Sava, cinco maneras y media
—¡Las ratas de mi sentina están gruñendo! —protestó el gran capitán, refiriéndose a los paisanos que vivían en el sector de la ciudad que era su dominio, el cuadrante nororiental de Luskan, al sur del Mirar—. No puedo permitir que los incendios derriben sus casuchas ¿verdad? ¡Tu guerra tiene un alto precio!
—¿Mi guerra? —replicó el viejo Rethnor, recostándose en su butaca.
Kensidan estaba sentado a su lado, con la silla apartada de la mesa, Como mandaba el protocolo, y con las piernas delgaduchas cruzadas, como siempre.
—Se dice por ahí que tú provocaste a Deudermont desde el principio —insistió Baram.
Era con mucho el más pesado de los cinco capitanes, y el más alto, aunque en los tiempos en que navegaban, había sido el que pesaba menos de todos, un alfeñique de hombre, más delgado incluso que el quejumbroso Taerl, que se parecía tanto a una comadreja.
Hubo un runrún en torno a la mesa, pero cesó cuando intervino el más imponente de los cinco.
—Yo también lo he oído.
Todos los ojos se volvieron hacia el gran capitán Kurth, un hombre sombrío, el segundo en edad de los cinco grandes capitanes. Esa apariencia melancólica se debía, en parte, a su barba entrecana, que mi siempre parecía de dos días, aunque mayormente era el resultado de mi forma de comportarse. Era el único de los cinco que vivía en el río, en la isla de Closeguard, de camino a la isla de Cutlass, donde se alzaba la parre de Huéspedes del Arcano. Con una posición tan estratégica en el actual conflicto, había muchos que creían que Kurth era el que llevaba la iniciativa.
Desde su punto de vista, Kensidan pensaba que Kurth coincidía con esa idea.
Aunque nunca era un hombre bullicioso ni feliz, en esos momentos Kurth parecía todavía más sombrío, y era comprensible, ya que su dominio, aunque había salido prácticamente indemne, era el que aparentemente corría más peligro.
—¡Rumores! —insistió Suljack, golpeando la mesa con el puño, una demostración que hizo aflorar una sonrisa al rostro de Kensidan.
El perspicaz hijo de Rethnor se dio cuenta entonces de dónde habían oído el rumor Baram y Kurth. Suljack no era el más discreto de los hombres, ni el más inteligente.
—Esos rumores se deben, sin duda, a… —empezó a decir Kensidan, pero un estallido lo obligó a callar.
—¡Tú no estás aquí para hablar, Cuervo! —gritó Baram.
—¡Tú vienes y te estás ahí callado, y puedes darte por satisfecho si te permitimos esto! —lo apoyó Taerl, el tercero de los cinco, cuya cabeza se balanceaba tontamente en el extremo de su largo y pellejudo cuello, un cuello provisto de la mayor nuez de Adán que Kensidan hubiera visto jamás.
De pie junto a Taerl, Suljack tenía una expresión de absoluto horror y se frotaba la cara con nerviosismo.
—¿Has perdido la voz, Rethnor? —añadió el gran capitán Kurth—. Me han dicho que has traspasado la Nave Rethnor al muchacho, aunque no formalmente. Si lo que quieres es que él hable por ti aquí, entonces tal vez deberías plantearte renunciar.
La risa de Rethnor sonó ronca, un claro recordatorio de su delicado estado de salud, y contribuyó a aumentar la tensión más que a aliviarla.
—Mi hijo habla por la Nave Rethnor porque sus palabras provienen de mí —dijo, aparentemente con gran dificultad—. Si dice una sola palabra que no me guste, lo haré saber.
—En nuestras reuniones sólo pueden hablar los grandes capitanes —insistió Baram—. ¿Acaso tengo que traer yo a mis chicos y dejar que charlen con los de Taerl? ¿O a nuestros capitanes de calle?, ¿o Kurth podría traer a unas cuantas zorras de su isla…?
Kensidan y Rethnor intercambiaron miradas, y el hijo le hizo al padre señas de que hablara.
—No —les dijo Rethnor a los demás—, no he traspasado la Nave Rethnor a Kensidan, aunque puede que ese día no esté lejos.
Empezó a toser y a ahogarse, y siguió así un largo rato, el suficiente para que más de uno pusiera los ojos en blanco a modo de sutil recordatorio de que tal vez habría sido preferible escuchar una voz joven, vigorosa, en lugar de aquellos pitos ridículos.
