El «drao», el bolero y el librero de Logroño
«Con la rondeña tenemos un problema: es al mismo tiempo dramática como la escuela de toreo del mismo nombre y florida como la sevillana. El duende es chiquitillo y lo llaman moro conciliante, es decir, el más sospechoso de los seres, y por eso mismo difícil de hacer uso de él, ya que el moro siempre se hace sospechoso, y más cuando quiere inspirar confianza.
»¿Qué es lo que el moro conciliante busca?
Pero antes vamos a poner un ejemplo de rondeña:
De noche cuando me acuesto
le rezo a la Virgen de la Macarena
pa que me traiga a mi amante
la noche nochita de la luna llena.
Tengo dos lunares
tengo dos lunares
el uno junto a la boca
y el otro donde tú sabes…
»Esta rondeña quiere decir redonda y también de Ronda (ciudad famosísima desde antes de Cristo, porque allí se dio la famosa batalla de Zama, según creo, o al menos en sus llanuras por la parte sur), nos muestra una mujer enamorada. El amor es en Ronda, aunque por la copla no lo parezca, más romántico que en otras partes y también más dramático y hasta trágico si se quiere profundizar. Y es que el gitano de la montaña es siniestro y el del valle o la tierra baja, sobre todo el de la costa, es ligero y puede ser falaz, pero alegre. Véase si no el ejemplo entre dos poetas de nuestro tiempo: García Lorca (montaña) y Manolito Altolaguirre (tierra baja y marinera). Lorca es trágico siempre, aunque quiera ser idílico y jovial.
»La rondeña, que parece, según el ejemplo que he puesto, ligerita y voladera, es —no hay que olvidarlo— la música de los toros, de las corridas de toros especialmente en México, donde la banda de trompetas siempre comienza la fiesta con esa música. Es decir, que es la música de la sangre.
»El duendecillo también parece conciliante, pero no hay un ser más avieso que ese moro conciliante, porque sólo concilia a los calés, y entre los españoles hace estragos. Y suscita catástrofes como la de Annual en 1921. Cosa de miedo.
»El rondeño es, pues, de cuidado. Tiene las cualidades controvertibles del malagueño de la costa y la navaja de siete puntos del montañés. El mal de ojo es más frecuente en Ronda que en otras partes, porque el furco interviene a sus anchas y hay más tuertos en aquella ciudad que en otras de España y también hay más gitanos adaptados, es decir, medio adaptados. Hasta los hay que tienen un banco. Un banco muy especial. Yo recuerdo que fui a depositar allí un cheque y cuando pedí un recibo me dijo el gitano de la taquilla: “Si necesita usted un recibo es que no se fía, y si no se fía, ¿para qué viene usted aquí con ese papelito de las Californias?”. Y comprendo que tenía razón. Por si acaso me fui con el cheque a otro banco donde no hubiera calés.
»Pero ¿se puede concebir un banco de gitanos? Un gitano banquero es tan absurdo como un gitano guardia civil.
»Ronda es una ciudad única. Tiene un puente sobre un barranco donde desemboca el Tajo, río famoso que pasa por Toledo, en cuyas aguas se bañaba la Cava, la hija del conde don Julián. Las geografías oficiales que yo he leído dicen que el Tajo desemboca en Lisboa, capital de Portugal, donde los gitanos están prohibidos (no se les permite la entrada y los que entran a hurtadillas son castigados gravemente y echados del país). Por eso algunos dicen que los gitanos causaron la desgracia de la familia real portuguesa de los Braganza y trajeron la república y la dictadura.
»En todo caso, los agentes calés que forman la realidad gitana desvían el Tajo de su cauce y lo llevan a Ronda cuando les place. Pero esos agentes son muy raros, y aunque tengan poder para desviar el agua, no lo tienen para influir en los seres que viven en el agua. Y cuando hay agua por medio los duendes de un lado no pueden nada contra los del otro. Es lo que pasa entre los calés rondeños de un lado y del otro del Tajo cuando por el fondo pasa el agua barranquera. Sobre el barranco hay un puente muy antiquísimo de los tiempos de Nabucodonosor, rey de Babilonia.
»Han querido hacer los gitanos de Ronda su capital, pero durante la guerra civil les fue “muy malamente”, como ellos dicen, porque fue la única oportunidad que les dio la historia a lo largo de los siglos para vengarse de los busnós y lo hicieron sangrientamente. Todos los duendes se amotinaron en contra de los guardias civiles y sus aliados y se armó la de no te menees, como ellos dicen, es decir, no te muevas porque voy a fusilarte de un furcazo.
»Los furcos se dieron la gran fiesta y luego vino, como suele decirse coloquialmente, el tío Paco con la rebaja. Ese tío Paco es el que llaman los gitanos rondeños generalmente el cenizo.
»Tenemos después el bolero, lento y solemne, que nos da, según los casos que venimos viendo, un duende retardador. O un prolijo retardador por las razones que expondré en seguida. (Se podrá observar con estos datos que existe una verdadera ciencia calé).
