III. El choque de Lanrezac y Schlieffen

Durante todo el tiempo en que los ejércitos franceses habían estado arrojándose sobre los alemanes a lo largo de casi toda la frontera oriental de Francia, las huestes de Moltke caminaron, caminaron y caminaron hacia el centro del escenario, que dominarían en los días siguientes. En Bélgica y el norte de Francia, más que en Luxemburgo, Alsacia o la Lorena, se decidiría el destino de Europa. Casi 600 000 soldados alemanes de dos ejércitos pasaron Bruselas y luego continuaron hacia el sur, hacia la frontera de las dos naciones. En su camino estaba el 5.o Ejército francés, al que pronto se uniría la Fuerza Expedicionaria Británica; entre los dos, sumaban exactamente la mitad de efectivos que el enemigo.

Joffre aún tenía la esperanza de que las fuerzas belgas pudieran golpear el flanco derecho de los alemanes cuando Moltke —según esperaba, erróneamente— apareciera al sur del Mosa. Tras la caída de Lieja, lo más razonable habría sido que los belgas se retirasen a la fortaleza fronteriza de Namur, al alcance del principal ejército francés. Pero al rey Alberto le interesaba menos la prudencia que aferrarse al suelo nacional. Por ello, resolvió replegarse en el fortín septentrional, Amberes, y aguantar allí hasta que los aliados marcharan en su socorro; él mismo llegó a la ciudad el 20 de agosto. El GQG de Joffre hizo caso omiso de las advertencias claras e insistentes de los belgas, conforme la fuerza principal del ejército alemán estaba atravesando ahora su país con rumbo a Francia.

En la tarde del 21 de agosto, sin embargo, el comandante del 5.o Ejército francés, el general Charles Lanrezac, comprendió de pronto con qué fuerza el enemigo estaba a punto de acometerle. Sus formaciones estaban por debajo de la maza descendente del ala derecha alemana, el golpe crucial en la ejecución del concepto de Schlieffen por parte de Moltke. La fuerza de Lanrezac constaba de cuatro cuerpos y, aunque era tres veces más numerosa que la reducida Fuerza Expedicionaria Británica, que se acercaba por su derecha, sin embargo era mucho menos amplia que la alemana. En aquel momento, el GQG aún esperaba que el 5.o Ejército se uniera con los grupos vecinos, más al sur, para renovar la gran ofensiva de Joffre. Pero su comandante desafió las órdenes recibidas, abandonó el papel de atacante y empezó a replegarse al sur del río Sambre, con los alemanes apiñándose en sus talones.

Lanrezac, que contaba a la sazón sesenta y dos años, ha tenido una pobre prensa entre los historiadores, y es fácil entender por qué. Aunque era un hombre inteligente y uno de los intelectuales militares más señeros de su nación, lo era de una forma zafia e ineficaz, dado no ya al pesimismo, sino al abatimiento. Despreciaba a los británicos, que le devolvieron el desdén con interés. Se refería a la FEB como L’armée W[ilson], porque el subjefe del Estado Mayor era el único oficial destacado que hablaba francés y, por ende, el único que merecía su atención. Pero Lanrezac comprendió mucho mejor que Joffre qué estaba pasando a mediados de agosto de 1914. Estuvo entre los primeros generales franceses que entendieron que los alemanes cruzaban Bélgica con una fuerza formidable, e instó a su comandante en jefe, en vano, a abandonar la ofensiva de las Ardenas, «esa trampa mortal». Las retiradas repetidas que Lanrezac ordenó por iniciativa propia fueron tildadas de pusilánimes tanto por Joffre como por los británicos. Pero preservaron el 5.o Ejército para un servicio importante bajo un comandante mejor. De forma más inmediata, la forma en que Lanrezac manejó sus fuerzas negó a los alemanes el choque decisivo en el norte, que estaban impacientes por provocar.

Al principio, el comandante en jefe no presionó a su subordinado para que atacara. Así, el 5.o Ejército estuvo esencialmente inactivo hasta que, el 21 de agosto, las formaciones de Karl von Bülow cayeron sobre él cerca de Charleroi. Esta era una región industrial, muy urbanizada, que dificultaba el combate defensivo porque la infantería y la artillería no podían obtener una vista clara del enemigo. Aquel día, los alemanes tomaron puentes en el río Sambre y repelieron los diversos contraataques. A la mañana siguiente —el 22 de agosto, que en Francia quedó empapado de sangre—, Bülow y su Estado Mayor subieron en coche a un terreno elevado desde el que podían observar las operaciones. Lanrezac no dio ninguna orden a los dos comandantes locales, situados en el otro lado del valle, por lo que estos hicieron lo que se esperaba de todo general francés en agosto: atacaron y destinaron a sus hombres a una sucesión de cargas masivas, con la intención de reconquistar los puentes del río. Fueron rechazados, con 6000 bajas.