—No es mi guerra —dijo Rethnor, por fin—. No le hecho nada a Deudermont ni lo he favorecido en nada. El archimago arcano ha sido el artífice de todo. En su confianza desmedida, se ha excedido; sus tejemanejes con los piratas se han convertido en un fastidio inaguantable para los lores de Aguas Profundas. Según una información de buena fuente, tampoco ha conseguido entablar relaciones amistosas con Mirabar. Todo es perfectamente lógico; es algo que se ha venido repitiendo una y otra vez en la historia por todo Faerun.
Sobrevino una larga pausa en la que el anciano parecía afanado en recobrar el aliento. Después de otro acceso de tos, continuó.
—Lo más sorprendente de todo son las caras de mis compañeros, los grandes capitanes.
—¡Es un giro curioso! —protestó Baram—. La espiral sur de la Torre de Huéspedes está ardiendo.
Sale humo de toda la sección norte de la ciudad. Hay magos poderosos muertos en las calles.
—Bien. Una limpieza crea oportunidades, y ésta es una verdad que no se refleja en esas caras largas y asustadas.
La afirmación de Rethnor dejó a tres de los otros, incluido Suljack, con los ojos muy abiertos.
Kurth, en cambio, se limitó a juntar las manos en su regazo y miró con expresión dura al viejo Rethnor, como su oponente más formidable que era. Incluso en los días en que lo dos navegaban, jamás se habían llevado bien, y nada de eso había variado desde que habían cambiado sus barcos, cansados de agua, por sus respectivas naves.
—Mis ratas de sentina… —protestó Baram.
—Chillarán y se quejarán, y al final aceptarán lo que se les ofrece —dijo Rethnor—. No tienen otra opción.
—Podrían rebelarse.
—Y tú los matarías hasta que los supervivientes se calmaran —añadió Rethnor—. Tenéis que ver esto como una oportunidad, amigos míos. Hemos estado demasiado tiempo viéndolas venir mientras Arklem Greeth se llevaba toda la riqueza de Luskan. Es cierto que nos paga bien, pero nuestras ganancias son calderilla comparadas con las suyas.
—Mejor el archimago arcano, que conoce Luskan y vive para la ciudad… —empezó a decir Baram, pero se detuvo cuando algunos comenzaron a reír por lo bajo ante la curiosa elección de sus palabras.
»Conoce Luskan —insistió Baram, sumándose al jolgorio con una sonrisa—. Mejor él que cualquier señor de Aguas Profundas.
—Ese idiota de Brambleberry no tiene ningún designio sobre Luskan —dijo Rethnor—. Es un joven lord; nació rico y se imagina que es un héroe. Eso es todo. No creo que sobreviva a esta locura, y aunque lo hiciera, se llevará sus mil arcos y cosechará diez mil ovaciones más en Aguas Profundas.
—Eso nos deja con Deudermont —dijo Taerl—. No se imagina nada y ya tiene una reputación mayor de la que Brambleberry pueda siquiera imaginar.
—Cierto, pero no en detrimento de nosotros —explicó Rethnor—. Si Deudermont llega a triunfar, la gente de Luskan le rendirá pleitesía.
—Ya hay quien lo hace —dijo Baram.
—Muchos lo hacen, si hemos de juzgar por la forma en que engrosan sus filas —corrigió Taerl—. Jamás habría pensado que la gente se atrevería a seguir a nadie enfrentándose a tipos como Arklem Greeth, pero lo hace.
—Y sin que eso nos cueste nada a nosotros —dijo Rethnor.
—Entonces, ¿querrías que Deudermont gobernara Luskan por encima de todos nosotros? —preguntó Baram.
Rethnor se encogió de hombros.
—¿Realmente piensas que es tan formidable como Arklem Greeth?
—Tiene hombres, cada vez más hombres, y podría llegar a serlo —replicó Taerl.
—En esta lucha, tal vez, pero Arklem Greeth tiene los recursos para ver donde Deudermont no puede ver, y para matar rápidamente donde Deudermont necesitaría enviar un ejército —dijo Rethnor, otra vez después de una larga pausa. Era evidente que el hombre estaba al borde de sus fuerzas—. Para nuestros fines, no estaríamos peor con Deudermont a la cabeza de Luskan, incluso abiertamente, tal como está ahora Arklem Greeth, en secreto.
Acabó con un ataque de tos mientras los otros grandes capitanes intercambiaban miradas curiosas, intrigados unos, otros a punto de estallar.
Kensidan se puso de pie y se acercó a su padre.
