XVII

Conclusiones más o menos discutibles

En el bar 1-2-3 estábamos comentando estos últimos capítulos de la tesis de Nancy —aunque faltaban aún las conclusiones— el profesor Blacksen y yo. Más tarde llegó Laury preguntando por Nancy. Le dijimos que no sabíamos si vendría, pero comentamos algunos aspectos de sus nuevos capítulos. La tesis en realidad estaba casi terminada, y al decirle algunas de las cosas que contenía, Laury exclamó: —¡Qué niña esa!

—Lo que pasa —le dije, sondeando— es que a usted le gusta Nancy y está celoso del profesor Blacksen.

Con esas palabras yo estaba tratando de movilizar un duende gitano, según las teorías de Cantueso.

Laury soltó a reír bajo la mirada de jerifalte agresor de Blacksen, una mirada de verdadero vándalo que me hizo gracia. Luego Laury se levantó y fue a la gramola a poner «Aniversario», como siempre, por complacer —tal vez desagraviar— a Blacksen. Al ir y al volver tropezó con una silla, porque la tarde estaba nublosa, en el bar, según costumbre, había poca luz y él se había dejado las gafas en la mesa. Así y todo, el hecho de que volviera a tropezar cuando regresaba (habiendo olvidado la misma experiencia de un minuto antes) fue para mí una revelación. Mi duende procura, trabajaba.

Estaba pensando en Nancy. Al sentarse de nuevo, dijo:

—El amor no existe. Es una ilusión ridícula.

Blacksen estaba de acuerdo, al parecer. Los dos se defendían de mi duende.

—Es una invención de las mujeres, un agente impulsor que diría Nancy, y lo hemos inventado para hacer más rica pero más incómoda nuestra realidad. ¿Cree usted en la realidad inmanente, la de la piedra?

—¿La piedra dentro del sombrero? ¡Qué remedio! Eso no será nunca subjetivo ni trascendente —declaré yo, pensando en el duende puntillero, aunque no recordaba exactamente en qué consistía.

—Será subjetivo —dijo Laury con su acento ensoñecido— para Nancy, pero no para mí. A mí Nancy sólo me convencería en la cama.

Blacksen parpadeó, herido por el choque.

Yo me quedé un poco sorprendido. Parece que mis dos duendes seguían su tarea. Para evitar esa fijación expuse a Blacksen mis opiniones sobre las teorías de los gitanos, según las cuales habían acabado con la monarquía de los Austrias (con Carlos II) y traído la de los Borbones, que, al fin, eran un poco más liberales. Con la ayuda de los Martell, generación de los condes franceses gitanos. La verdad es que en Nápoles, de donde venía Carlos III, tampoco faltaban los calés. Todos estos eran datos a considerar.

Nos pusimos a discutir si era posible o no y decidimos aplazar la decisión hasta que Nancy nos entregara el final de la tesis, que parecía que iba a ser breve pero sustancioso. Las conclusiones suelen exponerse en un par de páginas y, al igual que las piezas sinfónicas acaban las tesis, con la misma nota con la que comienzan en la introducción. Lo bueno en el mundo siempre es redondo como el mundo mismo, como el universo y como el anillo de Salomón.

Parecía aquel día Blacksen especialmente melancólico y el vals «Aniversario» no le ayudaba mucho, porque era también de una enfermiza tristeza. Con la naturalidad y la indiferencia con que solía hablar siempre Laury, dijo:

—Mi tía Betsy cuando oye ese vals se pone a llorar.

Eso pareció confortar a Blacksen. Miraba lo que tenía delante sin verlo, hundido en sus añoranzas hiperbóreas y oía lo que decíamos sin escuchar y sin intervenir en el diálogo. Mis duendes lo trabajaban.

Laury seguía creyendo que la vida era la tarea maravillosa de un gran dios humorista. Y él aprovechaba la menor oportunidad para reír a carcajadas.

Lo que más gracia le hacía por el momento era la universidad, que era lo que tenía más cerca. Cuando un profesor no servía para la clase porque lo ignoraba todo, pero era sociable, tonto, un poco decorativo y especialmente vacío de ideas y convicciones lo hacían decano, que es un puesto que requiere una personalidad sin esquinas ni ángulos. Es decir, más bien una cierta impersonalidad.