»A veces uso yo palabras cultas que los gitanos no entenderían, aunque tienen las equivalentes, algunas incorporadas al habla vulgar castellana. Prolijo es fonema de origen latino, y en su lugar los gitanos dicen pelma y también latoso, porque no hay ruido más incómodo que el que suele hacer una lata golpeada rítmicamente. Y los gitanos son especialmente sensitivos para las cosas sin gracia.
»Eso, sí. Todo lo que hace el gitano (el gesto, la voz, la palabra, la idea) tiene siempre una armonía especial indiscernible.
»Pero volviendo a lo que decía antes sobre la gracia de los gitanos, yo recuerdo haber visto en un prado cerca del Alcázar de Sevilla a un gitanillo que no tenía más de cuatro años de edad jugando solo. Y probaba a saltar desde la rabera de un carro estacionado allí, tratando de alcanzar cada vez distancias mayores. La meta la señalaba sobre la hierba con una vara que tal vez usaba su padre (todos los gitanos tienen una como bastón) atravesada en la hierba.
»El niño estaba solo y tenía la apariencia de un verdadero angelito rosado y redondo de mejillas. Iba descalzo, como suelen ir todos a esa edad. Y saltaba con todas sus fuerzas, y si alcanzaba la vara caía resbalando sobre la hierba, rodaba por ella, se levantaba y, erguido como un bailaor, se decía a sí mismo con una vocecita también angelical:
»—¡Olé mis cojones!
»Esta palabra parece malsonante a los oídos españoles, sobre todo femeninos, y a veces se diría que es un idiotismo, pero no hay nada de eso, ya que tiene un origen noble y viene del latín cogenitores.
»Oír a aquel angelito expresarse con una voz como un hilo de plata tenía una gracia que yo no podría transmitir a los profesores del comité de mi tesis.
»Pero sobre cosas como esas insistiremos más adelante.
»El bolero suscita, como decía, un retardador, y aquí no necesito ejemplos, porque ¿quién no ha oído el bolero de Ravel? Y ese bolero es una copia exacta en el ritmo, la armonía y la melodía, una copia exactísima del bolero español tal como se bailaba en la corte.
»Pero esa danza viene de Suramérica, de los tiempos del coloniaje, como también la colombiana y la guajira, aunque esta más bien de las Antillas, y la cantan los campesinos pobres, mestizos de indio y español o de indio y negro, aunque a este suelen llamarle a veces cabra.
»El bolero es monótono y latoso. Antes dije que latoso viene de lata (del ruido sostenido y aburrido del que golpea una lata), pero tal vez tiene un origen noble, ya que lato quiere decir extenso en demasía, es decir, aburrido. Porque todos los aspectos hay que tratar de verlos, en el buen sentido académico.
»La ignorancia en estas materias suele ser bastante general, y yo no puedo menos de recordar, con vergüenza de americana, un error que vi en un artículo del New Yorker, revista sofisticada y culta que suele leer la aristocracia neoyorquina, donde, al hablar de un hombre español valiente, lo llamaba acojonado, cuando eso es todo lo contrario, ya que quiere decir pusilánime frente a la valentía de otro.
»Pero así son las cosas y la ignorancia es general en estas materias, tan importantes para comprender la naturaleza de las culturas humanas.
»Sobre el bolero y el agente retardador que suscita, debemos añadir algunas cosas especialmente importantes. El maestro del bolero fue un hombre que nunca fue gitano del todo. Se llamaba Francisco Álvarez, librero de Logroño, que vivió hacia la mitad del siglo XVII, cuando vivían también, si no me equivoco, Lope de Vega y Calderón. En Logroño, capital de La Rioja.
»Era un hombre —y el testimonio lo recojo una vez más de don Jorge Borrow— de edad media, sobrio, reservado y pensativo. Vivía cerca de la iglesia mayor y se ganaba la vida vendiendo libros y manuscritos antiguos en un tenducho. Parecía hombre culto y estaba siempre leyendo alguno de aquellos libros en idiomas que sólo él y algún raro eclesiástico podían entender. Era frecuentemente visitado por los sacerdotes que gustaban de oírle hablar y aprendían no poco de sus discursos. Había sido un gran viajero en su juventud y recorrido toda España visitando los últimos rincones, los viejos monasterios y abadías. Lo mismo había visitado Italia y parte de Berbería. Sin embargo, en sus conversaciones había un límite y se mantenía silencioso cuando se tocaban algunos puntos y su silencio se hacía tal vez melancólico.
»Un día al comienzo del otoño fue visitado por un cura con quien había mantenido siempre una amistad más estrecha que con los otros. El cura lo encontró con cierta palidez y nerviosismo que lo alarmó. Le dijo que le convenía confiar sus pesares secretos a un amigo y eso le aliviaría, y el librero dio un gran suspiro y dijo:
»—Verdad es que tengo un secreto que pesa gravemente en mi conciencia y que lo voy a contar. Como usted sabe, yo nací en este pueblo y fui a estudiar a Salamanca, manteniéndome como podía, especialmente tocando la guitarra y cantando, según suelen hacer muchos estudiantes pobres hoy todavía. Pasé grandes trabajos y aventuras. Una vez yendo de Toledo a Andalucía fui asaltado por una banda de gitanos que me llevaron a sus guaridas en el monte. Me habrían asesinado si no fuera porque sabía tocar la guitarra. Seguí con ellos bastante tiempo, hasta que me persuadieron de que me hiciera también gitano, lo que sucedió con grandes y horribles ceremonias, y después me uní a ellos en todas sus fechorías y fui uno más. Yo también robé. Yo también asesiné.
