? Tal vez debería buscar a otro con el dedo lastimado.
—No —exclamó Walter— no es tan simple. Cuando subimos a bordo algunos ojos de buey ya estaban abiertos. Lo noté en seguida.
—Eso es entrenamiento de Scotland Yard —comentó el médico con admiración—. Está muy lejos de mí enseñarle su trabajo, inspector. ¿Encontró algo interesante en el camarote?
—Muy poco. Mucha ropa. Algunos frascos de perfume.
—¿Ninguna joya?
—No —replicó Walter—, ninguna joya —se alisó el bigote con la mano sana.
—Ese es un punto interesante —musitó el médico—. Si las joyas hubieran sido robadas, ¿no tendría allí un motivo?
—Supongo que sí.
—La razón por la que mencioné las joyas fue porque cuando el capitán me pidió que examinara el cuerpo encontré la marca de un anillo en el tercer dedo de la mano izquierda.
—Pudo haberse salido en el agua.
—El anillo de compromiso —acotó el médico con aire significativo.
—No estaba casada —interrumpió Walter— he visto su pasaporte. Era sin duda la señorita Katherine Masters.
—Le aseguro que no estoy equivocado. Si quiere se lo mostraré.
—No, no, no será necesario —una sonrisa apareció en su rostro—. Podía ser un anillo de compromiso.
—Supongo que es posible —concedió el médico, pero parecía dudarlo—. En mi opinión esa señorita Masters tenía experiencias masculinas, inspector.
—¿No me diga? ¿Usted la conocía?
El doctor empezaba a sentirse confundido por la línea de pensamientos del inspector.
—No. Hice un examen íntimo para buscar pruebas de violación.
—Ah. Ahora lo entiendo.
—Opino que no la violaron.
—Bien. No necesitamos otro motivo para el crimen.
—Iba a agregar que las evidencias sugieren que era casada.
—O que debería de haberlo sido. No hay que olvidarse de la guerra.
—¿La guerra?
—Cambió el mundo, doctor. Fue el fin de la inocencia.
—Es cierto.
—No la defiendo.
—Por Dios, no —el doctor no quería discutir—. Inspector, hay algo más sobre lo que debería llamarle la atención.
—¿Sobre mi herida?
—No, no. Otro asunto. Puede no ser importante, pero creo que debo decírselo. Como ya sabe, pusimos a la señorita Masters en el depósito que sirve de morgue, debajo de los camarotes de la cubierta inferior.
—Sí.
—Ese cuarto está cerrado y las laves se guardan aquí, junto con las de los consultorios y los armarios. Tengo un ordenanza que se ocupa de eso. El domingo estuvimos muy ocupados con las cosas usuales… mareos y pulgares doloridos. Tenía conmigo dos enfermeras y un ordenanza. En algún momento de la tarde llegó un pasajero a la oficina y le dijo al ordenanza que necesitaba la llave del depósito en donde está el cuerpo. Alegó algo sobre la ayuda que le habían pedido para la identificación.
—¿Le dieron la llave?
—Sí. Esa tarde mi ordenanza era un muchacho joven, Topley. Este es su primer viaje y está muy ansioso por hacer méritos pero no es muy brillante. Entregó la llave pero no recuerda cómo era el hombre. Descubrí esto porque al final del día la llave no estaba en su lugar habitual. Topley bajó a buscarla y la encontró en la cerradura.
—¿Así que el pasajero no la trajo de vuelta? Eso suena un poco raro.
El médico le dirigió una mirada inquisitiva.
—El asunto es que fue allí sin autorización. Ni el capitán ni el sargento saben nada. ¿Por qué haría una cosa así un pasajero?
—Le iba a hacer la misma pregunta —comentó Walter.
—Si quiere puede hablar con Topley, pero no creo que le saque mucho.
—Voy a ahorrar saliva. De todas maneras gracias por mencionármelo —miró su pulgar lastimado y trató de moverlo—. Ya está un poco menos inflamado. No creo que necesite entablillarlo.
—¿No me va a preguntar por las marcas?
Walter se estudió la mano.
—Las marcas en el cuello de la mujer —agregó el médico con un dejo de petulancia—. Yo fui el primero en notarlas.
—Felicitaciones.
—La estrangularon, inspector. Las marcas corresponden a un estrangulamiento típico.
—Sí —asintió Walter—. Muy desagradable. Y bastante tosco. El asesinato no tiene por qué ser tan brutal. Bueno, es casi la hora de almorzar. Gracias por su diagnóstico.
Una vez solo en su oficina el doctor se preguntó cuál sería el secreto del éxito del inspector Dew. Parecía tener el don de obtener información sin preguntar. Su estilo de interrogatorio era tan oblicuo que uno se olvidaba de que era un policía. Claro que se había retirado de Scotland Yard antes de la guerra. O había perdido la práctica o era endiabladamente listo. El doctor no había decidido cuál de las dos era la respuesta correcta.