Capítulo 6


Oportunidad

—Bruenor sigue enfadado con él —le dijo Regis a Drizzt.

Torgar y Shingles se les habían adelantado buscando huellas familiares, ya que los enanos creían estar acercándose a su antigua ciudad de Mirabar.

—No.

—No se le olvidan fácilmente las ofensas.

—Y ama a sus hijos adoptivos —le recordó Drizzt al halfling—. A los dos. Es cierto que se enfadó al enterarse de que Wulfgar se había marchado, y justo en un momento en que el mundo ofrecía un panorama realmente sombrío.

—Todos nos enfadamos —dijo Regis.

Drizzt asintió y decidió no discutir, aunque sabía que el halfling estaba equivocado. La partida de Wulfgar lo había entristecido, pero él no se había enfadado porque lo entendía demasiado bien.

Cargar con la pena de una esposa muerta, a quien le había fallado terriblemente al no darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando, era demasiado para él. Después de aquello, Wulfgar tuvo que ver cómo Catti-brie, la mujer a la que una vez había amado, se casaba con su mejor amigo. Las circunstancias no habían sido propicias para Wulfgar y lo habían herido profundamente.

Pero la herida no era mortal. Drizzt lo sabía, y sonrió a pesar de los desagradables recuerdos.

Wulfgar había llegado a aceptar los errores de su pasado y no albergaba más que afecto por los demás compañeros de Mithril Hall, pero había decidido mirar hacia delante, para encontrar su sitio, una esposa, una familia, entre su antiguo pueblo.

Así pues, cuando Wulfgar partió hacia el este, Drizzt no se sintió enfadado en absoluto, y cuando el otoño siguiente llegaron noticias a Mithril Hall de que Wulfgar estaba de regreso en el Valle del Viento Helado, Drizzt se sintió muy animado.

No podía creer que hubieran pasado cuatro años. Daba la impresión de que había sido ayer, pero cuando pensaba en Wulfgar, sin embargo, le parecía que llevaba cien años apartado de su amigo.

—Espero que esté bien —dijo Regis, y Drizzt asintió con la cabeza.

—Espero que esté vivo —añadió Regis, y Drizzt le dio una palmadita en el hombro.

—Hoy —anunció Torgar Hammerstriker, apareciendo sobre una elevación rocosa. Señaló hacia atrás y a la izquierda—. Tres kilómetros para un pájaro, cuatro para un enano. —Hizo una pausa y sonrió—. Cinco para un halfling rechoncho.

—Anoche nos pasamos con las raciones —añadió Shingles McRuff, subiendo para colocarse junto a su viejo amigo.

—Entonces, lleguemos deprisa a las puertas —propuso Drizzt, poniendo fin a las bromas con un tono serio—. Quiero estar lejos de allí antes de que caiga la noche por si el marchion Elastul sigue manteniendo la misma actitud.

Los dos enanos intercambiaron miradas de preocupación. Su entusiasmo por volver a su antiguo hogar estaba atemperado por el recuerdo de haber partido bajo circunstancias que nada tenían de ideales unos años antes. Ellos, junto con muchos de los suyos, más de la mitad de los enanos de Mirabar, habían abandonado a Elastul y su ciudad por una disputa relacionada con el rey Bruenor. A lo largo de los tres últimos años, muchos más enanos mirabarranos, enanos Delzoun, habían llegado a Mithril Hall para unirse a ellos, y de los cientos de antiguos habitantes de Mirabar que consideraban a Bruenor su rey, no todos habían aprobado la decisión de Torgar de confiar en el emisario y regresar.

Más de uno los había advertido de que Elastul encadenaría a Torgar y a Shingles.

—No va a hacer que te marches —dijo Torgar con decisión—. Elastul es tozudo, pero no es ningún tonto. Quiere recuperar su antigua ruta comercial hacia el este. Jamás pensó que Luna Plateada y Sundabar se pondrían del lado de Mithril Hall.

—Ya veremos —fue todo lo que dijo Drizzt, y se pusieron en marcha a paso ligero.

Poco después atravesaban las puertas de Mirabar, empujados por guardias entusiastas, tanto enanos como humanos. Fueron saludados con vítores, incluso Drizzt, al que se le había negado la entrada apenas unos años antes, cuando el rey Bruenor había vuelto a Mithril Hall. Antes de que ninguno de los compañeros hubiera tenido tiempo de asimilar la agradable sorpresa, los cuatro se encontraron ante el propio Elastul, una circunstancia muy poco habitual.

