Con este libro he contraído muchas deudas de gratitud, de las que quiero dejar constancia; en primer lugar, con Clive Harris y Mike Sheil, espléndidos guías del campo de batalla, que en abril de 2012 me llevaron de visita por el frente occidental de 1914, desde las sierras nevadas de los Vosgos a las viejas llanuras inundables que hay por detrás de la costa belga. Christoph Nubel trabajó de forma excelente con las fuentes alemanas y austríacas, y no me cabe duda de que será un estudioso importante; Pavlina Bobić me proporcionó material de Serbia y Eslovenia; Serena Sissons buceó en fuentes francesas; la dra. Lyuba Vinogradovna, como en mis últimos cuatro libros, proporcionó una ingente cantidad de relatos rusos. Aprendí mucho de la conferencia que, en octubre de 2011, organizó el Instituto Histórico Alemán de Londres con el título de «Nuevas perspectivas sobre la controversia Fischer». Josh Samborn me pasó algunos de sus importantes escritos sobre las experiencias rusas en 1914. John Rohl me concedió generoso acceso a pasajes relevantes del borrador de su próximo libro sobre el káiser en la guerra.
Jack Sheldon compartió conmigo su monografía inédita sobre Le Cateau, y leyó y comentó los borradores de mis capítulos sobre la experiencia de la Fuerza Expedicionaria Británica. Gary Sheffield hizo lo mismo con todo el manuscrito, poniendo de manifiesto una extrema generosidad con su tiempo. Mi viejo colega de la prensa, Don Berry, echó al texto el vistazo de un profano que es asimismo un crítico espléndido. Siento gratitud por todos los que me han proporcionado copias de correspondencia contemporánea inédita, incluidos Jamie Illingworth, por los documentos de su abuelo Percy, principal responsable de la disciplina del Partido Liberal en 1914; Anthony Gray, por el manuscrito de su abuelo Robert Emmet; John Festing, por el de su tío abuelo Maurice. Como en mis libros anteriores, en este el profesor sir Michael Howard (Orden del Mérito, Compañero de Honor, Cruz Militar) también ha sido un crítico y tutor sin igual, aunque no le corresponde responsabilidad alguna por mis juicios ni mis errores. El profesor Nicholas Rodger y Matthew Seligmann leyeron y comentaron el borrador del capítulo naval, lo cual ha redundado en gran beneficio para el texto final. El profesor Mark Cornwall me ofreció cierta orientación para las fuentes serbias. Me parece prudente repetir mi advertencia habitual con respecto a todas las cifras elevadas que se citan en el texto del volumen (y, a este respecto, en cualquier otro estudio histórico): proceden de las mejores fuentes disponibles, pero deben entenderse como una orientación, no como un dato exacto.
También debo dar las gracias, no menos sinceramente por el hecho de que sea un hecho habitual en todos mis libros, al Archivo Nacional Británico, el Museo Imperial de la Guerra y la Biblioteca de Londres, por la inestimable ayuda de sus espléndidas plantillas. En toda Europa, muchas colecciones similares han posibilitado el estudio y las traducciones de mis investigadores en Francia, Rusia, Alemania, Austria, Serbia y Eslovenia. Michael Sissons y Peter Matson han sido mis agentes en Londres y Nueva York durante más de tres décadas, y valoro su guía y sus consejos tanto como siempre. Arabella Pike y Robert Lacey, en HarperCollins (Londres), y Andrew Miller en Knopf (Nueva York), apoyaron el proyecto desde su concepción y han mejorado mucho mis palabras durante su gestación. Mi secretaria Rachel Lawrence ha estado ayudándome en mi trabajo durante la mayor parte de los últimos treinta años, y su energía y entrega no dejan nunca de merecer mi gratitud. Mi esposa Penny sufrió la redacción de este libro, como tantos otros antes que este, con una fortaleza y simpatía que valdrían el respeto de un veterano de guerra.