18

Se despertó al oír los ruidos que hacía alguien que circulaba por el corredor. Era el camarero que servía el desayuno. Por el ojo de buey entraba la luz del sol; Alma controló su reloj. Eran casi las ocho de la mañana del domingo y había dormido por lo menos siete horas. Se estiró. Pensó en Walter en su camarote. ¿Habría dormido bien?

Se bañó, se vistió y fue a desayunar. El restaurante estaba lleno de gente usaba ropa más ligera. Los oficiales del barco vestían de blanco.

Fue hasta su mesa. El desayuno era una comida para disfrutar a solas y si Johnny Finch se acercaba no pensaba aceptar la invitación a acompañarlo. Ni siquiera miró para ver si estaba allí. Comió sin ser molestada, con apetito.

Pero no era el tipo de hombre que desaparecía por mucho tiempo. Después de abandonar el restaurante, Aloma subió a la cubierta de los botes a tomar un poco de aire. Era una mañana gloriosa para dar un paseo. Después de caminar unos pocos pasos sintió la voz conocida.

—Alguien ha salido para demostrar que anoche se fue a la cama temprano.

Estaba sentado en una hamaca con los pies levantados y vestía pantalones de franela blanca.

Alma se detuvo a saludarlo.

—¿De veras que durmió bien? —preguntó Johnny.

—Sí, gracias. Me sentí muy cómoda.

—Tuvo suerte. Yo estuve levantado la mitad de la noche.

Alma sonrió.

—No debería contar tantos cuentos.

—No mi querida no fue por eso. Fue por todo ese lío. Ocurrió poco después que usted se fuera a acostar. El bendito barco cambió de rumbo.

—Me pareció notar algo.

—Nosotros también. Todos subimos a cubierta para ver. Éramos como cincuenta personas aquí arriba preguntando qué pasaba. Nadie parecía saberlo. Pero le doy mi palabra de que dimos la vuelta y volvimos hacia Inglaterra. Y luego dimos vuelta otra vez. El barco dio la vuelta completa.

—¿Por qué? —preguntó Alma.

—Alguien cayó al agua.

Alma quedó paralizada.

—¿Qué dijo?

—Que alguien cayó al agua. Algún pobre desgraciado se cayó del barco. Una pareja que estaba flirteando a la luz de la luna en la cubierta de los botes hizo girar el barco para buscarlo. Son las reglas, según me dijeron. Tienen que dar la vuelta al barco y buscar, aunque no haya muchas probabilidades de encontrar nada. Así que encendieron los reflectores mientras el barco viraba. Son luces muy poderosas y todos nos asomamos por la borda para tratar de ayudar. ¿Y puede creer, mi querida, que la encontramos?

—¿La encontraron?

—Sí. Era una mujer, pobrecita. Bajaron un bote y la sacaron de agua, pero ya estaba muerta. Qué horrible manera de morir.