—Torgar Hammerstriker, no esperaba volver a verte —dijo con un tono tan cálido como las llamas juguetonas de un fuego encantado el viejo marchion, que en realidad parecía mucho, muchísimo más viejo que cuando Torgar se había marchado.

Torgar, consciente de su situación, hizo una profunda reverencia, y Shingles lo imitó.

—Venimos como emisarios del rey Bruenor Battlehammer de Mithril Hall, reconociendo tu advertencia y como respuesta a tu petición de una audiencia.

—Sí, y tengo entendido que os fue muy bien… —dijo Elastul— con la emisaria de la Hermandad Arcana, quiero decir.

—Había plumas de diablo por todas partes —le aseguró Torgar.

—¿Estabais allí? —preguntó Elastul, y Torgar asintió—. Sosteniendo bien alto el orgullo de Mirabar, espero.

—No entremos en eso —replicó el enano, y Regis tragó saliva—. Hubo un día en que habría ido hasta los Nueve Infiernos y habría vuelto, cantando las loas de Mirabar. Ahora mi hacha sirve a Bruenor y a Mithril Hall, eso lo sabes bien y sabes que nada ha cambiado.

Por un instante, dio la impresión de que Elastul iba a gritarle a Torgar, pero el marchion contuvo su enfado.

—Mirabar no es la ciudad que tú dejaste, viejo amigo —dijo, en cambio, y una vez más Drizzt tuvo la sensación de que la dulzura de su tono estaba desgarrando al viejo marchion más de lo que podía parecer—. Hemos crecido, si no en tamaño, sí en comprensión. Contempla si no a tu amigo de piel oscura, de pie aquí, ante mi mismísimo trono.

Torgar hizo un gesto burlón.

—Si un día llegas a ser un poco más generoso, el propio Moradin se tasará por aquí a besarte.

La expresión de Elastul se tornó más amarga ante el sarcasmo del enano, pero se esforzó por volver a una postura neutra.

—Mi oferta es seria, Torgar Hammerstriker —dijo—. Amnistía plena para ti y todos los demás que se hayan marchado a Mithril Hall. Podéis recuperar vuestra antigua jerarquía, de verdad, y os otorgaré un cargo y una promoción en las filas del Escudo de Mirabar, porque fue vuestra valiente determinación la que me obligó a mirar más allá de mis propias murallas y a trascender unas perspectivas demasiado limitadas.

Torgar repitió la reverencia.

—Entonces, agradécenos a mí y a mis muchachos por aceptar lo que es y lo que será —dijo—. Vengo en nombre de Bruenor, mi rey y amigo. Y los deseos de Mithril Hall es que olvidemos los… resquemores del pasado. Los orcos están bastante amansados, y la ruta está despejada para tu propio comercio hacia el este y el nuestro hacia el oeste.

Elastul se dejó caer hacia atrás en su trono y pareció bastante contrariado, como si estuviera otra vez a punto de gritar. En lugar de eso, miró a Drizzt y dijo:

—Bienvenido a Mirabar, Drizzt Do’Urden. Ha pasado mucho tiempo desde que disfrutaste de los esplendores de mi notable ciudad.

Drizzt le hizo una reverencia.

—He oído hablar de ellos a menudo —respondió—, y me siento honrado.

—Tienes acceso libre, por supuesto —dijo Elastul—. Todos lo tenéis, y prepararé un tratado con el rey Bruenor para que podáis abasteceros y hacer entregas antes de que los vientos del norte cubran esos caminos ahora despejados con una gruesa capa de nieve.

Les indicó que podían retirarse y obedecieron con presteza.

—Le hace mucha, muchísima falta, reanudar el comercio —le iba comentando Torgar a Drizzt mientras salían de la sala de audiencias.

La reacción de Mirabar ante Torgar y Shingles resultó tan dispar como la estructura de la propia ciudad, mitad en la superficie, mitad subterránea. Por cada dos enanos sonrientes, los antiguos habitantes de Mirabar encontraban la mueca hostil de otro que evidentemente albergaba ansias de traición, y muy pocos de los muchos humanos de los sectores superiores miraban siquiera a Torgar, aunque sus ojos observaban de una manera incómoda a cierto elfo oscuro.

