DOLORES IBÁRRURI
PASIONARIA DE ACERO.
Para sus admiradores, sobre todo entre los comunistas, Dolores Ibárruri fue tanto la heroína, la inspiradora y la alentadora de la guerra civil española como una especie de madre universal. Rafael Alberti resumió esta actitud en un poema que se refería a la muerte de Rubén Ruiz, hijo de Dolores, en la defensa de Stalingrado: «Madre buena, madre fuerte / madre que para la vida / le diste un hijo a la muerte». En los años cuarenta y cincuenta en que sus cumpleaños se convirtieron en grandes ceremonias del culto a la personalidad, se cantaban canciones y se recitaban odas, elegías y sonetos con fervor religioso. Según una publicación del partido: «Dolores Ibárruri es el símbolo y la encarnación de ese mañana mejor, es el guía clarividente que conduce al pueblo hacia la meta victoriosa». Hasta Jorge Semprún, luego amargamente anticomunista, escribió mientras aún militaba en el partido, un poema que acababa con las palabras: «Fuiste estrechando manos, sonreías. Y entonces estalló la primavera.»[1] No se trataba únicamente del producto de un culto comunista a la personalidad, pues caben pocas dudas de que muchos veneraban sincera y espontáneamente a la Pasionaria.
Por contraste, sus enemigos entre los nacionales españoles la consideraban una terrorífica arpía cuya retórica sanguinaria acobardaba a los diputados derechistas de las Cortes del Frente Popular. La percepción que los nacionales tenían de ella reflejaba la del periódico derechista francés Gringoire: «Antigua monja, se casó con un fraile que había colgado sus hábitos. De ahí su odio por los religiosos. Se ha hecho célebre por haberse arrojado en plena calle sobre un desgraciado sacerdote, seccionándole la yugular a dentelladas.»[2] El que la principal acusación que se le arrojara fuese la de ser a la vez masculina y una puta que predicaba el amor libre indica claramente el miedo que provocaba en la derecha: «Es más inteligente, más enérgica, más varonil que la mayoría de sus correligionarios. Singularmente esto: más varonil… Y donde pudo haber sensibilidad de mujer, hay instintos de hiena». Para la derecha, su crimen consistía en haber alentado a las mujeres a abandonar la actitud preconizada por Pilar Primo de Rivera y la Sección Femenina de la Falange, el sereno servilismo considerado adecuado en las mujeres:
Nada de lo pasado tiene la dimensión y la magnitud horrenda de lo que ha sido la intervención, en renuncia de todo sentimiento humano y sensible, de las mujeres del bajo pueblo de Madrid, y otros lugares, en las orgías de rencor y de locura de la revancha marxista. Pues bien: entre estas mujeres, como exponente y como aliento, como guión y como símbolo, la más feroz, la más apasionada, la de más bajos instintos y menor sensibilidad, ha sido esta ex doméstica vizcaína, con afanes de marimacho y resabios de renegada beatería[3]…
Estas actitudes revelan más acerca de los miedos sexuales y sociales de la derecha española que acerca de Dolores Ibárruri. No obstante, la vehemencia de los insultos indica la importancia histórica de Dolores Ibárruri. Todavía hoy, el papel que desempeñó elevando la moral de los defensores de Madrid, sus tan a menudo citadas palabras dirigidas a las mujeres de la ciudad asediada, su inmortal discurso de despedida a las Brigadas Internacionales son capaces de conmover a quienes simpatizaban con la causa republicana. No obstante, esas conocidas imágenes de la Pasionaria retratan con precisión a la apasionada y fogosa figura tanto de la leyenda comunista como de la demonología anticomunista; no son imágenes falsas, sino sencillamente aspectos parciales que no retratan a la auténtica Dolores Ibárruri. Entre las características esenciales de la Pasionaria, como ser humano y como comunista, se encontraban la empatía con el sufrimiento ajeno, una fiera determinación de corregir las injusticias, fuerza, realismo, flexibilidad, y, con el paso de los años, cierto cinismo y una obsesión por la unidad del Partido Comunista de España. Una Pasionaria algo distinta, fría y desapasionada, se fue forjando en los duros años del exilio y la lucha contra Franco.
Dolores Ibárruri nació el 9 de diciembre de 1895 en Gallarta, un pueblo minero (de mineral de hierro) de Vizcaya. Su padre, Antonio Ibárruri, era minero y carlista; su madre, Dolores Gómez, una castellana católica devota, también trabajó en una mina antes de casarse: «Soy pues, de pura cepa minera. Nieta, hija, mujer y hermana de mineros… Yo no he olvidado nada.»[4] Fue una niña rebelde, católica devota hasta los diecisiete años, y hasta creyó tener vocación religiosa. Debido a su salud delicada, y gracias a la relativa prosperidad de su familia, asistió a la escuela del pueblo hasta los quince años, lo que le hizo albergar la esperanza de ingresar en la Escuela Normal de Maestras; esperanza frustrada: «Todas aquellas ilusiones de adolescente se desvanecieron ante la dura realidad económica. Estudios, viajes, comida, vestidos, libros, representaban un gasto superior a las posibilidades de mis padres». Tras asistir a la escuela estudió en una academia de corte y confección que le permitió hallar empleo como sirvienta en casa de una familia de clase media. El trabajo era agotador, pues se levantaba a las seis de la mañana y no se acostaba hasta las dos de la madrugada siguiente[5]. El 15 de febrero de 1916, a los veinte años de edad, se casó en la iglesia de San Antonio de Padua, en Gallarta, con un minero socialista, Julián Ruiz.
Decir que no fue dichosa en su matrimonio sería un eufemismo colosal. En unas de las más conmovedoras páginas de su autobiografía, habló de la desesperación que experimentaba como mujer casada:
Un esclavo doméstico sin ningún derecho […]. En el hogar, la mujer se despersonalizaba; se entregaba, por la fuerza de la necesidad, al sacrificio. Era la primera en el trabajo, en las privaciones, en el apencar con todo género de servicios para hacer más grata, menos dura, menos difícil, la vida de sus hijos, de su marido, hasta anularse por completo, para convertirse andando el tiempo en «la vieja» que no «comprende», que estorba, que en el mejor de los casos, servía de criada a los jóvenes, de niñera de los nietos […]. Cuando nació mi primera hija, yo había vivido en poco más de un año una experiencia tan amarga, que sólo el amor de mi pequeña me sujetaba a la vida. Y me aterraba no sólo lo presente, odioso e insoportable, sino el porvenir que adivinaba tremendamente doloroso e inhumano.
Su matrimonio no le proporcionó el más mínimo destello de felicidad:
La realidad cruda, descarnada, me golpeó como a todas, con sus manos implacables. Unos días breves, fugaces de ilusión y después… En mi propia experiencia aprendía la dura verdad del dicho popular: «Madre, ¿qué cosa es casar? Hija, hilar, parir y llorar»… Llorar… Llorar sobre nuestros males, sobre nuestra impotencia. Llorar sobre nuestros hijos inocentes, a los que sólo podríamos ofrecer nuestras caricias empapadas de lágrimas. Llorar por nuestras vidas dolorosas, sin horizonte, sin salida. Llanto amargo, con una maldición permanente en el corazón y una blasfemia en los labios. ¿Blasfemar una mujer, una madre blasfemar? Y ¿qué tiene ello de extraño si nuestra vida era peor que la de los condenados[6]?
La dureza de la existencia de una esposa de minero podría haberse compensado con ternura. De hecho, las actitudes machistas de Julián Ruiz impulsaron a Dolores a distraerse con la lectura, sobre todo de literatura marxista que le suministraba, primero su marido y, luego, la biblioteca de la Casa del Pueblo en Somorrostro, donde vivían. La opresiva pobreza y el celo proselitista del esposo, convirtieron a la católica Dolores en izquierdista.
Julián fue detenido tras la huelga revolucionaria de agosto de 1917. Dolores se encontró sola con la pequeña Esther, nacida el 29 de noviembre de 1916, y la noticia de la revolución rusa de octubre de 1917 representó para ella una luz de esperanza. En 1918, cuando le pidieron que redactara un artículo para El Minero Vizcaíno, utilizó el seudónimo Pasionaria, flor que eligió no como referencia a su carácter sino por el hecho de que el artículo se publicaba en Semana Santa. Tanto Dolores Ibárruri como Julián Ruiz estaban entre los vascos que abandonaron el socialismo para afiliarse al Partido Comunista de España, fundado en 1921, y ella pronto fue elegida como miembro del Comité Provincial de Vizcaya.
A lo largo de los años veinte, el coste humano que le supuso la militancia en el partido comunista, pero sobre todo la de su marido, intensificó la espantosa dureza de su existencia. Julián ingresaba a menudo en prisión, y ella se veía obligada a criar a su familia con poco dinero. Cuando dejaban en libertad a su marido, Dolores solía quedar embarazada; su segundo hijo, el único varón, Rubén, nació el 9 de enero de 1920; más tarde, ese mismo año, Esther moriría, víctima de la pobreza. En julio de 1923 Dolores tuvo trillizas, Amaya, Amagoya y Azucena. El parto fue difícil, y la cuidaron sus vecinas. Amagoya murió unos días más tarde y Azucena vivió sólo dos años. Una quinta hija, Eva, nació en 1928 y vivió apenas dos meses. La incapacidad de pagar los cuidados médicos y alimentar adecuadamente a sus hijos contribuyó a la muerte de cuatro de sus hijas. Su pena y su indignación reforzaron su determinación de combatir la injusticia. No obstante, trabajaba muy duramente para su familia: plantaba hortalizas para complementar sus ingresos y hacía costura en casa para un sastre del pueblo; en las fotografías que quedan de esta época, siempre lleva delantal[7]. Con asombrosa resolución, y pese a la carga que representaba cuidar a su familia, permaneció políticamente activa; pronunciaba discursos en mítines, escribía artículos, organizaba manifestaciones y, sin embargo, era perfectamente capaz de zurcir los calcetines de los camaradas o de cocinar para ellos. Enseñaba a leer a los mineros, para quienes constituía el arquetipo de la figura materna, sin dejar de ser por ello una de las primeras feministas y abogar con pasión por la inclusión de las mujeres en las actividades del partido. Un día, llevó a un grupo de mujeres a la taberna de Somorrostro, a protestar porque los hombres llegaban a casa borrachos y sin un duro. En otra ocasión, organizó a las mujeres del distrito para evitar que un tren se llevara a unos jóvenes reclutas a la guerra de Marruecos. Su creciente importancia en el PCE fue reconocida en una conferencia clandestina del partido, conocida, por razones de seguridad, como la Conferencia de Pamplona, aunque se llevó a cabo en Bilbao a principios de 1930; en ella Dolores fue elegida vocal del Comité Central[8].
En la campaña para las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Dolores destacó como oradora, aunque era renuente a hablar en público; de hecho, incluso cuando había adquirido fama de contar entre los mejores oradores del mundo, solía ponerse nerviosa antes de pronunciar un discurso[9]. Le gustaba escribir y siempre redactaba sus propios discursos, de un enorme poder emotivo, tanto por su texto como por el modo de pronunciarlos. Las dotes oratorias y periodísticas de la Pasionaria, aunadas al hecho de que fuese mujer, una rareza, atrajeron la atención de la Komintern. Su devoción a la revolución bolchevique era, además, una considerable ventaja. En Bilbao la presentaron a un agente de la Komintern, Mijaíl Koltsov:
En una barriada obrera de Bilbao, en una pequeña taberna a orillas del Nervión, unos camaradas me presentaron a una mujer alta, delgada y de pocas palabras. Como todas las españolas del pueblo, iba vestida totalmente de negro, pese al tórrido calor. Se mantenía cerrada en sí misma, algo tímida, escuchaba la conversación muy ávidamente, pero apenas hablaba, nos miraba a todos con sus grandes y claros ojos negros y, era notorio por esos ojos, se apresuraba a meditar para sus adentros cada frase de la conversación.
Koltsov advirtió enseguida que «la mujer de sencillo vestido negro constituía una enorme adquisición para el partido[10]».
Puesto que Moscú se había fijado en ella, no era de sorprender que a finales de septiembre de 1931 la llamaran a Madrid para trabajar de periodista en Mundo Obrero, bajo la dirección de Vicente Uribe. Su principal tarea consistía en supervisar la sección femenina del partido comunista. La mudanza a la capital coincidió con la ruptura final de su matrimonio. Dejó a sus hijos en Sestao, con su hermana Teresa, a fin de que no quedaran abandonados en caso de que la detuvieran. Y, efectivamente, al salir de las oficinas de Mundo Obrero, la detuvieron y la acusaron de ocultar a un camarada comunista huido de la Guardia Civil. Después de dos meses en la prisión de Madrid, la llevaron, a finales de 1931, a la cárcel de Larrinaga, en Bilbao, y, a principios de 1932, recuperó la libertad por falta de pruebas[11].
