5

Cuando Walter volvió a Putney, su comida estaba incomible. La cocinera dijo que le prepararía una ensalada.

Lydia los había oído hablar.

—Te has tomado tu tiempo —le dijo al entrar en el recibidor.

—He pensado que te gustarían —le alcanzó las rosas.

Fue una sorpresa agradable. Mientras él no estaba ella había pensado en abandonarlo.

—¿Dónde las has conseguido, Walter? —fue lo más parecido a un agradecimiento que pudo decir.

—No las robé del jardín vecino.

Lydia se las devolvió.

—Dile a Sylvia que las ponga en un florero. ¿Te han dado mi álbum?

—Sí.

Pero ella vio que el libro no estaba bajo su brazo y mientras le hacía la pregunta vio cómo se tensaba su mano libre.

—¿A quién has visto?

—Al director. Todavía está en el bar.

—No me sorprende. Esta tarde apestaba a ginebra.

—Ha dicho que habías estado muy bien, querida.

—Hipócrita. Siempre dicen eso.

—Te ha elogiado mucho.

—Hummm —estiró los labios con desprecio.

—Le daré las flores a Sylvia —dijo Walter.

—¿Qué ha dicho?

—¿Cómo?

—El elogio.

—Ah. Ha asegurado que eras una verdadera profesional.

—¡Cómo si supiera mucho de eso!

—No ha sido todo lo que ha dicho.

—¿Qué más?

—Voy a buscar a Sylvia —había cruzado hasta el hall—. ¿Te gustarían en tu dormitorio? Quedarían bien en la escalera, en la jardinera de mayólica.

—Deja que se ocupe Sylvia. Déjalas sobre la mesa y vuelve a contarme exactamente lo que ha dicho Jasper.

Él habló desde el corredor que daba a la cocina.

—¿Te gustaría tomar un vaso de borgoña? Yo voy a beber uno con la ensalada.

Lydia hizo un gesto de enojo. En algunas ocasiones ese maldito era tan evasivo… No podía comprobar si tenía algo importante que decirle o si estaba ganando tiempo por lo del álbum. Hacía las cosas de manera deliberada. Sabía lo importante que era el teatro en su vida. Lo necesitaba como una droga. Era muy penoso andar por las provincias exhibiéndose con esas obras pero no podía dejar de hacerlo.

Había nacido entre bambalinas en uno de los seis teatros propiedad de su padre… todo lo que le importaba estaba conectado con el teatro. Antes de cumplir veinte años ya conocía a Pinero, Barrie y Shaw. Había actuado en el Adelphi. Sir Herbert Tree le había dicho que en un par de años tendría el poder de esclavizar al público del West End. Sin embargo había visto los peligros de una vida dedicada solamente al teatro. Era vital para su carácter y su arte mantener un lazo con el mundo real. Se había casado con Walter y financiado su carrera con parte de la herencia de su padre y él era su defensa contra lo irreal. ¿Qué podía ser más terrenal que un marido que arrancaba dientes?

Walter volvió al comedor con su ensalada y dos copas de vino en una bandeja. Le alcanzó una ceremoniosamente y se sentó enfrente de ella en el sillón de respaldo alto que su padre usaba para las oraciones familiares. Lydia se estiró la falda en un gesto nervioso.

—Querida —susurró Walter—. Tengo algo bastante importante que discutir contigo.