—Todo fue una treta —observó Regis cuando una vieja escupió en el sinuoso sendero al paso de Drizzt.

—Nada de eso —respondió Drizzt, a pesar de que Shingles asentía y Torgar tenía una expresión de disgusto.

—Esperaban nuestra llegada y lo habían preparado todo —sostuvo Regis—. Nos empujaron a entrar y a ver a Elastul no porque estuviesen muy entusiasmados por nuestra llegada, sino porque querían saludarnos antes de que conociéramos hasta dónde llega la envidia de Mirabar.

—Nos recibió, y la mayoría de los míos se alegrarán por ello —dijo Torgar—. La ofensa duele todavía. Cuando yo y mis chicos nos marchamos, dejamos una herida que permaneció abierta durante mucho tiempo en la ciudad.

—Vivan los enanos arrogantes —dijo Shingles, lapidario.

—La herida cerrará —dijo Drizzt—. Tiempo al tiempo. Elastul le ha puesto un bálsamo al recibirnos tan cordialmente.

Cuando terminó, saludó con una leve inclinación de cabeza a un par de viejos que lo miraban con manifiesto desprecio. Su saludo los descolocó e hizo que se volvieran con un gruñido de disgusto.

—La voz de la experiencia —observó Regis, secamente.

—No soy ajeno al desdén —concedió Drizzt—, aunque mi encanto acaba venciéndolos a todos.

—O los haces picadillo con tus espadas —dijo Torgar.

Drizzt lo dejó pasar con una risita. Ya sabía que tendría que transcurrir algún tiempo antes de que volvieran a reír juntos. La recepción de Mirabar, a pesar de la promesa de hospitalidad de Elastul, pronto se revelaría contraproducente para los planes de Bruenor.

Poco después, el grupo descendió por la gran pendiente que llevaba a los niveles más bajos de la ciudad, donde los enanos se mostraron tan despreciativos con Drizzt como los humanos de arriba.

El drow decidió que ya había visto bastante.

—Nos espera un largo camino y tenemos poco tiempo —les dijo Drizzt a Torgar y a Shingles—. Vuestra ciudad es tan grandiosa como me la habíais descrito, pero me temo que mi presencia aquí obstaculice vuestro deseo de demostrar la buena voluntad de Mithril Hall.

—¡Bah, van a cerrar la boca! —insistió Torgar, a punto de explotar.

Drizzt apoyó una mano en el hombro del enano.

—Esto lo hacemos por el rey Bruenor, no por ti ni por mí —explicó el drow—, y mis motivos son reales. El camino al Valle del Viento Helado se cierra rápidamente, muchas veces incluso antes de que llegue el invierno, y me gustaría ver a mi viejo y querido amigo antes del deshielo primaveral.

—¿Ya nos vamos? —intervino Regis—. Y yo que me había prometido una buena comida.

—Y la tendrás —dijo Torgar, guiándolos hacia la taberna más próxima.

Sin embargo, Drizzt lo cogió por un brazo y lo obligó a pararse, y al volverse, Torgar vio que el drow meneaba la cabeza.

—Es probable que haya una conmoción que no nos beneficiará en absoluto.

—Afuera se está haciendo oscuro —arguyo Torgar.

—Se ha hecho oscuro todas las noches desde que nos marchamos de Mithril Hall, como es lógico —replicó el drow con una sonrisa convincente—. No temo a la noche, muchos la llaman la hora de los drows, y al fin y al cabo eso es lo que soy…

—Pero yo no, y tengo hambre —sostuvo Regis.

—¡Nuestros petates están medio llenos!

—Sí, de pan seco y carne en salazón. Nada jugoso o tierno y…

—Irá quejándose todo el camino hasta el Valle del Viento Helado —lo previno Torgar.

—Es un camino muy largo —añadió Shingles.

Drizzt sabía que estaba derrotado, de modo que siguió a los enanos al salón. Fue tal como lo habían previsto: todos los ojos se volvieron hacia Drizzt en cuanto entró por la puerta. El tabernero lanzó un gran suspiro de resignación; el elfo se dio cuenta de que Elastul había dado órdenes de que había que servirle.