Y el decano puede tener tan acusadas esas cualidades que tal vez lo hacen presidente, es decir, rector. Sobre todo si tiene alguna base económica y no necesita el sueldo para vivir. Eso no quiere decir que no lo cobre.

Laury quería mucho al jefe del departamento de francés que se había casado con una mujer muy rica (fundadora de un museo de arte moderno, que ya es decir en cuanto a dinero) y que por excepción era, también, una mujer encantadora y nada pretenciosa. El profesor solía decir en las reuniones de la facultad, después de discrepar de las opiniones de presidentes y decanos y jefes de departamentos:

—Si me niegan el contrato para el año que viene se me da un bledo, porque mi mujer es rica y tenemos más ingresos que todos ustedes juntos.

La gente reía con envidia y cierta simpatía. Luego ese profesor solía decirme a mí:

—En mi casa los pantalones los lleva mi mujer. Desde el primer día. No hay nada más cómodo en la vida.

Aunque aquel profesor sabía mucho de literatura francesa y en general de arte y de letras, ponía todo el énfasis de su vida en la buena cocina. Era un gourmet fabuloso y a veces nos invitaba a unas comidas de una suculencia que no pudieron imaginar Brillant Savarin ni los doce pares de Francia.

Llegó Nancy al bar y nos pusimos a discutir sobre su tesis. Discutíamos apasionadamente.

El profesor Blacksen parecía a veces ausente, pero de pronto sacaba su pluma (una pluma de oro, regalo de sus alumnos) y escribía en un cuadernito que no abandonaba nunca: «Discrepancias de criterio entre el profesor S. y Nancy sobre el gachó del harpa».

Yo le decía a Nancy que ese «gachó» no tenía importancia alguna, y ella insistía en que era uno de los más importantes del mundo gitano o tal vez en las fronteras del mundo gitano, pero relacionado con él. Había dedicado largas investigaciones al asunto y estaba casi convencida de que por el momento era el compositor don Manuel de Falla. Nada menos.

Les había preguntado a varios gitanos. El Cantueso le dijo: «Don Manolito no es un calé, pero atrapa muy bien la almendrita del cante».

«Curro tenía otra opinión:

»—Prefiero al Tripa con su guitarra.

»—No se trata de guitarra, sino del verdadero gachó. ¿No tiene un harpa, Falla, en su orquesta?

»—No sé, mi niña. Lo que tiene es un arboroto de violines y clarinetes que Dios te ampare—. Curro decía también que Falla estaba en Francia y que se había hecho miembro de una cofradía o cosa parecida que se llamaba er Galimatías. Al parecer lo dirigía un tal Matías de las Galias, gitano de importancia, aunque no tanta como los Martel. Yo no lo creía a Curro. Mentía demasiado».

Nunca pudimos ponernos de acuerdo Nancy y yo sobre eso del harpa. Era en ella una manía, como la del paripé.

Acababa yo por derivar la discusión a otras materias porque dudaba Nancy entre Andrés Segovia y Manuel de Falla en cuanto a importancia. Me dijo que había preguntado al Cantueso sobre Segovia y el viejo le dijo:

—Andresiyo es er chachipé, pero el agua de la mar le quita er duende porque siempre anda que si voy a las Américas que si vuelvo de las Américas, y así se le va la enjundia y se pone a tocar hasta a uno que llaman er Chopin, que no tiene nada de calé.

Tuvimos que abandonar el tema del gachó del harpa.

Laury, alto, desgarbado y adusto cuando no reía (aunque reía casi siempre) sentía por el profesor Blacksen una gran simpatía. Pero era un cínico.

—¿Es posible, le dije yo un día, que no tome usted nada en serio?

—Y tan posible.

—Al menos se toma en serio a sí mismo.

—Cuando duermo y sueño no tengo más remedio, porque mi corazón se esfuma y entonces el mundo inconsciente, el animal, reaparece. Todos los animales se toman a sí mismos en serio. Cuanto más animales, más en serio se toman. Y el que menos en serio se toma a sí mismo es el que más se parece al hombre: el mono. El mono, que, como ha dicho alguien, es un hombre degenerado. Es decir, que antes fue hombre y que ha ido degenerando, según dicen. Yo diría lo contrario, que ha ido perfeccionándose. Yo lo considero superior a los decanos del colegio de Ciencias, puestos a decir alguien importante. El mono no construye acorazados ni aviones para destruirlos en la guerra, no levanta hospitales para curar a los heridos que él mismo produce, no organiza religiones para justificar sus pecados, no escribe versos de amor para conquistar a la hembra. ¿Usted ha visto con qué desprecio nos miran los monos desde sus jaulas?

