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Después del desayuno hubo mucha actividad en el salón principal. Un equipo de camareros comenzó a mover las mesas hacia los costados. Trajeron una de las mesas grandes del salón comedor y la colocaron en un extremo, al lado del piano. Arreglaron los sillones y sofás frente a la mesa mientras una escuadra de botones llevaba las sillas del restaurante y las colocaba en hilera detrás de los sillones. Dos muchachos se movieron entre las filas y dejaron un libro de himnos en cada asiento.

A las once menos cuarto los pasajeros de primera clase que deseaban asistir al servicio religioso ocuparon sus puestos. Todos los sillones quedaron ocupados y los que llegaron tarde se sentaron en las sillas. A las once menos cinco la concurrencia se completó con los pasajeros de segunda y tercera clase. Los que no pudieron obtener sillas se pararon al fondo del salón junto con los miembros de la tripulación. Entre ellos estaba Walter, con aire compuesto.

Alma estaba varias filas más adelante y tenía la seguridad de que él la había visto. Una sola vez se volvió para mirarlo. Trataba de mantener la calma. Era una desgracia que hubieran recuperado el cuerpo de Lydia, pero no era el fin. ¿Quién iba a saber que se trataba de Lydia? No era más que una mujer desconocida que había caído o saltado por la borda. Al controlar la lista de pasajeros se darían cuenta de que no faltaba nadie. Sería un eterno misterio.

El capitán Rostron entró al salón acompañado por los oficiales principales. Tomaron sus lugares en la mesa y el servicio comenzó con un himno. El comisario de a bordo leyó el sermón sobre «aquellos que van al mar en barcos y tienen sus ocupaciones en las grandes aguas». La congregación se puso de pie mientras el capitán decía las oraciones, luego se leyó otro capítulo y se cantó otro himno.

Después del himno el capitán les pidió a todos que se sentaran. Dio la vuelta a la mesa y se situó delante.

—Damas y caballeros, nuestro servicio ha concluido. No acostumbro a dirigirme a los pasajeros en esta ocasión, pero algo que sucedió anoche hace que me sienta compelido a hablarles. Algunos de ustedes saben que se vio caer al mar a una pasajera. Me informaron del hecho y en seguida di orden de que el barco diera vuelta y se efectuara la búsqueda. La pasajera fue rescatada, pero ya era tarde para salvarle la vida. No estamos seguros de quién era o en qué circunstancias ocurrió el trágico incidente. El oficial sargento, señor Saxon —señaló a uno de los oficiales, que se puso de pie— está haciendo algunas averiguaciones. Si alguien puede ayudarnos a identificarla o darnos cualquier dato que pueda aclarar de alguna manera lo que pasó, le agradecería que hablara con él. Su oficina está al lado de la del comisario de a bordo. Lo único que quisiera agregar es que este tipo de tragedias sucede cada tanto en los grandes transatlánticos que efectúan travesías oceánicas con más de dos mil pasajeros a bordo y ochocientos tripulantes. Las acciones correspondientes recaen en el capitán, pero la rutina del barco debe continuar. Espero que lo que ha sucedido no les impida disfrutar de su viaje en el Mauretania.

El capitán Rostron tomó su libro de oraciones y abandonó el salón. Un murmullo en un sector de la concurrencia se convirtió muy pronto en un coro a viva voz. Cada pasajero tenía algún detalle interesante de la noche anterior para contar. Se habían escuchado ruidos, visto extraños, movimientos, mujeres solitarias en cubierta… Los que habían presenciado la búsqueda…

Alma se volvió e hizo como que escuchaba a un hombre de una fila de atrás que aseguraba haber oído un grito. Miró hacia Walter, y sus ojos se encontraron. No parecía perturbado. Él hizo un movimiento apenas perceptible con la cabeza, moviéndola de lado a lado. Luego dio media vuelta y se unió a los otros pasajeros que ya se retiraban por la puerta. Alma entendió lo que quería decir. No había por qué alarmarse. Se levantó y se abrió paso por la fila hasta la otra puerta.

Marjorie Cordell había conseguido un sillón en la segunda fila. Los himnos le habían parecido bien pero el capitán no.

—Para él es fácil decirnos que no nos asustemos; sacan cuerpos del agua en cada viaje. Pero a mí no me convence. Supongamos que la pobre mujer fue empujada. ¿Quién va a descubrirlo? ¿Ese hombrecito de bigotes colorados que se alzó cuando el capitán dijo su nombre? Pues a mí no me inspira mucha confianza.

—No, en realidad no. En eso tiene razón —afirmó una mujer que estaba al lado de ella.

—Marje, si me permites, te diré que estamos todos en el mismo barco —sugirió Livy desde el otro lado—. Es el tipo de trabajo para el que está capacitado un sargento de marina. Es el policía del barco. En caso de líos, él es el que se encarga de ello. Polizones, contrabandistas, borrachos…

—Los polizones son una cosa y los asesinatos otra —interrumpió Marjorie con acidez.

—Por Dios, ¿quien habló de asesinato?

—Yo pensé en un suicidio —sugirió la mujer a la derecha de Marjorie.

—Asesinato, suicidio, accidente… ¿realmente creen que el bigotes colorados pueda darse cuenta de la diferencia?

—Se llama Saxon, tesoro.

—Te diré algo, Livy. Si se hubiera tratado de mí o de mi hija no estarías tan contento de que él estuviera a cargo. ¿Dónde está Barbara? No la he visto por aquí.

—No. Supongo que decidió perderse el servicio.

—Tampoco la vimos a la hora del desayuno. ¡Oh, Dios mío! Livy, ¿dónde está? —Marjorie se puso de pie y miró desesperada a su alrededor.

—Tranquila, Marjorie. Puede estar en cualquier parte… en su camarote, en el café, en la biblioteca. Puede estar tirada al sol en algún lado.

Marjorie emitió un grito de angustia.

—Me refiero a una hamaca, querida, una hamaca.

—Tenemos que encontrarla.

—Está bien. Tú ve al camarote y yo miraré en los otros lugares.

—¿No deberíamos hablar con el capitán? Podrían llamarla por los altavoces.

—No antes de que la busquemos, Marjorie. Haz lo que te digo, ¿quieres?