Optó por no discutir ni insistir, y permitió que Torgar y Shingles fueran hasta la barra a traer la comida mientras él y Regis se acomodaban en la mesa más retirada. Los cuatro se pasaron toda la comida soportando las miradas furiosas de una docena de parroquianos. Regis no dio muestras de que le molestara lo más mínimo, ya que ni siquiera levantó la vista del plato como no fuera para ver qué había a continuación.

Sin duda, no fue una comida placentera. El tabernero y la camarera dieron muestras de gran eficiencia para servir la comida y llevarse los platos vacíos.

Eso le pareció bien a Drizzt, y cuando se hubieron retirado los últimos huesos y los restos de pan y Regis sacó su pipa y empezó a golpear con ella en la mesa, el drow le puso la mano encima mientras sostenía la mirada del halfling.

—Es hora de marcharnos —dijo.

—Mirabar no va a abrir las puertas a esta hora —protestó Torgar.

—Apostaría a que sí —respondió Drizzt—, si se trata de dejar salir a un elfo oscuro.

Torgar fue lo bastante prudente como para no apostar con él, y cuando las puertas de la ciudad de arriba se abrieron, Drizzt y Regis dijeron adiós a sus dos compañeros enanos y se internaron en la noche.

—Esto me molesta más a mí que a ti, ¿no es cierto? —preguntó Regis mientras iban dejando atrás la ciudad.

—Sólo porque tienes que renunciar a una cama blanda y una buena comida.

—No —dijo el halfling con toda seriedad.

Drizzt se encogió de hombros, como restándole importancia, una importancia que no tenía para él, por supuesto. Se había encontrado con recepciones similares en muchas comunidades, especialmente durante sus primeros años en el mundo de la superficie, antes de que su fama empezara a precederlo. El talante de Mirabar, aunque la población estaba resentida con los enanos y también con Mithril Hall, había sido soportable, comparado con los comienzos, cuando Drizzt ni siquiera se atrevía a acercarse a las puertas de una ciudad sin temor a que lo esperara un peligro mortal.

—Me pregunto si Diez Ciudades será distinta ahora —comentó Regis un poco después, mientras montaban su campamento en un pequeño valle protegido.

—¿Distinta?

—Más grande, tal vez. Con más gente.

Drizzt meneó la cabeza. Le parecía poco probable.

—Es un viaje difícil, atravesando tierras salvajes. Sin duda, encontraremos que Luskan ha crecido, a menos que haya sido asolada por una peste o por una guerra; pero el Valle del Viento Helado es una tierra en la que apenas se nota el paso del tiempo. Es ahora igual que hace siglos, con pequeñas comunidades que sobreviven en las orillas de los tres lagos, y diversas tribus de las gentes de Wulfgar que persiguen al caribú como vienen haciéndolo desde tiempo inmemorial.

—A menos que la guerra o una peste las haya arrasado.

Drizzt volvió a negar con la cabeza.

—Si una o todas las poblaciones del Valle del Viento Helado hubieran sido destruidas, habrían sido reconstruidas en seguida, y el filo de la vida y la muerte habría recobrado el equilibrio.

—Pareces seguro.

Una sonrisa afloró a la cara del drow. Eso era lo que tenía de reconfortante la perpetuidad de una tierra como el Valle del Viento Helado, ofrecía ese solaz y esa sensación de pertenencia de los lugares donde se mantienen las tradiciones desde generaciones atrás, donde los ritmos de la naturaleza lo rigen todo, donde las estaciones son las únicas que marcan el paso del tiempo y donde nada más importa.

—El mundo tiene sus raíces en lugares como el Valle del Viento Helado —dijo Drizzt, hablando tanto para sí como para Regis—. Y todo el tumulto de Luskan y de Aguas Profundas, sometido a los caprichos de gobernantes transitorios, de corta vida, no puede arraigar allí. El Valle del Viento Helado no sirve a ningún gobernante, a menos que sea a la propia Toril, y Toril es una señora paciente —añadió, y miró a Regis y sonrió para quitarle solemnidad a la cosa—. Puede ser que dentro de mil años, un halfling que se encuentre pescando a orillas del Maer Dualdon encuentre por casualidad una concha tallada y vea la marca de Regis en ella.

—Sigue hablando, amigo —replicó Regis—, y dentro de unos años Bruenor y tu esposa se preguntarán por qué no hemos regresado.