El martes no hubo besos. Pero sí charla entusiasta y seria. Y mientras hablaban, Alma se dio cuenta de que esto los unía más que un beso, porque Walter la estaba introduciendo en la crisis de su matrimonio. Le dijo que Lydia todavía pensaba irse a los Estados Unidos.
—Se niega a discutirlo —se quejó Walter—. Hace los arreglos hora a hora. Le ha escrito a Chaplin avisándole de su llegada. Ha estado mostrando la casa… ya está en venta, ¿sabes? Incluso está regalando los adornos a los amigos y vecinos porque no quiere llevarlos con ella. Y se ha comprado muchísima ropa para el viaje.
—¿Ya reservó el pasaje?
—Lo va a reservar apenas tenga un comprador para la casa. Por lo que me dice, ya hay dos ofertas —se detuvo un instante—. Y además quiere que me deshaga del consultorio.
Alma lo miró desde el aparador, a punto de servir la comida.
—Walter, eso es ridículo. ¿Todavía no se da cuenta ella de que eso significa que debes abandonar todo lo que te ha costado tanto esfuerzo?
—Sí, por supuesto que se da cuenta.
A Alma le pareció escuchar una nota de resignación en su voz.
—No piensas hacerlo, ¿no? —preguntó, sin poder ocultar su ansiedad. Trató de disimular ocupándose de los platos.
—Creo que no estoy en posición de negarme. Créeme Alma, para mí es una agonía, pero sin el dinero de Lydia no podría seguir. Mis honorarios no alcanzan para pagar el alquiler y seguir viviendo. Dentro de unos años puede ser, pero no ahora.
—¿No puedes mudarte a un consultorio más barato?
—No tengo capital para volver a instalarme. Ni pensarlo.
Alma estaba estupefacta. Walter la iba a dejar. Luchó con las lágrimas.
—Todo este asunto de ir a los Estados Unidos no tiene sentido.
—Ya lo sé, querida. Es quijotesco. Está arriesgando todo lo que tenemos.
¡Y él había capitulado! ¿Por qué no luchaba? Tenía que persuadirlo de que aún se podía hacer algo.
—Walter, la otra noche me dijiste que tu matrimonio con Lydia había sido una transacción comercial.
—Es cierto —y agregó con tono cáustico—. Y ahora tengo que pagar.
—¿No puedes convencerla de que sería más lógico que tú conservaras tu consultorio para tener algo adónde volver si sus esperanzas no se materializaran?
—Querida, cuando tú lo dices parece razonable, pero Lydia se niega a considerar la posibilidad de un fracaso.
Alma no se daba por vencida.
—Tal vez acepte ir sola y que tú vayas después. Supongo que habrá mucho de qué ocuparse con la venta de la casa y de tu instrumental.
Walter dijo que una inmobiliaria se ocuparía de todo. Alma insistió. Hablaron con tanta intensidad que el guiso de pato desapareció junto con los platos antes de que Walter pudiera felicitar a Alma por su comida. Todavía dudaba de que Lydia aceptara, pero aceptó la idea de sugerirle que era mejor que él se quedara en Inglaterra mientras ella se daba a conocer en Hollywood.
Quedaron en encontrarse para almorzar el viernes, así podría contarle la respuesta de Lydia.
—Es un momento difícil —gimió Walter mientras se ponía el sombrero—. No debería cargarte con mis problemas.
—Quiero compartirlos —le respondió Alma con franqueza.
Después de que Walter se hubo ido, encontró la colilla de uno de sus cigarros en el cenicero. Esa noche lo encendió en su dormitorio e imaginó que él estaba allí.
En algún momento de la noche le vino a la cabeza una posible solución. Era extravagante y peligrosa, un último recurso. Seguramente a la mañana siguiente le parecería ridículo, pero mientras pensaba en ello y lo planeaba paso a paso, le pareció cada vez más admisible.