El impecable valle del viento helado
Las rocas ofrecían apenas un magro refugio del viento, cuyo aullido era incesante. Al norte de la cumbre de Kelvin, en plena tundra, Drizzt y Regis daban gracias por haber encontrado al menos algo de protección. No se sabe cómo, el drow se las ingenió para encender un fuego, aunque las llamas libraban una batalla tan feroz contra el viento que no dejaban mucho calor para los compañeros.
Regis se sentó, resignado, trabajando con su pequeña navaja en una pieza de hueso.
—Es una noche realmente fría —comentó Drizzt. Al alzar la vista, Regis vio que su amigo lo miraba con curiosidad, como si esperara que empezara a quejarse sin parar, algo, preciso era admitirlo, tan frecuente en él. Por algún motivo que ni siquiera él entendía —tal vez fuera la sensación de regreso al hogar, o tal vez la esperanza de volver a ver a Wulfgar muy pronto— no se sentía mal por el viento ni proclive a refunfuñar.
—Es el viento norte que viene a visitarnos —dijo el halfling con aire ausente, fija todavía su atención en la talla—, y por supuesto, está aquí por alguna razón. Miró al cielo y confirmó su observación. Cada vez brillaban menos estrellas, y las sombras negras de las nubes avanzaban raudas desde el noroeste.
—Entonces, aunque encontremos la tribu de Wulfgar por la mañana, como habíamos esperado, no es probable que salgamos del Valle del Viento Helado a tiempo para evitar las primeras nevadas importantes —dijo Drizzt—. Estaremos aquí sin salida hasta que termine el invierno.
Regis se encogió de hombros. Era extraño, pero la idea no lo incomodaba, y siguió con su talla.
Después de un momento, Drizzt rio por lo bajo. Eso llamó la atención del halfling, que, al levantar la vista, se encontró con que el drow lo estaba mirando.
—¿Qué pasa?
—Tú también lo sientes —dijo Drizzt.
Regis dejó de tallar un momento, tratando de asimilar las palabras de su amigo.
—Un montón de años, un montón de recuerdos.
—Y la mayoría, estupendos.
—E incluso los malos, como Akar Kessell y la Piedra de Cristal, son dignos de rememorar —continuó Regis—. ¿De modo que cuando todos hayamos desaparecido, e incluso Bruenor haya muerto de viejo volverás al Valle del Viento Helado?
La pregunta hizo que Drizzt parpadeara y se apartara un poco del fuego con una expresión entre confundida y alarmada.
—Es algo en lo que prefiero no pensar —respondió.
—Y yo te pido precisamente que lo hagas.
Drizzt se encogió de hombros y pareció perdido, casi como si se estuviera ahogando.
—Con todas las batallas que nos esperan, ¿qué te hace pensar que os sobreviviré a todos?
—Es la marcha normal de las cosas, o bien podría serlo…, elfo.
—Y si me mataran en combate, y a todos los demás junto conmigo, ¿volverías tú al Valle del Viento Helado?
—Lo más probable es que Bruenor me dejase vinculado a Mithril Hall, para servir al rey que lo sucediera, o para actuar como regente hasta que pudieran encontrar un rey.
—No te saldrás por la tangente con tanta facilidad, amiguito.
—Pero yo he preguntado primero.
—Pero yo te pido una respuesta antes de dar la mía.
Drizzt empezó a ponerse tozudo. Se cruzó de brazos, hasta que finalmente Drizzt le lanzó un «sí» antes de que pudiera adoptar su pose desafiante.
—Sí —dijo el halfling a su vez—. Volvería si no tuviera ninguna obligación en otra parte. No puedo imaginar un lugar mejor en el mundo donde vivir.
—Eso no parece muy propio del Regis que solía arrebujarse en el abrigo para protegerse del frío invernal y que siempre se quejaba con la primera hoja que caía en Bosque Solitario.
—Mi queja era…
—Una extorsión —remató Drizzt—, una forma de asegurarte de que al hogar de Regis no le faltaran nunca troncos, ya que los que te rodeaban no podían aguantar tus lamentos.
