Armonía
A menudo me sobrecogen los cursos paralelos que encuentro en el ancho mundo. La senda de mi vida me ha llevado a muchos lugares, hasta Mithril Hall y la Costa de la Espada, hasta el Valle del Viento Helado y las montañas Copo de Nieve, hasta Calimport y la Antípoda Oscura. He llegado a saber la verdad que encierra ese antiguo dicho según el cual lo único constante es el cambio, pero lo que me impresiona más profundamente es la similitud de la dirección del cambio, una coincidencia de sentido, de un lugar a otro, en ciudades y entre gentes que no tienen conocimiento unas de otras, o que si lo tienen es muy precario.
Encuentro inquietud y encuentro esperanza, encuentro alegría y encuentro furia. Y al parecer, siempre me topo con el mismo conjunto general de emociones entre gentes de distintos lugares.
Entiendo que hay una racionalidad en todo ello, porque incluso pueblos muy apartados unos de otros comparten influencias comunes; un invierno difícil, una guerra en una tierra que afecta al comercio en otra, murmullos de una plaga que se difunde, la llegada de un nuevo rey cuyo mensaje resuena entre el pueblo y trae esperanza y alegría incluso a los más apartados de su leyenda cada vez más difundida. Sin embargo, a menudo siento como si hubiera otro reino de los sentidos. Del mismo modo que un invierno frío podría extenderse por todo el Valle del Viento Helado y Luskan, y llegar incluso hasta la Marca Argéntea, el sentido se extiende como una telaraña por los senderos y caminos de los Reinos. Es casi como si hubiera una segunda capa climática, una ola emocional que todo lo arrolla abriéndose camino por Faerun.
Hay un estremecimiento y un cambio esperanzado en Mithril Hall y en el resto de la Marca Argéntea, como si todo contuviera el aliento allí donde la moneda de la paz verdadera y de la guerra generalizada se mantiene de canto, y no hay enano, ni elfo, ni humano, ni orco que sepa de qué lado caerá. Se está librando una poderosa batalla emocional entre el statu quo y el deseo de lanzarse a un cambio grande y prometedor.
Y esa misma dinámica inquietante fue la que encontré en Longsaddle, donde los Harpell están inmersos en un estado similar; casi desastroso, con las facciones rivales de su comunidad.
Sostienen con fuerza la moneda, empeñados en conjuros para conservar lo que es, pero la tensión resulta obvia para todo el que contempla la escena.
Y la misma dinámica ha sido la que he encontrado en Luskan, donde el cambio potencial no es menos profundo que la posible —y no demasiado popular— aceptación de un reino orco como socio viable en la liga de naciones comprendidas en la Marca Argéntea.
Una oleada de inquietud y nerviosismo se ha apoderado de la Tierra, desde Mithril Hall hasta la Costa de la Espada, y es muy palpable. Es como si la gente y las razas del mundo hubieran declarado de repente lo inaceptable de la suerte que les depara la vida; como si los seres sensibles hubieran acabado de exhalar todos al mismo tiempo y estuvieran cobrando nuevo aliento.
Me encamino al Valle del Viento Helado, una tierra de tradición que se extiende más allá de la gente que vive allí, una tierra de lealtades y de presiones constantes. Una tierra no habituada a la guerra, una tierra que conoce la muerte desde dentro. Si el mismo aliento que hizo salir a Obould de su agujero, que hizo renacer odios antiguos entre los sacerdotes de Longsaddle, y que propició la ascensión de Deudermont y la caída de Arklem Greeth, ha llenado los vientos incesantes del Valle del Viento Helado, entonces realmente me asusta lo que puedo llegar a encontrar allí, en un lugar donde el humo de una granja arrasada es casi tan común como el humo de una hoguera, y donde el aullido del lobo no es menos amenazador que el grito de guerra de un bárbaro, o que la llamada a la batalla de un orco, o que el rugido de un dragón blanco. Bajo el esfuerzo constante que se necesita simplemente para sobrevivir, el Valle del Viento Helado está siempre de canto, incluso en las épocas en que el mundo está en paz y lleno de alegría. ¿Qué podría encontrar ahora allí, cuando mi camino ha atravesado tierras asoladas por la guerra?
A veces me pregunto si hay un dios o varios dioses que juegan con las emociones del conjunto de seres sensibles como un artista colorea una tela. ¿Podría ser que seres sobrenaturales nos observen y se diviertan con nuestros afanes y tribulaciones? ¿Será que esos dioses remueven la envidia o la codicia, el contento o el amor sobre todos nosotros para poder observar a placer a continuación, incluso hacer apuestas sobre el resultado?
¿O es que también ellos combaten unos con otros, como reflejo de nuestros propios fracasos, y sus victorias y adversidades también nos alcanzan a nosotros, sus insignificantes secuaces?
¿O es que simplemente estoy tomando el camino más rápido para razonar y adjudicar lo que no puedo saber a algún ser o seres irracionalmente definidos para satisfacer mi propia inquietud? Me temo que esto tal vez no tenga mayor importancia que una papilla caliente en una mañana de invierno.
Sea lo que sea: el tiempo, o el surgimiento de un gran enemigo; la gente que exige participar de los últimos adelantos o el golpe de una peste; la actuación de algún dios oculto y nefasto, o tal vez que el conjunto que vislumbro no sea más que una extensión de mi propio tumulto o de mi propia satisfacción interior, una proyección de Drizzt sobre la gente que ve…, sea lo que sea, esta emoción colectiva me parece una cosa palpable, un movimiento real y auténtico de aliento compartido.
DRIZZT DO’URDEN