—La reunión ha terminado —anunció, y llamó a un guardia de la Nave Rethnor para que le diera a su doliente padre golpecitos en la espalda a fin de que pudiera expulsar la flema que lo ahogaba.
—Ni siquiera hemos resuelto la cuestión que vinimos a discutir —protestó Baram—. ¿Qué vamos a hacer con la guardia de la ciudad? Se muestran ansiosos y no saben de qué lado ponerse. ¡Permanecieron en sus barracones de la isla de Sangre y dejaron que Deudermont avanzara, y el tramo norte del puente de la Cruz del Puerto se desplomó en el río!
—No vamos a hacer nada al respecto —respondió Kensidan.
Taerl le lanzó una mirada furiosa antes de volverse hacia Kurth en busca de apoyo. Sin embargo, Kurth se limitó a quedarse allí sentado, con las manos juntas, ocultando su expresión tras su envoltura sombría.
—Por lo menos, mi padre no va a permitir que los guardias que obedecen a la llamada de la Nave Rethnor actúen —explicó el Cuervo—. Que Deudermont y Arklem Greeth libren su batalla y nos limaremos cuando las cosas tomen un rumbo claro.
—A favor del ganador, por supuesto —dedujo Taerl con tono sarcástico.
—No es nuestra lucha, pero no significa que no podamos participar en el botín —dijo Suljack, que miró a Kensidan, aparentemente orgulloso de su contribución.
—El archimago arcano hará que toda la guardia luche contra Deudermont —les advirtió Kurth.
—¡Y contra nosotros, por no haber hecho precisamente eso! —añadió Taerl.
—Entonces…, ¿por qué… no lo ha hecho todavía? —gritó Rethnor entre ahogos y toses.
—Porque no le obedecen a él —añadió Suljack, alentado por Kensidan—. No se van a enfrentar a Deudermont.
—Justo lo que Luskan necesita —replicó Kurth con un hondo suspiro—. Un héroe.
—Nos llegan aliados inesperados de todos los frentes —les anunció Deudermont a Robillard, Drizzt y Regis.
Lord Brambleberry acababa de marcharse a un encuentro con Arabeth Raurym y los enanos y humanos de Mirabar, que inesperadamente se habían puesto del lado de Brambleberry y Deudermont en su lucha contra Arklem Greeth.
—Ya se han librado las primeras batallas en la Torre de Huéspedes y todavía no hemos cruzado siquiera a la isla de Closeguard.
—Las cosas van mejor de lo que habíamos supuesto —reconoció Drizzt—, pero, amigo mío, jamás se debe subestimar a esos magos.
—Arklem Greeth, sin duda, nos tiene reservadas unas cuantas sorpresas —dijo Deudermont—, pero con una supermaga y sus acólitos de nuestro lado, podremos anticiparnos y enfrentarnos mejor a sus tretas. Claro, a menos que esa Arabeth Raurym sea el primero de sus engaños…
Lo dijo en broma, pero la mirada que cruzó con Robillard demandaba confirmación.
—No lo es —lo tranquilizó el mago—. Su traición a la Torre de Huéspedes es genuina y nada inesperada. Estoy seguro, y también lo está Arklem Greeth, de que fue ella quien reveló los avances de la Hermandad Arcana hacia la Marca Argéntea. No, su supervivencia depende de que Arklem Greeth pierda, y de que lo pierda todo.
—Se ha volcado totalmente en nuestra causa.
—O en la suya propia —replicó Robillard.
—Que así sea —dijo Deudermont—. En cualquier caso, su deserción nos aporta la fuerza necesaria para destruir al perverso líder de la Torre de Huéspedes.
—Y entonces, ¿qué? —preguntó Regis.
Deudermont miró fijamente a Regis.
—¿Qué quieres decir? No se puede apoyar el gobierno de Arklem Greeth, que ni siquiera está vivo. ¡Su mera existencia es una perversión!
Regis asintió.
—Espero que todo sea cierto —replicó—. Sólo me pregunto…
El halfling miró a Drizzt en busca de apoyo, pero éste se limito a menear la cabeza, no creyéndose cualificado para entrar en semejante debate con el capitán Deudermont.
El capitán le sonrió y se desplazó para verter vino en cuatro copas, que distribuyó entre los presentes.
—Sigue los dictados de tu corazón y haz lo que es bueno y justo, y todo estará bien —dijo Deudermont, y alzó su copa en un brindis.
Los demás se sumaron, aunque el entrechocar de las copas no fue muy entusiasta.