Nancy, indignada, se levantó y dijo que se le hacía tarde. Nos quedamos discutiendo estas importantes cuestiones cuando Blacksen, que parecía ausente y lejano, suspiró y dijo:

—Estoy pensando en retirarme y marcharme a Finlandia.

Como el país donde vivimos es seco a pesar de la proximidad del mar, pensamos que sentía la nostalgia de los lagos. Yo le dije que en Finlandia vivió como cónsul un poeta español que se suicidó. Parece que la melancolía llega a todas partes.

—Bueno, él era español —dijo Blacksen como justificando de la misma manera su nostalgia de expatriado.

Nos quedamos callados. Laury se había puesto repentinamente serio como solía suceder cuando oía hablar de suicidios. Blacksen me preguntó con una curiosidad que yo consideré enfermiza:

—¿Por qué se suicidó el español?

—Era cónsul de España, allí —repetí.

—Pero ser cónsul no justifica el suicidio.

—No, es verdad. Pero tenía talento literario.

—Eso ya comienza a ser más razonable —dijo Laury—, pero tampoco basta.

—Bueno, se suicidó el día anterior a la llegada de su esposa, que le había telegrafiado desde Berlín diciendo el día de su arribada.

Los dos amigos míos soltaron a reír.

—Es que el poeta —expliqué— estaba enamorado de otra mujer, con la que vivía en Finlandia.

—Ahhhh, toujours l’amour —dijo Laury en broma.

Nuestro amigo, el profesor Blacksen, dijo sentenciosamente que el amor a falta de otra cosa era compañía y amistad. Es decir, era «no estar solo». Pero Laury discrepaba. El amor y la amistad eran incompatibles. El sexo es la bestia, y no admite sino el canibalismo como solución. Uno de los dos se come al otro. Y el que no se deja comer hace desgraciado al otro. Y si se deja comer sucumbe.

Para Laury el mal menor era una amistad distante, con sexo.

Yo pensaba en Nancy, muchacha de veras atractiva. Tenía una especie de inocencia perversa como suele ser la de los niños a los siete u ocho años, cuando comienzan a enfrentarse en el embuste y la bellaquería.

Con la ventaja de que Nancy no era embustera ni bellaca.

Un poco desenfrenada, quizá. Pero nadie lo diría viéndola ir y venir, afrontar las situaciones y salir de ellas incólume. Yo le tenía simpatía. Además su tesis tenía salidas de un humor inocente que sólo yo podía gozar, porque a Blacksen le faltaban antecedentes en el idioma y las costumbres.

Es decir, que yo leía y retocaba la tesis de Nancy con placer dejando sin explicar algunos de sus errores porque le daban atractivo.

A los españoles, las tonterías de la mujer bonita nos encantan. Y ellas son tan inteligentes, que se fingen tontas a veces para embaucarnos. ¡Oh, las mujeres! Yo, algunos días no creía en ellas, pero creía en el amor. Otros días no creía en el amor, pero creía en ellas. Según amanecía el tiempo y según la carga magnética del aire.

Pero el pobre Blacksen estaba más deprimido, y lo veía yo en la manera de pedir un whisky detrás de otro.

No tenía motivos para su depresión. La universidad (una universidad de las mejores de California) lo trataba bien, tenía un salario alto, los alumnos le querían. ¿Qué más podía pedir?

La biblioteca de la universidad, que era excelente, aunque un poco desorganizada, tenía todos los libros que Blacksen podía apetecer y es verdad que solía llevar a su casa diez o doce cada semana.

Se podía pensar en Blacksen como en un hombre feliz. Yo le dije un día:

—Lo que le pasa a usted es que está fuera de su centro, no geográfico, sino vital, cosa peligrosa en un antropólogo.

—¿Quiere decir?

—Usted es un vándalo y está viviendo como un ángel.

