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La soleá y los gitanos de Tarifa

»Se dirá que son muchas complejidades esas para poder vivir en paz con los demás y consigo mismo, pero los gitanos tienen muchos más problemas que nosotros, ya que carecen de hogar fijo. Y esos problemas no los dejan día y noche. Y como no tienen leyes, tienen que tener costumbres, supersticiones, mitos y brujeríos para cada caso.

Te dije que me esperaras

y vine y no estabas ya,

marditos sean los duendes

que te me han hecho orvidá

y una queda en los caminos

y tú vas a la ciudá…

¡No eres un gitano fino!

»Esa es una soleá. Alrededor de la soleá hay todo un mundo también. Un ejemplo de soleá que a mí me parece casi sublime es la de la “Verbena de la Paloma” y está directamente relacionada con un duende que llaman el sarnoso. Me extrañó ver un tipo de agente tan aparentemente vulgar y rústico incrustado en la delicadeza de la soleá.

»Pero eso forma parte de lo que decía antes sobre la dialéctica de los calés. Más adelante se verá un caso prodigioso en el que actúan todos esos elementos contradictorios o coincidentes, ofreciendo un ejemplo de los enormes peligros —con consecuencias trágicas— que puede haber en una manipulación equivocada de esas fuerzas semiocultas. Lo digo en serio y espero poderlo probar.

… que ya me han dicho los mengues

que no me sabes querer

eres poco hombre para eso

o yo soy mucha mujer…

»Pertenece la soleá al género de música que debía ser alegre como la seguiriya, pero es triste. No sé cuál es la causa. El mismo nombre soleá quiere decir soleada, es decir, sunny, como decimos en inglés, y eso quiere decir en nuestro idioma alegre.

»Parece que el sol de la costa de Málaga es triste.

»Yo no lo puedo entender. En todo caso el duende sarnoso deja a la mujer sunny perdida con su pensamiento en lontananza.

»Parece que la gente de las costas de Málaga es huidiza y tiene gatos en la barriga. No sé lo que esa metáfora quiere decir, pero se supone que se trata de gente que se enfada sin motivo o con muy poco motivo y que se conduce con recelo y de mala fe a menudo. Me extraña esa mala fama, porque yo he tratado con gente de esas partes de España que me ha dejado la mejor impresión, pero tal vez se refieren sólo a los gitanos, y los pobres tienen derecho al mal humor, ya que en todas partes son maltratados. Y como dije, no les gustan los lugares donde hay agua.

»Por cierto que iba un día en el coche de Mrs. Adams y pregunté al salir de Málaga a uno que daba la impresión de ser calé qué distancia había hasta Motril.

»—Un cigarrito, ná más. Digo, con er coche. Güeno, mejor un cigarro habano, sin prisa.

»Yo le di el paquete de cigarrillos que llevaba, sin haber entendido. Lo que sé muy bien es que si un gitano te mira con fijeza, lo que hay que hacer es tirarse al agua, donde eres inmune.

»Siguiendo por un orden más o menos arbitrario, la producción de agentes en el proceso de un embrujamiento, tenemos la malagueña, que, además del agente que produce su hermana la soleá, da ocasionalmente un duende flaco, que también a veces es llamado el puntillero. Porque es el que da el golpe final con el cachete en una discusión peligrosa. El cachete, según el Diccionario de la Lengua, es un golpe dado con la palma de la mano en la mejilla. Por otro nombre, una bofetada. Difícilmente se entiende eso, lo mismo que pasa con los gatos en la barriga.

»He aquí una malagueña:

Ay, mi barquito velero

que cruzabas la bahía

con mi corazón abierto

por la navaja bajía

y te acercabas al puerto,

Puerto de Santa María.

»Esa navaja no sé qué diferencia puede tener con la navaja ordinaria de Albacete, como no sea que tiene siete puntos, el número sagrado de Salomón (por el de los planetas) y que la hace especialmente mortífera.

»La navaja bajía. ¡No es ná, que diría Curro!

»Tiene la malagueña un carácter, si no idéntico, parecido al de la soleá. En toda esa costa los gitanos no dan su medida como en otras partes y es que cerca del mar se sienten un poco perdidos a causa del agua que impide el maleficio. Pastora Imperio y su marido el Gallo temían ir a América por el mar. No sé si ahora irían en avión. Lo dudo.

»¿Cuándo irás a torear a América? —le preguntaban al Gallo.

