Tácticas y bolas de fuego
—¡Brillante idea esta de batallar contra magos! —dijo Regis, acabando con un chillido mientras se tiraba hacia un lado, detrás de un abrevadero.
Un rayo relampagueante había salido disparado por la puerta delantera de un edificio lejano y había abierto una pequeña trinchera en la tierra justo al lado de donde había estado Regis.
—Ya están fastidiando —dijo Drizzt.
Para subrayar sus palabras, el drow salió de detrás de un tonel y lanzó con Taulmaril tres flechas en rápida sucesión. Las tres, que atrasaron el aire silbando como rayos relampagueantes, desaparecieron mi la oscuridad de la casa e impactaron ruidosamente contra alguna superficie interior.
—Deberíamos movernos —comentó Regis—. El o ellos saben dónde estamos.
Drizzt negó con la cabeza, pero se tiró al suelo y gritó al ver venir un segundo rayo relampagueante. Fue a dar en el tonel que tenía delante, lo transformó en astillas e hizo que surgiera una espesa lluvia de espumosa cerveza.
Regis empezó a gritar llamando a su amigo, pero dejó de hacerlo al descubrir que Drizzt, impulsado por sus tobilleras mágicas, ya estaba agazapado junto a él.
—Puede que tengas razón —concedió el drow—. ¡Por lo menos podrías llamar a Guenhwyvar! —dijo Regis, pero Drizzt negaba enérgicamente a cada palabra.
Guenhwyvar había luchado junto a ellos durante toda la noche, y la pantera astral tenía un tiempo limitado para permanecer en el plano material primario. Si superaba esos límites, se convertía en una compañera débil y penosa.
Regis se volvió a mirar el camino del otro lado, donde una columna de humo negruzco se elevaba en el cielo del crepúsculo.
—¿Dónde está Deudermont? —se lamentó.
—Combatiendo en el puente de la Cruz del Puerto, tal como habíamos acordado.
—¡Alguien debería haber acudido en nuestra ayuda!
—Somos exploradores de avanzada —le recordó Drizzt—. No era nuestro cometido entrar en combate.
—Exploradores de avanzada en una batalla que se ha desencadenado demasiado deprisa —subrayó Regis.
Apenas el día anterior, Drizzt y Regis estaban en el camarote de Deudermont en el Duende del Mar; ninguno de ellos estaba seguro siquiera de que fuera a haber un combate. Pero aparentemente, a lo largo de la tarde, el capitán se había comunicado con uno o más de los grandes capitanes y había recibido una respuesta a la oferta que él y lord Brambleberry les habían hecho.
También habían recibido una respuesta de la Torre de Huéspedes. De hecho, de no haber sido porque el siempre vigilante Robillard había interceptado la respuesta con una difusión de energías mágicas, el marinero Waillan Micanty habría sido transformado en una rana.
Y así empezó todo, repentina y brutalmente, y la Guardia luskana, cuya lealtad estaba dividida entre los cinco grandes capitanes, no había hecho ningún movimiento manifiesto para obstaculizar la marcha indirecta de Deudermont.
Primero habían ido hacia el norte, pasando por las ruinas de la antigua Illusk y el gran mercado al aire libre de Luskan, hasta la orilla del río Mirar. Cruzar hasta la segunda isla, llamada Cutlass, y asaltar directamente la Torre de Huéspedes habría sido un movimiento insensato, ya que la Hermandad Arcana había establecido refugios y fortalezas satélite por toda la ciudad. Lo que se proponía Deudermont era reducir el perímetro de influencia de Arklem Greeth, pero cada paso estaba resultando francamente difícil.
—Espero que podamos superar esta demora indeseada —comentó Drizzt.
Regis volvió hacia él el rostro angelical pero preocupado, reconociendo por el tono del drow que sus palabras eran un recordatorio no demasiado sutil de por qué habían sido detectados por el mago en la casa, para empezar.
—Tenía sed —dijo Regis casi para sus adentros.
La respuesta provocó una sonrisa de Drizzt y una mirada de reojo al barril de cerveza destrozado que había atraído tanto al halfling como para hacerlo salir al descubierto.
—Las guerras te harán eso —respondió Drizzt, acabando con otro respingo.
Señaló a Regis el suelo que tenía a su lado mientras los atacaban con otro rayo relampagueante, al mismo tiempo que saltaba sobre el abrevadero y sacaba una de las tablas más altas. Cuando el suelo se sacudió debajo de sus pies por la explosión, el agua empezó a derramarse sobre ellos.
