Presentación

Ramón J. Sender nació el año 1901 en Chalamera, provincia de Huesca. Su padre, secretario del ayuntamiento, y su madre, maestra nacional, eran de Alcolea de Cinca —pueblo que en casi todas las biografías del escritor figura equivocadamente como su lugar de nacimiento—, adonde volvieron cuando el niño tenía un año de edad. Poco después fijaron su residencia en Tauste, cerca de Zaragoza. En este pueblo, y más tarde en Reus, cursó estudios de bachillerato, que continuó en el Instituto de Zaragoza y terminó en Alcañiz (Teruel). En los dos primeros volúmenes de Crónica del alba recuerda sus circunstancias familiares y las peripecias de sus años infantiles.

A los diecisiete años se fugó de su casa. «Había peleado con mi padre y me escapé de casa —cuenta en sus conversaciones con Marcelino Peñuelas 1—. Y desde el mes de marzo de 1918 hasta mayo o junio estuve sin domicilio en Madrid. Dormía en el Retiro, en un banco. Toda mi hacienda consistía en un peine y un cepillo de dientes…». A tan temprana edad comenzó a publicar sus primeros trabajos literarios en los periódicos de Madrid. Con el producto de aquellas colaboraciones logró subsistir. Consiguió un empleo en una farmacia y comenzó sus estudios universitarios, que no llegó a terminar, en la Facultad de Filosofía y Letras. Su padre le reclamó y le obligó a volver a Huesca, donde dirigió un periódico diario, «La Tierra», órgano de la Asociación de Labradores y Ganaderos del Alto Aragón, de la que su padre era director gerente.

Al llegar a la edad militar, en 1922, ingresó en el ejército y fue destinado a Marruecos. Terminó la campaña con el grado de alférez de complemento. Su primera novela, Imán, refleja sus experiencias de aquella guerra. Al licenciarse, en 1924, vuelve a Madrid e ingresa en la redacción de «El Sol», periódico de gran prestigio intelectual. Abandonará este diario, al cabo de seis años, para colaborar en publicaciones de signo anarquista. Su actuación revolucionaria le llevó a la cárcel modelo de Madrid, en 1927, bajo la dictadura de Primo de Rivera. En los primeros años de la República hizo un viaje a Rusia y a su regreso se alejó de los grupos anarquistas, a los que achacaba falta de sentido práctico, para acercarse al comunismo, sin llegar a inscribirse nunca en el partido. A los pocos meses de estallar la guerra civil se siente incompatible con los procedimientos comunistas y su discrepancia radical le expone a ser eliminado por los agentes de Stalin en España en una de las purgas ordenadas por el zar rojo.

Aparte sus colaboraciones en los periódicos, Sender publicó, antes de 1936, los siguientes libros: Imán (1930), Siete domingos rojos (1932), Viaje a la aldea del crimen (1934), Mr. Witt en el cantón (1933), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura; El verbo se hizo sexo (1931), O. P. (1931) y La noche de las cien cabezas (1934).

Al terminar la contienda civil, en 1939, Sender abandona España y se refugia en Méjico. En 1942 se trasladó en Estados Unidos, donde sigue residiendo en la actualidad. En estos últimos años trabajó como profesor de Literatura Española en varias universidades de Estados Unidos y dio a la estampa una copiosa producción literaria, que le acredita como uno de los mejores y más fecundos novelistas españoles contemporáneos. En tan dilatado período se afirma su condición de español. «La emigración —dice— ha idealizado en mí las raíces españolas. Por eso a veces me da miedo volver a España, porque estoy enamorado de España, como todo español emigrado. Y si vuelve uno y tiene que rectificar otra vez, se pasa uno la vida rectificando, y a mi edad ya las frustraciones o las decepciones duelen un poco».

En el citado libro de Marcelino Peñuelas, cuya lectura es indispensable para conocer la vida, la obra y el pensamiento del gran escritor aragonés, su autor presenta una clasificación de la obra literaria de aquel, que alcanza una cifra superior a los treinta volúmenes, y su solo enunciado nos revela la riqueza, la variedad y las múltiples proyecciones de la creación senderiana en los campos del saber, de la curiosidad intelectual y de las técnicas literarias. Clasifica Peñuelas los libros de Sender en siete grupos: 1.) Narraciones «realistas» con implicaciones sociales. 2.) Alegóricas, con intención satírica, filosófica o mágica. 3.) Alegórico-realistas, con fusión de los dos grupos anteriores. 4.) Históricas. 5.) Autobiográficas. 6.) Cuentos. 7.) Narraciones misceláneas. En este último grupo incluye La tesis de Nancy, a la que califica de «humorística, intrascendente, la única de este tono en toda su obra».