»—Cuando hagan una carretera —solía responder.

»Su relación con Pastora no fue muy feliz por la intervención de duendes iguales y contrarios (en este caso era la gloria de la cantaora y del torero). Pero la cosa era más profunda. El Gallo era hombre de jindamas. Y la Pastora era coja, lo que la presentaba como una víctima de alguna clase de duende. Seguramente el que llaman el flaco de la malagueña. El que interviene para arreglar una cosa y la deja peor.

»Como si dijéramos el cirujano que trata de arreglar a un baldado y lo deja más inválido que antes.

»Como ejemplo de gitano de la costa sur, recuerdo el caso que cuenta en alguna parte Borrow, mi maestro. Es lo que él llama “El posadero de Tarifa”. Tiene su intríngulis. Aunque Borrow no dijo la mitad del caso, porque no se enteró. Fui yo quien, hablando con los descendientes del posadero, me enteré de todo el asunto y lo contaré tal como lo descubrí. De Borrow tomaré sólo el ambiente de la posada. Con esto quiero insistir en que el gitano de la costa al lado del mar pierde la mayor parte de sus virtudes porque se pone a trabajar como los payos, cosa que jamás se ha oído sino como una gran desventura. Es la nefasta influencia del agua.

»En fin, dice Borrow (en el libro que antes hemos citado y que no está traducido al español, que yo sepa): “Llegué a Tarifa en un barquichuelo de Berbería y me dijeron que había una posada cerca del puerto. Una posada de calés. Yo nunca había oído cosa igual. ¡Una posada de gitanos! Tenía curiosidad y allí fui. Entré en un establo, que constituía la planta baja de la posada, y desde allí partían unas escaleras que me llevaron a un cuarto muy grande, en un extremo del cual había una cocina. Allí encontré varias personas. Una de ellas era un tipo de aire bárbaro, que me recordaba al Monipodio de Cervantes. Grande, inmenso, peludo y silencioso. No hablaba nunca. Después de algunos minutos de estar con aquella gente yo llegué a la convicción de que aquel gigante era estúpido, cosa frecuente entre los gitanos. Fumaba su pipa, miraba y callaba. Estaba sentado en un taburete. Si le decían algo respondía con una especie de mugido de vaca y seguía fumando.

»Pero era todo ojos. Su piel era oscura y sin luz, como la de un sapo. Cerca de él había una mujer de la misma complexión, pero mucho más inteligente, al parecer. Al menos hablaba congruentemente cuando era necesario. Los dos parecían tener alrededor de cincuenta años. Cerca de ellos había otra mujer muy morena, de ojos bizcos, y sin ese defecto y el de ser coja habría sido hermosa.

»Alrededor iban y venían tres muchachas entre quince y veinte años, alegres y parlanchinas. Y en un extremo había un chico que habría sido hermoso si no fuera tuerto.

»—Querría ver el cuarto donde voy a dormir —dije en español.

»Ella me llevó a un pequeño dormitorio con una terracita sobre el mar, que me gustó:

»—De acuerdo —le dije.

»Volvimos al cuarto grande, y al vernos entrar, la familia entera comenzó a hacer elogios de mí en castellano: “¡Qué hombre más hermoso! Nunca he visto una cara igual. En esa cara se ve al Undivé. Tome asiento su real majestad”.

»—¿Cuándo el señor duque se dignará comer algo? —preguntó la mujer más alta.

»Todos me halagaban, pero en el tono en que suelen hacerlo cuando tratan con alguien a quien consideran una víctima.

»—Yo iré ahora mismo al mercado —dijo la posadera— y compraré la mejor gallina, más gorda que un pavo, para honrar a su merced, que es como el rey de los reyes. Con una buena comida le haré descansar del viaje y le fortaleceré.

»Dicho esto en castellano, añadió en calé cerrado: ¡Quiera Dios que se vuelva veneno en tus entrañas, cerdo busnó! Luego salió y poco después volvió con una miserable gallina que yo había visto en su establo: ”Es la mejor gallina de Tarifa. He recorrido toda la ciudad hasta encontrarla para vuestra graciosa majestad”.

»—Antes de que la mate —dije yo— quiero saber lo que me va a cobrar por ella.

»—Lo mismo que me ha costado. Dos chulíes. Los mismos que te cobraré a ti sin ganancia ninguna, por tu hermosa cara y porque a todos nos honras con tu presencia.

