El cantueso opina sobre Gandhi
Sigue la tesis. Confieso que no siempre la tomaba en serio, pero cuando veía que la argumentación de Nancy se desviaba y estaba a punto de perderse, surgía una observación nueva que revaloraba lo anterior. El mundo del que hablaba era nuevo para mí.
Y seguía leyendo.
No es broma ninguna eso de la realidad inmanente y la otra, la trascendente. Ella hablaba de eso sin darse cuenta.
Entonces todo volvía a sus cauces lógicos.
«Nuestra mayor diferencia con los gitanos —decía— consiste en que nosotros empleamos toda nuestra actividad en extensión (construir casas, escribir constituciones y leyes, hacer guerras y ganar o perder fortunas o títulos del reino), mientras ellos saben que el nacer y el morir nos atañe a todos y la angustia nos rige y que la cuestión es vivir entretanto lo menos mal que se pueda. En profundidad, claro. Cada día, cada hora, cada minuto. En una profundidad de luces dudosas llenas de sorpresas y de misterios.
»No sé si me explico. Tienen los gitanos grandes hechos en su favor cuando aprenden algunas cosas, entre ellas eso que llaman el bají de los luceros. Y los pequeños hechos de cada día con los que a veces tienen que pelear más duramente. Por ejemplo, la vecindad del payo, la policía, la guardia civil. Si los encuentran con una cosa robada, una ristra de gallinas al hombro, un caballejo o incluso un automóvil, les interrogan con mala fe. El gitano dice que son suyas. La policía recela y el calé convoca por el momento al agente solícito por medio de la adulación graciosa:
»—Yo no soy un choro, y bien lo sabe Dios nuestro Señor. Regístrenme sus mercés, señores capitanes de la Benemérita o señores ministros mayores de la justicia, y sólo encontrarán un par de cachas que llevo para esquilar la mula del señor fiscal del Supremo o del señor obispo de Jaén, que son los animales más finos del mundo. Para ser ladrón hay que saber resistir el envite con el fierro o el furco. Hay que tener dientes de lobo (y enseña los suyos) en una noche negra, digo blanca, de nieve cuando encierran a los perros. ¿Es que nieva en estas tierras? ¿Es que yo soy un lobo? Yo soy no más que un probé calé sin malicia que va a la feria si sus mercedes señores coroneles no mandan otra cosa.
»Es posible que los arresten hasta ver si han dicho la verdad, y en ese caso, la situación se hace más precaria, pero al anochecer (si están en prisión y hay una ventana y un cielo despejado) hacen uso de su ciencia zoroástrica. Siempre hay cerca un Pepe Conde que da la cara y dice que el objeto robado era suyo y que se lo ha vendido.
»De paso, el gitano acusado, si puede, le da mal de ojo a uno de los policías o guardias, lo que no es fácil porque al adularlos los ha inmunizado en la mayor parte de los casos.
»Estas cosas menores en realidad suceden varias veces cada día y las autoridades no pierden el tiempo llevando al último extremo la investigación cuando un gitano como Pepe Conde, con domicilio fijo y cierta responsabilidad de contribuyente se hace responsable. A no ser que haya una denuncia en regla. Si los atrapan con las manos en la masa (lo que es muy raro porque el gitano es prudente y alerta), les quitan la presa y les dan una paliza.
»Mala suerte. Los duendes les han fallado y el gitano es un malasombra porque quizá se la ha robado un busnó una tarde de lluvia espesa y la ha enterrado en alguna parte. Pero nadie se ocupa más del asunto después de la paliza.
»Mil ocurrencias parecidas suceden a menudo en los diferentes lugares de España, especialmente en Andalucía. Nunca se aglomeran demasiados gitanos en un mismo sitio, para evitar que sus pequeñas fechorías se acumulen y lleguen a constituir una plaga, ni se arriesgan a llamar demasiado la atención. Así y todo, cuando la atmósfera parece cargada y se ve llegar la tormenta —la amenaza del busnó— los calés organizan sus fiestas e invitan inocentemente a la población. Los primeros en acudir con entusiasmo y dejar su pecunia son los turistas de las Californias, como ellos dicen. Los segundos, los poetas y los músicos, que van a admirar los jipíos o los tientos o las bulerías. No falta algún viejo libertino con parné, porque la Faraona tiene una sobrinita virginal que roba los corazones mientras su tía roba los relojes.