Regis se apartó hacia un lado, Drizzt hacia el otro. El drow quedó apoyado en una rodilla.
—Bebe —dijo.
Drizzt se dispuso a usar nuevamente su arco, primero a través de la puerta abierta, después haciendo trizas una ventana de cristal en la planta baja y otra en la segunda, por si acaso. No dejaba de tensar y disparar, mientras su carcaj mágico reponía continuamente su reserva de proyectiles encantados.
Sin embargo, de la casa salió un tipo diferente de proyectil, un trío de pequeños impulsos de luz mágica que giraban los unos sobre los otros, curvándose y buscando inequívocamente a Drizzt.
Uno se dividió en el último momento mientras el drow en retirada trataba inútilmente de esquivarlos. Se dirigió directo al pecho de Regis, le chamuscó el chaleco y lo atravesó con una descarga de energía.
Drizzt recibió los dos impactos restantes con una mueca y un gruñido, y se volvió para lanzar una flecha hacia la ventana desde la cual habían partido los proyectiles. Al soltar la flecha, estudió su camino hasta la casa, buscando protecciones contra la persistente andanada mágica. Lanzó otra flecha que hizo impacto en el marco de la puerta y explotó en una extraordinaria lluvia de chispas.
Utilizándolas como cobertura, el drow salió a la carrera. Describió una trayectoria oblicua hacia el lado derecho de la casa, donde un grupo de barriles le ofrecían refugio.
Pensó que lo conseguiría, esperando esquivar otro rayo relampagueante mientras agachaba la cabeza y salía corriendo. Sin embargo, se sintió tonto al perder el equilibrio, después de ver una bolita de fuego que saltaba ágilmente de la ventana de la segunda planta describiendo un arco.
—¡Drizzt! —gritó Regis, que también la había visto.
Y el amigo del halfling desapareció, así, sin más, cuando la bola de fuego explotó junto al grupo de barriles y contra el frente del edificio en el que estaban apoyados.
El Duende del Mar luchaba denodadamente contra la corriente en la desembocadura del río Mirar.
Alguno que otro rayo relampagueante salía a su encuentro desde la orilla septentrional, donde un grupo de magos de la Torre de Huéspedes luchaba desesperadamente para mantener a raya a las fuerzas de Brambleberry en el tramo norte, más largo, de la Cruz del Puerto, el puente más occidental sobre el Mirar.
—Dijiste que tendríamos que perder una veintena de hombres por cada mago abatido si queríamos tener alguna posibilidad —le recordó Deudermont a Robillard, que estaba a su lado apoyado en la barandilla—, pero parece ser que lord Brambleberry ha elegido bien a sus soldados.
Robillard hizo caso omiso del sarcasmo mientras también él trataba de hacer una evaluación más precisa de la situación que tenían delante. Partes del puente estaban en llamas, pero los incendios no parecían progresar mucho. Uno de los magos de Brambleberry había hecho acudir un elemental del plano del agua, una criatura que no tenía el menor temor a esos incendios.
Uno de los magos del enemigo había respondido invocando a su vez a un elemental, una enorme criatura de la tierra, una mezcla de roca, barro y hierba que parecía nada menos que una ladera que hubiera cobrado vida, dotada de brazos de piedra y tierra, y manos hechas de pedruscos. Se zambulló en el río para presentar batalla; su consistencia mágica era tan fuerte que no permitía que el agua se llevase la tierra que le servía como aglutinante. El hecho era que los dos contrincantes parecían centrados en el intermediario elemental del otro, o más bien, intermediarios, ya que más magos invocaron a otros sirvientes del otro mundo.
Una trompeta sonó en el extremo meridional de la Cruz del Puerto, desde la isla de Sangre, y de la posición de Brambleberry llegó una hueste de jinetes, todos ellos vestidos con relucientes armaduras, con los estandartes ondeando al viento y las puntas de sus lanzas brillando bajo el sol matutino.
—Idiotas —musitó Robillard, meneando la cabeza mientras cargaban sobre el ancho puente.
—¡Más duro a babor! —le gritó Deudermont a su tripulación, reconociendo, como lo había hecho Robillard, que los hombres de Brambleberry necesitaban apoyo.