A su regreso a Madrid la acompañaba Rubén, su hijo de doce años. Del 17 al 23 de marzo de 1932, se celebró en Sevilla el IV Congreso del PCE. Dolores fue nombrada miembro del secretariado del partido, responsable de las mujeres. Al volver de Sevilla la detuvieron de nuevo, acusada ahora de «insultar al gobierno» en un mitin político llevado a cabo en enero. Para empeorar su situación, al enterarse de su detención, la familia con que se alojaban ella y Rubén empezó a maltratar al niño; éste encontró el camino a la cárcel de mujeres y Dolores hizo arreglos para que lo cuidaran unos camaradas del partido hasta que pudieran llevarlo de nuevo al País Vasco. Entretanto, Rubén la visitaba a diario, situación que provocó en ella el sufrimiento más intenso: «lágrimas de sangre», todos los días, pues la atormentaban las dudas acerca de la incompatibilidad entre sus actividades políticas y sus instintos maternales: «Esto me producía un dolor insoportable porque me sentía impotente para proteger a mi hijo, del que nadie se preocupaba». Estuvo siete meses detenida en Madrid, y a principios de noviembre fue transferida de nuevo a la cárcel bilbaína de Larrinaga, de donde la dejaron salir en enero de 1933[12].
En la cárcel se encontró marginada de algunos acontecimientos espectaculares acaecidos en el partido. A la sazón, según la línea de la Komintern, de «clase contra clase», el partido debía oponerse a la Segunda República por ser ésta un régimen burgués decadente. Los líderes del partido, con José Bullejos al frente, creían que la clase obrera debía apoyar a la República. Esto provocó una tensión considerable con los delegados de la Komintern, tensión que llegó a su punto culminante cuando el 10 de agosto de 1932 Bullejos apoyó la huelga general revolucionaria contra el golpe del general Sanjurjo. El representante del Kremlin, el italoargentino Victorio Codovilla, sustituyó a Bullejos y a los otros componentes de la dirección por un nuevo comité ejecutivo encabezado por un nuevo secretario general, el casi desconocido José Díaz Ramos. Antaño miembro prominente del sindicato anarquista de panaderos, Díaz se había convertido al comunismo durante una estancia en la cárcel a mediados de los años veinte. Al igual que la Pasionaria, se encontraba en prisión cuando sobrevino la crisis del partido[13]. Dolores Ibárruri, aún en la cárcel, evitó la expulsión gracias a su probada lealtad hacia Moscú y a una autocrítica en forma de artículo que puede interpretarse bien como ingenuo bien como cínico: «Yo, y conmigo todos los que componíamos el Comité Central […] tenemos una parte de responsabilidad por haber sido débiles, por haber sido cobardes, por habernos prestado a haber sido comparsas del Comité Ejecutivo sectario.»[14]
Al ser puesta en libertad y regresar a Madrid pudo llevar consigo a Rubén y a Amaya. En noviembre de 1933 hizo su primer viaje a la Unión Soviética como delegada al XIII Pleno de la Komintern. La invitaron a quedarse y hablar en el XVII Congreso del PC de la URSS, el PCUS, en febrero de 1934, en el cual su oratoria impresionó a Stalin. En los tres meses que viajó por la Unión Soviética se sintió deslumbrada por lo que vio: Moscú, «para mí que lo veía con los ojos del alma, era la ciudad más maravillosa de la Tierra». Fue a Leningrado, conoció a Serguei Kirov, secretario del partido en esa ciudad, asesinado poco después; también visitó la célebre fábrica Putilov e incrementó sus contactos internacionales cuando le pidieron que organizara la sección femenina española del Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo, conocida como la «Unión de Mujeres Antifascistas». En agosto de 1934 asistió al primer congreso mundial del comité, acompañada, entre otras, por Irene Falcón[15].
Irene Lewy Rodríguez, mejor conocida como Irene Falcón, empezó a trabajar con ella en la Comisión Femenina del PCE y en la Unión de Mujeres Antifascistas, y sería su compañera y ayudante en el exilio[16]. Diminuta y modesta, Irene pondría sus considerables talentos al servicio de la Pasionaria, de quien se convertiría en su mano derecha. Nacida en Madrid en 1907, hija de un judío polaco de clase media, Siegfried Lewy Herzberg, estudió en la Escuela Alemana en Madrid; hablaba varios idiomas y había sido bibliotecaria del biólogo y premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. De adolescente, conoció al periodista revolucionario peruano César Falcón, con quien se casó. Juntos fundaron un grupo ultraizquierdista —la Izquierda Revolucionaria y Antiimperialista— que se fusionó con el PCE en 1933[17].
Mediante la Unión de Mujeres Antifascistas, Dolores Ibárruri desempeñó un papel importante en la lucha contra los efectos de la brutal represión que siguió a la revuelta de los mineros de Asturias. El PCE y la Unión de Mujeres Antifascistas fueron declarados ilegales. Dolores actuó con asombroso valor y no poca temeridad, pues su trabajo resultaba peligroso en los distritos mineros ocupados por la policía. Trabajó con el delegado de la Komintern, el italiano Vittorio Vidali, Carlos Contreras, sobre todo en la organización y la evacuación de los hijos de los mineros muertos en las luchas o encarcelados, que fueron acogidos por familias obreras en otras partes del país o en la Unión Soviética. En noviembre de 1934, la detuvieron al regresar a Oviedo tras organizar la evacuación de ciento cincuenta niños de los valles mineros. A principios de abril de 1935 cruzó los Pirineos a pie, trayecto arriesgado, con el fin de hablar en un mitin en París en favor de las víctimas de la represión en Asturias[18].
Puesto que sus hijos no podían asistir al colegio y a menudo se quedaban solos todo el día mientras ella se dedicaba al trabajo político, el PCE le sugirió que los enviara a Rusia. La decisión de hacerlo le causó mucho dolor y un fuerte sentimiento de culpa. Al principio se suponía que se quedarían allí apenas unos meses, si bien, dada la agitación política de la primavera de 1936, seguida por la guerra civil, no volvería a verlos hasta años más tarde. Rubén, de quince años, fue colocado de aprendiz de mecánico en la fábrica de coches Stalin, en Moscú; Amaya, de doce, en una residencia para hijos de comunistas extranjeros, en la ciudad textil de Ivanovo. Separados el uno del otro y de su madre, en un país extraño, la vida se les hizo amargamente dura. Dolores pudo visitarlos en julio de 1935, tras el mismo recorrido por las montañas, sólo que con destino a Moscú. La habían nombrado, con José Díaz, delegada al VII Congreso de la Komintern, en el que se adoptó la política del Frente Popular. De nuevo se reunió con Mijaíl Koltsov, quien recordaría que «escuchaba ella atentamente los discursos de los oradores, tomaba sus notas con mucho cuidado, en un cuaderno, e intervino con un discurso de altos vuelos, apasionado y brillante». A Díaz le dieron un puesto en la ejecutiva de la Komintern, y Dolores fue elegida suplente. Su viaje de regreso a España, en el yate «prestado» de Juan Ignacio Luca de Tena, propietario del ABC, resultó memorable. Una vez en España, vivió en la clandestinidad, mudándose de un apartamento a otro a fin de evitar la vigilancia policial[19].
En enero de 1936 organizó una nueva evacuación de doscientos niños asturianos. En cuanto los hubo distribuido entre las familias que los esperaban en la estación del Norte de Madrid, fue detenida y pasó otro mes en la cárcel antes de que la dejaran en libertad; a continuación participó en la campaña electoral a favor del Frente Popular. Fue tal su éxito en Asturias que el partido la nombró candidata para la región[20]. La Pasionaria ganó el escaño. Al día siguiente de las elecciones, los presos políticos exigieron la amnistía; Dolores visitó de inmediato las cárceles de Gijón y Oviedo. En esta última evitó una matanza cuando enormes multitudes se reunieron para exigir la libertad de los presos políticos mientras el director de la cárcel disponía ametralladoras para impedir una fuga. La Pasionaria tranquilizó a la multitud con la promesa de conseguir la liberación de los presos, tras lo cual, para imponerse al director le dijo que, como diputada, asumía toda la responsabilidad de la liberación. Esta actuación precipitada, no del todo carente de demagogia, le granjeó la simpatía del pueblo[21]. Su viaje de regreso a Madrid supuso un avance triunfal y a su llegada a la capital se encontró con una enorme manifestación organizada a toda prisa por el PCE a fin de capitalizar su recientemente obtenida celebridad. El resto de la primavera de 1936 estuvo cada vez más en el candelero: hizo campaña por la amnistía de los presos, abogó en mítines por la revolución y apoyó a los huelguistas, sobre todo a los trabajadores de la mina Cadavio, en Sama de Langreo, amenazando con quedarse con ellos en la mina hasta que se satisficieran sus exigencias. Asimismo, ayudó a un grupo de inquilinos desahuciados por no pagar el alquiler a meterse de nuevo en sus apartamentos. En otra ocasión, obligó a una clínica de maternidad a reingresar a dos mujeres en avanzado estado de gestación que habían sido echadas a la calle por negarse a rezar. Las gentes de a pie llevaban a diario sus problemas a las Cortes, y los comunistas estaban dispuestos a escucharlas. En un incidente tras otro, Dolores se arriesgó, en parte por la ventaja propagandística que esto reportaba, pero también por su ardiente compromiso con la justicia social. En cada ocasión dio pruebas de una extraña compenetración con los pobres[22].
En abril de 1936, Santiago Carrillo —que acababa de fusionar la Federación de Juventudes Socialistas con las Juventudes Comunistas, cuyo resultado fue la Juventud Unificada Socialista—, fue autorizado a asistir a una reunión del Comité Central del PCE. Años más tarde hablaría a Max Gallo y a Régis Debray acerca de la impresión que le causó Dolores cuando la vio por primera vez:
Me emocioné; calzaba alpargatas, un amplio chal de colores muy bonitos y como siempre vestía de negro. A pesar de esta sencillez, me parecía una reina. De ella emanaba esa dignidad, esa majestuosidad que tan a menudo se encuentran en las mujeres y los hombres de nuestro pueblo… Lo que me sedujo, además de su belleza, fue su extraordinario encanto al reír o hablar. En esa época, en el Partido, ella era el gran tribuno que movilizaba a las multitudes, porque poseía una voz que se te agarraba a la garganta y extraordinarias dotes de orador; poseía sobre todo intuición política, un siempre certero instinto popular para orientarse y juzgar. Es cierto que, desde el punto de vista de la táctica, podía ir un poco más allá de lo preciso, impulsada por su carácter apasionado y sincero […]. La gente la tocaba como quien va a tocar a una santa[23].
Dolores tuvo mucho éxito como diputada; sus discursos constituían todo un acontecimiento para los medios de comunicación, por su modo de romper con la florida tradición oratoria de las Cortes. Tras su primer discurso, Indalecio Prieto le rindió un caluroso homenaje en un artículo en El Liberal. Pese a las enormes diferencias políticas que siempre los separarían, el lazo que ambos tenían tanto con Asturias como con el País Vasco hizo que Prieto siempre tuviera cierta debilidad por ella y, al término de uno de sus discursos parlamentarios, le preguntó dónde había aprendido a hablar tan bien, a lo que ella contestó: «Acudiendo a sus mítines.»[24] En la famosa sesión de las Cortes del 6 de junio, respondió de modo magistral al dirigente católico autoritario José María Gil-Robles, y al ultraderechista José Calvo Sotelo. Fingiendo pedir moderación, Gil-Robles justificó largamente el alzamiento que se estaba preparando; con despiadada exageración leyó una larga lista de asesinatos, palizas, robos, incendios de iglesias y huelgas, un catálogo de desórdenes del que culpó al gobierno. Calvo Sotelo exigió virtualmente un alzamiento: «Considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía». El primer ministro, Santiago Casares Quiroga, replicó que, dada esa provocación, lo tendría por responsable de lo que ocurriera. La subsiguiente intervención de la Pasionaria empezó con una elegante y sarcástica demolición de lo retorcido de la retórica de Gil-Robles: «Permítame su señoría poner al descubierto la dualidad del juego, es decir, las maniobras de las derechas, que mientras en las calles realizan la provocación, envían aquí unos hombres que, con cara de niños ingenuos (risas), vienen a preguntarle al Gobierno qué pasa y a dónde vamos (grandes aplausos)», seguida de una feroz denuncia de las atrocidades cometidas en Asturias, «porque las tempestades de hoy son consecuencia de los vientos de ayer». También acusó a Pilar Primo de Rivera —sin nombrarla— de ser la responsable de las brigadas terroristas falangistas. Su apasionada enumeración de las torturas hizo que los diputados del Frente Popular la interrumpieran, se pusieran en pie y la aplaudieran. «Y si hay generalitos reaccionarios que, en un momento determinado, azuzados por elementos como el señor Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Estado, hay también soldados del pueblo […] que saben meterlos en cintura». De este discurso ha salido el mito franquista de que la Pasionaria amenazó a Gil-Robles, aunque en las actas del Diario de Sesiones de las Cortes no conste tal amenaza[25].
