A pesar de los trastornos que ocasionó la noticia del cadáver, los pasajeros no olvidaron que seguía siendo domingo. A las nueve de la noche todos los asientos del salón de primera clase estaban ocupados. Iba a haber un recital de piano y violín, pero la atracción principal era sin duda el signor Martinelli, que había consentido en cantar algunas arias en la segunda parte de la velada.
Alma encontró un asiento al final de una fila, al lado de una mujer con un vestido de crêpe negro y diamantes cuyo único interés parecía ser un hombrecito de faja púrpura que tenía a su izquierda. Era un lugar como cualquier otro para pasar la velada aclarando con tranquilidad sus pensamientos. No había contado con Johnny Finch. Oyó su voz a un par de centímetros del oído cuando terminó el Estudio de Chopin. Estaba sentado detrás de ella.
—Pensé que le gustaría saber que logramos lo que queríamos. El capitán es un zorro viejo. Escuchó nuestra exposición sin parpadear. Cualquiera hubiera creído que él ya sabía que Dew estaba a bordo, pero estoy seguro de que no era así. Nos agradeció que mencionáramos el asunto y dijo que lo tendría en cuenta. Veinte minutos después me enteré de que había llamado al inspector Dew a su oficina.
Las últimas palabras de Johnny fueron recibidas con murmullos de protesta procedentes de varias direcciones. El pianista estaba listo para comenzar otra pieza. Alma no la escuchó. Estaba tratando de asimilar lo inconcebible. Si lo que decía Johnny era correcto, habían llamado a Walter para investigar su propio crimen. Era increíble. Pero poco a poco se fue dando cuenta de que si Walter podía aceptar el papel de ser su propio perseguidor y hacerlo de manera convincente, nadie adivinaría la verdad.
—Me han dicho que el capitán nos va a hablar en el entreacto —continuó Johnny durante los aplausos— y pienso que no va a estar solo. Ahora tiene un triunfo en la mano y querrá que lo sepamos todos.
Después de esto, Alma dedicó el solo de violín a rezar por Walter. El pobre hombre apenas se habría repuesto del shock de tener que ir a la oficina del capitán y ya querrían exhibirlo ante todo el mundo. ¿Estaría a la altura de lo que le esperaba?
El violinista estaba tocando una segunda pieza cuando de pronto Alma vio al capitán en la puerta con Walter a su lado, pálido como un muerto. Esperaron que el número terminara y se extinguieron los aplausos. Luego se situaron en el lugar que había ocupado el solista para pánico de Alma.
Se hizo un ominoso silencio que el capitán quebró con un carraspeo.
—Ejem… Damas y caballeros, no voy a interrumpir por mucho tiempo su diversión. Los que estuvieron hoy en el oficio religioso recordarán que mencioné un asunto desagradable; la muerte de una pasajera. Algunos de ustedes han sido tan amables como para informar al oficial a cargo de todo lo que sabían al respecto. Pero ciertas preguntas siguen sin respuesta y sé que les preocupa sobremanera el que este asunto se resuelva con rapidez. Obviamente yo comparto sus sentimientos. Me complace anunciarles que he aceptado el ofrecimiento de ayuda de este caballero a mi izquierda. Se trata de un exinspector de Scotland Yard y de un famoso detective… es más, fuera de la ficción no creo que haya detective más conocido que el que resolvió el caso Crippen… Con ustedes; el inspector Dew.
Hubo un estallido de aplausos. La concurrencia se movió en las sillas y estiraron la cabeza para echar una mirada al hombre que había capturado a Crippen. Walter sintió que se le empañaba un poco la vista, pero se mantuvo firme.
El capitán continuó.
—Dadas las circunstancias le he pedido al inspector que se haga cargo de la investigación en lugar del señor Saxon, que tiene otras obligaciones en el barco. No sé si usted desea agregar algo, inspector…
—No —replicó Walter con firmeza.
—Entonces sólo agregaré que estoy seguro de que contará con toda la cooperación de los pasajeros y de la tripulación para llevar esta investigación a una rápida y satisfactoria conclusión.
Hubo más aplausos.
—Y ahora tendremos un intervalo de quince minutos antes de que el signor Martinelli cante para ustedes —el capitán Rostron se volvió hacia Walter para decirle algo, y luego los dos se retiraron del salón.
—¿No le dije? —preguntó Johnny.
—Sí —respondió Alma, que comenzaba a respirar de nuevo.
Algunas filas más adelante Marjorie se volvió hacia Livy.
—Parece que ahora tienen un profesional. ¿Quién era ese Crippen?
—Fue un caso que hizo mucho ruido hace un tiempo. Era un médico que vivía en Londres y que envenenó a su mujer y la cortó en pedacitos. Luego la enterró en el sótano de su casa y tomó un barco para Canadá con su amante.
—Demonios —exclamó Marjorie—, estos ingleses parecen muy educados pero entre ellos se hacen algunas cosas horribles.
—Querida, el doctor Crippen era de Coldwater, Michigan.
No había ninguna duda de que tanto los ingleses como los norteamericanos aprobaban que el inspector Dew se hiciera cargo de la investigación. Se discutió con entusiasmo su carrera mientras tomaban café y comían sandwiches de pollo. En sus veinte años como detective había dejado sin resolver un solo caso de asesinato de todos los que había participado y ese era nada menos que el de Jack el Destripador, ocurrido cuando Dew era aún un principiante. No existía nadie más capaz que él. Los miedos que se habían acumulado durante el día se disiparon y la conversación se convirtió en un coro de alabanzas para Dew, Scotland Yard y el sentido común del capitán Rostron.
Todos estaban de tan buen ánimo que el signor Martinelli tuvo el público más receptivo de su vida. Aplaudieron y dieron vivas y pidieron bises. Pasó casi inadvertido el título del aria que cerró la velada. Nessun Dorma… Nadie Dormirá.