»Para todo eso movilizan con una seguridad rutinaria a todos los agentes propicios y los sitúan en sus lugares estratégicos (la estrategia de la acción) en estado de actuar cuando llegue el momento. Suelen hacerles trabajar a menudo porque, si no, también esos agentes se deterioran.
»Así, pues, con las bulerías, los tientos, las soleares, las seguiriyas, las saetas, el bolero y tantas otras danzas y cantes, los gitanos se hacen parte de los atractivos de la vida del momento entre los busnós. A esas fiestas todo el mundo va fácilmente menos la guardia civil, claro. Si se ve un tricornio por algún lado (y hay malanges que lo tienen, sin ser guardias, en la punta de un palo, entre la gente) todo se desbarata.
»Con los carpinteros el bají fracasa, pero en general nadie molesta al gitano si se limita a cantar y bailar. Y lo hacen en todas partes menos en Córdoba, la de la maldición. Y esta maldición ha influido tanto en los busnós, que hasta los turistas americanos se han contagiado y van menos a Córdoba que a otras ciudades.
»Los agentes propiciados por el cuadro flamenco entran todos en acción: el moro conciliante, el tentativo, el retardador, el entrometido, el batidor, el solícito, el gordo cerbatano, el venero, el diligente, el flaco, el velador, el entablador, el transmisor y el procura. El más elemental y más seguro de estos agentes es el entablador, que usa la gitana ya metida en años, recurriendo a la compasión del payo. Con su duende contrario: la crueldad, que todos los busnós condenan y en la que los gitanos no creen. Para ellos la crueldad es el uso de la fuerza y este es legítimo si se tiene la capacidad y la energía. Se acuerdan del zurriago del finibusterre y a él se atienen, ya que el acabóse nos ha de llegar a todos.
»Como digo, el agente más fácil y más usado, entre las gitanas ya maduras, es el de la receta del médico —un papelito mugriento medio roto por las dobleces— con la firma ilegible de un médico. La gitana busca a un payo, preferentemente extranjero que hable un poco de español, y le muestra la receta, diciendo:
»—No tengo monises para la medicina y mi churumbelito se me muere.
»Todo el mundo echa mano al bolsillo y según la presteza del gesto así es el precio que la gitana da a la medicina. Ahí tenemos los dos términos (compasión-crueldad) que crean una síntesis parecida a las de Hegel. Lo bueno es que nunca falla. Con eso, en último término, tienen asegurada la faena del día.
»Pero los agentes producen otras formas de tesis y antítesis (la síntesis la resuelve el chavó). Por ejemplo: agilidad-torpeza (mentales); gracia-extravagancia; risa-llanto; lisura-aspereza; dulzura-amargura; sensación-anestesia; gozo-disgusto; sabor-esaborisión; sal-insipidez; frialdad-tibieza o quemadura; aroma-fetidez o podredumbre; voz cristalina-afonía, ronquera, ronquío de Jaén; bienestar-hormiguillo; gozo excesivo-cosquillas (esto tiene un sentido ambivalente de risa y de incomodidad que los gitanos conocen bien cuando roban niños y los quieren hacer suyos e integrarlos en la tribu); luz-sombra (no oscuridad, en la cual están perdidos); altruismo-envidia. Y no terminaríamos nunca. Los gitanos tienen un olfato finísimo para todos los matices de estas aparentes contradicciones con cuyas síntesis y con ayuda de los duendes forman su realidad. Y creen que no hay otra. Tal vez tienen razón.
»Ellos no creen sino en la tierra, el sol, la luna y las estrellas. Yo tampoco. Y mi realidad la construyo yo enteramente, a pesar de la teoría de la piedra en el sombrero.
»Ni siquiera la piedra dentro del sombrero les parece prueba de realidad objetiva, porque para que exista tiene que tener el gachó la voluntad idiota de darle una patada al sombrero. ¿A quién se le ocurre darle una patada a un sombrero si no es a un desaborío poca lacha?
