JULIÁN BESTEIRO
LA TRAGEDIA DE UN PACIFISTA
EN LA GUERRA.
Desde la vuelta a España de la democracia, las conmemoraciones de la guerra civil han sido reducidas por no decir calladas. En parte, este silencio es consecuencia del legado de miedo creado deliberadamente durante la represión de la posguerra y del firme propósito de Franco de una política de glorificación de los vencedores y humillación de los vencidos[1]. También es resultado de lo que se ha llamado el «pacto del olvido»: un efecto involuntario de la política de posguerra de Franco fue imbuir a la mayor parte de los españoles de la determinación de no sufrir nunca más la violencia experimentada durante la guerra, ni la represión posterior. Más fuerte que el deseo de venganza, este «pacto» sentó las bases de una nueva conciencia cívica; fomentada deliberadamente por los políticos y la mayor parte de la prensa, se manifestó como una resolución colectiva tendente a asegurar una transición a la democracia carente de sangre, renunciando a cualquier ajuste de cuentas después de la muerte de Franco[2].
Un curioso efecto secundario del «pacto» ha sido la proliferación del interés por los «hombres de paz», los una vez denostados «neutrales» y aquéllos que en ambos bandos se esforzaron en disminuir la violencia que les rodeaba. En las historias de todos los que murieron en la lucha por el poder entre las dos Españas se incluyen tragedias tanto personales como nacionales. Sin embargo, hubo víctimas de la guerra que no fueron ni los supuestos enemigos de la izquierda, asesinados en la zona republicana, ni los supuestos enemigos políticos de la derecha, encarcelados y ejecutados por los franquistas. A aquellos hombres que intentaron, en vano, traer la paz a España —crimen por el que algunos perdieron la vida o la libertad y otros perdieron la patria y el sustento— se les denomina normalmente «la tercera España». Durante la guerra civil española y después, hubo muchos que sufrieron a causa de su moderación. Hubo algunos —Salvador de Madariaga, Niceto Alcalá Zamora, el cardenal Vidal i Barraquer, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset entre los más conocidos—, cuya neutralidad les condenó al ostracismo y al exilio interno o externo. También hubo otros hombres de paz cuyos sufrimientos materiales y morales en manos de los franquistas fueron mayores.
Al principio de la guerra, Luis Lucia, líder de la Derecha Regional Valenciana, componente del partido católico autoritario, la CEDA (Confederación de Derechas Autónomas) se escondió en varias granjas en el noroeste de Castellón y Teruel hasta que fue capturado por los anarquistas en febrero de 1937. Pasó nueve meses en varias prisiones en Valencia y, posteriormente, fue trasladado a Barcelona. Esperó durante dos años a que se le juzgara por católico derechista, y el 25 de enero de 1939, el día antes de que las tropas franquistas tomaran la capital catalana, consiguió escapar. Fue arrestado el 12 de febrero por las autoridades franquistas y, dos semanas más tarde, en juicio sumario, juzgado y sentenciado a muerte por el supuesto delito de rebelión militar. De hecho, su crimen fue emitir un comunicado, al principio de la contienda, condenando la violencia y afirmando su compromiso con la legalidad republicana, y buscar una solución política para la crisis de julio de 1936 al proponer un gobierno de centro para negociar con los militares rebeldes[3].
Al menos Lucia no perdió la vida por sus creencias —a principios de marzo de 1939, su sentencia fue conmutada por treinta años de cárcel—. Más escalofriantes son los casos de dos catalanes, el general Domingo Batet y Manuel Carrasco i Formiguera, y el del socialista madrileño Julián Besteiro. En 1934, Batet era comandante general de la llamada IV División Orgánica (Cataluña), que antes de la llegada de la Segunda República era la Capitanía General de la IV Región Militar. El 6 de octubre, cuando el presidente del gobierno regional catalán, la Generalitat, declaró la independencia en un intento de anticipar la revolución, Batet respondió empleando el sentido común y la moderación para restaurar la autoridad del gobierno central, evitando así un potencial baño de sangre. Franco, cerebro de la represión de las rebeliones de Asturias y Cataluña, estaba furioso por la negativa de Batet a imponer castigos salvajes a los catalanes, como había hecho el teniente coronel Yagüe con los mineros de Asturias. En junio de 1936, Batet fue puesto al frente de la VI División Orgánica, cuyo cuartel general se encontraba en Burgos, zona de conservadurismo militar y uno de los centros neurálgicos del alzamiento del 18 de julio. Enfrentado a la virtual y unánime decisión de sus oficiales de unirse al alzamiento, Batet rechazó valientemente unirse a ellos. Su fidelidad a su juramento de lealtad a la República aseguraba su juicio y ejecución. Franco intervino deliberada y maliciosamente en el proceso judicial, supuestamente independiente, para asegurarse de que Batet fuera ejecutado[4].