El levantamiento militar pronto reveló la capacidad de Dolores Ibárruri para expresar el estado de ánimo del pueblo e inspirarlo. El 19 de julio de 1936, desde el Ministerio de la Gobernación, emitió un comunicado del Partido Comunista de España. Se sentía nerviosa al empezar a leer lo que había apuntado a toda prisa; sin embargo, en cuanto empezó a hablar se olvidó de los nervios y se dejó llevar por la pasión. Las venas de su cuello resaltaban mientras su voz resonaba, potente. En un conmovedor llamamiento a cada hombre, mujer y niño de todas las regiones de España, acuñó el lema: «¡Los fascistas no pasarán! ¡No pasarán!»[26] El mariscal Pétain lo había usado durante el sitio de Verdún en 1916 y los periodistas de Mundo Obrero lo habían empleado en los dos últimos años. Sin embargo, oído en Casas del Pueblo, en cafés, en el ambiente alborotado de principios de la guerra civil, prosperó. La republicana Isabel de Palencia recordaría el impacto que tuvo en los oyentes: «Su voz me persiguió durante meses.»[27] Dos días después, mientras la indignación provocaba la quema de iglesias y empresas, Dolores pidió orden y disciplina, siguiendo la tónica de la política del partido comunista: «Comprendemos vuestra indignación ante los crímenes de los facciosos, pero no os dejéis arrastrar por el camino de la destrucción, del robo vergonzoso y del incendio a que se os quiere llevar.»[28]
En los primeros días del alzamiento, varias unidades militares de Madrid, acuarteladas aún, no habían definido su posición con respecto a éste. El PCE ordenó a sus militantes en cada zona que se pusieran en contacto con los miembros del partido en las distintas guarniciones a fin de intentar clarificar la situación. El 23 de julio, Dolores Ibárruri fue enviada, con Enrique Líster, a dirigirse a los soldados del I Regimiento Wad-Ras, apostado en el cuartel del madrileño distrito del Pacífico, cerca de Vallecas. Muchísimos guardias civiles del cuartel trataron a los comunistas con considerable hostilidad. Dando una gran muestra de valor en una situación peligrosamente tensa, Dolores se subió a una silla y convenció a los soldados de que no se rebelaran. En cuanto hubo convertido sus vacilaciones en un entusiasta compromiso con la República, ella y Líster organizaron un convoy de camiones y coches para llevarlos al frente al norte de Madrid. En el Guadarrama, los asombró la despreocupación del oficial al mando, que les ordenó acomodarse en la plaza del pueblo, e hizo falta una protesta de la Pasionaria para que las autoridades militares locales aceptaran enviar al frente a las tropas recién llegadas[29].
Durante gran parte de agosto, Dolores se empleó a fondo visitando a las unidades del frente a fin de consolidar la moral de las tropas; su llegada solía animar a los combatientes, y su valor y preocupación por las condiciones de éstos le garantizaban una calurosa bienvenida:
Todos conocen a Dolores, la saludan de lejos, los soldados la obsequian con pan, con vino de las cantimploras, procuran convencerla de que se quede un poco más, de que se siente, de que no avance más […]. Los soldados aconsejan a Dolores que se agache, ella no hace caso y corre, como todos, derecha inclinando levemente la cabeza […]. Arma escándalos a los cocineros por la calidad de las comidas. Al enterarse de que en la columna llevan ya dos días sin verduras, comunica por el teléfono de campaña con unas organizaciones, obtiene un camión de sandías y tomates[30].
Su energía suponía una inspiración para quienes la rodeaban. El agente de Stalin, Mijaíl Koltsov describió su trabajo con los dirigentes del PCE, para los que representaba un lazo con la vida en las calles, fuera de las habitaciones llenas de humo:
A la atmósfera masculina del Buró político, severa, a veces de un practicismo acentuado, la presencia de Dolores le da calor, alegría, sentido del humor o ira apasionada, dureza, especial intransigencia con los compromisos. Dolores llega con el ánimo gozoso, con una sonrisa alegre y pícara, arreglada, elegante, pese a la sencillez de su vestido, siempre negro; se sienta, pone las manos sobre la mesa e inclinando levemente su cabeza grande y hermosa, escucha en silencio la conversación. O bien, mortalmente fatigada, apenada por algo, abatida, con la cara gris, pétrea, envejecida, se deja caer pesadamente en una silla junto a la puerta, en un rincón, y también calla. Y luego, de súbito, irrumpe en lo que otro dice y entonces es inútil interrumpirla mientras no ha acabado de derramar la larga tirada, sin tomar aliento, que puede ser alegre, burlona, ingeniosa y triunfante o tenebrosa, airada, casi quejumbrosa, llena de reproches doloridos, de acusaciones, de protestas y de amenazas contra el enemigo del día, manifiesto o encubierto, contra el burócrata, el saboteador que ha obstaculizado el envío de armas o de víveres a los milicianos, que ha ofendido a los obreros, que intriga desde fuera o desde dentro del Partido[31].
Cuando mayor impresión causaba era con sus numerosos discursos públicos, en los que llamaba a la población civil a apoyar a las milicias, y al resto del mundo a apoyar a la República. Aunque su tono resultaba más bien republicano que estrictamente comunista, el PCE se benefició y obtuvo gran prestigio de su imagen como figura más representativa de la República. Soportaba una presión intensa, y trabajaba hasta el agotamiento. El sociólogo austriaco Franz Borkenau estuvo presente cuando el 23 de agosto de 1936 Dolores habló en Valencia ante cincuenta mil personas. Por ser ex comunista, Borkenau retrató la escena con cierta objetividad:
Lo que en ella conmueve es precisamente su distanciamiento del ambiente de intriga política: la sencilla fe que la lleva a sacrificarse y que emana de cada palabra que pronuncia; más conmovedora aún es su falta de vanidad y hasta su modestia. Viste siempre ropa negra, limpia y cuidada, pero sin intentar ser agradable a la vista; habla con sencillez, directamente, sin retórica, sin histrionismo […]. Al final de su discurso se produjo un momento patético; la voz, cansada de pronunciar interminables discursos en mítines masivos desde el principio de la guerra, le falló; se sentó con un triste gesto de las manos, como queriendo decir: «Es inútil, no lo puedo evitar, ya no puedo hablar; lo siento». Fue un gesto sin el menor asomo de ostentación, sólo la pena de no poder decir a los asistentes aquello que quería decirles. Este gesto, en su profunda simplicidad, sinceridad y convincente falta de interés personal en su éxito o fracaso como oradora, resultó mucho más conmovedor que el discurso en sí. Esta mujer, que a sus cuarenta años parece contar cincuenta, que en cada palabra y gesto reflejaba una profunda actitud maternal […] tiene algo del asceta medieval, de personaje religioso. Las masas la adoran, no por su intelecto, sino como una especie de santa que habrá de guiarles en los días de pruebas y tentaciones[32].
No era de sorprender, pues, que a la gente de a pie de la España republicana, cuya vida se había vuelto del revés con la guerra, la atrajera tanto tan poderosa figura maternal. Cada día traía la pérdida de seres queridos, la escasez de alimentos, los bombardeos y la angustia constante del terror de los nacionales. La fuerza y la preocupación de la Pasionaria equivalía a un faro en un mar de inseguridad. Su sencillez y su sinceridad creaban una compenetración que le permitía ser portavoz de los miedos y las esperanzas de muchas gentes de la clase obrera en la zona republicana. Cada día se veía inundada de cartas de gentes corrientes y de soldados que le pedían que solucionara algún problema. El embajador español en Moscú, Marcelino Pascua Martínez, se quejó de que dedicaba más tiempo a hacer las veces de secretario de la Pasionaria que a sus tareas oficiales, de tan numerosa como era la correspondencia que llegaba para ella a la embajada[33].
El 8 de septiembre de 1936, como parte de una delegación republicana, fue a Francia a convencer a los franceses de que se opusieran a la decisión de su gobierno de no vender armas a España. Dirigiéndose a una enorme multitud en el Vélodrome d’Hiver de París, acuñó otra frase resonante: «El pueblo español prefiere morir de pie a vivir de rodillas». Hasta quienes no entendían español parecieron entender su vehemente discurso; de hecho, cuando hizo una pausa para que el intérprete tradujera sus palabras, los asistentes lo callaron a gritos a fin de que la Pasionaria pudiese continuar sin interrupciones. Según un testigo presencial: «La gente que me rodeaba no hablaba español, pero todos lo entendían. Su elocuencia salía de lo más profundo de su alma y por tanto no necesitaba traducción». Acabó con una advertencia perturbadora y profética: «Y no olvidéis, y que nadie olvide, que si hoy nos toca a nosotros resistir la agresión fascista, la lucha no termina en España. Hoy somos nosotros; pero si se deja que el pueblo español sea aplastado, seréis vosotros, será toda Europa la que se verá obligada a hacer frente a la agresión y a la guerra.»[34] Lo mismo dijo a Léon Blum, que para gran desdén de Dolores lloró al negarse a ayudar a la República[35].
Después del mitin conoció a Manuel Azcárate, hijo del futuro embajador de la República en Londres y miembro de la Juventud Comunista, que a la sazón contaba veinte años: «Conocer a Dolores me impresionó profundamente: tenía una belleza y un porte extraordinarios; a pesar de estos momentos tan trágicos, hay en sus risas una alegría contagiosa. Siempre tiene una respuesta para todo». Ese viaje a París la convirtió, y ella se daba cuenta, en el símbolo mundial de la República en la guerra civil. La aplaudieron los comensales en un restaurante de clase obrera donde fue a comer[36]. Los elocuentes discursos en los que suplicaba ayuda se publicaban en periódicos, revistas y panfletos. Representaba perfectamente a la República sitiada: una madre que hablaba por los niños amenazados por el fascismo.
Destacó aún más durante el asedio a Madrid. Revelaba a diario su valor dando ánimos a los demás; mientras en el frente caían bombas, ella andaba tranquilamente, sin el menor asomo de miedo y con la espalda recta, por encima de las trincheras pidiendo valor y resolución ante el enemigo[37]. Despreciaba la debilidad con que dirigía la guerra Largo Caballero, quien tenía miedo hasta de poner fin por decreto a la huelga de los obreros de la construcción de Madrid, por si acaso los obreros de la UGT se pasaban a la CNT. Él mismo insistía en mantener el horario normal de trabajo y a las nueve de la noche se acostaba, habiendo dado órdenes de que no le molestaran[38]. El 25 de septiembre, en Mundo Obrero, Dolores pidió a la población de la capital que se movilizara:
Madrid tiene que militarizarse y, como Madrid, toda la España leal. Y al hablar de militarización, no me refiero a lo externo, a la obligación del uniforme, sea «mono» o guerrera, sino al contenido, a lo que significa como obligación de trabajo consciente, de responsabilidad, de disciplina, de adaptación a las necesidades del momento, de sometimiento a las imposiciones de la guerra […]. Militarización; trabajo obligatorio; racionamiento; disciplina; castigos ejemplares a los saboteadores. En una palabra: hay que sentir la guerra, hay que hacer la guerra[39].
El 4 de octubre fue nombrada comandante honorario del 5.º Regimiento, la milicia bien organizada del PCE; en la ceremonia pronunció un discurso beligerante: «No es el momento de llorar a nuestros muertos, sino de vengarlos. Venganza y justicia piden las mujeres violadas, los milicianos asesinados; venganza y justicia les debemos y venganza y justicia haremos con los verdugos del pueblo.»[40] Había participado en la formación de este regimiento en los primeros días de la guerra, bajo el mando de Enrique Castro Delgado, y uno de sus batallones llevaba su nombre. A partir de entonces abogó con pasión por la creación de un Ejército profesional, tomando el 5.º Regimiento como modelo[41]. La Pasionaria era la expresión visible de la línea del partido comunista, según figura en un manifiesto publicado el 2 de noviembre de 1936: «Hay que hacer milagros de organización para convertir Madrid en una fortaleza inexpugnable». Ese mismo día, encabezó una manifestación de doscientas mil mujeres que exigían la movilización de la población entera en defensa de Madrid. Además, encontró tiempo para redactar un artículo para Pravda[42].