»Como decía con el cuadro flamenco, ellos restablecen su autoridad lo mismo que aquel enfermo mental que antes de salir de su casa necesitaba oír los vítores a su persona en una cinta magnética o un disco de gramófono.
»Los gitanos recobran su autoridad y su seguridad en sí mismos por sus propios méritos: la guitarra, los palillos, el cante y el baile y el choriceo con habilidad y gracia. (Por ejemplo, tirar de la bolsa de una mujer y salir corriendo, eso no lo hace nunca un gitano fino).
»Como decía, cada gitano construye su realidad de cada momento y es una realidad orsequiosa o salamera con la que uno se engatusa —es el verbo culto— a sí mismo. Es como el incidente lamentable de la muerte de la gran bailarina Antonia Mercé producida por la falta de dos agentes: un entablador y un solícito. Porque no todos los duendes son para hacer daño a los enemigos. Los hay, y son los más activos, que se ocupan de ayudar a los amigos.
»Antonia Mercé, la gran bailarina, era uno de esos amigos aunque bailaba de una manera demasiado culta y, por decirlo así, con notas académicas al pie.
»Sin embargo, fue la primera que estrenó el ballet “El amor brujo” de Falla, y lo hizo con tanto duende como podría haberlo hecho Pastora o la misma Carmen Amaya.
»Lo malo de Antonia Mercé es que no era gitana y los duendes propicios no acudían ni ella los convocaba. Así, murió en plena juventud por una operación mal hecha para liberarla de la maternidad siendo, como era, soltera. Además, el embarazo la impedía bailar.
»Salió de España a fines de l936 y en Hendaya o Biarritz (¡cerca del agua tenía que ser!) le hicieron esa operación y salió mal y palmó. Si hubiera tenido un agente entablador, la habría convencido de que ser madre sin casamiento no tenía importancia, y el solícito habría acudido a redondearle las caderitas después del parto (que buena falta la hacía, porque era muy flaca). Un gitano fino habría convocado esos duendes por el sistema del leer bají (en las estrellas) y Antonia Mercé estaría ahora bailando como siempre o mejor que nunca.
»Con su churumbelito en un colegio de ricos. Porque Antonia Mercé había nacido en la Alcurnia. Digo en la alta, no en la baja.
»No intervinieron los duendes calés y todo se lo llevó Belzebú, rey de las moscas.
»Pero, como digo, hay infinidad de detalles en la vida de cada día en los cuales se emplean los duendes. Unos en favor y otros en contra. En el caso de Curro y de Quin intervinieron, según mis informes secretos, tres duendes: un transmisor, un batidor y un gordo cerbatano, que es el que dio las diez de últimas. Es decir, el que proporcionó las almas de los diez muertos recientes de la dinastía de los verracos para ganar la contienda.
»No hay que olvidar que los verracos eran de las tribus abencerrajes nacidas en la Alcurnia y, en cambio, Quin venía de la estirpe, no menos noble, de los Panolis, pero en la tierra baja.
»Cuando peleaban sólo con palabras en el café y más tarde en el patio andaluz de las seis niñas y luego en casa del duque, salían de los ojos del uno y del otro rayos magnéticos que entrechocaban en el aire con mi asombro y contra mi voluntad (aunque confieso que era una voluntad ambivalente).
»Ganó Curro a distancia rompiéndole el brazo a Quin. Más tarde volvió a ganarle porque en casa del duque se levantó antes que Quin y fue a buscarlo a la cama. A eso le llaman los gitanos madrugarle al enemigo. Curro en eso estuvo soberbio, la verdad, aunque yo odio la violencia.
»A pesar de todo lo que he escrito hasta ahora, falta algo importante que decir, y es la influencia mortal de alguien a distancia a través del duende furco. Eso es materia más grave que lo de Curro y Quin y ha tenido influencia en la civilización moderna, sobre todo en la Europa de Hitler y en la India de Gandhi. Hitler mató a más de trescientos mil gitanos a pesar de que eran más arios que él. Los atrapó en Hungría y en otros países como Yugoslavia, además de los que vivían en Alemania. Los llevó a los campos de concentración y los fue exterminando como se hace en otros países con las ratas. O peor. Eso dicen el Cantueso y sus amigos, tocando hierro. Pero los calés se vengaron haciendo uso del duende furco a distancia.