Eso del vandalismo le alarmó y yo le expliqué que los vándalos que llegaron a España hacia el siglo y de la era cristiana fueron empujados por los visigodos fuera del país y se establecieron en el norte de África. Yo había estado en la policía indígena marroquí como alférez y tenía un sargento que se llamaba como él —Blacksen— y que era un guerrero perfecto. Un animal de presa. De origen vándalo. Todavía era rubio como sus remotísimos ancestros.

Pero se había hecho árabe y era feliz matando a otros árabes y rezando a Alá por las mañanas y por las tardes. Por veintidós duros mensuales que le daba el gobierno español, asesinaba a su padre y al caer el sol se ponía de rodillas, se inclinaba hacia adelante y rezaba bajo la voz lejana del muezin.

—Quizá a usted le falta todo eso —le dije en broma—. Está fuera de su centro.

Blacksen seguía lejano y ausente.

Al día siguiente, y a la misma hora, estábamos, los tres, en el bar cuando llegó Nancy con las últimas páginas de su tesis. Blacksen hizo un gesto desmayado con la mano indicando que podía llevármelas yo y que ya se las daría cuando las hubiera leído. Aquello le extrañó a Nancy, porque solía ser Blacksen el que leía primero sus manuscritos.

Y miró a Blacksen con cierta condolencia, como si pensara: «El pobre comienza a sentirse viejo y ya no le animan ni siquiera los frenéticos gitanos».

La verdad es que yo me fui con Nancy y allí se quedaron el profesor y Laury, que parecían acercarse más en sus opiniones. Nancy me llevó a mi casa en su coche, que era un thunderbirth blanco convertible de los pocos que quedan ya.

—Pobre Blacksen —me dijo.

En el bar, el profesor y el alumno que, como dije, eran vecinos, se pusieron a hacerse confidencias. Los dos bebían seco y fuerte. Y no se emborrachaban nunca. El estudiante conocía sus fuerzas y no iba más allá de ciertos límites. Un borracho con sus ideas habría sido de veras intolerable. O quizá genialmente divertido. ¡Quién sabe!

Cuando yo me fui, tal vez hablaron mal de mí, porque yo creía más o menos (más bien, más) en la vida. Había tenido motivos para perder esa fe, pero hay dentro de mí, siempre, algo que me ha hecho ver la existencia como un milagro de cada instante y ese milagro me intriga y me apasiona. Sé que hay más pérdidas que ganancias en este negocio del vivir, pero hay «flashes» de felicidad con un fondo de infinitud que me parecen milagrosos.

Principalmente, en materia de amor u odio (nunca de indiferencia). En eso soy un poco frenético también, como los gitanos; con la diferencia de que mi frenesí es secreto y nadie lo ve. El de los gitanos es explosivo.

En casa leí las conclusiones de Nancy. Primero repetía algunos de los procedimientos que usaban los gitanos para embrujar a Carlos II y para profetizar la suerte de Eugenia de Montijo. Luego añadía: «Esos procedimientos se lograban con el duende-resabiado, bajo las estrellas, y cuando se producían con la influencia de Marte creo que se llamaban martingalas».

«Para acabar con Carlos II o, más tarde, con algunos gobernantes cenizos, el primer elemento que usaban era la calumnia. Para que la calumnia surtiera efectos además del agente adecuado entre los que ya conocemos, tenía que haber uno nuevo que llamaban el afianzador, y solía ser un testigo falso. Así, pues, cuando dijeron de Carlos II que era impotente (lo que no era verdad) apareció una gitana hermosa que dijo que había estado acostada con el rey en su camarín y que no había pasado nada. Con este testimonio se creaba un agente que yo llamo sicofántico y me recuerda un cuento (nota al pie) un poco atrevido, pero en materia de subculturas no debemos andar con gazmoñerías sino ir a la pura y cruda verdad. Este incidente es el de una señora que fue a ver al psiquiatra y le preguntó:

»—¿Es usted el Sr. Ppppsiquiatra?

»—Sí, señora. Pero aquí no se pronuncia la p. Así, debe usted decir simplemente el señor siquiatra.

»—Oh, entonces ¿aquí no se pronuncia la p?

»—No, señora, en esta clase de trabajo. Siquiatra —repitió.

»—Bueno, señor siquiatra, vengo a decirle que a mi marido .edro no se le .ara el .i.í.

»—Si no se la .ara el .i.í con una mujer como usted, no se le .arará con la más grande .uta del mundo.