—Ya ha pasado tiempo suficiente —dijo Deudermont después de beber un sorbo.
El capitán se refería a la oferta de Brambleberry para que fuera y se uniera a él, a Arabeth y a los mirabarranos. Su demora intencional era una maniobra estudiada por parte de Brambleberry para dejar claro el liderazgo, para mantener el equilibrio. Él y Deudermont causaban más impresión si se presentaban por separado que juntos.
Drizzt hizo señas a Regis para que fuera con el capitán.
—Los de Mirabar no entenderán todavía mi nueva relación con su marchion —dijo Drizzt—. Ve y representa los intereses de Bruenor en esta reunión.
—Yo no sé cuáles son los intereses de Bruenor —dijo Regis con voz entrecortada.
Drizzt le hizo un guiño a Deudermont.
—Él confía en el buen capitán —replicó.
—Confiar en el corazón del buen capitán y confiar en su juicio podrían ser dos cosas totalmente diferentes, ¿no te parece? —le dijo Robillard a Drizzt cuando los otros dos se hubieron marchado.
El mago vació el resto de su vino en el hogar y se pasó a otra botella, un licor más fuerte, para llenar su copa y otra para Drizzt, que la aceptó de buen grado.
—¿No te fías de su buen juicio? —preguntó el drow.
—Temo su entusiasmo.
—Odias a Arklem Greeth.
—Tanto más porque lo conozco —concedió Robillard—. Pero también conozco Luskan y sé que no es una ciudad predispuesta a la paz y la ley.
—¿Con qué nos encontraremos cuando desaparezca el velo humeante de la Torre de Huéspedes? —preguntó Drizzt.
—Cinco grandes capitanes de conducta cuestionable, hombres a los que el capitán Deudermont habría matado de buena gana en el mar de haberlos capturado en los tiempos en que practicaban la piratería. Puede ser que se hayan convertido en líderes razonables y capaces, pero…
—Tal vez no —añadió Drizzt, y Robillard alzó su copa manifestando así su asenso.
—Conozco al diablo que gobierna Luskan, y los límites de sus demandas y depravaciones. Sé de sus rapiñas, su piratería, sus asesinatos. Conozco la lamentable injusticia del Carnaval del Prisionero, y cómo lo usa cínicamente Greeth para mantener aterrorizados a los campesinos incluso mientras se divierten. Lo que no sé es qué diablo sucederá a Greeth.
—Creamos, pues, en la premisa del capitán Deudermont —propuso el drow—. Hagamos lo que es bueno y justo, y confiemos en que todo saldrá bien.
—Prefiero el mar abierto —replicó Robillard—. Allí encuentro una distinción clara entre el bien y el mal. Allí no existe un verdadero crepúsculo, ni luz de amanecer filtrada por las montañas y los árboles. Hay luz y hay oscuridad.
—¡Por la simplicidad! —dijo Drizzt, volviendo a alzar la copa.
Robillard miró por la ventana el horizonte de última hora de la tarde. Salían columnas de humo de varios puntos, lo que hacía el panorama más sombrío.
—Hay tanto gris ahí fuera —señaló el mago—. Tantas tonalidades de gris…
—No pensé que tuvieras el valor de venir aquí —dijo el gran capitán Kurth cuando Kensidan, tan imbuido de su papel de Cuervo, entró sin escolta en su oficina privada—. Podrías desaparecer…
—¿Y en qué te beneficiaría eso a ti?
—Tal vez sea simplemente que no me caes bien.
Kensidan se rio.
—Pero te gusta lo que he propiciado.
—¿Lo que tú has propiciado? ¿Hablas en nombre de la Nave Rethnor?
—Mi padre acepta mis consejos.
—Debería matarte sólo por admitir eso. No es prerrogativa tuya alterar el curso de mi vida, sea cual sea la promesa de mejores cosas que podrías esperar.
—Esto no tiene por qué afectarte —dijo Kensidan.
Kurth dio un bufido.
—Para llegar a la Torre de Huéspedes, las fuerzas de Brambleberry tendrán que atravesar Closeguard. Si permito eso, estaré tomando partido. Los demás podéis esconderos y esperar, pero tú o tu padre me habéis obligado a hacer una elección que amenaza mi seguridad. No me gusta tu presunción.
—No les des el derecho de paso —replicó Kensidan—. Closeguard es tu dominio. Si les dices a Deudermont y a Brambleberry que no pueden pasar, entonces tendrán que ir en barco hasta el patio de armas de la Torre de Huéspedes.
—¿Y si salen victoriosos?