Con sus frecuentes intervenciones en la radio contribuyó en gran medida a mantener la moral: mientras las columnas «africanas» se acercaban a Madrid, ella convertía el pánico y el miedo en esperanza y determinación de luchar; algo había en su potente voz radiada cuando resonaba en las habitaciones de la población madrileña, que hacía que la gente recuperara la fe en sí misma. Quizá sus más famosos gritos de guerra provenían de sus esfuerzos por elevar los ánimos de las mujeres de Madrid: «¡Más vale ser viudas de héroes que mujeres de cobardes!»[43] La primera vez que empleó esta frase lo hizo al dirigirse a quienes participaban en una manifestación en Madrid, a mediados de octubre; en ese discurso criticó al gobierno de Largo Caballero por lo que consideraba la falta de seriedad con que enfocaba la guerra: «No podemos cerrar los ojos ante la existencia de un clima un tanto frívolo en la capital de la República. En Madrid no se siente suficientemente la guerra […]. El Gobierno ha decidido militarizar las milicias, pero esto no es bastante. ¡Hay que militarizar a todo el pueblo!». Protestó porque la industria de la construcción seguía funcionando con normalidad: «Ahora lo que necesitamos son fortines, parapetos, trincheras para hacer inexpugnable a Madrid.»[44] Como la acompañaban invariablemente fotógrafos y reporteros, cada uno de sus actos influía en la moral y la propaganda; con regularidad se la veía cavar trincheras, arengar a las tropas, consolar a los soldados que habían perdido a sus camaradas y a madres que habían perdido a sus hijos[45].
A finales de octubre, el distinguido reportero británico Geoffrey Cox fue testigo de una escena extraordinaria: la llegada de Dolores Ibárruri revitalizó a una unidad desmoralizada por los constantes disparos y bombardeos aéreos:
Destrozados, en plena retirada, desanimados, querían jefes que los ayudaran […]. La Pasionaria anduvo por el camino hacia la línea; en la creciente oscuridad, rota únicamente por el brillo de la puesta del sol en el horizonte, los hombres se apiñaron en torno a ella, uno tras otro. Pero había una nota de tragedia en la escena, pues, pese a su elocuencia y su valor, ¿qué podía hacer ya la Pasionaria para evitar la retirada[46]?
En otras ocasiones, sin embargo, la evitaba haciendo que los soldados que huían se sintieran avergonzados[47].
A principios de noviembre, entre Seseña y Valdemoro, Santiago Álvarez se encontró con un grupo de dirigentes del partido y les dijo que el frente se desmoronaba:
La primera en reaccionar fue Dolores Ibárruri. «¿Cómo, que se retiren los milicianos? Yo voy contigo ahora mismo.» […] Dolores tomó rápidamente su bolso y salió conmigo a la carretera. Un grupo de milicianos en retirada se acercaba a nosotros. Dolores se sube a la barandilla de granito del puente y les arenga: «¡Soldados, camaradas! ¿A dónde vais? ¿Por qué huís del frente? ¿Sois acaso unos cobardes? ¿Quién va entonces a defender Madrid? ¿Qué dirán de vosotros vuestras mujeres, vuestras novias, vuestras madres? ¿No amáis la causa de los trabajadores, de la libertad, vuestra causa? […] ¡Es preciso luchar para que Madrid no caiga en manos de los fascistas!». Su figura de negro, erguida sobre el pretil, su voz de acero, que resonaba cortando el aire de la mañana soleada, sus reproches a los que abandonaban el frente, sus palabras de aliento, su sola presencia allí, en aquel momento, dejó como petrificados a los que se retiraban. De pronto, como movidos por un resorte, los del grupo más cercano dan una vuelta en redondo y se dirigen de nuevo al frente. Algunos lloran. Los demás siguen su ejemplo. La retirada se para. Los milicianos, ahora ya soldados, vuelven al frente[48].
Incansable, la Pasionaria recorría a toda prisa las defensas de la ciudad; se detenía aquí y allá a pronunciar un discurso improvisado, a hacer algo para aliviar la escasez de suministros. Al menos en dos ocasiones encontró tiempo para buscar un local adecuado y trabajo social a un grupo de monjas a las que habían detenido para su propia seguridad y para otro grupo al que habían encontrado escondido[49]. Seguro de que Madrid caería, el 6 de noviembre el gobierno republicano se fue a Valencia y dejó la protección de la ciudad en manos de una Junta de Defensa presidida por el general Miaja. En octubre, los ministros comunistas del gobierno de Largo Caballero, Jesús Hernández (Educación) y Vicente Uribe (Agricultura), habían afirmado que la defensa de Madrid y la evacuación del gobierno no eran incompatibles, pero Dolores Ibárruri se oponía al traslado. Sin embargo, en una reunión, el Politburó del PCE decidió que Dolores y José Díaz acompañaran al gobierno a Valencia. El comunista italiano Vittorio Vidali escribió: «La recuerdo llorando y furiosa, esa noche del 6 de noviembre de 1936, cuando la acompañé a las afueras de la capital, entonces en peligro mortal. […] Esa noche acompañé a Dolores y la vi llorar amargamente; había luchado para quedarse en Madrid y la partida se le antojaba una huida.»[50] Vidali se equivocó con la fecha, pues Dolores Ibárruri no salió de Madrid hasta más tarde en ese mes de noviembre y sólo por breve tiempo[51]. El gobierno causó una mala impresión con su marcha y permitió al PCE encabezar la defensa de Madrid y, por lo tanto, incrementar su prestigio, un paso importante para hacerse con las riendas del esfuerzo de guerra republicano.
El 8 de noviembre, en un Madrid aterrorizado, Dolores pronunció un discurso en un entusiasta mitin en el cine Monumental, a apenas un kilómetro del frente. Los esfuerzos sobrehumanos de las semanas anteriores la habían afectado: al ver cuán delgada estaba, Eugenio Cimorra, un colega de Mundo Obrero, y Koltsov se asombraron tanto, que éste escribió: «Ha adelgazado, está muy pálida; ahora parece aún más alta, más imperiosa y, en cierto modo, más joven. Como siempre, vestida de negro y, pese a la sencillez de su vestido, elegante». La recibieron con entusiasmo y el discurso en el que agradecía la ayuda soviética elevó muchísimo los ánimos[52]. La ayuda rusa a la República la conmovió profundamente; grandes retratos de Lenin y de Stalin dominaban su despacho, además de un enorme ramo de flores y montones de novelas de detectives[53]. Cuando el 6 de noviembre llegaron los brigadistas internacionales a ayudar en la defensa de Madrid, Dolores corrió los mismos riesgos a fin de animarles. El 15 de noviembre se dirigió a ellos en los sótanos de la facultad de arquitectura de la Ciudad Universitaria, en las afueras septentrionales de Madrid, llenos de mujeres y niños que se resguardaban de los bombardeos aéreos de los nacionales, acompañada por el ruido de los proyectiles de artillería y de las metralletas. Subrayó de nuevo la importancia internacional de la lucha española: «Vosotros lucháis y hacéis sacrificios por la libertad y la independencia de España. Pero España se sacrifica por todo el mundo. Luchar por España es luchar por la libertad y la paz en todo el mundo.»[54]
El 23 de noviembre, Franco tuvo que reconocer que el asalto frontal a Madrid había fracasado, de modo que cambió de estrategia: asedió la capital y, a la vez, barrió parte de la periferia. Dolores nunca más estaría tan involucrada en la guerra, si bien su papel en el mantenimiento de la moral continuó siendo crucial. La norteamericana Celia Seborer, ayudante del cirujano Norman Bethune, escuchó un discurso pronunciado por Dolores en Valencia a mediados de febrero de 1937; de esta experiencia escribió:
Sabía que era una oradora dramática e inspiradora, pero no me esperaba la belleza y la calidez de su voz; posee una rica y envolvente cualidad que hace que una sienta que la rodea con el brazo, que habla directamente con una; sus gestos son pocos, sencillos y directos, pero su espíritu, su valor y su calor humano resultan contagiosos[55].
John Tisa, un brigadista norteamericano, describió cómo hablaba en un congreso de escritores celebrado en Madrid en julio de 1937, durante un bombardeo aéreo; según él, la fuerza y la confianza de su voz disipó los temores del público y lo encandiló durante una hora[56].
La caída de Málaga en febrero de 1937 la enfureció, y culpó de ella, al menos en parte, a Largo Caballero. El 4 de marzo, en un mitin celebrado en Valencia, lanzó un ataque apenas velado contra el subsecretario de Defensa de Largo Caballero, el general José Asensio Torrado:
Queremos un ejército en el que no haya generales que, mientras el pueblo y los soldados luchan con heroísmo, mientras nuestras mujeres y nuestros niños son ametrallados por la aviación fascista en las carreteras de Málaga, ellos se divierten en prostíbulos y lupanares[57].
Desempeñaría un importante papel, tanto en público mediante sus discursos, como en privado, en la campaña por eliminar a Largo Caballero del gobierno. Tras la rebelión del POUM y la CNT contra la República en los «hechos de mayo» de 1937, en Barcelona, Dolores visitó a Azaña acompañada de José Díaz, y se quejó de Largo Caballero, de su ineptitud, de su falta de control, de la timidez con que trataba a la CNT y de la influencia perniciosa de su entorno personal[58].
El cambio de gobierno poco hizo para ayudar al País Vasco. La caída de Bilbao el 19 de junio supuso para la Pasionaria un golpe devastador que le hizo expresar su rabia en un elocuente artículo:
Ejércitos alemanes e italianos, legiones de mercenarios, de asesinos profesionales, han invadido —después de haber arrasado sus pueblos y sus ciudades— el viejo solar vascongado, mancillándolo con su planta sangrienta. Euzkadi llora con lágrimas de sangre la horrenda profanación.
Su dolor, sin embargo, no le impidió sacar de ello una lección política y criticar implícitamente a Largo Caballero y al gobierno vasco:
La pérdida de Euzkadi ha sido una terrible lección: en Euzkadi no había Ejército regular. No había más que milicias bravas, heroicas, admirables; lo mismo las nacionalistas que las socialistas, que las comunistas, que todas […]. Se luchaba a pecho descubierto, se derrochaba el valor a raudales. Pero no había Ejército organizado, no había mandos, no había comisarios, esos comisarios heroicos, abnegados, que son el alma del Ejército del pueblo[59].
En 1937, entre sus numerosas tareas, estaba la de reunirse con dignatarios extranjeros que venían de visita; invariablemente, su calor humano los impresionaba favorablemente; así, la duquesa de Atholl, presidenta del Comité Nacional Conjunto para la Ayuda a España, de Gran Bretaña, la conoció en 1937, y la comparó con la gran actriz italiana Eleanora Duse:
Poseía la misma maravillosa gracia que la Duse, pero era mucho más hermosa, de tez espléndida, grandes ojos oscuros y rizado cabello negro. Entraba en las habitaciones como una reina y, sin embargo, era hija de minero […]. Yo no entendía nada de lo que decía, y hablaba muy rápido, pero con sólo verla y escucharla sentía placer[60].
Charlotte Haldane, escritora inglesa que recababa fondos para las familias de los brigadistas internacionales, conoció a Dolores en 1938:
Poseía una figura de matrona, pero magnífica, y su porte era de nobleza y dignidad naturales, tan característicos de ciertos españoles, sin importar su clase social; sus rasgos eran regulares, aquilinos; sus ojos, oscuros y centelleantes; tenía dientes espléndidos y una sonrisa juvenil y femenina. Su voz, que podía hechizar a miles, resultaba, en privado, baja y melodiosa, no por eso menos decisiva[61].
Dolores nunca dejó de ir al frente, y precisamente por su valor al hacerlo se granjeó el afecto y el respeto de las tropas. Al parecer, para esta mujer de poco más de cuarenta años la euforia de la guerra representaba una experiencia rejuvenecedora. Poco antes de la batalla de Brunete, a principios de julio de 1937, fue a la primera línea acompañada del comisario político del frente de Madrid, Francisco Antón y algunos corresponsales de guerra. Las tropas, entusiasmadas, corrieron a verla[62]. El ataque a los sitiadores de Madrid en Brunete se planeó para apartar a las tropas nacionales de su triunfal campaña en el Norte; funcionó, pero a costa de enormes bajas. En el agobiante calor de Castilla, los republicanos se vieron bombardeados sin cesar durante tres semanas. Tras la batalla, la Pasionaria visitó de nuevo a los combatientes que habían sobrevivido, acampados a orillas del Guadalix, cerca de Fuente del Fresno. Muchos soldados estaban nadando y decidieron gastarle una broma: cuando Dolores se encontraba al borde de un profundo charco, la arrojaron al agua; ella salió, echándose el cabello hacia atrás y, con una amplia sonrisa, se limitó a comentar: «¡Qué caliente el agua!». Permaneció de pie, mojada y risueña, con la ropa pegada al cuerpo de modo muy revelador, para gran deleite de los soldados. Se tomó la broma a bien, pues sabía lo que habían sufrido y lo que necesitaban para recuperar la moral[63].