El Duende del Mar gruñó a causa del esfuerzo por avanzar mientras las aguas del río rompían contra sus costados y amenazaban con empujarlo hacia una de las enormes rocas que salpicaban las orillas del Mirar. No podía mantener su posición, por supuesto, pero tampoco lo necesitaba. El equipo de la catapulta lanzó una feroz descarga que atravesó el aire casi de inmediato.
Una andanada de rayos relampagueantes, rematados por una bola de fuego, golpeó contra el puente, y los jinetes desaparecieron en medio de una nube de humo, llamas y destellos cegadores.
Cuando volvieron a emerger, un número un poco más reducido, vapuleado y aparentemente mucho menos aguerrido y orgulloso volvía sobre sus pasos.
No obstante, cualquier sensación victoriosa que pudieran sentir los magos de la Torre de Huéspedes fue bastante efímera, ya que el disparo del Duende del Mar impactó en el costado de una de las estructuras que les servían de protección, uno de los varios recintos que habían sido identificados como refugios secretos de la Hermandad Arcana. El edificio de madera se incendió y los magos corrieron a ponerse a salvo.
Los hombres de Brambleberry volvieron a cargar a través del puente.
—¡Luchad contra la corriente! —pidió Deudermont a su tripulación mientras su barco gruñía tratando de mantener el ángulo, cosa que apenas conseguía.
Una segunda bola de pez salió volando, y aunque se quedó corta, impacto contra las barricadas usadas por el enemigo, lo que produjo más humo, más gritos y más confusión.
A Deudermont se le pusieron blancos los nudillos de tanto apretar la barandilla, maldiciendo al ver que los vientos y la marea no le eran nada favorables. Si al menos hubiese sido posible avanzar hasta que sus arqueros los hubieran tenido a tiro, rápidamente podría haber cambiado el rumbo de la batalla.
El capitán hizo una mueca, y Robillard respondió con una risita divertida, aunque impotente, mientras la avanzada del asalto de Brambleberry se enfrentaba a una corriente de magia de evocación. Proyectiles de energía reluciente, rayos relampagueantes y un par de bolas de fuego les salieron al encuentro y derribaron a los hombres al suelo o los arrojaron del puente, que se sacudía bajo los golpes atronadores del elemental de tierra.
—¡Limitaos a acercarlo a la escollera y desembarcad! —gritaba el capitán. Y mirando a Robillard, añadió—: Levántalo.
—Querías mantener el factor sorpresa —replicó el mago.
—No podemos perder esta batalla —dijo Deudermont—; no de esta manera. Brambleberry tiene a la vista la guarnición luskana, y está observando atentamente, sin saber dónde incorporarse. Y el joven lord tiene la Torre de Huéspedes a su espalda, lista para participar en la contienda.
—Tiene dos puentes asegurados, y los caminos que rodean las ruinas de Illusk —le recordó Robillard al capitán—. Y un mercado lleno de gente como amortiguador.
—Los magos de la Torre de Huéspedes no necesitan cruzar al continente. Pueden atacarlo desde el extremo septentrional de Closeguard.
—No están en Closeguard —arguyó Robillard—. Los hombres del gran capitán Kurth bloquean los puentes al este y el oeste.
—No sabemos que los hombres de Kurth hayan tratado siquiera de retrasar a los magos —replicó obcecadamente Deudermont—. No ha manifestado su lealtad.
El mago se encogió de hombros, lanzó otro de sus frecuentes suspiros, se puso de cara a la orilla norte y empezó a canturrear y a agitar los brazos. Reconociendo que la Torre de Huéspedes mantenía varias casas francas en el distrito norte, Robillard y algunos hombres de Brambleberry habían instalado una escollera justo por debajo de las olas, pero lo bastante internada en el río como para que el Duende del Mar se refugiara junto a ella. Cuando Robillard activó los detectores de conjuros que había instalado en el puente, los soportes frontales de la improvisa da escollera se elevaron de las oscuras aguas, guiando al timonel.
A pesar de todo, el Duende del Mar no habría sido capaz de virar lo suficiente para arrimarse a ella, pero otra vez Robillard ofreció la respuesta. Chasqueó los dedos y se impulsó a través de una puerta dimensional a su puesto habitual sobre la cubierta elevada detrás de la vela mayor. Echó mano de su anillo; primero para desatar ráfagas de viento que ayudaran a hinchar las velas, y luego para comunicarse con su propio elemental del plano de agua. El Duende del Mar se sacudió y el río golpeó a su vez contra su costado de estribor. El elemental se colocó del lado de babor y empujó con su fuerza sobrenatural.