Regis se quedó meditando un momento sobre aquel insulto burlón y, por fin, se encogió de hombros, sin ánimo de rebatirlo.
—Y las quejas eran fruto del miedo —explicó—. No podía creer que éste fuera mi hogar…, no podía concebir que lo fuera. Llegué aquí huyendo del pachá Pook y de Artemis Entreri, y no tenía ni idea de que fuera a permanecer en este sitio tanto tiempo. Para mí, el Valle del Viento Helado era un alto en el camino, nada más, un lugar para despistar a ese maldito asesino.
Soltó una risita y meneó la cabeza al mirar la estatuilla que iba tomando forma en sus manos.
—En algún momento llegué a considerar este lugar como mi hogar —dijo con voz más sombría—. No creo haberlo entendido hasta ahora que he vuelto.
—Tal vez sea que estás cansado de batallas y de las tribulaciones de Mithril Hall —dijo Drizzt—, con Obould tan cerca y Bruenor siempre preocupado.
—Tal vez —reconoció Regis, pero no parecía convencido. Volvió a mirar a Drizzt y le dirigió una sonrisa sincera—. Sea cual sea la razón, me alegro de que estemos aquí, los dos juntos.
—En una fría noche de invierno.
—Que así sea.
Drizzt miró a Regis con una mezcla de afecto y admiración, sorprendido de cuánto había crecido el halfling en los últimos años y desde que había recibido una herida de lanza en batalla tiempo atrás. Aquella herida, aquella experiencia tan próxima a la muerte, había producido en Regis un cambio palpable. Antes de aquella lucha en el río, lejos, en el sur, Regis siempre había rehuido los problemas y se le había dado muy bien salir corriendo; pero a partir de entonces, después de que hubo reconocido y admitido con horror que había sido una carga peligrosa para sus heroicos amigos, el halfling había hecho frente a todos los desafíos que se le habían presentado y los había superado con éxito.
—Creo que esta noche va a nevar —dijo Regis, mirando las nubes cada vez más bajas y densas.
—Pues que nieve —replicó Drizzt con una sonrisa contagiosa.
Sorprendentemente, el viento amainó antes del amanecer, y aunque la predicción de Regis sobre la nieve resultó acertada, no fue una tormenta violenta y desagradable. Empezaron a caer unos copos gordos que flotaban perezosamente antes de posarse, indecisos, sobre el suelo cubierto de blanco.
Los compañeros apenas habían reanudado su marcha cuando volvieron a ver el humo de los campamentos, y al acercarse, próximo todavía el mediodía, Drizzt reconoció los estandartes y supo que realmente habían dado con la tribu del Alce, el pueblo de Wulfgar.
—¿Sólo la del Alce? —reflexionó Regis, mirando a Drizzt con preocupación al ver aparentemente confirmado lo que les habían dicho en Bryn Shlander.
Cuando ellos se habían marchado para Mithril Hall, los bárbaros del Valle del Viento Helado estaban unidos, todas las tribus juntas. Al parecer, la situación ya no era la misma, a juzgar tanto por el reducido tamaño del campamento como por el hecho de que sólo se divisara un estandarte.
Se acercaron lentamente, uno junto al otro, con las manos alzadas y las palmas hacia fuera, en actitud nada amenazadora.
Los hombres que montaban guardia en torno al campamento los recibieron con sonrisas y gestos de reconocimiento; todavía los recordaban en el lugar y los consideraban amigos. Los centinelas no abandonaron sus puestos para ir a saludarlos, pero sí les hicieron gestos con la mano invitándolos a entrar.
Además, por el movimiento en la zona principal, Regis y Drizzt se dieron cuenta de que de algún modo habían avisado de su presencia al resto del campamento. Éste estaba emplazado en un valle poco profundo, de modo que no había posibilidad alguna de que los hubieran visto desde el grupo de tiendas antes de que coronaran las colinas circundantes, y sin embargo, había un gran revuelo en el campamento y todos corrían entusiasmados. En medio de la gran conmoción, y flanqueada por guerreros y sacerdotes, se alzaba una figura corpulenta, un hombrón con músculos marcados y gran sabiduría en su mirada madura.