Debido a la angustia y la desesperación que le producía la guerra en el Norte, apoyó con fervor el ataque de diversión en Brunete y el que lo siguió, el 24 de agosto, en Belchite. En un artículo publicado en Mundo Obrero el 18 de octubre de 1937, tres días antes de la caída de Gijón, rindió homenaje a la heroica resistencia en Asturias y, en otro emocionado artículo, también publicado en Mundo Obrero, expresó su rabia y su impotencia por la falta de perspicacia de las democracias occidentales: «Hemos llamado al proletariado de todo el mundo para que acuda en nuestra ayuda; hemos gritado hasta enronquecer a las puertas de los países llamados democráticos, diciéndoles qué significaba nuestra lucha; y no nos escucharon.»[64]
En el ambiente que se vivía en la República en esos tiempos de guerra, las relaciones cambiaban constantemente. Separada de su marido desde hacía más de seis años, la rejuvenecida Dolores Ibárruri tenía un amante, Francisco Antón, de veintisiete años. A principios de la guerra, Antón había sido secretario del Comité Provincial del PCE de Madrid. Esbelto, moreno y guapo, pronto fue nombrado comisario del 5.º Regimiento y luego comisario inspector de todo el frente de Madrid. Él y Dolores se encontraban juntos a menudo; no había motivos para que en su vida personal Dolores no tuviera un poco de calor humano, y sin embargo la relación le creó problemas con algunos dirigentes del PCE, debidos en parte a la ética puritana del partido, en el que se consideraba políticamente útil proclamar que el marido luchaba en el frente[65], pero también reflejaba la envidia de sus rivales. Según uno de ellos, Jesús Hernández, la amistad de Dolores y José Díaz se agrió porque éste criticaba su relación con Antón.
La relación venenosa de Jesús Hernández tiene que utilizarse con extremo cuidado. Hacía suponer que José Díaz había dicho de Antón que «no se había manchado las botas en el barro de ninguna trinchera». Sin embargo, la maquinaria propagandística del partido lo convirtió en uno de los héroes de la defensa de Madrid. Si bien vestía siempre con elegancia, con el pantalón bien planchado, Hernández sin duda inventó que administraba el cuerpo de comisarios «por medio de circulares y recibía a los delegados del frente enfundado en magníficos y perfumados pijamas de seda en la confortable casa de la Ciudad Lineal de Madrid». Según la opinión generalizada en el partido, Antón utilizaba a su amante, que le sacaba quince años, para sus propias ambiciones políticas, y Hernández afirmó que Díaz había dicho a la Pasionaria que «me tienen sin cuidado tus asuntos privados, pero ya que tengo que ser forzosamente alcahuete de tus amoríos (pues si el hecho trasciende se vendría al suelo todo tu prestigio, y tu nombre lo hemos convertido en bandera moral de mujeres revolucionarias), debes saber que todo el aprecio que tengo por Julián lo siento de desprecio por Antón[66]».
La aventura con Antón no afectó las buenas relaciones de Dolores con los delegados más cosmopolitas de la Komintern, quienes pretendían hacer de ella el principal símbolo del partido. Dada su probada lealtad hacia Moscú, sus relaciones con Palmiro Togliatti y Boris Stepanov, consejeros de la Komintern, eran aún mejores. Togliatti vivía en su casa de Valencia y compartía las comidas con Dolores y Antón. A mediados de septiembre, en una carta a Dimitrov y Manuilski, la alabó y afirmó que veía en ella a una secretario general del partido en potencia[67]. El 25 de noviembre de 1937, escribió sobre lo que consideraba la influencia excesiva que ejercía sobre ella Victorio Codovilla[68]. En el otoño de 1937, cuando Prieto promulgó un decreto según el cual los comisarios políticos en edad militar debían ir al frente, lo que afectaba directamente a Antón, el partido lo presionó mucho para que lo dejara sin efecto. Prieto se negó, y de encabezar a los comisarios de tres cuerpos del Ejército, Antón pasó a ser únicamente comisario de brigada en el frente de Teruel. Sin embargo, no se presentó en su nuevo destino, y Prieto lo destituyó del cuerpo de comisarios. Antón se presentó entonces en Madrid, sin permiso de Prieto, como adjunto civil del general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor republicano[69].
La admiración de Dolores por la experiencia bolchevique era absoluta, y su lealtad hacia la Unión Soviética, incondicional[70]. Con total convicción, escribía y pronunciaba denuncias del trotskismo[71]. En sus memorias, se refiere al POUM como «anarcotrotskistas fascistas[72]». Hernández trató de implicarla en el asesinato de Andreu Nin, alegando que ella y Codovilla habían autorizado la detención, el 16 de junio, de Nin y de los dirigentes del POUM, a espaldas tanto del ministro del Interior, Julián Zugazagoitia, como de Díaz y del propio Hernández[73]. Probablemente no sea cierto, si bien no cabe duda de que la Pasionaria aprobó la liquidación del POUM.
En esa época, Nin no constituía precisamente la principal preocupación de Dolores, ni mucho menos. José Díaz estaba muy enfermo y ella realizaba muchas de las funciones del secretario general; trabajaba de día y de noche, importunada constantemente por problemas, papeles que leer y autorizar, visitantes a los que recibir. En los días anteriores a la detención de Nin, preparaba su informe al pleno del PCE, celebrado en el Conservatorio de Valencia el 18 de junio de 1937, en el que abogaría por la unión del PCE y del PSOE[74]. Si bien éste era el objetivo principal de su informe, también justificó el ataque al POUM; acusando a los trotskistas de ser peores enemigos que los fascistas, declaró que:
Jamás serán excesivas las medidas que se tomen para limpiar el campo proletario de la planta venenosa del trotskismo […]. La actuación del trotskismo en nuestro país —no quiero ahora referirme a los hechos monstruosamente criminales realizados en la Unión Soviética porque son conocidos de todos— debe ser el grito de alarma para mantener en guardia permanente al proletariado sobre los fines que el trotskismo persigue[75].
Dada su fe en Moscú, le habría resultado fácil considerar a Nin como un provocador[76]. El ala caballerista del PSOE vería con cierta suspicacia su informe a favor de la unidad.
El 13 de octubre de 1937, Dolores Ibárruri formó parte de una delegación que visitó al presidente Azaña con el fin de oponerse al propuesto traslado del gobierno de Valencia a Barcelona. Como portavoz del grupo, Dolores se esforzó en mostrarse agradable. «Supongo que eso de la dictadura del proletariado lo habrán aplazado ustedes por una temporadita», fue el comentario frívolo de Azaña, al que ella contestó, sumisa: «Sí, señor presidente, porque tenemos sentido común». La delegación alegó que un traslado del gobierno a Barcelona desmoralizaría a la población y que sería desastroso que los nacionales aislaran Cataluña del resto de España. Azaña señaló que, en cualquier caso, esto significaría la derrota de la República, aunque el gobierno se encontrase en Valencia o en Barcelona, y la Pasionaria estuvo de acuerdo: «Sí, señor. Eso sería perder la guerra, indudablemente, y habría que ver entonces qué se podía salvar.»[77]
Tras la pérdida de Teruel, lanzó un feroz ataque contra Prieto, en un discurso pronunciado el 27 de febrero de 1938 ante el PSUC, en Barcelona.
¿Quiénes son los que en estos momentos siembran el derrotismo, y hablan de incapacidad de nuestro Ejército? Son los que siempre han estado en retaguardia, los que viven de la guerra y no para la guerra. Son los que no han sentido en sus gargantas el agrio regusto de la pólvora en los frentes. Son los incapaces y los cobardes[78]…
Luego, el 16 de marzo, encabezó una manifestación organizada por el PCE y el PSUC en el palacio de Pedralbes para presionar al gabinete contra la inclinación de Azaña y Prieto a pedir una mediación internacional. Todo fue orquestado de antemano. Negrín salió de la reunión del gabinete para reunirse con la Pasionaria, quien le presentó la exigencia de la manifestación de que se comprometiera a continuar resistiendo[79].
El 23 de mayo de 1938, en ausencia del gravemente enfermo José Díaz, Dolores presentó el principal informe a la sesión plenaria del Comité Central del PCE, celebrada en Madrid. El comunista francés Georges Soria le presentó al periodista norteamericano Vincent Sheean: «Vi a una mujer de ancho busto, de unos cuarenta años, de risa alegre y firme apretón de manos […]. Había en su risa una espléndida cualidad terrenal, pero su rostro, en descanso, resultaba muy triste». Su discurso, de tres horas y media de duración, le impresionó por el modo extraordinario en que lo pronunció; si bien consistía en la línea del partido y, según Sheean, probablemente lo había redactado un comité,
se convirtió enteramente en suyo, gracias a la estructura de las frases y, por encima de todo, a su voz, su cara, sus manos y su personalidad extraordinarias. No era una voz de las que solemos definir como «musicales», o sea, que carecía de tonos melodiosos y contenía poca dulzura; era a la vez más aguda y más baja que la media, tenía mayor registro, nada más […]. Donde se convertía en una voz diferente a todas las que he oído era en la impresión que daba de apasionada sinceridad. Este don expresivo mora en todo momento en la voz de Dolores, tanto en el menos significativo de sus comentarios como en sus grandes y generales declaraciones, con el resultado de que es imposible no creer lo que dice mientras lo dice[80].
Cinco semanas antes, las fuerzas de Franco habían llegado al Mediterráneo, dividiendo la España republicana y aislando a Cataluña; la situación, según Dolores había convenido con Azaña, significaría la inevitable derrota de la República. Quizá por esto su informe al Comité Central resultó brutalmente franco, y en él no hizo el menor esfuerzo por minimizar la gravedad de la situación: «Las derrotas militares que hemos sufrido en los últimos meses, nos han situado en un trance tal que tenemos que afirmar, sin exageraciones de ningún género, que, en el momento presente, está más directa y gravemente amenazada que nunca lo ha estado la libertad y la independencia de nuestra patria». A continuación, trazó una sombría valoración de la situación internacional, de las dificultades a que probablemente se enfrentaría la zona central y de los problemas recurrentes del derrotismo. Acabó con un entusiasta llamamiento a una mayor unidad y disciplina en el apoyo al programa del doctor Negrín como base de la resistencia[81]. Según Sheean:
A veces describía la situación con tal franqueza y dureza que se oía cómo al público entero se le cortaba el aliento. Su propósito era, por supuesto, hacer que se redujeran esos fracasos y esos errores en el futuro. No criticaba al gobierno, pero sí, ¡y cómo!, a su propio partido y a otros partidos revolucionarios. Luego, habiendo asustado al público con su retrato del desastre, se dedicaba a probar que la victoria era posible, y en qué condiciones […]. A un periodista norteamericano corriente sentado en la primera fila de la sala le parecía que pedía a estas gentes que dejaran de ser comunistas, al menos hasta que se ganara la guerra.
Si bien su mensaje estremecía al público, «su don, su incuestionable don oratorio, el más asombroso que yo haya oído, obraba milagros y cuando acababa, el público entero la vitoreaba[82]».
El 26 de julio de 1938, pronunció otro discurso, semejante en espíritu, en el transcurso de una manifestación organizada por el Rassemblement Universel pour la Paix en el Vélodrome d’Hiver de París. Pidió ayuda para la famélica zona republicana y aprovechó para denunciar que el POUM era el responsable de la llegada triunfal de Franco al Mediterráneo y afirmar que los comunistas «luchamos para limpiar nuestro campo de hierbas venenosas». Con mayor energía, denunció de nuevo los rumores sobre una paz por mediación:
¿Quiénes son los que tienen la audacia de hablar de armisticio, de mediación o de capitulación? No son los hombres que en las trincheras se enfrentan cada día con la muerte. No son los obreros que agotan sus fuerzas en las fábricas. No son las mujeres que ofrendan sus hijos y sus hombres para la guerra. Son las cornejas del derrotismo, son los que nunca han tenido fe en nuestro pueblo, son los que lejos del frente de batalla se prestan a las maniobras y combinaciones del enemigo[83].
Se trataba de una clara referencia a Azaña, Besteiro y Prieto.