La tripulación encargada de la catapulta lanzó un tercer proyectil, al que siguió de inmediato un cuarto.
Sobre el puente, las fuerzas de Brambleberry trataban de abrirse paso contra la andanada mágica, y la vanguardia consiguió atravesarla justo cuando el Duende del Mar se deslizó detrás del muelle secreto, sumergido cien metros río abajo. Las pasarelas se extendieron detrás de las amarras, y la tripulación trepó a la barandilla sin pérdida de tiempo.
Robillard cerró los ojos, confiando plenamente en su conjuro de detección, y trató de percibir el objetivo mágico. Con los ojos cerrados, el mago soltó una línea de relámpagos al agua justo por delante de los postes delanteros de la escollera. Su disparo resultó preciso y consiguió cortar la cadena que sujetaba la escollera. Sostenida por una sucesión de barriles vacíos, liberada de sus amarras, la escollera se elevó y rompió la superficie del agua con un gran chapoteo. La tripulación saltó fuera.
—Ahora lo tenemos —gritó Deudermont.
Sin embargo, apenas había terminado de decirlo cuando río arriba se oyó un gran golpe, y un tramo del puente de la Cruz del Puerto, que tenía un siglo de antigüedad, cayó al agua.
—¡De vuelta a sus puestos! —gritó Deudermont a los miembros de la tripulación que todavía estaban a bordo.
Sin embargo, los capitanes corrieron hasta la pasarela más próxima y saltaron por la barandilla; no estaban dispuestos a desamparar a sus hombres, que ya habían abandonado el barco.
—¡Girar a babor! ¡A babor! —gritó para que el barco escapara.
—¡Por los malditos demonios! —maldijo Robillard.
Tan pronto como Deudermont llegó corriendo a la escollera, el mago dio orden a su elemental de soltar el barco y de deslizarse debajo de él para recoger los restos a la deriva. A continuación, ayudó a liberar el Duende del Mar sacando una varita y lanzando una línea de relámpagos contra la pesada amarra que trataba de impulsarlo hacia delante; la cortó limpiamente.
Mientras que a popa la tripulación empezaba apenas a cortar la segunda y pesada amarra, el barco viró violentamente hacia la izquierda, y un par de desafortunados marineros salieron despedidos por encima de la barandilla y cayeron a las frías aguas del Mirar.
Farfullando juramentos, el mago se lanzó como un rayo hacia el coronamiento y cortó la segunda amarra con una descarga mágica.
Los primeros trozos del tramo de puente destrozado amenazaban con caérseles encima, pero el elemental de Robillard los desvió y sólo unos cuantos consiguieron atravesar la barrera, amenazando con alcanzar al Duende del Mar, que volaba hacia el puerto.
Robillard ordenó a su elemental que lo empujara con rapidez. Dio un suspiro de alivio cuando vio a su amigo Deudermont salir de la improvisada escollera, justo antes de que un gran trozo del puente caído golpease contra ella, destrozara su maderamen y la transformara en un resto más.
Barriles y planchas del muelle fueron a engrosar los fragmentos flotantes. Robillard tuvo que quedarse con el barco, al menos el tiempo suficiente como para que el monstruo invocado ayudara al Duende del Mar a ponerse a salvo fuera de la desembocadura del río y entrara en aguas más calmas. No obstante, en ningún momento apartó la vista de Deudermont, pensando que su queridísimo amigo estaba condenado, atrapado como había quedado en la ribera septentrional con apenas una fracción de las fuerzas de Brambleberry como apoyo y una hueste de furiosos magos atacándolos.
Drizzt la vio venir. Era una pequeña bola de fuego, seductora como la luz de una vela, suave y benigna.
Pero sabía que era engañosa, y también sabía que no tenía esperanzas de escapar a su onda expansiva, de modo que echó los hombros hacia atrás con violencia y disparó los pies hacia delante.
Ni siquiera trató de frenar el golpe cuando cayó pesadamente de espaldas. Incluso se resistió a la tentación de echar los brazos hacia fuera para mitigar un poco la caída, y en lugar de eso se envolvió con ellos la cara, asiendo con las manos su capa para envolverse con ella.