»Este es el cuento que me contó Curro, con su inocente humor erótico de siempre. Yo se lo conté a Quin y él me dijo que era de mal gusto, pero se rió.

»En todo caso, la calumnia produce siempre su efecto. Según el Cantueso, puede ser obviamente mentira, pero “siempre deja un regustillo de verdá”, aunque todo el mundo sepa que es falso. Así, cuando se dice de un hombre que es homosexual, aunque sea el más macho del mundo, “siempre queda algo”. Ya lo decían los contrarrevolucionarios franceses en tiempo de la Enciclopedia: “Calumnia, que algo queda”.

»Los gitanos, para asegurarse, tienen que hacer uso del afianzador, y eso crea un nuevo duende que es lo que yo llamo el sicofante, y por uno de esos milagros que sólo los gitanos conocen ese sicofante sembraba la cizaña y lo que era una calumnia se convertía en verdad y Carlos II, si no era impotente, al menos quedaba estéril. Y la verdad es que no tuvo hijos.

»Para que todo eso sea posible, el gitano tiene que convocar a los agentes adecuados (uno o dos, lo más) con una música y danza a una hora especial, cuando el triángulo de las estrellas no es el del sol-venus-luna, sino el de Venus, luna, manús (es decir, gitano que hace intervenir al duende eficaz). Eso no es posible todos los días, sino cuando Venus aparece cerca de la luna creciente, que es pocas veces, y desde la luna sale un rayo para Venus y de Venus para el ojo del calé, todo entre dos luces.

»El triángulo con el sol no es posible, porque al Undivé no se le puede mirar de frente sin quedar cegado, y cuando está envuelto en neblina y se ve como una oblea amarilla no sirve, porque ha perdido la gracia, que está en los rayos, de parte de los cuales viene el furcazo.

»Como se ve, es complicada la nigromancia de los gitanos, pero bastante segura. En ellos afianza esa seguridad el carácter frenético del gitano que pone toda su sustancia o su sarsa cañí (así dicen ellos) en el envite.

»Saben, como creo haber dicho, que cada cosa tiene su contraria incluso en las palabras (por ejemplo, pecho es lo que va delante, y chepo lo que va detrás, en la espalda). Andarse a la flor del berro es gozarla a todo dar, sin responsabilidad alguna, pero también allí se atrapa el berrinche, que es intoxicación por el berro. Encenagarse es abandonarse placenteramente a un vicio gustoso, pero también viene de ahí —es lo que quiere decir— indigestión por una cena demasiado fuerte con consecuencias a veces mortales. Sabio es bueno, pero resabio es malo. Tienen artes secretas como la Chapucería, que se llama birriosa cuando interviene el vidrio. Y la alfarería, donde hacen pucheros cociendo el barro con una retama que le llaman chamusco. El que hace pucheros suele llorar con frecuencia porque debe ser un oficio deprimente.

»Sería el cuento de nunca acabar si fuera a citar todas las actividades secretas o públicas del gitano, pero la más importante ya la he dejado medio referida y tal vez no debiera hacerlo, porque ese triángulo de Venus, la luna y el manús, que crea la efectividad del mengue bato, es un, triángulo muy agudo que penetra hasta las entrañas del busnó, como ellos dicen, y queda así perdidito. De todo eso únicamente se salvan los guardias civiles porque nunca hallan los gitanos un afianzador para la calumnia. Y por mucho que hagan con el triángulo entre dos luces, los duendes no funcionan. Y el furcazo lo tienen los guardias en el rifle.

»Es verdad que en tiempos de Carlos II no existía la guardia civil, lo que no dejaba de ser una ventaja para los calés.

»El triángulo de Venus-luna-manús es el que decide, por un lado, el mal de ojo, y, por otro, la adivinación y la profecía, que no es tal realmente, sino que consiste en un mal deseo del gachó que moviliza a los mengues del bají y los hace trabajar en la dirección que le conviene, de tal manera que provocan los hechos que el gachó había anunciado. Así, Eugenia de Montijo se casó con Napoleón III. Por un deseo de los gitanos promovido artificialmente.