Llevaba el tocado de jefe, decorado y con cornamenta de alce, y era alguien muy conocido de Drizzt y Regis.
Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que no era Wulfgar.
—Has parado el viento, Drizzt Do’Urden —dijo Berkthgar el Intrépido con su poderosa voz—. Tu leyenda no tiene fin.
Drizzt aceptó el cumplido con una gentil reverencia.
—Se te ve bien, Berkthgar, y eso alegra mi corazón —dijo el drow.
—La estación ha sido difícil —reconoció el bárbaro—. Este otoño ha sido el más crudo, y nos hemos sacado de encima a los asquerosos goblins y gigantes. Hemos tenido muchas bajas, pero a mi tribu le fue mejor que a las demás.
Tanto Regis como Drizzt se pusieron tensos al oír eso, sobre todo lo de las bajas, especialmente por el hecho de que no fuese Wulfgar el que estuviera ante ellos y de que no se lo viese por ningún lado.
—Sobrevivimos y seguimos adelante —añadió Berkthgar—. Así es nuestro linaje y así son nuestras costumbres.
Drizzt asintió con aire solemne. Quería hacer la pregunta que lo atormentaba, pero contuvo la lengua y dejó que el bárbaro siguiera adelante.
—¿Qué tal Bruenor y Mithril Hall? —preguntó Berkthgar—. Ruego a los espíritus que no hayas venido para comunicarme que ese maldito rey orco se impuso por fin.
—No, no es eso… —empezó a decir Drizzt, pero se contuvo y miró a Berkthgar con curiosidad—. ¿Cómo sabes lo del rey Obould y sus secuaces?
—Wulfgar, hijo de Beornegar, volvió a nuestro lado con muchas historias que contar.
—¿Y dónde está, entonces? —inquirió Regis sin que pudiera contenerse más—. ¿Ha ido de caza?
—Nadie ha salido de caza.
—¿Adonde entonces? —insistió Regis, y salió una voz tan potente de su pequeño cuerpo que hizo que Berkthgar y todos los demás se sobresaltaran, incluso Drizzt.
—Wulfgar volvió con nosotros hace cuatro inviernos, y tres inviernos permaneció con nuestro pueblo —replicó Berkthgar—. Cazó con la tribu del Alce, como siempre lo había hecho. Compartió con nosotros comida y bebida. Danzó y cantó con la gente que había sido la suya, pero ya no está.
—¡Trató de arrebatarte la corona y no se lo permitiste! —dijo Regis, lamentando sin conseguirlo que no hubiera acusación en su tono. Sin embargo, se dio cuenta de que no lo había conseguido cuando Drizzt le dio un codazo en el hombro.
—Wulfgar nunca me desafió —replicó Berkthgar—. No tenía derecho a poner en duda mi liderazgo.
—En una época fue vuestro jefe.
—En una época.
La simple respuesta puso en guardia al halfling.
—Wulfgar olvidó las costumbres del Valle del Viento Helado, las costumbres de su pueblo —dijo Berkthgar, dirigiéndose directamente a Drizzt, sin bajar siquiera la vista para mirar al preocupado halfling—. El Valle del Viento Helado es implacable. Wulfgar, hijo de Beornegar, no necesitó que se lo recordáramos. No planteó ningún desafío.
Drizzt asintió, dejando clara su comprensión y su aceptación.
—Nos dejó en el primer igualamiento de luz y sombra —explicó el bárbaro.
—El equinoccio de primavera —le explicó Drizzt a Regis—, cuando el día y la noche tienen la misma duración.
Se volvió hacia Berkthgar y le preguntó directamente:
—¿Se le ordenó que se marchara?
El jefe negó con la cabeza.
—Son demasiado extensas las historias que hablan de Wulfgar. Es una gran pena para nosotros saber que ya no es uno de los nuestros.
—Pensó que volvía a casa —dijo Regis.
—Ésta no era su casa.
—Entonces, ¿dónde está? —inquirió el halfling, y Berkthgar meneó la cabeza solemnemente, pues no tenía una respuesta.