Manuel Carrasco i Formiguera, miembro destacado del partido catalán nacionalista Unió Democràtica, y también piadoso católico, era un conservador con sentido común y humanidad, que en los primeros meses de la guerra trabajó como asesor legal de la Conselleria de Finances (Ministerio de Finanzas) de la Generalitat —hecho que sería utilizado por los franquistas para justificar su ejecución—. Sin embargo, sus creencias católicas provocaron la rabia de los anarquistas, y la denuncia de su pasado conservador por parte del periódico Solidaridad Obrera fue, efectivamente, una invitación a su asesinato. Obligado a huir de su querida Cataluña, emprendió una misión en el País Vasco en nombre de la Generalitat. Volvió a Barcelona para recoger a su familia, y el 2 de marzo de 1937 partió con su mujer y sus ocho hijos a través de Francia. La parte final de su viaje, desde Bayona hacia Bilbao, fue por mar. El buque Galdames, en el que viajaba, fue bombardeado y capturado por el nacionalista Canarias. Su mujer y sus hijos fueron encarcelados por separado en cuatro prisiones distintas. Carrasco fue juzgado y ejecutado por un pelotón de fusilamiento el sábado de Pascua, 9 de abril de 1938, por ser republicano y catalanista[5].
En muchos aspectos, Julián Besteiro pertenece, como Lucia, Batet y Carrasco i Formiguera, a la categoría de «la tercera España» que permaneció aparte de los odios de la guerra civil española. Amigos y enemigos hablaron elogiosamente de su rectitud, dignidad y austeridad personales. En su vida profesional como profesor universitario y como político se comportó irreprochablemente. Su lealtad al pueblo de Madrid le condujo a la prisión y a la muerte a finales de la guerra civil. Besteiro era respetado por todos los sectores del espectro político, a excepción de los extremos de la derecha y la izquierda. Su antiguo rival socialista, Indalecio Prieto, dijo: «Ningún socialista fue tan ferozmente combatido como él por sus propios compañeros», aunque le calificase de «santo laico[6]». La izquierda revolucionaria del PSOE durante la República le difamó por su reformismo. La derecha franquista sólo pudo inventar la menos convincente de las acusaciones, y hasta cierto punto ésa es la razón por la que le odiaban, pues Besteiro no podía ser considerado un cínico agitador. En su lamentable y nauseabunda serie de retratos de las principales figuras republicanas, el propagandista franquista Francisco Casares, escribió sobre la «corrección del lenguaje, moderación de actitud, prestancia caballerosa» sólo como fundamento de una crítica marxista, basándose en que «los marxistas del tipo Besteiro son más peligrosos que los del fanatismo indocto […]. Su preparación metódica, teorizante, especulativa del traumatismo revolucionario y antiespañol, es tan dolorosa y grave como la de quienes manejaron la dinamita en 1934[7]». Las palabras de Casares reflejan las dificultades que los franquistas tuvieron para justificar sus espantosos malos tratos para con un incorruptible hombre de paz, que hizo esfuerzos significativos para detener la espiral de violencia a lo largo de la Segunda República e intentó, durante la misma guerra, llegar a una paz acordada.