»A Hitler lo mataron los ejércitos americanos victoriosos, pero era porque antes habían producido los gitanos disensiones entre el ejército profesional del III Reich que debilitaron el nervio maestro de la defensa. Y eso se podría explicar, según el Cantueso, por el sistema de los agentes y los duendes, pero sería demasiado extenso y tendría sólo un valor político que a los gitanos no les interesa mayormente y a nosotros tampoco una vez ganada la guerra. Lo que más nos sorprende y nos confunde, es lo sucedido en la India con Gandhi, que era una personalidad afín a los gitanos y que los gitanos, a juzgar por lo poco que de él sabían, admiraban. Era para ellos una especie de Conde Bato, es decir, el conde mayor y el más poderoso.
»Y lo mató de mala manera —por un furcazo— un adicto. Cosa extraña, pero no tanto para los gitanos.
»Veamos antes lo que sucedía en aquellos días en la India.
»Pero antes, séanos permitido advertir que la cosmogonía filosófica en los escritores griegos presocráticos es muy divertida. No puede una menos de reír viendo a aquellos graves y geniales varones tan despistados por falta de medios de observación. (Nota al pie sobre la importancia de las herramientas en la civilización).
»Muchos siglos más tarde también Séneca dice sorprendentes tonterías cuando trata de explicar las tormentas y el rayo y el trueno.
»Faltándoles las bases del cálculo y de la observación, es natural que los griegos crearan su mitología. Necesitaban explicarse la realidad de algún modo, porque ellos creían en la realidad objetiva, aunque fuera cubriendo el misterio natural por hechos falsos creados por su fantasía. (Nota probable sobre los orígenes helénicos del mito del gachó del harpa).
»En la India sucedía todo lo contrario. La realidad se la hace cada cual con la ayuda de los duendes. Los hindúes y los budistas chinos (de Buda = = puta) han creado sus mitos y creen en el rey de las moscas de Velikowsky —sin nombrarlo— lo mismo que los gitanos creen en el Mengue Baro.
»Para los hindúes el Mengue Baro es Shiva. Casi todos los hindúes tienen en sus casas una imagen de Shiva y otra de Vishnú, representando el primero la destrucción, y el segundo la conservación (la creación la representa Brahma). Esa es la trinidad hindú, que estaba ya en vigor hace veinticinco siglos. Ahora casi todos los hindúes tienen una imagen nueva junto a las de Shiva y Vishnú. Esa imagen es una fotografía de Mahatma Gandhi.
»Durante su vida, era ya Gandhi venerado como un dios por algunas tribus de la India Central. Consideran hoy todos los hindúes a Gandhi como el padre de la nación, y la mayor fiesta del año se celebra el dos de octubre, día natal del héroe legendario. Uno se pregunta si eso de elevar a Gandhi a los altares quiere decir que ha dejado de ejercer su ideología entre los hombres esa influencia inmediata que suele tener cuando el héroe está vivo. La palmancia —la palma del martirio— parece quitarles la eficacia.
»Decía Oscar Wilde, el homosexual ingenioso, que los hombres matan al héroe y después de haberlo matado lo adoran. Algo de eso hay, y en el caso de Gandhi los gitanos lo explican a su manera.
»Lo mismo que los gitanos, los hindúes están acostumbrados por milenios a tratar con dioses, héroes y fantasmas gloriosos en vida, y a veces no distinguen los unos de los otros en esa unidad fabulosa que han edificado sus religiones entre el cielo y la tierra, entre el pasado y el futuro, entre la abstracción y la realidad. Gandhi fue siempre una abstracción activa y actuante. Después de su muerte, esa abstracción sigue siendo tan poderosa como cuando vivía. Con la añadidura de que el mito ha crecido enormemente. Y ya es sabido que la humanidad es conducida y encaminada en la historia por grandes mitos aislados y poderosos: Buda, Jesús, Mohamed, y antes Abraham y Moisés, y después tantos otros. Hay que reconocer que la palmancia no siempre elimina la eficacia.
»A mí el que más me deslumbra es Buda, por su origen filosófico-semántico, del que he hablado ya en dos ocasiones.