La singularidad de esta novela en el conjunto de la obra de Sender debió de merecer de la perspicacia del agudo comentarista un juicio más detenido. La tesis de Nancy es ciertamente una novela divertida y el lector de Sender puede creer, en una consideración superficial, que el novelista no se propuso, al escribirla, otra cosa que realizar un ejercicio literario para su propio recreo. Pero esta impresión es falsa. Es el caso que Sender se encariñó con el tema, mejor dicho, con su criatura, Nancy, hasta el punto de que nos ofrece ahora en esta nueva novela, Nancy, doctora en gitanería, una segunda parte de las aventuras de la joven universitaria norteamericana y nos anuncia una tercera parte, con la cual dará fin a una trilogía con la misma simpática protagonista. ¿Insistiría en el tema si estuviese convencido de su intrascendencia? ¿O es que se ha impuesto el personaje a su creador para exigirle pirandelianamente la continuación del relato de su vida? ¿Por qué el público se ha sentido particularmente atraído por las peripecias de Nancy en España, agotando las ediciones de la novela que las relata? Estamos, pues, ante una obra llena de vida y de humor, una verdadera creación literaria que no desmerece al lado de las grandes novelas de la producción de nuestro autor.

«La tesis de Nancy —decíamos en el prólogo de esta novela— es una novela epistolar. Nancy, formal estudiante de lenguas románicas, pasa un año en Alcalá de Guadaira con el propósito de componer allí su tesis doctoral. Puntualmente, sus experiencias andaluzas son transmitidas por carta a su prima Betsy, de Pensilvania. Nancy es una chica americana, semejante a cientos de miles de chicas americanas, cuyo viaje a Europa es probablemente el primer —y quizá el único— episodio “perturbador” de su vida». Y añadíamos más adelante: «Las cartas de Nancy están escritas con el asombro, la curiosidad, la admiración y el desprecio que suele producir lo desconocido. ¿Es la imagen que se forma Nancy la que necesariamente proyecta España —una España atávica, difícilmente comprensible— a los ojos de la joven de América? El libro de Sender acaso no pretenda llegar tan lejos».

De lo que no cabe duda es de que Nancy es un personaje plenamente logrado, una verdadera creación artística, llena de vida, y de su condición como tipo representativo de una generación de muchachas americanas, nos advierte el propio Sender en las líneas de presentación de su personaje: «Yo no he hablado nunca con la prima de Betsy, aunque la he visto muchas veces en los partidos de fútbol, donde suele actuar de “cheer leader”, es decir, de conductora de las voces en masa con las que el público anima a su equipo favorito. (…) No pierdo detalle de lo que hacen esas encantadoras muchachas vestidas de rojo, que se sitúan frente a la galería y gritan, giran sobre los talones, se ponen las manos en las caderas, inclinan la cabeza a un lado u otro, se arrodillan haciendo volar graciosamente su falda y llevan a cabo cada una de ellas y todas juntas un verdadero “ballet” con la colaboración fogosa de veinte mil amables ciudadanos».

Nancy, doctora en gitanería es la segunda parte de La tesis de Nancy. Después de su estancia en España, Nancy regresa a los Estados Unidos y presenta su tesis sobre los gitanos. Es a esta segunda novela a la que mejor convenía el título que lleva la primera. Sender mantiene el tono humorístico, en el que late una crítica cordial del concepto que de España se forma la mentalidad americana. El novelista no hace sociología, pero sí se complace en ofrecernos, por transparencia, una imagen del espíritu americano contemplado en el ambiente universitario. Usa en esta novela un procedimiento que podríamos llamar «técnica de contrastes». Las situaciones surgen de los enfrentamientos de la muchacha americana, de su concepción un tanto simplista de la vida, con una realidad española para ella imprevisible: las costumbres y el lenguaje de los españoles.

El humor de Sender destila en ocasiones, sobre todo al final de la novela, una incontenible melancolía. El lector se imagina que los dos profesores con los que se relaciona Nancy a propósito de su tesis —el profesor Sender y el profesor Blacksen— son el desdoblamiento de una misma personalidad o la doble encarnación de un estado de ánimo. Al fin y al cabo, el humor profundo acaba por desenmascararse a sí mismo. Acaba por confesar, como decía Beaumarchais en cita que Sender reproduce en La tesis de Nancy:

«Je me presse de rire de tout,

de peur d’être obligé d’en pleurer».