»Para que los duendes se pongan a trabajar es necesario acumular antes en un lugar sombrío una cantidad considerable de leche agria y corrompida. Por la mala leche conjuran las defensas posibles del busnó (el del carajo, según Borrow) y ya en ese nivel del embrujo el triángulo luna-Venus-manús comienza a funcionar si se proyecta sobre el ojo izquierdo del calé o la calí que está haciendo la faena. Para eso emplean algunos un espejito roto cuando la rajadura se ha hecho en forma de cruz. Y por encima del hombro y a sus espaldas ven las líneas del triángulo, que es ni más ni menos el mismo triángulo que hacen los astrónomos para establecer la distancia de una estrella. Yo no recuerdo exactamente la técnica, pero consiste, por decirlo aproximadamente, en un efecto primero que llaman pasmo y otros embauque, por las coordenadas que ellos saben y que producen el beriberi. Con todo esto tienen al payo ya en posición, y si quieren darle una pequeña molestia convocan al mengue menor del tabardillo o de la canijera o del panadizo, este por debajo del brazo. Entonces el calé pregunta a su agente: ¿Cómo está? El agente suele responder: “Está talcualillo”, con lo que quiere decir que se puede ir más a fondo. Entonces el calé se pone a camelar con sus agentes mayores, que son gente respetable llamada los mangantes, quienes producen la filfa y en otros casos una situación dudosa y sarcástica que llaman, según creo, la jonjana. Es el momento adecuado para arrimar candela (es la expresión consagrada por el uso) y comenzar a hacer daño a la víctima elegida, para lo que, en definitiva, no es sino un embrujamiento.

»Muchas son las consideraciones que se nos ofrecen al llegar al embrujamiento, que se puede limitar al mal de ojo o a la promoción de un experto que llaman el fullero, quien produce estados cuya expresión técnica es el mogollón, en los cuales el beneficio económico es probable además del mal de ojo. Pero hay otros casos más graves de profecía y adivinación o bien de furcazo por triangulación directa y mirada de reojo al estilo ballestilla. Esto produce efectos seguros con todo el mundo menos con una especie de superpayo que llaman el camándula, con el cual los hechizos encuentran dificultades especiales. De este camándula los gitanos bien expertos huyen como del Mengue Baro.

»Pero otros calés más atrevidos oponen al camándula (que es una especie de doctor en hechicerías payas, es decir, no gitanas) al mismísimo Rey de las Moscas. Sin embargo, pocos gitanos se atreven a tanto, porque es difícil hacerlo trabajar y si lo consiguen se les puede voltear —así dicen ellos— y darles un estado de incapacidad para la acción a través de un agente malange que llaman el telele.

»Por ejemplo, se dio un caso (yo conocí al interesado) en que le cayó un rayo encima que le fundió siete reales que llevaba en monedas de cobre en el bolsillo y le deshizo también la cremallera (el zip) del pantalón que, como se sabe, es de metal. Parece que el rayo lo desbraguetó (así se dice en el idioma coloquial), aunque no le causó mayores deterioros, por fortuna, para él y para su fiel esposa. El Rey de las Moscas es especialmente, como se puede ver, incierto y peligroso. Y a veces humorístico.

»Poco más me queda por decir sobre esta importante materia.

»En definitiva, yo creo, como algunos autores, que la subcultura gitana tiene orígenes remotísimos, crea una realidad propia (y a ella se atienen) y se expande al margen de todas las leyes. Por ejemplo, ahora, al regresar a América, me ha sorprendido ver entre los hippies algunas de las formas gitanas asimiladas a distancia por influencia —yo diría— del duende mediero o mediador si no supiera que el embeleco gitano no funciona cuando hay agua por medio.

»Pero la verdad es que algunos jóvenes americanos han ido a Andalucía y, en contacto con el mundo calé, han asimilado muchas nociones y la mayor parte de sus costumbres, entre ellas el nomadismo. Lo que los diferencia es que los gitanos caminan en burros y los hippies en autos que se mueven con gasolina y que ensucian el aire. En eso los hippies son menos plausibles que los gitanos, pero espero que con el tiempo el asno reemplace al cadillac como medio cómodo, seguro e higiénico de transporte».

Ahí termina la tesis de Nancy, que yo tendré que reforzar un poco, sobre todo en sus conclusiones, para que los otros miembros del comité la acepten. Pero aquí la doy tal como me la ofrece Nancy en su manuscrito original.

He retocado un poco el estilo, pero sólo gramaticalmente, y las ideas son todas de ella. Esa última del asno y el cadillac, supongo que no es en serio, sino tratando de poner al final un pequeño toque de humor.