Cuando el capitán Rostron volvió al puente de mando el médico del barco estaba esperándolo.
—Si puede concederme unos minutos, capitán, me gustaría que le echara una mirada al cuerpo en la morgue.
—Ya la vi anoche, doctor. Y no la reconocí.
—No se trata de eso. Es algo que nadie notó anoche.
—¿No me lo puede decir?
Los ojos del médico señalaron a los otros oficiales que estaban al alcance de su voz.
—Creo que debería verlo usted mismo, capitán.
—Está bien, terminemos de una vez. Lo haré responsable por arruinarme el almuerzo, doctor.
En el estrecho depósito de la cubierta inferior que a veces servía de morgue, el capitán miró mientras el médico retiraba la sábana e indicaba la razón de su inquietud.
—Entiendo —el capitán dejó escapar un profundo suspiro—. Muy malo, doctor, muy malo. ¿Ya se lo hizo ver al señor Saxon?
—Todavía no, capitán.
—Creo que será mejor que lo haga. Y en seguida. Entre nosotros, espero que esté a la altura de esto. De veras.
Livy Cordell encontró a Barbara poco antes del almuerzo. Estaba sentada en el salón de fumar con Paul. Tenía algunas cartas sobre la mesa y parecían estar discutiendo.
—¡Jesús, qué contento estoy de encontrarte!
—Hola, Livy —saludó Barbara alegremente—. Llegas justo a tiempo. ¿Sabes jugar al bridge? Paul está tratando de enseñarme.
—No te vimos en toda la mañana. Tu madre está enloquecida de preocupación.
Barbara sacudió la cabeza.
—¿Mi madre preocupada? Livy, ¿qué te parece que puedo pensar de una madre que se aterra cuando no aparezco a desayunar? Ya no soy una nena. Me las arreglé para vivir en París durante un año sin que mamá me tuviera de la mano. Tú y yo vamos a tener que charlar un poco con ella.
—Barbara, tiene una razón para preocuparse. No estabas en el salón durante el servicio religioso, ¿no?
—¿Se trata de eso? —Barbara se dirigió a Paul—. Me perdí el servicio. Ahora soy un alma perdida.
Livy ignoró el sarcasmo.
—Me refiero a que no oíste al capitán cuando nos habló de la mujer muerta.
—¿Una mujer muerta? ¿Quién ha muerto?
—De eso se trata. Nadie lo sabe. Se cayó al mar anoche y cuando la recogieron ya estaba muerta. No saben quién es. ¿Entiendes ahora por qué Marjorie está preocupada por ti?
Barbara se puso de pie.
—Será mejor que vaya a verla ahora mismo. ¿Dónde está?
—Fue a buscarte al camarote —cuando Barbara se alejó, Livy se dirigió a Paul—. Esa sí que va a ser una reunión. ¿Quieres una cerveza?
Llevaron sus vasos a la misma mesa.
—¿Así que quieres enseñarle a Barbara a jugar al bridge?
Paul asintió.
—Es un juego divertido. Anoche jugamos al whist con unas personas y hacia el final nos llevábamos muy bien. Dicen que el bridge es mejor, así que estaba tratando de enseñar a Barbara.
—Ustedes dos deberían formar un buen equipo. ¿Acaso no estudiaron juntos matemáticas?
—No sé si esa es una ventaja —respondió Paul, sonriendo.
—Esa gente con la que estaban jugando… ¿cómo es que combinaron una partida con ellos?
—Oh, fue pura casualidad. Estaba hablando con el tipo que me devolvió la billetera y apareció esa mujer a pedirnos que participáramos en los espectáculos del barco.
—¿La que estaba aquí hablando con Barbara?
—Esa misma. Jack hizo algunos comentarios sobre el whist y ella dijo que no nos molestaría más con el espectáculo si aceptábamos jugar con ella una partida de whist. Así que le pedí a Barbara que fuera mi compañera y nos divertimos mucho hasta que los otros se molestaron.
—¿Por qué?
—Lo de siempre. Ella criticó su juego. Él lo tomó bastante bien hasta que la mujer puso dinero sobre la mesa. Jugar por dinero está prohibido, y él le dijo sin rodeos que lo guardara. Todo fue una tontería, pero la gente suele ponerse así con las cartas. Él se fue y ella estuvo a punto de llorar, así que Barbara la tranquilizó.
—Entiendo. ¿Y eso no bastó para alejarlos de las cartas?
—¿Por qué? Nosotros no peleamos, ganamos.
—Barbara no es tan plácida como parece. Se puede poner bastante prepotente en un juego de cartas. No le gusta perder.
—Ya lo descubrí —sonrió Paul—. Es una actitud positiva, Livy. Me gusta.