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—¡Apareció! —exclamó Johnny Finch como si hubiera hecho el más importante descubrimiento del viaje—. Hace horas que no la veo.

—Pasé un día tranquilo —se excusó Alma.

—No me extraña —estaba de pie junto a la mesa de Alma en el salón comedor. Inclinó la cabeza con aire confidencial—. Hay algo de lo que me gustaría hablar con usted. ¿Le parecería muy pesado si la invitara otra vez a mi mesa?

Alma había ensayado su discurso varias veces.

—Señor Finch, aprecio su amabilidad y anoche disfruté de su compañía, pero creo correcto decirle que viajo sola por elección así que espero que me perdone si no acepto su invitación.

Johnny parpadeó.

—¿Pero qué he dicho, Dios mío? Querida señora Baranov, debo haberle dado una impresión errónea. El asunto que mencioné no es algo personal. No soy la clase de tipo por el que me toman muchas mujeres. Le aseguro que este es un asunto de interés público. Se trata del desgraciado suceso de la mujer a la que anoche sacaron del agua.

Alma se estremeció y el corazón le comenzó a latir con más fuerza. Necesitaba de toda su fuerza para mantener una apariencia de tranquilidad.

—Estoy de acuerdo en que se trata de un asunto importante, pero no me parece un tema muy apropiado para conversar durante la cena.

Johnny parecía desilusionado.

—No puedo discutirle eso.

—De todas maneras no sé qué puede tener que ver conmigo.

—Sólo en cuanto concierne a cada señora sola que viaja en el barco —se explayó Johnny con un aire desenvuelto que no engañó a Alma—. Pero como usted prefiere no hablar de eso… —levantó las manos en un gesto de indiferencia.

—¿Puede esperarme en el salón después de la cena?

—Le reservaré un lugar —y sonrió.

—¿Sabe? —comentó Johnny una hora después mientras les servían el café en una mesa discretamente situada detrás de una palmera—. Hay cierta preocupación entre los pasajeros sobre el modo en que se conduce esta investigación. Existe la duda de que el oficial a cargo —que debe ser sin duda un hombre escrupuloso— no está trabajando de la manera más efectiva. Por lo que alcancé a oír, se está enterrando bajo una pila de declaraciones, mientras que no se hace nada definido para establecer quién era esa mujer y cómo encontró la muerte. Hay rumores bastante desagradables de que fue asesinada.

—He oído eso —suspiró Alma—, pero espero que no sean más que habladurías.

—Ojalá tenga razón. En el barco se habla mucho de eso. La gente está asustada, querida. No tiene ninguna confianza en la capacidad del señor Saxon para defenderla. Las damas que viajan solas como usted necesitan protección.

—Ah —exclamó Alma, tratando de disimular su alivio. Había leído en los libros de Ethel M. Dell… ¿o era en los de Elinor Glyn…? Sobre los Lotharios que se ofrecían a proteger la virtud de las damas crédulas que viajaban solas—. No siento la necesidad de que me protejan, gracias.

Las arrugas de Johnny se volvieron a retorcer en una expresión apenada.

—No ha entendido, mi querida. Quería hablarle para pedirle si quería unirse a nuestro grupo.

—¿Grupo?

—De «pasajeros unidos por la preocupación». Ya hay más de veinte, pero somos todos hombres y necesitamos una mujer para que aporte el punto de vista femenino. Pensé en usted.

—No —replicó Alma con firmeza—. Yo no.

—¿Por qué no? El capitán es humano. No va a comernos.

—No le veo sentido. ¿Qué esperan conseguir?

—Estaba por llegar a eso. No sé si le mencioné que esto no se limita a las cubiertas superiores. Tenemos gente de las otras clases que está tan preocupada como usted y yo por la manera en que se maneja el asunto. Y ha corrido la voz de que tenemos la suerte de contar entre los pasajeros de segunda clase con alguien que está mucho mejor calificado que el señor Saxon para investigar una muerte misteriosa. Creo que usted habrá oído hablar de él. Se trata del inspector Dew, de Scotland Yard.