»Con el tiempo conocí una gitana muy hermosa y me la dieron por esposa o cadjée. Viví con ella varios años y me dio algunos hijos.
»Mi esposa era una gitana de cepa y en ella parecían haberse concentrado todas las maldades de su raza. Al fin su padre fue muerto por una patrulla de la Santa Hermandad y mi esposa y yo le sustituimos, ejerciendo la autoridad que él había tenido hasta entonces en la tribu. A pesar de todo, yo no podía acabar de adaptarme. Iba poniendo pretextos, haciendo despacio lo que ellos hacían deprisa, actuando dos veces cada cinco ocasiones y tratando de evitar el verter sangre. Mi mujer se dio cuenta y me fue cogiendo un odio mortal. Adaptándose aparentemente a mis maneras como si las aceptara, me espiaba hasta durante el sueño. La vida era un suplicio constante.
»En nuestras danzas —porque yo había aprendido a bailar— hacía los ritmos más lentos, como a desgana. Y así nació el bolero que luego los mismos gitanos llevaron a la Argentina, donde prosperó bastante con los gauchos. La palabra bolero no viene de las voleadoras, como se suele decir, sino de que yo les contaba mentiras para salir de apuros cuando no podía o no quería compartir la complicidad de sus crímenes. Y me llamaban el Bolero. Una mentira era entre ellos y es ahora en el idioma de la germanía una “bola”. Mi mujer urdió una conspiración contra mí, convocando sus duendes, y un día me sacaron en un barquichuelo por el mar y me entregaron a los moros, a quienes me vendieron por unas cuantas monedas. Viví como esclavo en varias partes de Marruecos y de Fez, hasta que por fin fue redimido por una cofradía que pagaba dinero para nuestro rescate. Esa cofradía era italiana y a Italia me llevaron. Allí estuve algunos años. Al cabo volví a España y me instalé aquí silencioso y arrepentido, dedicándome a encuadernar libros y manuscritos y a venderlos, entre ellos algunos muy raros adquiridos en tierras extrañas.
»Una noche hace algunos días quise ir a Zaragoza a pie, pero no se podía hacer el viaje en un día, y al anochecer busqué donde alojarme. No había aldeas ni posadas. Vi un edificio abandonado y sería cerca de la media noche. Me acerqué cuando oí dentro hablar precisamente al gitano de mi tribu y me detuve a escuchar. Escuché mi propio nombre y también mi apodo el Bolero y luego algo peor, el nombre de un veneno muy activo que llamaban drao y que solían dar a las bestias de los busnós como venganza. Ese veneno las mataba en menos de seis horas, sin remedio.
»Lo que oí fue que vendrían a Logroño a echar esa pestilencia en las fuentes que surten la ciudad y al día siguiente entrarían en ella sin cuidado y la saquearían a sus anchas, ya que todos o los más habitantes estarían muertos. Harían un buen negocio y me atraparían a mí para vengarse.
»Cuando el cura escuchó aquello avisó al alcalde y a las demás autoridades del vecindario, pero al parecer era ya tarde, porque estaban muriendo los vecinos como moscas.
»Los supervivientes fueron reunidos y en número de unos setenta se armaron con toda clase de escopetas, hachas y lanzas y espadas que pudieron hallar, cerraron las puertas de la ciudad y dejaron una sola abierta. En ella y en diferentes grupos se pusieron al acecho.
»Cuando llegaron los gitanos se entabló una batalla feroz. La gran mayoría de los gitanos murieron. Del librero Álvarez no volvió a saberse nunca nada. No lo hallaron entre los muertos. Algunos dicen que lo vieron combatir a patadas, mordiscos y cuchilladas con una mujer gigantesca y hermosa que llevaba una pequeña corona de plata en la cabeza. Probablemente era su mujer.
»Francisco Álvarez, librero de Logroño, desapareció para siempre. Sus hijos murieron en la contienda. El cuerpo de aquella mujer no fue hallado entre las víctimas de la tremenda carnicería.
»De todo esto hay varios testimonios históricos, incluso uno en latín del padre Francisco de Córdoba en su Didascalia, que dice: “Annis praeteritis Luliobrigam urbem, vulgo Logroño, pestilenti labor antem morbo, et hominibus vacuam invadere hi ac diripere tentarunt, perfecissentque ni Deus O. M., cuiusdam bibliopolae opera, in eorum capita, quam urbi moliebantur, perniciem avertisset”.
»Para explicar todo esto de un modo convincente en relación con la intervención de los duendes habría necesidad de algún espacio que pensamos dedicar más adelante, ya que de momento continuaremos con la relación entre el folklore gitano y la creación de una realidad subjetiva, ya que la objetiva no existe para los calés, como dije al comienzo de esta tesis.