—Tienes mi palabra, la palabra de la Nave Rethnor, de que intercederemos por ti ante el capitán Deudermont en el caso de que asuma el gobierno de Luskan. No habrá acritud personal contra la Nave Kurth por tu razonable decisión.
—En otras palabras, esperas que quede en deuda contigo.
—No…
—No me tomes por tonto, joven —dijo Kurth—. Yo ya tenía tratos con los posibles líderes antes de que tu madre abriera las piernas. Sé cuál es el precio de tu lealtad.
—Nos juzgas mal, a mí y a la Nave Rethnor —dijo Kensidan—. Cuando Arklem Greeth ya no esté, los grandes capitanes encontrarán una nueva forma de participar en el botín. Y aparte de la Nave Rethnor, sólo hay uno dentro del grupo que es realmente formidable y que estará en condiciones de aprovechar la oportunidad.
—Adulaciones… —dijo Kurth con un gesto despectivo.
—Es verdad, y tú lo sabes.
—Sé lo que has dicho: «aparte de la Nave Rethnor» y no «además de Rethnor» —señaló Kurth—. Entonces, es oficial, aunque secreto, que Kensidan capitanea ese barco.
Kensidan negó con la cabeza.
—Mi padre es un gran hombre.
—Lo era —corrigió Kurth—. ¡Oh!, que no te ofenda una afirmación que sabes que es cierta —añadió cuando Kensidan se crispó como un cuervo que erizara las plumas de sus negras alas—. Rethnor también lo reconoce. Tiene la prudencia necesaria para saber cuándo es hora de pasar las riendas del poder. Que haya elegido sabiamente o no es harina de otro costal.
—Adulaciones… —dijo Kensidan, remedando el tono que había usado antes Kurth.
Kurth sonrió al oírlo.
—¿Cuánto tiempo lleva Suljack mamando de tu teta, muchacho? —preguntó—. Deberías entrenarlo para que no te mirara siempre en busca de aprobación cuando hace una sugerencia o una afirmación favorable a tu posición.
—El ve el potencial.
—No es más que un idiota, y tú lo sabes bien.
Kensidan no se molestó en responder a lo obvio.
—El capitán Deudermont y lord Brambleberry siguen su propio camino —dijo—. La Nave Rethnor ni los alienta ni los disuade; sólo busca sacar provecho a su paso.
—No te creo.
Kensidan se encogió de hombros.
—¿Te creerá Arklem Greeth si resulta victorioso?
—¿Entenderá el capitán Deudermont tu negativa a dejarlos cruzar Closeguard si vence en la contienda?
—¿Deberíamos tomar partido ahora y considerarlo ya acabado?
—No —respondió Kensidan, y su tono determinante hizo que Kurth se parara en seco—. No, ninguno de nosotros debe desempeñar un papel en esta lucha. Tal vez en las secuelas, pero no en la lucha. Si te pones del lado de Greeth frente a Deudermont, y eso implica que después usarás a Arklem Greeth contra la Nave Rethnor, entonces yo…, es decir, mi padre tendrá que ponerse de parte de Deudermont para impedir esas consecuencias. Suljack nos seguirá a nosotros. Baram y Taerl se encontrarían aislados si te siguieran a ti, ya que tú estás ahí fuera, en Closeguard, ¿no te parece? Ninguno de ellos se pondría en contra de Brambleberry y Deudermont durante unos días, ¿y cuánta ayuda les enviaría el miserable de Arklem Greeth, después de todo?
Kurth se rio.
—Lo tienes todo bien estudiado, al parecer.
—Veo el beneficio potencial y evito las posibles pérdidas. Mi padre no crio a un tonto.
—Y sin embargo, estás aquí, solo.
—Y mi padre no me envió aquí hoy sin haber estudiado al gran capitán Kurth, un hombre al que respeta por encima de todos los demás de Luskan.
—Más adulaciones.
—Merecidas, según me han dicho. ¿Es que me han informado mal?
—Vuelve a casa, joven necio. —Kurth acompañó sus palabras con un movimiento de la mano, y Kensidan se alegró de marcharse.
«¿Has oído eso?», le preguntó Kensidan a la voz que sonaba en su cabeza en cuanto hubo salido del palacio del gran capitán y mientras cruzaba el puente a toda velocidad para reunirse con sus hombres, que lo esperaban.
«Por supuesto.
»El asalto a la Torre de Huéspedes será mucho más difícil por mar.»
«El gran capitán Kurth les permitirá el paso», lo tranquilizó la voz.