»Entonces Borrow le dijo, hablando en gitano también cerrado:

»—Te pagaré dos reales y no los vale.

»(Dos chulíes, que ella pedía, eran cuarenta reales). Al oírlo hablar calé puro, las mujeres todas comenzaron a chillar:

»—¡Ay, Dios mío! ¿A quién tenemos aquí?

»—A uno que sabe tanto calé como vosotras. Dime, vieja bruja, si vas a darme la gallina en dos reales, porque de otro modo me iré a buscar posada a otra parte.

»—Tranquilízate, hermano —dijo la mujer—, te la doy en dos reales y de balde si lo prefieres. Pero pensábamos que eras un busnó.

»—Bueno, ahora que estamos de acuerdo, dime: ¿cómo es que tienes posada y trabajas? —pregunté.

»—Hermanito, la pura verdad es que no sabemos qué decirte de nosotros mismos. Nacidos todos aquí y aquí esperamos morirnos un día. Mis padres tenían este oficio y nosotros lo seguimos.

»—¿Quién es el amo de la casa y de quién son estos niños?

»—El amo de la casa es el tonto de mi hermano, ese grandullón que ves ahí sin decir palabra, los niños son suyos y aquella mujer paralítica en una silla su mujer. Tiene también dos hijos que son ya crecidos, el uno zapatero y el otro curtidor de pieles.

»—¿Y cómo es que siguen esos oficios tan contrarios a la ley de los calés?

»—Poco sabemos de la ley de los calés. Nosotros somos la única familia de gitanos en Tarifa.

»Así sigue Borrow haciendo preguntas y mostrándonos la atmósfera de la casa. La verdad era que las niñas iban bien vestidas, aunque no parecían más inteligentes que su padre, y el chico tuerto y todo andaba presumiendo y dándoselas de guapo. En medio de su modestia no parecían pobres. Borrow era, sin embargo, el único huésped.

»Yo logré averiguar más tarde que se dedicaban al contrabando con Gibraltar. Y la cosa tiene bastante gracia para ser contada. Tenían en el establo una she ass, es decir, una asna o burra que dedicaban con cierta frecuencia a llevar a Gibraltar estiércol para los jardines de los ingleses. Como en Gibraltar no hay caballos porque realmente no los necesitan y ni siquiera hay espacio donde correr con ellos, tampoco tienen esa clase de estiércol que es el predilecto de las flores. Así, pues, el hermano medio idiota, el gigante, iba una o dos veces cada mes a Gibraltar cargado de estiércol. La burra tenía sus secretos valiosos y productivos, y no precisamente por el estiércol, sino porque la gitana hermana del gigante idiota le había fabricado una panza artificial que disimulaba debajo de la albarda. Una panza del mismo color y pelaje. Pero entre la panza natural y la artificial había un buen espacio, donde cabían muchas cosas.

»Y había en Gibraltar joyeros muy finos, algunos de ellos judíos, que tenían su comercio secreto con la península. La burra parecía estar en estado interesante (así se dice en España para evitar la palabra preñada, que es de mal gusto) y también se dice embarazada o encinta.

»Pero tardaba demasiado tiempo en dar a luz (así se dice en España para evitar el verbo parir, que también es demasiado vulgar) y algunos aduaneros se dieron cuenta. El idiota del hermano de la posadera calculaba mal el tiempo de un embarazo asnal. Y en lugar de quitarle la barriga de vez en cuando y llevarla con un borriquillo, lo que habría parecido natural a los carabineros, tenía al animal ya más de dos años en estado interesante y sin que la naturaleza hiciera su labor. Un día sospecharon y encontraron un alijo. Entonces metieron en la cárcel al gigante idiota y a su hermana. A casi toda la familia. Y allí les llegó la desgracia a todos. Las hijas, como no eran calés puras, se hicieron prostitutas. Y el hermano tuerto y la madre paralítica fueron a tener un mal fin. Ahora a sus descendientes los llaman en Tarifa los hijos de la Gran Bretaña, porque con los ingleses hicieron algún dinerito, que enterraron quién sabe dónde. Pero cuando dicen la Gran Bretaña quieren decir los bastardos o bien los hijos de la Gran Cortesana o la Gran Puta, para decirlo exactamente como ellos suelen. La Gran Puta.