»El último que merece ser citado en esos niveles de lo sobrehumano es precisamente Mahatma Gandhi. Tuvo ese hombre excepcional una vida simple y ordinaria. Nada de señales misteriosas al nacer ni de milagros en su infancia, ni de pruebas constantes de perfección y superioridad. Gandhi conoció las debilidades humanas como cada cual. En su juventud trató de adaptarse a la vida inglesa, vivió en Londres, donde ensayó la vida de un burgués conformista, pero pronto comprendió que Oriente y Occidente representaban culturas distintas con maneras diferentes de entender la vida y la muerte. Y que los ingleses son gentlemen, pero el color de la piel los trastorna.
»A Gandhi lo discriminaban por su color los ingleses. Lo obligaban a vivir aparte, en los barrios de extranjeros despreciables. En Soho. Igual que a los gitanos.
»Gandhi rectificó, se recluyó en su propia cultura y no tardó en ser esa figura que millones de hindúes adoran hoy, después de haberlo venerado en vida. Pero no sólo los hindúes con la mente acondicionada por sus libros sagrados. Hoy respetan igualmente a Gandhi los cristianos (católicos o protestantes), los anarquistas sin credo, los ateos latitudinarios, los poetas, incluso los hippies. En cuanto a los gitanos, estos no adoran sino al Mucha Lacha.
»Cuando salió, decepcionado, de Inglaterra, Gandhi fue al sur de África, donde llevó a cabo por sus medios y con sus tácticas (ejemplo moral y predicación) una revolución contra los racistas. Una revolución victoriosa. Porque todas las revoluciones de ese hombre, a quien recordamos sacando agua del mar con una escudilla (para evaporarla al sol y retener la sal) o hilando en la rueca y tejiendo, fueron victoriosas. Sin guillotinas, ni fusilamientos. Ni comités clandestinos, ni pugnaces maquiavelismos. La única víctima violenta de su doctrina fue él mismo, asesinado en la calle por un disidente. Así murieron la mayor parte de los profetas, es verdad.
»Los gitanos lo respetan a su manera. No quiero decir con esto que los gitanos sean religiosos de ninguna secta oriental u occidental. Ellos tienen sus supersticiones, de las que hemos hablado. Pero a todos los grandes hombres de la historia los consideran suyos (los busnós han falsificado los hechos para darse postín, es decir, elevar grandes postes llamados obeliscos con sus nombres). Y con el harpa grabada en piedra. El harpa de la que otras veces he hablado.
»Incidentalmente, el asesino de Gandhi fue condenado por la ley británica —aunque ya no mandaban los ingleses— y ahorcado, sin que ningún partidario de Gandhi hiciera nada por evitar la ejecución, aunque con ella desmentían la doctrina del mahatma. (Esta palabra quiere decir el “alma grande —más grande— de la India”). Cuando esos lamentables hechos sucedieron, tenían ya la autoridad los hindúes, no los ingleses, y el gachó del harpa era Nehru.
»Otras incongruencias podríamos citar. Por ejemplo, el cuerpo de Gandhi fue trasladado en un armón de artillería y escoltado por la antigua guardia armada del gobernador inglés (lanceros montados). En la procesión fúnebre había millares de soldados, policías, marineros de guerra, pilotos de aviación militar. Gandhi era venerado como un dios de la paz (un dios que había hecho el milagro de la revolución hindú con la no resistencia al mal). Es verdad que también al dulce Jesús de la paz lo escoltan en las procesiones piquetes con bayoneta calada. Contradicciones no religiosas sino sectarias y eclesiásticas, según creemos los protestantes.
»No es, sin embargo, Gandhi, solamente, un jefe político con las contradicciones inherentes en los fastos de la historia de todos los países, sino un hombre que ha demostrado con hechos que la no violencia puede convertirse en la base filosófica de la reconstrucción de la sociedad, de forma que los excesos de poder y de violencia sean eliminados.
»Gandhi logró su revolución transformando radicalmente la vida de quinientos millones de seres humanos. Y no se trataba de una obra milagrosa ni angélica. Todos los movimientos de Gandhi y de sus partidarios estaban calculados con sutileza para lograr los objetivos y en más de una ocasión dijo Gandhi que él no era un santo metido en política, sino un político que trataba desesperadamente de ser santo. Parece contradecirse una vez cuando declara que hay que afrontar la vida con valentía y que, incluso, la violencia era preferible antes que la cobardía. Es decir, que su no resistencia al mal no era inhibición tímida, sino táctica atrevida y retadora. En cuanto a su eficacia, los hechos la han demostrado.