A pesar de estar cubierto con la ropa húmeda y la capa, la oscuridad se desvaneció cuando la bola de fuego explotó, y unas llamas ardientes encendieron un montón de fuegos diminutos en su cuerpo. Por fortuna, sólo duró un instante, y desapareció tan rápidamente como se había materializado. Drizzt sabía que no podía vacilar, ya que el mago volvería a atacarlo en cuestión de segundos, o si había otro mago dentro de la casa, era posible que ya hubiese una nueva bola de fuego en camino.
Rodó de lado, apartándose de su enemigo, para sofocar los pequeños fuegos que le bailaban sobre la capa y las ropas, e incluso dejó la humeante capa en el suelo cuando se puso de pie de un salto. Otra vez corrió Drizzt hacia fuera, inclinándose hacia delante, pendiente sólo de su objetivo, un grupo apretado de abedules. Se tiró de cabeza, dio una voltereta y terminó sentado y mirando hacia arriba, a la espera de otra descarga.
No sucedió nada.
Gradualmente, Drizzt se fue enderezando y se volvió hacia donde estaba Regis, al que vio todavía encogido y en el suelo, lleno de barro, detrás del dañado abrevadero.
Con sus pequeñas manos, Regis dibujó las letras del alfabeto silencioso de los drow, transmitiendo aproximadamente la pregunta:
«¿Se ha ido?»
«Es posible que su arsenal esté agotado», respondió Drizzt por el mismo medio.
Regis meneó la cabeza… No lo entendía.
Drizzt repitió las señales, esta vez más lentamente, pero el halfling seguía sin interpretar los complicados movimientos.
—Que tal vez se le hayan acabado los conjuros —dijo el drow en voz baja, y Regis asintió con entusiasmo, hasta que un retumbo en el interior de la lejana casa hizo que ambos se volvieran hacia allí.
Arrastrando tras de sí una línea ardiente que chamuscaba las tablas del suelo, salió por la puerta abierta una enorme bestia, toda ella de fuego: anaranjado, rojo, amarillo y blanco cuando giraba más vertiginosamente. Daba la vaga impresión de ser bípeda, pero no tenía forma real, ya que las llamas no hacían nada más que avanzar con decisión.
Cuando traspasó la puerta, dejando madera humeante por todos lados, cobró toda su gigantesca dimensión; sobresalía entre los lejanos compañeros y se burlaba de ellos gracias a su intensidad y su tamaño.
Una monstruosidad feroz del plano elemental de fuego.
Drizzt respiró hondo y levantó a Taulmaril, sin pensar siquiera en pasar a sus cimitarras, que le resultaban más fiables. No podía entablar un combate cuerpo a cuerpo con la criatura; de las cuatro bestias elementales primarias, el fuego era la que a cualquier guerrero le resultaba más difícil combatir. Sus llamas quemaban con una intensidad que achicharraba la piel, y el golpe de una cimitarra, aunque podía herir a la bestia, también podía calentar el arma.
Drizzt tensó el arco y soltó la flecha, que desapareció en la vorágine de llamas.
El elemental de fuego se volvió hacia él y rugió con el sonido de mil árboles crepitando. Luego, lanzó una línea de llamas que inmediatamente prendieron fuego al grupo de abedules.
—¿Cómo vamos a combatirlo? —gritó Regis, y dio un respingo cuando el elemental chamuscó el abrevadero detrás del cual se ocultaba, y el aire se llenó de denso vapor.
Drizzt no tenía respuesta a esa pregunta. Lanzó otra flecha y de nuevo se quedó sin saber si había causado o no algún daño a la criatura.
Entonces, por instinto, el drow inclinó su arco hacia un lado y lanzó un tercer proyectil, que pasó de largo al elemental y fue a atravesar la pared de la estructura donde se cobijaba el mago.
Un grito proveniente del interior le hizo saber que había sobresaltado al mago, y el giro repentino y furioso del elemental de fuego volviendo hacia la casa confirmó lo que el drow había sospechado.
Disparó una sucesión ininterrumpida y luego una andanada alrededor de toda la estructura de madera, e hizo un agujero tras otro sin seguir un patrón identificable. Evaluaba sus efectos por los movimientos del elemental, que ora daba un paso hacia él, ora parecía tener la intención de volver hacia el mago. Controlar a semejante bestia no era nada fácil; se requería una concentración absoluta, y si ese control se perdía, Drizzt sabía que la criatura casi siempre descargaba su ira contra quien la había invocado.
Volaron más flechas hacia la casa, pero con menos efecto; Drizzt necesitaba acertar al mago para invertir totalmente la trayectoria del elemental.