John Tisa la vio en Barcelona en noviembre de 1938; la describió como
una mujer despampanante de unos treinta y cinco años […] el cabello, negro mezclado con gruesas hebras grises, se lo peina con raya a la derecha, echado hacia atrás y cuidadosamente recogido en la parte posterior de la bien formada cabeza. Con su fina nariz aquilina, su tez y sus rasgos suaves, es una mujer fuerte y guapa.
Unos días más tarde, la encontró de nuevo entre un grupo de niños en una calle de Barcelona:
Hoy lleva el cabello negro y acero recogido en un moño y sujeto por una peineta color café. Sus ojos están hundidos bajo unas cejas negras y una frente suave y alta. Si bien es de complexión robusta, con pechos altos y llenos, parece bien proporcionada. Su rostro hermosamente cincelado revela una personalidad inconquistable; irradia calidez y confianza; no hay en ella nada artificial; su voz es profunda, resonante, casi masculina. Cuando aplaude, y lo hace a menudo, sus manos de largos dedos se juntan continua y fluidamente como pistones bien engrasados. Me dicen que está molesta porque aún no ha llegado alguien que tenía que venir con regalos para los niños. ¿Qué don innato posee para que, en una habitación llena, la gente deje de pronto de hacer lo que estaba haciendo y la mire con asombro, admiración y afecto[84]?
Durante la crisis de Múnich, Negrín propuso la retirada de las Brigadas Internacionales con la esperanza de que con esto tanto la opinión pública británica como la francesa se pusieran a favor de la República. El desfile oficial de despedida tuvo lugar en Barcelona el 29 de octubre. En presencia de muchos miles de españoles que lloraban y vitoreaban, Dolores Ibárruri sollozó en el transcurso de un discurso emotivo y conmovedor:
¡Camaradas de las Brigadas Internacionales! Razones políticas, razones de Estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites, os hacen volver a vuestra patria a unos, a la forzada emigración a otros. Podéis marchar orgullosos. Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia […]. No os olvidaremos; y, cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved! […] Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria, los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo: «¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales!»[85]
Fue, en muchos aspectos, su mejor momento, y sus palabras captaron las emociones de los derrotados. Bajo la mirada de abatimiento del presidente Azaña, los brigadistas desfilaron y los espectadores arrojaron flores a su paso. Al final de la guerra, la Pasionaria huyó a Argel y, de allí, a Francia, donde fue convocada a Moscú[86].
La huida de España y el viaje a Moscú resultaron sumamente traumáticos. Exiliados en la Unión Soviética, dependiendo en todo de la caridad rusa, los dirigentes del PCE no podían sino ser inflexibles y ortodoxos estalinistas. La gratitud por el refugio que les proporcionaba la Unión Soviética y por la ayuda aportada por ésta durante la guerra civil, obligó a la Pasionaria y a otros dirigentes españoles del partido a apoyar el pacto entre Hitler y Stalin, firmado el 23 de agosto de 1939. Dolores Ibárruri y José Díaz guardaron silencio acerca de su propia experiencia de la agresión fascista. En interés de la política soviética y, por lo tanto, del Tercer Reich, denunciaron las ambiciones imperialistas de las democracias y exhortaron a los españoles exiliados en Europa a no comprometerse con la lucha de la resistencia[87]. Cabe la posibilidad de que esto causara a Dolores más angustia de la que estuviese dispuesta a manifestar. Más o menos por esa época, Fred Copeman, miembro de las Brigadas Internacionales y del Comité Central del Partido Comunista de Gran Bretaña, fue a Moscú y se encontró con Dolores Ibárruri en el hotel Luxe, donde se hospedaban los dirigentes de la Komintern; según él, Dolores ya no era «la ardiente oradora de las defensas de Madrid, [sino] una mujer silenciosa, de cabello oscuro y rostro bondadoso, pero muy práctica». Copeman tuvo, además, la impresión de que se encontraba bajo una especie de arresto domiciliario:
En el fondo, mi reunión con la Pasionaria me dolió y no me agradó. Esperaba encontrarla en el escenario del teatro Bolshoi, cogida de la mano de Stalin, y que la presentaran como una de las mejores comunistas vivas; la encontré sola en una pequeña habitación, vigilada de cerca por unidades del Ejército Rojo […]. En mi opinión, si había un ser vivo que tuviese derecho a todo lo que teníamos, ésa era la Pasionaria. Nunca había renunciado a la lucha por el pueblo español. Se arriesgaba con los hombres en el frente; era la madre de una familia que había hecho grandes sacrificios, y uno de sus hijos había dado la vida. Era una obrera, de la clase obrera, y su lealtad e integridad eran incuestionables; sin embargo, en ese momento no era dichosa, ni mucho menos […]. Para los soviéticos, España se había convertido en un bochorno. La Brigada empezaba a pasar a la historia y en el futuro, la política soviética consistiría en olvidar este cuerpo. Los nuevos amigos de la Pasionaria no tenían tiempo para ella. El pacto nazi-soviético ya se había convertido en una posibilidad inmediata y esta mujer, con sus profundas convicciones y leal a sus principios, podía convertirse en un problema político[88].
De hecho, el pacto nazi-soviético favorecería a Dolores. Al final de la guerra civil el PCE envió a Francisco Antón a Francia, donde la Gestapo lo capturó durante la invasión alemana. Dolores se sintió destrozada por la noticia, y pasaba horas encerrada en su despacho, sin hablar ni sonreír. Según algunos comunistas renegados, finalmente, intervino ante Georgui Dimitrov, quien, a su vez, intervino ante Stalin. Según Enrique Líster, éste comentó: «Bueno, si Julieta no puede vivir sin su Romeo, se lo traeremos, pues siempre tendremos por aquí un espía alemán para canjearlo por Antón».
Su amiga y compañera, Irene Falcón, insistió categóricamente que, dado el carácter de Dolores, es inconcebible que hubiera hecho un pedido a Stalin a título personal para que Antón fuera rescatado. De hecho, durante el período del pacto nazi-soviético, había numerosos intercambios de agentes y era bastante normal que Antón fuera uno de ellos dada su importancia dentro de la jerarquía del PCE. La embajada soviética en París hizo muchos tratos con Otto Abetz, el embajador de Hitler en Francia. En uno de ellos, Antón fue sacado del campo de concentración a Le Vernet, provisto de un pasaporte soviético y llevado a través de Alemania escoltado por un diplomático soviético. Como era de esperar, Dolores se sintió muy contenta cuando Dimitrov le dio la noticia de que traían a Antón a Rusia. En Moscú, el empleo de Antón consistía en supervisar los estudios de los comunistas españoles que asistían a las academias políticas y militares[89]. Formó parte del entorno de Dolores, junto con Irene Falcón y un joven e inteligente funcionario del partido, Ignacio Gallego. Profundamente deprimida por la derrota de la República, Dolores se limitó a este pequeño círculo, y cualquier contacto con ella pasaba por Irene Falcón. Esta situación contribuyó a su aislamiento y su santificación, como si de una especie de reina madre del partido se tratara[90].
En el exilio participó, contra su voluntad, en la batalla por la sucesión de José Díaz. Su victoria fue fruto de su habilidad para seguir los vientos prevalecientes en el Kremlin, toda una hazaña en ese Moscú de tiempos de guerra. Su flexibilidad táctica se reveló en la primera reunión del secretariado de la Komintern, en la que se habló de la situación en España. Según la descripción optimista de Dolores y Díaz, el Partido Comunista de España era fuerte y estaba a punto de derrocar a Franco. Cuando su archienemigo Jesús Hernández y los importantes dirigentes de la Komintern Georgui Dimitrov y Dimitri Manuilski criticaron agriamente el informe, cambió de bando de inmediato y lanzó un feroz ataque contra José Díaz, quien comentó después: «¡Cuánta prisa tiene!»[91] En 1941, evacuaron Moscú y Dolores emprendió, con los principales funcionarios de la Komintern, el peligroso viaje de nueve días en tren hacia un nuevo cuartel en el este, en Ufá, en la República de Bashkiria[92]. Hacia el final de la larga lucha de José Díaz contra el cáncer de estómago, los médicos recomendaron trasladarlo al clima menos crudo de Georgia; allí, aislado, sufriendo, se suicidó el 21 de marzo de 1942, arrojándose de un balcón en Tiflis.
En la horrible batalla por el poder que empezó en el seno del PCE antes de la muerte de Díaz, los principales rivales de la Pasionaria —Jesús Hernández y sus aliados, Enrique Líster, Juan Modesto y Enrique Castro Delgado—, utilizaron su relación con Antón contra ella. A éste lo apodaron Godoy, una referencia al valido de la esposa de Carlos IV. Según Castro Delgado, Dolores le impidió escribir un libro acerca de la guerra civil española por temor a que minara sus esfuerzos de presentar a Francisco Antón como el héroe de la batalla de Madrid[93]. Declaró que ella hizo arreglos para que su amante llevara una existencia fastuosa, rodeado de lujo, en Moscú, lo que parece improbable. Más tarde, en términos malévolos y rencorosos, escribiría que: «Era la de Pasionaria una de esas pasiones seniles que en su desenfreno saltan sobre toda clase de obstáculos.»[94] Dada la dislocación de la guerra, la lucha por el poder duró de 1940 hasta finales de 1943; en ella, Antón dirigió la campaña de Dolores. Durante un tiempo una buena parte del partido apoyó a Hernández, quien parecía contar con el respaldo de Dimitrov y Manuilski. Mientras Hernández pasaba su tiempo con los militantes de base exiliados, Dolores cultivó su relación con los principales personajes del Kremlin. El 3 de septiembre de 1942 se sintió destrozada cuando Nikita Jruschev le informó de la muerte de su hijo Rubén en Stalingrado, y durante nueve meses se encerró en un aislamiento total[95]. Luego, a principios del verano de 1943, salió de repente de él, rompió irrevocablemente con Antón, quizá como consecuencia de esa misma pena o tal vez porque comprendió que suponía un requisito previo para triunfar en la lucha por el poder. Según la versión de Santiago Carrillo, decidió renunciar a toda vida personal después de los insultos de que fue objeto por parte de la alianza entre Hernández y Castro. Retomó las riendas del liderazgo, empezó a ocuparse de los múltiples problemas de los exiliados y pronunció expresivos discursos dirigidos a España desde la transmisora de radio conocida como Radio Pirenaica. En otoño de 1943, resultó obvio que ganaría, pues a Jesús Hernández se le permitió ir a México, indicio seguro de que el Kremlin no estaba a favor de su candidatura. Su vana esperanza era recoger apoyos entre los exiliados en América. Resulta significativo que le acompañara —y vigilara— el mismísimo Antón[96]. En mayo de 1944 Hernández fue expulsado del partido en México, por su sectarismo y su «actitud fraccionaria[97]». A partir de entonces, Dolores asumió el cargo de secretaria general.
Poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, confiada en que pronto regresaría, triunfante, a Madrid, Dolores Ibárruri emprendió un peligroso viaje por Irán, Siria y Egipto, y de allí a Francia, con el fin de asumir la dirección en este último país del PCE. Antes de salir de Moscú, el 23 de febrero de 1945, conversó largo y tendido con Stalin, quien le prometió su apoyo[98]. Llevaba mucho tiempo abogando por una amplia unidad antifranquista, si bien con la idea de que los demás grupos aceptaran el liderazgo del PCE, mediante la Unión Nacional[99]. Pronto desapareció su optimismo de que Franco compartiría la suerte de sus aliados alemán e italiano. Justo después de la Conferencia de Potsdam había moderado ligeramente su posición y estaba dispuesta a aceptar la posibilidad de una coalición contra Franco, si bien todavía pensaba en la restauración de la Segunda República[100]. Una vez en Francia, habló ante un pleno del PCE, celebrado en Toulouse, el 5 de diciembre de 1945, e hizo un llamamiento por una coalición nacional que organizara un plebiscito; condenó el gobierno en el exilio de José Giral como poco representativo y pidió la inclusión en él del PCE[101]. A partir de 1944, en España la estrategia del partido comunista —inspirada en la esperanza de restaurar la República derrotada— consistía básicamente en una guerra de guerrillas contra la dictadura. Sin embargo, al llegar 1948 los grupos guerrilleros se hallaban, en su lucha aislada contra la policía, la Guardia Civil y el Ejército, cada vez más a la defensiva. Su objetivo inmediato había sido el de preparar una sublevación nacional que coincidiera con la intervención aliada contra Franco. Pero dada la intensificación de la guerra fría, esto no sólo no iba a ocurrir, sino que Stalin no deseaba correr el riesgo de un incidente internacional provocado por la actividad de los comunistas en España. Por lo tanto, a principios del verano de 1948 el Kremlin convocó a una delegación formada por Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Francisco Antón, que fueron recibidos por Stalin, Molotov, Voroshilov y Suslov. Stalin les aconsejó con insistencia que retiraran a los guerrilleros e iniciaran una política a largo plazo, o sea, que se infiltraran en los sindicatos legales y otras organizaciones en el interior de España[102]. Como corolario del abandono de la violencia, se impuso un mayor compromiso con la idea de que sólo podría derrocarse la dictadura mediante una amplia alianza de fuerzas de la oposición. Puesto que las demás fuerzas democráticas españolas estaban muy influenciadas por el ambiente anticomunista de la guerra fría y aún se sentían resentidas por la arbitrariedad del PCE durante la guerra civil, para crear un frente amplio los comunistas se vieron obligados a hacer gala de una moderación que fuera verosímil. Esto, pasado el tiempo, supondría cierta desestalinización, proceso que Dolores manejaría con gran astucia. Entretanto, sin embargo, algunos de los peores efectos del estalinismo aún habían de golpear al PCE. En el apogeo de la guerra fría, el PCE, al igual que muchos otros partidos comunistas de Europa, se vio profundamente afectado por los procesos, fruto de la profunda paranoia de Stalin, contra judíos, médicos y extranjeros.