»Si esto suena un poco duramente en los oídos de los señores profesores, les ruego que me disculpen en honor a la verdad histórica. Esa expresión es, por otra parte, la que he oído más frecuentemente en labios de la plebe cuando se inclina al frenesí, especialmente a los gitanos que hacen de ese frenesí un verdadero culto.

»Explico todo esto relacionándolo con la malagueña y con las costumbres de los gitanos del litoral, que no son tan puros como los de tierra adentro porque, como ya dije varias veces, odian el agua que impide el mal de ojo, del que están libres los peces, lo mismo los grandes como las ballenas que los chicos como las sardinas.

»Cuando le pregunté al Cantueso qué podían haber hecho aquellos posaderos para evitar la calamidad, me dijo que no eran calés puros, porque en ese caso habrían llevado consigo un perro. A ser posible un perro flaco y con hambre, que son humildes y se arriman cariñosamente a los hombres. Porque los ingleses quieren mucho a los perros y los carabineros no tanto, pero los quieren más que a los gitanos, y un animal así (cuando hay otro por medio, como la burra) puede ser una manera de controlar a los mengues de la mala voluntad, es decir, a los diablos que hacen el mal. Y el perro habría atraído la atención que dedicaron a la burra. Un agente del género perruno.

»Los gitanos y en general los malagueños, aunque sean sólo gitanos de media casta, son más tontos y también más malos que los del interior, como creo haber dicho.

»Y según parece, cuando se trata de un animal, los agentes intercesores que cambian la realidad tienen que ser animales también. Por eso el perro flaco y hambriento habría desviado la atención de los carabineros y sobre todo de los soldados ingleses.

»Por cierto que Gibraltar se perdió a causa de los gitanos, que embrujaron a Carlos II, y bajo los efectos del embrujo y de la secreta convocación de Tarik y Muza (dos moros de la antigüedad), el pobre rey se dejó escamotear (es decir, quitar, como se quita una escama, de la nación española) nada menos que el Peñón.

»El Peñón de Gibraltar, que es inexpugnable. El único lugar inexpugnable del mundo. El secreto está en que los calés lo poblaron de agentes disfrazados de monos. Y allí están esos monos vigilando contra los reyes de España. Las monas de Gibraltar —así dicen los gitanos—. Las monas tienen su ángel y su duende seductor. Así, en el idioma corriente español, se dice de una virgen solterita que es una mona. Con eso quieren decir que tiene dones de seducción secretísimos.

»En ellos la superstición de la membrana del himen tiene algo que ver, según creo.

»Ya digo que cerca del mar los gitanos pierden parte de su charm y de su don de encantamiento.

»En la ópera Carmen, a la que antes me referí, la gitana es muy calí (femenino de calé), porque, aunque anda con contrabandistas, en realidad es de Sevilla, es decir, de tierra adentro. Y don José es de Guipúzcoa, tierra donde llueve mucho y además junto a la mar. Pero las cosas suceden en la serranía de Ronda. El caso de Carmen no podría haberse producido en el país vasco porque, como digo, el duende no trabaja donde hay agua y todos los días en Bilbao y en otras partes tienen el shirimiri, es decir, la lluvia que llaman calabobos. A los gitanos eso los desarma del todo.

»Un vasco en día de lluvia le roba la sombra al gitano, según dice el Cantueso, y la entierra —la sombra—, de modo que para encontrarla otra vez el gitano tiene que salir de estampía tierra abajo hasta encontrar el sol, y todavía se dan ocasiones en que la sombra que les devuelve el sol no es la suya, sino la de otro, en cuyo caso están perdiditos. Se les seca la mollera (vulgo cerebelo).

»Eso dicen. Así es que el vasco les da miedo, y para conjurarlo —similia similibus— casi todos los gitanos de pro se ponen nombres vascos: Ortega, Amaya, Montoya, y a veces de músicos como Guridi y no Sarasate, porque las tres primeras sílabas de ese nombre parece que convocan el espíritu de un famoso homosexual de los tiempos de Juliano el Apóstata.

»El gitano fino sabe encender fuego con una mirada si el agente de la malagueña le es propicio. Pero eso no es posible en tierras como Vizcaya o Guipúzcoa, donde he dicho llueve cada día.

»Con el duende de la malagueña, un gitano puede hacer hablar también a un caballo sin domar. Pero no lo hacían a causa de la Inquisición, aunque en general la Inquisición no los molestaba, porque, como dice don Francisco de Moneada, en tiempos de Felipe III eran gente baja y sin medios para responder a los gastos del proceso».