Pero no lo consiguió, y se dio cuenta en seguida de que la criatura avanzaba inexorablemente hacia él. El mago había retomado el control.
No obstante, Drizzt no cejó en su empeño, y empezó a alejarse mientras disparaba, con la confianza de poder desviar a la criatura y distanciarse de ella, o al menos, llegar a orillas del agua, donde el Mirar lo protegería de la furia del elemental. Se volvió y miró hacia el abrevadero, pensando en decirle a Regis que saliera corriendo.
Pero el halfling ya no estaba.
Drizzt se dio cuenta de que el mago estaba protegido de las flechas cuando vio que el elemental cargaba contra él con renovado entusiasmo. El drow le disparó un par de flechas por si acaso; luego se volvió y salió corriendo por donde había venido, rodeando el borde del edificio sobre el que había impactado la misma bola de fuego que casi lo había fundido y que estaba ardiendo furiosamente.
—Un mago muy listo —iba murmurando cuando casi se metió de cabeza en una red gigantesca tendida en el callejón entre dos edificios.
El drow giró en redondo y vio que el elemental bloqueaba la salida y que sus llamaradas lamían las estructuras de ambos lados.
—Que así sea, entonces —le dijo Drizzt a la bestia, y desenvainó las cimitarras.
Por supuesto, no podía hablar realmente con una criatura desde un plano elemental, pero tuvo la impresión de que el monstruo podía oírlo, ya que cuando terminó, el elemental avanzó corriendo, agitando sus brazos con ferocidad.
Drizzt esquivó la primera embestida; luego saltó a la derecha y se anticipó al segundo ataque corriendo hasta la pared. Sintió que su integridad estaba amenazada por las llamaradas que lo rodeaban, y entonces inició un salto mortal hacia atrás. Al tocar el suelo, lo hizo girando sobre sí mismo, dando cuchilladas transversales con las cimitarras, una mano tras otra, y ambas hicieron saltar por los aires bocanadas de fuego mientras combatían contra la fuerza vital que mantenía unidas las llamas formando una criatura física y sólida.
La segunda arma, Muerte de Hielo, hizo renacer la esperanza en Drizzt, porque entre sus propiedades no sólo se contaba la de ofrecerle alguna protección sustancial contra las llamas, como había hecho Contra la bola de fuego del mago, sino que además la cimitarra hija de la escarcha se complacía especialmente en infligir un dolor frío a las criaturas afines al fuego. El elemental se sacudió el revés de Centella, del mismo modo que había pasado por alto los disparos de Taulmaril, pero cuando Muerte de Hielo le golpeó, dio la sensación de que la criatura había perdido brillo. El elemental se replegó y pareció encogerse cada vez más sobre sí mismo mientras giraba.
Sus llamas cobraron mayor brillo, hasta ponerse blancas, y la criatura salió hecha una furia y recuperó su ingente tamaño.
Drizzt aguantó la carga blandiendo las espadas como un torbellino. Cada vez iba acortando más las estocadas de Centella para mantener a raya las embestidas del elemental. Seguía cada uno de estos golpes con Muerte de Hielo, sabedor de que eso dañaba a la criatura.
Pero no la mataba.
Al menos no de una manera rápida, y a pesar de la protección de Muerte de Hielo, Drizzt sentía el calor de aquella bestia magnífica y letal. Más que eso, el poder de las embestidas del elemental podía acabar con un ogro incluso sin su feroz acompañamiento.
El elemental plantó un pie en el suelo y un círculo de llamas surgió del punto de impacto y se proyectó más allá de Drizzt, que dio un salto, sorprendido.
La criatura avanzó y lanzó un demoledor gancho de derecha, pero Drizzt se agachó y consiguió esquivar a duras penas el golpe, que descargó con fuerza en el edificio en llamas. El impacto atravesó la pared de madera.
Por el agujero salió una bocanada de fuego y, cuando aflojó, Drizzt saltó hacia la madera horadada. Apoyó el pie en el borde inferior del agujero y se lanzó para colocarse de plano contra la pared, pero sólo el breve instante que le llevó tomar impulso y apartarse con una voltereta hacia atrás y dar un giro. Cuando dio la vuelta, trepando más alto al otro lado del callejón, se las arregló para enfundar las espadas y sujetarse al borde del tejado del edificio. Sin hacer caso del aturdimiento causado por el impacto al chocar contra la estructura, trepó, levantando las piernas y librándose apenas de otro feroz y pesado porrazo.