A finales de 1948 Dolores tuvo que regresar a Moscú debido a su mala salud. En 1949, tras una operación de la vesícula, a punto estuvo de morir víctima de una pulmonía. Tuvo que pasar seis meses en el hospital, donde la visitó Stalin; su convalecencia fue larga y lenta y supuso, de hecho, el comienzo del fin de su liderazgo en el partido[103]. Pese a su debilidad, pronto se vio obligada a lidiar con graves problemas en el seno del PCE; la crisis se centraba en Francisco Antón, que no dejó de gozar de gran prominencia dentro del partido tras su separación de Dolores; después de la Segunda Guerra Mundial, compartió con Carrillo, Uribe y Mije, el liderazgo del centro operativo de París. El malhumor, la tiranía y la desorganización del de mayor antigüedad, Vicente Uribe, fue una de las principales causas de los problemas del partido. Dolores había conseguido contenerlo mientras seguía en Francia, pero a su regreso a Moscú la situación se tornó imposible. Antón y Carrillo decidieron reformar el partido y marginar a Uribe; así pues, en 1951 Antón fue a Moscú a consultar con Dolores, quien, para gran sorpresa de él, le atacó furiosamente. No sólo esto, sino que aprobó que Uribe redactara un documento en el cual le acusaba de actividad fraccionaria y uso de métodos autoritarios. La Pasionaria llegó incluso a acusarle de ser agente de la policía. Claudín sospechaba que esta hostilidad extrema se debía a que ahora Antón vivía con Carmen Rodríguez, una joven y hermosa militante del partido en París. Carrillo, sin embargo, creía que, dado el mortífero ambiente de suspicacia que empezaba a apoderarse de Moscú, Dolores intentaba protegerse, así como proteger a otros, y Antón constituía un blanco ideal, precisamente porque su anterior relación con él podía verse como una peligrosa desventaja. Durante casi dos años —desde mediados de 1952 hasta mediados de 1954— Antón fue objeto de una serie de acusaciones e interrogatorios despiadados en París. Podría haberse marchado, sencillamente, del partido, pero, en lugar de ello, «reconoció» sus desviaciones pequeñoburguesas en una serie de confesiones humillantes que Dolores ayudó a redactar. Psicológicamente destrozado, le ordenaron abandonar a su esposa e irse de París a Varsovia, donde se le prohibió contactar con los exiliados del PCE. Las autoridades polacas le ofrecieron empleo en una editorial, pero él prefirió el martirio en una fábrica de motocicletas. Su esposa y sus dos hijos se reunieron por fin con él en Varsovia, donde permaneció hasta 1964, cuando se inició una rehabilitación sumamente discreta de su persona[104].
La nada característica actitud vengativa de Dolores en el asunto Antón coincidió con otro caso trágico que podría, hasta cierto punto, explicar esta actitud. El destino de Francisco Antón y el papel que en él desempeñó Dolores Ibárruri no se entienden si no es como parte de la dimensión española del ciclo de depuraciones y juicios que afectaron al movimiento comunista en los años inmediatamente anteriores a la muerte de Stalin. Tras la desaparición en Praga del jefe del American Unitarian Welfare Service en Ginebra, Noel Field, se llevaron a cabo varios procesos. En el otoño de 1949, Laszlo Rajk, ministro de Asuntos Exteriores húngaro, fue acusado de mantener contactos con Field, de quien se aseguraba que era un agente de los servicios de inteligencia norteamericanos. Llevado a juicio, fue condenado y ejecutado. Casos similares se dieron en los partidos comunistas de Bulgaria, Polonia y Rumanía, entre otros. En 1950, catorce importantes comunistas checos fueron detenidos —entre ellos Rudolf Slansky, ex secretario general del partido comunista, y el ministro adjunto de Asuntos Exteriores, Arthur London—; once de ellos eran judíos, la mayoría habían luchado en las Brigadas Internacionales en la guerra civil española. Todos fueron acusados de trotskistas; a finales de 1952 fueron llevados a juicio y once de ellos, entre quienes se encontraba Bedrich Geminder, jefe del departamento de relaciones internacionales del Comité Central del Partido Comunista checo, ejecutados[105]. Geminder, íntimo colaborador de Georgui Dimitrov en la Komintern en Moscú a principios de los años cuarenta, había sido director de las emisiones en lengua extranjera de Radio Moscú; su detención afectaba directamente a Dolores Ibárruri, pues había sido compañero de Irene Falcón de 1935 a 1936 y desde 1939 hasta que Dolores e Irene fueron a París, en 1945. Regresó a Checoslovaquia en 1949. Bajo tortura «confesó» haber tenido contacto con Field y con trotskistas, ser un «judío nacionalista» y cometer otras desviaciones burguesas capitalistas.
Irene Falcón se convirtió en persona non grata; le quitaron su empleo en Radio Pirenaica y no sufrió peores consecuencias gracias a la discreta protección de Dolores Ibárruri, quien al protegerla también corría peligro. Tanto a Irene Falcón como a su hermana Kety se les prohibió trabajar. Cuando a su hijo, Mayo, se le prohibió afiliarse al Partido Comunista de la URSS, Irene apeló a Claudín, responsable de la comunidad española en Moscú, quien le contestó con frialdad que «otras familias están en Siberia». Finalmente, Dolores consiguió empleo para Irene y para Kety en Radio Pekín. Puesto que todos los partidos subordinados debían seguir la corriente de los procesos, y presentar víctimas, el PCE depuró a Antón en París, así como a Jesús Monzón —ya en una cárcel franquista en España— y a Manuel Azcárate, a quienes Field había ayudado mientras colaboraba con la Resistencia francesa. Años más tarde, cuando los soviéticos reconocieron que Field no era agente norteamericano sino un antifascista, todos fueron exonerados[106]. Tal vez la vehemencia del ataque de Dolores contra Antón reflejara cierta amargura ante lo que podría haber percibido como rechazo por su relación con Carmen Rodríguez, sin embargo, su coincidencia con los juicios contra Slansky y demás, sugiere realmente que precisaba protegerse a sí misma y a Irene Falcón. Resulta imposible saber con exactitud hasta qué punto le afectaron la psicosis y la paranoia que reinaban en el Moscú de la época.
La muerte de Stalin, en marzo de 1953, conmocionó a Dolores[107]. Era un síntoma de que su propia época se acababa. Después sólo se hicieron los más lentos y desganados esfuerzos por liberalizar al PCE. Al cabo de dieciocho meses, éste celebró su V Congreso en Praga; en él se reveló el deseo de cambiar, pero también cuán dolorosa y gradual sería la desestalinización. Como secretaria general, Dolores Ibárruri presentó un largo informe, centrado mayormente en la necesidad de una unidad democrática contra la camarilla franquista, varios aspectos del cual sin duda no seducirían a los socialistas, republicanos y anarquistas a los que proponía unirse. No sólo los acusó de ser responsables de la victoria de Franco en 1939, sino que dio a entender que eran lacayos del imperialismo yanqui, y declaró que un previo intento de unidad, la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, promovida por ellos en 1944, no era más que un montaje policial[108]. Empleó un lenguaje reminiscente de las depuraciones estalinianas para denunciar los elementos «degenerados» en el seno del PCE, a quienes, como ocurriera con las víctimas de los procesos contra Rajk y Slanski, acusó de tener contactos con Noel Field. Si estas referencias preocupaban a socialistas, republicanos y anarquistas, su efecto no se suavizó con la reiterada admiración de los países del Este y la declaración de intenciones de querer seguir el ejemplo del Partido Comunista de la URSS[109].
En su informe, la Pasionaria apenas ocultaba su convicción de que podía pasar por encima de los dirigentes de otros grupos de izquierdas y absorber sus bases en el PCE[110]. Por otro lado, comparado con el virulento sectarismo que había caracterizado la actitud comunista hacia socialistas y anarquistas desde que el partido abandonara, en agosto de 1947, el gobierno en el exilio, el lenguaje de Dolores Ibárruri suponía un auténtico esfuerzo de moderación. De hecho, habló mucho de la necesidad de eliminar las actitudes sectarias en el partido; sin embargo, el secretario de organización de éste, Santiago Carrillo, fue más allá de los vacilantes pasos de Dolores hacia la liberalización. Carrillo no estaba de acuerdo con la posición básica de Dolores y otros dirigentes «históricos» según la cual el objetivo de un amplio frente antifranquista debía ser la restauración de la Segunda República. A finales de 1955, la mayoría de los dirigentes del partido se hallaba en Bucarest, celebrando el sexagésimo cumpleaños de la Pasionaria, cuando se hizo pública la noticia de que la ONU (incluyendo la Unión Soviética) había votado a favor de la inclusión de dieciséis miembros nuevos, entre ellos España. La reacción de Carrillo, Claudín y Gallego, que dirigían el centro operativo de París, fue positiva, pues, aparte del hecho de que Rusia había conseguido añadir Hungría, Bulgaria, Rumanía y Albania a la ONU, veían la inclusión de España como un toma y daca en la búsqueda pos-estalinista de una coexistencia pacífica; este inevitable reconocimiento de la estabilidad del régimen de Franco suponía un gesto hacia Occidente. Por el contrario, Dolores y la vieja guardia denunciaron a las Naciones Unidas por aceptar el ingreso de España.
Carrillo envió a Jorge Semprún a presentar el caso de los «jóvenes leones». Semprún acompañó a Dolores en un vagón cerrado de Praga a Bucarest; le asombró el lujo con que vivían los funcionarios más importantes del partido, y se impresionó al ver que cuando a Dolores le ofrecieron una serie de manjares, ella sólo pidió un vaso de agua mineral. La encontró dispuesta a escuchar, pero hostil. Como no deseaba precipitar una fuerte división en el partido, Dolores le dijo que pensaría en lo que le había expuesto[111]. A continuación se hicieron planes para dividir al grupo de París; incluyeron a Claudín, Uribe, Mije, Líster y la Pasionaria en la delegación que asistiría por el PCE al XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956. La intención era «recuperar» a Claudín antes de acusar a Carrillo de querer implantar un reformismo socialdemócrata y de ser un oportunista. Sin embargo, Claudín había convenido con Carrillo en que ambos caerían juntos en su lucha por renovar el partido. En los intervalos entre sesiones del congreso de Moscú, Claudín resistió los acechos de la vieja guardia y obligó a Dolores Ibárruri a escuchar la opinión de su grupo acerca de los escasos resultados del PCE en España. Al principio, Dolores se puso del lado de Uribe y la situación de los liberalizadores pareció sombría; de pronto, ya que había tenido acceso previo al informe secreto en el que Jruschev denunciaría el estalinismo, decidió que las opiniones de Claudín y Carrillo iban en la línea de las nuevas corrientes liberalizadoras del Kremlin. Mandó llamar a Carrillo. Éste llegó a Bucarest sin saber nada del cambio de parecer de Dolores, convencido erróneamente de que iba a recibir el mismo trato que Antón unos años antes y, como Antón, dispuesto a aceptar la suerte que el partido pudiera reservarle, aunque significara que le enviasen a Siberia. Mije y Líster se percataron de lo que ocurría y Uribe, que según el comunista italiano Vittorio Vidali parecía «vivir en otro mundo», quedó aislado. Poco después, fue sustituido como director del centro de París por Carrillo, ahora virtual secretario general en funciones[112].