—No volvió a Diez Ciudades —dijo Regis, cada vez más animado a medida que crecía su alarma—. No volvió a Luskan. No podría haberlo hecho sin pasar por Diez…
—El Hijo de Beornegar está muerto —lo interrumpió Berkthgar—. No nos alegra que haya sucedido así, pero el Valle del Viento Helado se nos impone a todos. Wulfgar olvidó quién era y de dónde había venido. El Valle del Viento Helado no perdona. Nos dejó en el primer igualamiento de luz y sombra, y encontramos señales de él durante varias semanas, pero han desaparecido, se ha ido.
—¿Estás seguro? —preguntó Drizzt, tratando de disimular el temblor de su apenada voz.
Berkthgar parpadeó lentamente.
—Nuestra comunicación con la gente de los tres lagos es escasa —explicó—, pero cuando los signos de Wulfgar desaparecieron de la tundra del valle, les preguntamos por él. El pequeño tiene razón. Wulfgar no volvió a Diez Ciudades.
—Nuestro duelo ha terminado —dijo una voz detrás de Berkthgar.
El jefe bárbaro se volvió a mirar al hombre que había pasado por alto las costumbres y había hablado. Una inclinación de cabeza de Berkthgar mostró su benevolencia, y cuando vieron al hablante, Drizzt y Regis comprendieron ese gesto, porque Kierstaad, que se había transformado en un hombre vigoroso, siempre había sido un decidido defensor del hijo de Beornegar. Era indudable que para él la pérdida de Wulfgar era casi como la pérdida de un padre. Sin embargo, ni en su voz ni en su actitud había la menor muestra de dolor. Había proclamado que el luto por Wulfgar había terminado, así, sin más.
—No sabéis si está muerto —protestó Regis, y tanto Berkthgar como Kierstaad, y muchos otros, lo miraron con gesto ceñudo.
Drizzt hizo callar al halfling con un golpecito en el hombro.
—Tú conoces el amparo de un hogar encendido y una cama de plumón —le dijo Berkthgar a Regis—. Nosotros conocemos el Valle del Viento Helado. El valle no perdona.
Regis se disponía a protestar otra vez, pero Drizzt lo contuvo, comprendiendo perfectamente que la resignación y la aceptación eran la forma de ser de los bárbaros. Aceptaban la muerte sin pesar, porque la muerte siempre andaba rondando. No había hombre ni mujer por allí que no hubiese conocido el espectro de la muerte, la de un amante, un padre, un hijo o un amigo.
Fue así como el drow trató de mostrar el mismo estoicismo cuando él y Regis se despidieron de la tribu del Alce poco después, recorriendo el mismo camino que los había traído tan lejos de Diez Ciudades. Sin embargo, la apariencia era insostenible, y el drow no podía evitar su gesto de dolor.
Wulfgar se había marchado, lo había perdido, y el sabor era realmente amargo. La negra ave de la culpa lo sobrevolaba mientras iba caminando acompañado del recuerdo de la cara de Wulfgar cuando se enteró de que había perdido a Catti-brie porque ella se había entregado al drow al que consideraba su amigo. No había sido culpa de nadie —ni de Drizzt, ni de Catti-brie, ni de Wulfgar—, ya que el bárbaro había estado perdido para ellos durante años, atrapado en el Abismo por el balor Errtu. En ese tiempo, Drizzt y Catti-brie se habían enamorado, o habían admitido, por fin, el amor que sentían desde hacía años, pero que habían mantenido oculto por sus evidentes diferencias.
Al volver Wulfgar de entre los muertos, no pudieron hacer nada, por más que Catti-brie lo intentó.
Y fue ésa la circunstancia que apartó a Wulfgar de los compañeros de Mithril Hall. «Fue una circunstancia en la que no hubo culpas», se decía una y otra vez Drizzt mientras Regis y él caminaban en silencio en medio de la leve nevada. Lo único importante era que habían perdido a Wulfgar para siempre, que su querido amigo ya no estaba y que su mundo se había reducido.
El aspecto amortiguador de la nieve y de la brisa no bastaba para ocultar los sollozos de Regis, que iba a su lado.