Aunque él era rápido, el elemental lo era más. No trepó por la pared en un sentido convencional, sino que cayó contra ella y giró sobre sí mismo, subiendo como subirían las llamas por un árbol seco. Aunque Drizzt estaba en lo alto del tejado, también lo estaba el elemental, y además el edificio estaba totalmente afectado.
El elemental le lanzó una sucesión de llamas a Drizzt, que se tiró hacia un lado, aunque no pudo evitarlas del todo. A pesar de que Muerte de Hielo lo ayudó a bloquear lo peor de la quemadura, no cabe duda de que sintió el ardor del fuego.
Peor todavía, el techo ardía detrás de él, y el elemental mandó una nueva línea de fuego, y otra más. Drizzt se dio cuenta de que lo que pretendía era cortarle la vía de escape.
El drow reparó en que el elemental no había hecho aquello en el callejón y volvió a desenfundar sus cimitarras. La criatura era lo bastante lista como para reconocer una red, y sabía que un asalto semejante liberaría a su presa. No era tonta.
—Fantástico —dijo Drizzt para sí mismo.
—¡Al puente! —ordenó Deudermont, corriendo de la escollera que se hundía hacia el montón de rocas y cajones, paredes de piedra y árboles que su tripulación usaba para protegerse—. Tenemos que alejar a los magos de los hombres de Brambleberry.
—¡Sólo contamos con una fuerza de quince hombres! —le gritó uno de los hombres—. ¡O en vez de fuerza debería decir debilidad!
—Estamos a dos bolas de fuego de desaparecer —dijo una fiera guerrera de Puerta de Baldur que, durante los dos últimos años, había liderado casi todos los abordajes.
Deudermont coincidía con esas evaluaciones, pero también sabía que no tenían otra opción. Con el desplome del puente, la ventaja estaba de parte de los magos de la Torre de Huéspedes, pero la vanguardia de Brambleberry no tenía adonde retirarse.
—Si huimos o esperamos, morirán —explicó el capitán, y cuando cargó en dirección noreste a lo largo de la orilla septentrional del río, sus quince marineros lo siguieron sin vacilar.
La carga se convirtió en una serie de paradas y avances, ya que los magos repararon en su presencia y empezaron a lanzar terribles ráfagas de magia contra ellos.
A pesar de la cantidad de cobertura natural y fabricada por el hombre con que contaban, Deudermont llegó a pensar que la totalidad de sus fuerzas podrían resultar barridas incluso antes de acercarse al puente.
Y lo peor era que las fuerzas de Brambleberry no podían hacer ningún progreso, pues cualquier intento de dejar atrás las sólidas estructuras que había al borde del puente significaba enfrentarse al fuego, el hielo, la electricidad y monstruos invocados. Por fin, el elemental de tierra fue derribado por los esfuerzos coordinados de muchos soldados y de magos de su bando, pero otra bestia, de naturaleza demoníaca, salió de las filas de los magos para ocupar el lugar de la anterior incluso antes de que los hombres de Brambleberry hubieran terminado de dar vítores por la caída de la primera.
Deudermont miró río abajo, con la esperanza de ver el regreso del Duende del Mar, pero para entonces se había internado profundamente en el puerto. Desolado, miró hacia el sudeste, a la Isla de Sangre, donde permanecían Brambleberry y el grueso de sus fuerzas, y no le sirvió de gran consuelo ver que el joven lord apenas había empezado a conducir a sus fuerzas de vuelta hacia el puente que los llevaría a la orilla sur y al mercado de Luskan, desde donde podrían marchar ribera arriba y cruzar el puente hacia el este.
«Va a ser una derrota amarga —pensó el capitán—, con muchas bajas y pocos recursos de la Torre de Huéspedes capturados o destruidos.»
Cuando empezaba a replantearse el asalto, pensando que tal vez lo mejor sería que sus hombres se limitaran a esperar a Brambleberry, un grito que sonó hacia el norte lo distrajo.
La multitud que corría a incorporarse a la refriega, hombres y enanos con armas de lo más variopinto, lo dejó aterrorizado. La parte noroccidental de Luskan era conocida como el distrito del Escudo, donde se concentraban los almacenes de los mercaderes y los campos de reunión de las caravanas provenientes del principal socio comercial de Luskan, la ciudad de Mirabar, de cuyo marchion se sabía que tenía lazos de sangre con las más altas jerarquías de la Torre de Huéspedes.
