Fundamentos morales
Tranquilicé a Regís mientras salíamos de Longsaddle. Mantuve una actitud calma y tranquilizadora, el paso firme y la postura erguida. Sin embargo, sentía un nudo en el estómago y el corazón me pesaba. Lo que vi en un pueblo en otro tiempo pacífico me conmovió profundamente.
Hacía años que conocía a los Harpell, o creía conocerlos, y me apenaba verlos recorrer un camino que bien podía conducirlos a un nivel de brutalidad autoritaria que habría llenado de orgullo a los magistrados del desdichado Carnaval del Prisionero de Luskan.
No puedo pretender juzgar la inmediatez y perentoriedad de su situación, pero sí puedo lamentar el resultado potencial que reconocí tan claramente.
Así pues, me pregunto dónde está la línea entre la necesidad utilitaria y la moralidad. ¿Dónde se cruza esa línea? Y, más importante aún, ¿no se sirve al bien mayor con las victorias menores de las normas morales básicas por las concesiones?
Este mundo por el que transito a menudo establece tales distinciones basadas sobre líneas raciales. Dada mi estirpe de elfo oscuro, lo sé y lo comprendo muy bien. Los límites morales se relajan cómodamente en el concepto del «otro». ¿Se puede matar impunemente a un orco o a un drow, pero no a un enano, un humano o un elfo?
¿Qué efecto tendría esa seguridad moral a los ojos del rey Obould en el caso de que considerara su curso inesperado? ¿Qué efecto tuvo sobre mí? ¿Somos Obould, o yo mismo, una anomalía, la excepción a una norma apresurada y rápida, o un atisbo de un potencial más amplio?
No lo sé.
Controlé las palabras y las espadas en Longsaddle. Ésa no era mi lucha, puesto que yo no tenía ni el tiempo, ni el cargo, ni el poder para imponer una conclusión lógica. Además, Regis y yo no podríamos haber hecho mucho para cambiar las cosas. Con toda su estupidez, los Harpell son una familia de poderosos usuarios de la magia. No pidieron ni el permiso ni la opinión de un elfo oscuro y de un halfling que recorrían un camino muy apartado de su hogar.
¿Fue el pragmatismo, entonces, lo que justificó mi falta de acción, y mis subsiguientes argumentos para tranquilizar a Regis, que tan manifiestamente turbado había quedado por lo que había visto?
Puedo mentirle, o al menos ocultar mi auténtica desazón, pero no puedo engañarme. Lo que vi en Longsaddle me hirió profundamente; no sólo me partió el corazón, sino que hirió mi sensibilidad.
También me recordó que no soy más que una persona minúscula en un mundo muy grande.
Mantengo en reserva mis esperanzas y mi fe en la bondad general de la familia Harpell. Es una familia buena y generosa, con una moral sólida a falta de sentido común. No puedo creer que esté tan equivocado al confiar en ellos. Sin embargo…
Casi como respuesta a ese torbellino emocional, me encuentro ahora con que una situación no muy diferente me espera en Luskan, pero desde una perspectiva diametralmente opuesta. Si he de creer en el capitán Deudermont y en ese joven lord de Aguas Profundas, las autoridades de Luskan han dado un paso muy peligroso. Deudermont intenta encabezar algo parecido a una revolución, ya que la Torre de Huéspedes del Arcano no debe reconocerse como gobierno de la ciudad.
¿Es Luskan ahora lo que llegará a ser Longsaddle cuando los Harpell consoliden su poder con inteligentes polimorfos y conejos enjaulados? ¿Son susceptibles los Harpell de sufrir las mismas tentaciones y la misma avidez de poder que aparentemente han infectado a la jerarquía de la Torre de Huéspedes? ¿Es éste un caso de prevalencia de naturalezas mejores? Mi temor es que cualquier consejo dirigente cuya salvaguarda contra el poder persecutorio sea la mejor naturaleza de los principios rectores esté condenado a un eventual y desastroso fracaso. Por eso me sumo a Deudermont, que pretende iniciar una corrección de ese abuso.
También en este caso me encuentro ante un conflicto. No es la pena por Longsaddle lo que me mueve en Luskan; acepto la llamada por el hombre de quien viene. Pero las palabras que le dije a Regis eran más que un consuelo vacío. Los Harpell se comportaban brutalmente, al parecer, pero no tengo duda de que la ausencia de una justicia asfixiante precipitaría un nivel de violencia salvaje y descontrolada entre los clérigos enfrentados.
De ser eso cierto, ¿qué sucederá en Luskan sin el poder detrás del trono? Es bien sabido que la Hermandad Arcana mantiene bajo su control a los cinco grandes capitanes, cuyos deseos y objetivos individuales a menudo entran en conflicto. Estos grandes capitanes eran todos hombres violentos y amigos del poder personal antes de su ascenso. Son una confederación cuyos dominios individuales nunca se han puesto al servicio del bien común del pueblo de Luskan.
El capitán Deudermont librará su batalla contra la Torre de Huéspedes. Me temo que derrotar a Arklem Greeth sería una tarea más fácil que reemplazar el control ejercido por el archimago arcano.
Me pondré en eso del lado de Deudermont, una persona apenas en un mundo muy grande. Y puesto que emprendemos acciones que sin duda tienen implicaciones importantes para tanta gente, sólo puedo esperar que Deudermont y yo, y quienes nos acompañan, produzcan buenos resultados a partir de buenos deseos.
De ser así, ¿deberé volver sobre mis pasos y regresar a Longsaddle?
DRIZZT DO’URDEN