La destrucción de dos regimientos de la infantería colonial, el 1.o de tirailleurs y el 2.o de zuavos, entró en la leyenda sangrienta de la época. Hubo combates cuerpo a cuerpo, de una gran ferocidad, en torno de la bandera de los tirailleurs, que cambió de manos repetidamente. El informe del regimiento lo expresó con una formulación poco pulcra, pero muy expresiva: «el portaestandarte murió cinco veces». El teniente Edward Louis Spears, oficial de enlace británico con Lanrezac, escribió sobre el regimiento atacante: «Como si fueran maniobras, en densa formación, al son de los clarines y tambores y con las banderas al viento, se arrojó al asalto con suma gallardía. Estos hombres aguerridos, frente a unas ametralladoras y unos cañones cuyos artilleros jamás habrían soñado con tales blancos… fueron rechazados con alguna confusión»[64]. En su mayoría, el 5.o Ejército, recordémoslo, desconocía las experiencias escalofriantes que las fuerzas francesas habían vivido ya más al sur, durante dos semanas. Spears vio cómo algunos de los hombres de Lanrezac se aprestaban a renovar el asalto: «Eran como niños ansiosos, tan alegres como si estuvieran de vacaciones y fueran a echarse a caminar, carretera abajo, para pasar un día en la feria del lugar»[65]. A las pocas horas, aquellos ánimos radiantes quedaron extinguidos en una tormenta de explosivos de gran intensidad y fuego de ametralladoras.

El teniente Spears (o «Spiers», según solía escribir su apellido en aquella época) se convirtió en uno de los participantes más notables del drama de 1914. Contaba veintiocho años y, tras haberse criado en Francia, podía hacer algo muy infrecuente entre los soldados británicos de su tiempo: hablar francés sin acento. Pese a su juventud y su graduación, desde los primeros días de la campaña se hizo indispensable para los oficiales de más categoría de los dos aliados, cuya eminencia no le intimidaba en absoluto. Cuatro años más tarde, el embajador de Francia en Londres describió a Spears como una «persona sumamente peligrosa… un judío muy capaz e intrigante, siempre buscando el favor ajeno»[66]. Muchos de los compatriotas de Spears compartían este desdén. Más adelante, a lo largo de la guerra, Winston Churchill trabó amistad con él, y sus camaradas escépticos lo atribuyeron a que los dos eran embaucadores por igual. Pero el oficial de enlace fue un testigo de conversaciones cruciales entre los aliados, y después publicó una narración de sus experiencias, Liaison 1914, que es una obra maestra.

En el frente del 5.o Ejército, el 22 de agosto, tras aplastar los ataques franceses, los alemanes lanzaron su propia ofensiva. A media tarde, el centro de Lanrezac se estaba descomponiendo y su ejército había retrocedido desordenadamente unos diez kilómetros. Tres divisiones alemanas se habían bastado para infligir una severa derrota a nueve formaciones francesas. En un principio, el general pensó en contraatacar al día siguiente. Pero al recibir malas noticias de todos los sectores, a las 9.30 de la noche del 23 de agosto ordenó una retirada general, con la esperanza de plantarse en nuevas posiciones, más al sur, donde lidiar con los alemanes en mejores condiciones. Lo hizo justo a tiempo, pues, aunque el ejército de Bülow también había sufrido bajas de consideración en las batallas del Sambre, sus divisiones ya estaban desplegando sus fuerzas al sur del río. El error mayúsculo del comandante francés fue que, habiendo acertado al desafiar las órdenes, dejó tanto a Joffre como a los aliados británicos en posiciones próximas, en la suposición de que iba a retomar la ofensiva de forma inminente, pero no lo hizo.

Entre el 20 y el 23 de agosto, murieron 40 000 soldados franceses. El 29 de agosto, el total de bajas francesas, desde el principio de la guerra, sumaba 260 000 hombres (incluidos 75 000 muertos). El 3.o y 4.o Ejército, en las Ardenas, habían sufrido más que nadie: de los 80 000 infantes del 3.o, habían caído 13 000. La noche del 23 de agosto, las «batallas de las fronteras» se habían acabado. Siguieron siendo los enfrentamientos armados más sangrientos de toda la guerra, en el cómputo diario. Y al mismo tiempo que los hombres de Lanrezac retrocedían, unos pocos kilómetros más al oeste la Fuerza Expedicionaria Británica chocó con los alemanes por primera vez, en la pequeña y deprimente ciudad industrial belga de Mons.