Sin embargo, al parecer eran ciertos los rumores de una ruptura entre Mirabar y la Hermandad Arcana. Deudermont se dio cuenta en cuanto se hizo evidente que la nueva fuerza que se incorporaba a la refriega no era aliada de los magos de la Torre de Huéspedes. Se lanzaron contra la posición de éstos, armados con hondas, lanzas y flechas, lo que provocó aullidos de protesta de los magos y una ovación de los guerreros atrapados de Brambleberry.
—¡Adelante! —gritó el capitán—. ¡Ya son nuestros!
Y lo eran, por cierto, al menos los magos de menor jerarquía que no poseían la capacidad mágica de teleportarse o de salir volando del campo. Los enemigos los encerraron por tres lados, y los que huían hacia el este, la única vía de escape, no pudieron cruzar el siguiente puente antes de que Brambleberry acudiera a cortarles el paso.
El elemental de fuego se alzó cuan alto era, dominando al drow desde su altura. Drizzt aprovechó el momento para lanzarse hacia adelante, clavarle Muerte de Hielo y retroceder corriendo en sentido contrario mientras la criatura daba poderosos manotazos.
Convencido de que la persecución era inminente, Drizzt se tiró hacia un lado haciendo una voltereta; se colocó de modo que le permitiera seguir por encima del borde del edificio.
Sin embargo, el elemental no siguió. En lugar de eso, salió rugiendo hacia el otro lado, dejando una línea chamuscada por el borde frontal del edificio, y bajó a la calle, donde fue imprimiendo su huella hasta la casa de la que había salido.
—Es una hermosa gema —reconoció el mago.
Miraba, alelado, el pequeño colgante de rubí que el halfling hacía girar en el extremo de una cadena. A cada vuelta, la gema captaba la luz, la combaba y la transformaba en los deseos más caros del mago.
—Bonita, sí.
Regis rio por lo bajo y le dio otra vuelta, apartándola hábilmente de la mano con que el mago pretendía agarrarla.
Su sonrisa desapareció, y también la gema, que encerró en el puño en un parpadeo del atónito mago.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó el mago, otra vez sobrio al parecer—. ¿Adonde ha…? —Abrió los ojos, horrorizado, y empezó a decir—: ¿Qué has hecho?
Mientras formulaba la pregunta, se volvió hacia la puerta justo a tiempo de ver a su furioso elemental entrando en la casa.
—Que no pases frío —dijo Regis.
El halfling se descolgó hacia el exterior por la misma ventana por la que había entrado. Aterrizó en el callejón con una voltereta y salió corriendo todo lo que le daban las piernas.
Por todas las ventanas de la casa asomaban bocanadas de fuego, y también entre los tablones de madera. Regis estaba otra vez en la calle.
Drizzt, con los hombros y el pelo humeantes, salió por la puerta frontal de la casa, por detrás del maltrecho abrevadero.
Se encontraron en mitad de la calle y ambos volvieron corriendo a la casa en la que se estaba librando una batalla entre el mago y su mascota. Retumbos de relámpagos mágicos acompañaban el crepitar de las vigas ardientes. El rugido de las llamas, al que daba voz el elemental, servía de acompañamiento a los gritos del aterrorizado mago. La pared exterior se congeló repentinamente, alcanzada por alguna gélida ráfaga mágica, pero se derritió y se convirtió de inmediato en vapor cuando el elemental de fuego ganó la batalla.
Prosiguió unos instantes antes de que la casa empezara a desplomarse. El mago salió tambaleándose por la puerta delantera, con la ropa ardiendo, el pelo consumido por el fuego y la piel cuarteada.
El elemental, derrotado, no salió detrás de él, pero el hombre apenas pudo considerar aquello una victoria, ya que cayó de bruces en la calle. Regis y Drizzt corrieron hacia él, sofocaron las llamas y le dieron la vuelta.
—No vivirá mucho tiempo sin un sacerdote —dijo el halfling.
—Entonces, debemos encontrar uno —replicó Drizzt.
El drow se volvió a mirar hacia el sudeste, donde Deudermont y Brambleberry estaban asaltando el puente. De allí se elevaban al cielo humo y docenas de gritos, el entrechocar del metal y el retumbo de la magia.
Regis soltó un largo suspiro.
—Creo que la mayoría de los sacerdotes van a estar ocupados un buen rato —respondió.