Durante el XX Congreso del PCUS, Vittorio Vidali se encontró con Dolores en los pasillos del Kremlin y quedó asombrado ante las secuelas de su enfermedad:
¡Cómo ha cambiado! Siempre la recordaba como estaba cuando la conocí, durante el largo período de ilegalidad, cuando colaboró conmigo a ayudar a los presos políticos y sus familias después de las revueltas de Asturias y durante la guerra civil española: bella, majestuosa, ora alegre, ora triste; inteligente y espléndida oradora espontánea; la enfermedad había marcado su hermoso rostro y su mirada brillaba menos, pero su voz era la misma y tintineaba como una campana de plata.
La Pasionaria pronunció discursos en el congreso y también en numerosos actos públicos soviéticos de importancia, pero, en opinión de Vidali, «era la figura más trágica del congreso», desgastada como estaba por diecisiete años de exilio[113]. Aun cuando hubiese sospechado gran parte del contenido del informe de Jruschev, éste supuso para ella una amarga conmoción. Veía con reverencia a Stalin y el sistema soviético; durante casi treinta años habían formado el núcleo de sus actividades políticas, y la destrucción por Jruschev de todas sus certezas disminuyó su voluntad de seguir luchando[114].
El primer fruto de las revelaciones de febrero fue una flexibilidad sin precedentes en el politburó, lo que impulsó la formulación de una política de reconciliación nacional. Libres del yugo estalinista, Carrillo y el grupo de París se dedicaron a satisfacer la exigencia de los comunistas en el interior de España de encontrar un terreno común con la nueva oposición a Franco que surgía entre estudiantes y católicos. Gracias a la denuncia del culto a la personalidad, la secretaria general del PCE había perdido la aureola de santidad, y Dolores no sólo se deprimió por la pérdida de Stalin, sino que se vio cada vez más aislada y privada de noticias del grupo de París[115]. Tras largas discusiones en la primavera de 1956, los «jóvenes leones» de París, apoyándose con astucia en las implicaciones del discurso de Jruschev, ganaron la partida a Dolores y al PCE y publicaron una importante declaración en la que pedían que se enterraran los odios de la guerra alimentados por la dictadura. Esta nueva estrategia no sólo expresaba la disposición comunista de unirse con monárquicos y católicos en un futuro régimen parlamentario, sino que indicaba también un compromiso con el cambio pacífico[116]. En agosto de 1956, cerca de Berlín, se celebró un pleno del Comité Central para ratificar la nueva política, reunión que trajo consigo una espectacular extensión del vacilante proceso de liberalización iniciado en el V Congreso del PCE.
Los dos informes principales los presentaron Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo; ambos reflejaban el deseo de emular al PCUS, lo que indica aún más la influencia que ejerció Moscú sobre la democratización del PCE. No obstante, ambos anunciaban importantes cambios en los métodos del partido. Si bien, por temperamento, Dolores prefería el derrocamiento violento de Franco y la restauración de la Segunda República, simpatizaba también con la idea de un amplio programa de reconciliación nacional pacífica. En su informe rendía homenaje al PCUS por su valor al reconocer públicamente sus errores y al señalar las diferentes vías hacia el socialismo; habló asimismo de la necesidad de aliarse con las fuerzas conservadoras y liberales en el interior de España a fin de asegurar una transición pacífica a la democracia[117]. Esto representaba claramente una desviación del sectarismo del pasado, si bien no era nada comparado con lo que tenía que decir Carrillo. Su informe constituía su análisis sumamente crítico de los defectos de la directiva del partido, en una clara referencia a Dolores Ibárruri. Punzante y lúcido, revelaba su ambición y su determinación de completar el proceso iniciado en 1954. Empezó por denunciar el culto a la personalidad en el PCE, si bien absolvía a Dolores Ibárruri de complicidad en este aspecto. Criticaba a los líderes del exilio por su subjetividad, su sectarismo y su aislamiento de las realidades del interior de España. A la sazón, Carrillo, que administraba el centro operativo del PCE en París, era secretario general en todo menos en el título formal. Cuando Dolores Ibárruri se opuso a su iniciativa de una huelga general pacífica el 18 de junio de 1959, él no le hizo caso. Aunque la huelga fracasó, la Pasionaria no aprovechó la oportunidad para atacar a Carrillo: sabía que su tiempo había acabado, hecho que pareció aceptar al aproximarse a su sexagésimo quinto cumpleaños[118]. Carrillo hizo valer su autoridad y el PCE proclamó oficialmente que la huelga había sido un éxito. A finales de 1959, presentó su punto de vista en una reunión de dirigentes del partido celebrada en Uspenskoie, cerca de Moscú, y sólo Claudín se opuso a su interpretación de la huelga.
Lo que mayor conmoción causó en esta reunión fue el anuncio por parte de Dolores Ibárruri de que dimitía como secretaria general. Es probable que, dada la posición de fuerza de Carrillo, decidiera poner término a una situación falsa en la que ocupaba su puesto sólo nominalmente[119]. En el VI Congreso del PCE, celebrado en Praga del 28 al 31 de enero de 1960, Carrillo fue formalmente confirmado como secretario general, y a Dolores Ibárruri la «elevaron» al recién creado cargo de presidente del partido. De hecho, el informe presentado por Jruschev en el XX Congreso del PCUS ya había minado su fe en la causa, con lo que estuvo más que dispuesta a renunciar al liderazgo del partido[120]. Su dimisión supuso una impresionante manifestación del realismo que la caracterizaba y una muestra de que anteponía los intereses del partido a los propios. Se alegró de poder retirarse a la vida privada, a cuidar de sus nietos, Rubén, Fiodor y Dolores, a quienes prodigó el amor que no había podido dar a sus propios hijos. Frente al duro hecho de que Carrillo había acumulado mucho poder en sus numerosos años como secretario de organización, no deseaba destruir el PCE con una lucha fratricida. La inexorable concentración de poder de Carrillo continuó, a tal punto que en 1964 eliminó a sus antiguos aliados, Claudín y Semprún. Dolores tuvo poco que ver en esta polémica, aparte de describirles, cuando fueron expulsados, con más tristeza que enojo como «cabezas de chorlito[121]». La mujer que había vivido tantos años en Moscú, que sabía mejor que nadie en el partido en qué consistían realmente las luchas por el poder, expresó su tristeza ante la ingenuidad táctica de Claudín y Semprún.
En años posteriores, las obsesiones de la Pasionaria se centraron en la lealtad al aparato y a la unidad del PCE, como revelaría claramente su actitud durante la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968: pese a su instintiva simpatía por los rusos, el 21 de agosto de 1968 la Pasionaria fue al Kremlin a expresar la condena española a esta acción, cosa que requirió mucho valor, habida cuenta de que aún vivía en Moscú y de la dependencia del PCE respecto de los rusos, cosa que Mijaíl Suslov les recordó brutalmente, a ella y a Carrillo, frente a Luigi Longo y Giancarlo Pajetta, ambos del Partido Comunista Italiano. En 1969, Breznev y Kosiguin presionaron a Dolores y a Carrillo durante dos horas para que abandonaran su línea crítica. Después de esto, Dolores nunca gozaría de la misma posición en los círculos oficiales de Moscú, aunque poseía demasiado prestigio para que la atacaran en la Unión Soviética[122]. Hizo gala de mayor resolución aún cuando los rusos promovieron una escisión prosoviética en el PCE, liderada por el jefe militar de la guerra civil Enrique Líster. Cuando Carrillo inició su lucha contra estos elementos estalinistas, recibió el hábil respaldo de la Pasionaria, que, si bien no deseaba enfrentarse con sus viejos amigos y camaradas, sabía que la supervivencia a largo plazo del PCE en el interior de España dependía de su distanciamiento de Moscú; también influyó en ella la evidencia, que presenció personalmente en Moscú, del desmoronamiento del sistema y el surgimiento de la corrupción, el mercado negro y la mafia[123].
La muerte de Franco marcó el principio del fin de su largo exilio. La celebró con un discurso emitido por Radio Pirenaica: dejó de lado las sórdidas luchas intestinas del partido, recuperó parte de su antigua pasión, su profundo amor por España y su capacidad de expresar las esperanzas de millones:
Franco ha muerto, pero la España eterna, la España de la democracia y de la libertad, la España que dio vida a un mundo, vive en su pueblo maravilloso, capaz de todas las hazañas […]. En España comienza a amanecer, y ese amanecer de hoy, rompiendo con las tinieblas del pasado, es el amanecer de una España en la que el pueblo será el principal protagonista, en que de nuevo sean reconocidos los derechos de los hombres y de los pueblos de nuestra patria multinacional y multirregional[124].
Dos semanas después celebró su octogésimo cumpleaños en Roma. En el Palacio de los Deportes, una rejuvenecida Dolores entusiasmó a los veinte mil asistentes con sus dotes oratorias, que trajeron a la memoria los grandes discursos que había pronunciado en el pasado. Fue un discurso nostálgico, un repaso de casi sesenta años de militancia y, sin embargo, después de recordar «los caminos de sangre y terribles sacrificios» de la izquierda en la lucha por la democracia, acabó con una cita profética del cardenal Enrique y Tarancón, quien el 27 de noviembre había comentado que «para que España avance en su camino hará falta la cooperación de todos en el respeto de todos». Dolores Ibárruri dijo, por su parte: «Con toda la fuerza de mis convicciones comunistas, yo llamo a la Reconciliación nacional que ponga fin al estado de excepción y de división que la guerra y la dictadura franquista, levantándose sobre un millón de muertos, impuso a nuestro país». Se despidió con un «No os digo ¡adiós!, sino ¡hasta pronto en Madrid!»[125]. Seis meses más tarde, el 13 de mayo de 1977, tras casi cuatro décadas de exilio, regresó a España, donde desempeñaría un papel importante en la transición, aunque su relación con la guerra civil perjudicaría al PCE en las elecciones. Para gran disgusto de los militantes locales, Carrillo impuso su nombre como candidato en las elecciones asturianas; Dolores llevó a cabo una enérgica campaña coronada con el éxito[126]. Fue presidenta de edad de las Cortes durante un corto período, un símbolo asombroso de la reconciliación nacional.
De nuevo, en 1977, se vio obligada a oponerse a sus antiguos amigos cuando la revista soviética Nuevos Tiempos y Anatoli Krasikov en Pravda atacaron a Carrillo en una respuesta a su libro Eurocomunismo y Estado. Pese a sus grandes reservas con respecto al eurocomunismo, el mismo realismo, el mismo horror a la posible división del partido y la misma lealtad le hicieron guardarse sus dudas y apoyar a Carrillo frente a las críticas soviéticas. Haría lo mismo a mediados de los años ochenta, cuando respaldó al joven Gerardo Iglesias al advertir que la oposición de Carrillo al cambio conducía al partido al desastre. No escasearon los comentarios en el sentido de que ésta era su venganza por los treinta años de humillaciones sufridas por obra de Carrillo. Es posible. Más importante, sin embargo, es resaltar que estos ejemplos de la carrera política de Dolores Ibárruri demuestran que más allá de la ardiente oradora había una política que, lejos de dejarse llevar por la pasión, era serena y calculadora y poseía tanto aptitudes tácticas a corto plazo como visión estratégica a largo plazo. Tanto la Dolores privada como la pública compartían un asombroso valor, sabiduría y una lealtad acérrima al PCE.
En agosto de 1977 experimentó los primeros problemas de corazón y le fue implantado un marcapasos. Vivió doce años más y fue testigo de la consolidación de la democracia y del colapso del PCE. Murió el 12 de noviembre de 1989, tras luchar contra la pulmonía, a los noventa y tres años. Su cuerpo fue expuesto durante tres días en la sede del partido y más de setenta mil personas le rindieron homenaje. El 16 de noviembre fue enterrada en Madrid; miles de personas presenciaron el transporte de su ataúd, envuelto en la bandera roja del partido; al término del entierro se escuchó una grabación de su último discurso, tras lo cual la multitud cantó La Internacional. La mujer que maduró cuando tenía lugar la revolución bolchevique, murió cuando se abrían brechas en el Muro de Berlín y la propia Unión Soviética se desmoronaba. Sin embargo, ni eso ni el hecho de que la victoria de Franco en 1939 la hubiese obligado a pasar casi cuarenta años de doloroso y nostálgico exilio, significa que su vida fuese un fracaso. Durante la guerra civil, había pasado de ser la madre del partido a ser un símbolo maternal para gran parte de la población en la zona republicana. Tanto en el exilio como en la guerra civil, sus discursos y sus emisiones radiofónicas hicieron mucho para mantener vivo el espíritu de resistencia a la dictadura y de lucha por la democracia en España.