»Tampoco los gitanos han dado grandes batallas (con excepción de la de Logroño, cuyos resultados les convencieron de su error). Y ahí los tenemos triunfantes con su música, su cante, los libros de Lorca y de otros famosos poetas y ahora esta tesis mía más modesta, pero que los sitúa en el mapa académico americano. El cante y el baile es su arma como para Gandhi lo era la rueca con la que hilaba y el agua salada que sacaba del mar y evaporaba al sol. En todo eso Gandhi tenía también sus duendes entabladores.
»Gandhi el pacifista consiguió su victoria en los campos de batalla de la rueca y la sal contra un imperio moderno armado hasta los dientes, sin otras armas que las del ejemplo moral y la firmeza de sus convicciones político-religosas. Ya Napoleón, que sabía un poco de guerras, había dicho que estas son ganadas por “factores morales”. Famosa declaración que un sargento profesional no entendería nunca. Y de la que algunos generales se reirían. Sin embargo, ahí está el ejemplo. Y los calés lo entienden mejor que nadie porque es con sus agentes y sus duendes furcos con quienes lo arreglan todo.
»Alguien dirá que contra un enemigo brutal como Hitler o Stalin, Gandhi habría fracasado. Yo no lo creo. Detrás de Hitler y de Stalin había masas humanas con un corazón y un cerebro. Podrían haber matado a Gandhi, pero si con la muerte se evitaran los problemas políticos, estos se habrían acabado hace milenios. Gandhi habría pasado a ser lo que de todas formas ha sido luego, un mártir de sus convicciones victoriosas. Uno de esos mártires que han creado los grandes mitos que conducen a las sociedades en la historia.
»Cuando yo le hablé de eso al Cantueso, a quien cito una vez más porque realmente fue la fuente principal de mis investigaciones, aparte de mi experiencia personal con Curro, el buen viejo me dijo:
»—Al Gandhi ese lo que le fartó fue un buen duende diquelador.
»(Diquelador parece ser el que fabrica diques protectores alrededor de la persona que se trata de defender). Esto pensé yo entonces, pero más tarde me di cuenta de mi error y lo que quería decir era que un agente diquelador era un gordo cerbatano que se podía interponer en favor de Gandhi como un dique.
»—Porque la chalaúra de la adoración puede ser tan peligrosa —añadió el Cantueso— como el aborrecimiento. De lo uno a lo otro no hay más que el canto de una uña.
»El canto este no tiene nada que ver con el cante y es el borde de la uña que en los gitanos, la verdad, suele ser negro porque se rascan, rascan a sus caballos y a sus burros, a sus perros y no tienen limas ni cepillos para jabonarlas, y en cuanto a bañarse o a darse un shampoo —que es la mejor manera de lavarse las uñas—, es inútil todo lo que podamos decir en su defensa. Ya dije lo que piensan del agua en relación con sus sortilegios.
»Pero el agente diquelador que le faltó a Gandhi lo tienen todos los condes gitanos y consiste por lo menos en un guarda de corps que lo vigila y vigila sus alrededores y a veces toda una serie de agentes que crean a su alrededor un screen, como se hace en los Estados Unidos con las gentes de importancia. Y no necesariamente un screen físico, sino moral y contingencial como yo digo.
»A Gandhi lo mató su confianza en la humanidad. Hay que confiar en ella, según los gitanos, lo bastante para que ella se confíe también y entonces se le pueda hurtar por lo menos una gallina. En eso los gitanos han sido y son objecionables, aunque dentro de la realidad que ellos, legítimamente, se organizan, para su uso personal, está justificado ese hurto. Es un modus vivendi para sostenerse en su propia realidad frenética. Y con él son fieles a sus convicciones.
»Sólo roban para comer, ley de la naturaleza creada por Undivé, aconsejada amorosamente y honradamente por el Lacha Baró y vigilada con mala intención por el Mengue y sus derivados».