Entre las siete y las ocho los pasajeros se reunían en el salón para tomar cocktails. Era la hora en que las señoras exhibían sus vestidos de noche, y los restallantes colores de la seda y el satén se entreveían como chispazos brillantes entre las chaquetas negras y las camisas almidonadas de los hombres. En ese momento crucial del día ni siquiera la intrincada artesanía de los paneles de caoba parecía bastante para la ocasión. El Mauretania estaba concebido para escenas semejantes.
Barbara llevaba un vestido de tafetán verde esmeralda de Lanvin, que había comprado en Londres. En París le hubiera costado la mitad, pero en ese entonces no pensaba en modas. Qué suerte que Livy fuera tan generoso con su dinero. Tenía pendientes de esmeraldas y llevaba un abanico negro. La noche anterior había descubierto que el humo de los cigarros en el salón de fumar era bastante molesto, pero no iba a dejar que eso le impidiera jugar a las cartas. Quería que Paul fuera su compañero de bridge y estaba segura de que la suya sería una combinación ganadora.
—Tendremos que ver si Jack está interesado —sugirió Paul mientras bebían jerez—. No tenemos por qué deducir que lo está.
—Katherine va a jugar —aseguró Barbara—. Anoche me dijo que el bridge es mejor que el whist.
—A lo mejor no quieren jugar juntos después del incidente del dinero.
—Fue una tontería. Apuesto a que ambos estarán felices de tener la oportunidad de resarcirse.
—Tal vez. Tendríamos que preguntarles. ¿Los has visto hoy?
Se oyó el aviso de la cena.
—Qué lástima —suspiró Paul—. Hubiera sido mejor pescarlos antes de la cena.
Los ojos de Barbara estaban fijos en el pasillo que conectaba con el salón de fumar.
—Allí está Jack. Acaba de entrar.
Sortearon un grupo de gente para saludarlo cuando entraba. Tenía una expresión preocupada que no desapareció al saludar a Paul.
—Jack, eres justo la persona que estábamos buscando. ¿Qué te parece una partida de cartas después de cenar? Barbara quiere aprender a jugar al bridge.
—¿Qué? —preguntó Jack con aire ausente.
—Katherine dice que me va a gustar más que el whist —intervino Barbara para apoyar la moción.
—Katherine… ¿han estado hablando con Katherine?
—Oh, sí. Anoche, después de tu partida. Comentó que un viaje por mar es la oportunidad ideal para aprender.
—Sí —asintió Jack, sin el menor asomo de entusiasmo.
—Si prefieres no jugar, creo que podemos encontrar alguna otra persona —comentó Barbara—, debe de ser muy aburrido jugar con una principiante.
—No es eso —titubeó Jack—. No es eso en absoluto.
—Pongámoslo así —exclamó Paul—. Si hablamos con Katherine y ella está de acuerdo, ¿podemos encontrarnos en el salón de fumar como anoche?
Jack pareció no escuchar la pregunta.
—¿Qué más dijo anoche? —le preguntó a Barbara.
—No sé. Nada importante. Tomamos un café. Estaba un poco triste pero se repuso en seguida. Hablamos de cosas de mujeres.
—¿Qué quiere decir con eso?
Barbara se sintió ruborizar.
—Bueno, le conté cómo había conocido a Paul.
—¿Eso fue todo?
—Más o menos. Casi en seguida se fue a acostar. ¿Tendría que haber notado algo?
—No, lo siento. No quise ser curioso.
—No creo que quisiera hacer un problema por aquel pequeño incidente en la partida de cartas —dijo Barbara.
—Tal vez no —respondió Jack—. Ahora, si me disculpan… —Comenzó a dirigirse hacia el salón comedor.
—Pero todavía no nos ha dicho… —empezó a decir Barbara.
Paul le tocó el brazo.
—Vamos a dejarlo por el momento.