Todos los que le conocían estaban impresionados por su elegancia casi aristocrática —en todo el sentido de la palabra—, así como por la sencillez y la cortesía de sus modales y su rectitud. Francesc Cambó dijo una vez que cuando Besteiro participaba en un debate parlamentario, elevaba el nivel de éste[8]. Pero era tal la distancia de que se rodeaba Besteiro, que pocos podían decir que realmente le conocieran; nunca permitió a nadie ajeno a su familia que le tuteara[9]. Sin embargo, las cartas que dirigió a su mujer, Dolores Cebrián, muestran que fue un marido ejemplar, preocupado, en los peores momentos de su encarcelamiento, en asegurarse de que ella no sufriera. Según su sobrina, Carmen de Zulueta, adoraba a los niños y era cariñoso: «El Besteiro que yo conocí en esa época es bien diferente del Besteiro, jefe socialista y figura pública. El mío era un hombre divertido, alegre, que jugaba con nosotros e inventaba canciones y juegos que nos llenaban de placer.»[10] Otros que le conocieron fuera de la arena política estaban impresionados por su calidez y sencillez[11]. Por el contrario, sus colegas políticos le encontraban a menudo susceptible e incluso, en el caso de Prieto, «vengativo[12]». Para otro agudo socialista, Antonio Ramos Oliveira, Besteiro tenía un «carácter que era extraordinariamente complejo, digno pero no humilde, muy sensible a las cuestiones personales[13]».
Antes de 1939, Julián Besteiro era considerado el líder teórico marxista[14]. Tal apreciación —que sustentó los cargos contra él en su juicio— parece, retrospectivamente, sorprendente, aunque se basa en dos razonables premisas: la primera, que era un distinguido filósofo académico. En efecto, Besteiro poseía las más altas credenciales académicas como catedrático de lógica en la Universidad Central de Madrid. Además, era uno de los pocos intelectuales en el PSOE de antes de la guerra. En segundo lugar, entre 1925 y 1931, fue presidente tanto del Partido Socialista Obrero Español como de su sindicato, la Unión General de Trabajadores. Desde estas posiciones, desempeñó un importante papel en numerosos debates cruciales, basando consistentemente sus argumentos en lo que presentaba como dogmas del marxismo clásico. Sin embargo, ninguna de sus afirmaciones se extendió más allá del reformismo limitado, en general conocido como «kautskismo», ni bastaría para calificarlo de marxista original o creativo. En efecto, su contribución al pensamiento marxista fue extremadamente limitada[15]. Además, existía un elemento de rigidez moral en gran parte de su pensamiento sobre las tácticas y la estrategia que en su opinión el partido socialista debía aplicar. Sin embargo, mucha gente le admiraba y respetaba por su intelectualismo, su austeridad personal y su honda humanidad.
Nacido en Madrid el 21 de septiembre de 1870, Julián Besteiro Fernández fue educado en la Institución Libre de Enseñanza, y entre sus compañeros de clase se encontraban, entre otros, el humanista socialista Fernando de los Ríos, los poetas Manuel y Antonio Machado y el distinguido criminólogo Constancio Bernaldo Quirós. Después de estudiar en la facultad de filosofía y letras de Madrid, pasó períodos en la Sorbona en 1896 y en las universidades de Múnich, Berlín y Leipzig entre 1909 y 1910. Hasta los cuarenta años fue, en términos académicos, un positivista y, en lo político, un republicano liberal. En 1908, se unió al Partido Radical del corrupto político republicano Alejandro Lerroux. Estos primeros pasos en la oposición a la monarquía culminaron, en 1912, con su ingreso en la Agrupación Socialista Madrileña, ya que se sentía atraído por la moralidad y la honradez de los socialistas. Durante ese año obtuvo la cátedra de lógica fundamental en la facultad de filosofía y letras. Rápidamente se convirtió en presidente de la sección profesional de trabajadores de la UGT. En 1913, se casó con Dolores Cebrián, catedrática de ciencias físicas y naturales en la Escuela Normal de Maestros de Toledo, quien sería su fiel compañera hasta su muerte. En 1914, ya era vocal del Comité Nacional de la UGT y, en el X Congreso del PSOE en 1915, fue vicepresidente del Comité Nacional del partido.
Besteiro se convirtió en figura nacional durante la huelga general revolucionaria de 1917. Fue elegido miembro del comité huelguista y condenado a reclusión perpetua. En la campaña que siguió en favor de la amnistía, fue elegido concejal del ayuntamiento de Madrid. En las elecciones generales del 24 de febrero de 1918, obtuvo un escaño de diputado a las Cortes, por Madrid. Posteriormente, su posición se hizo progresivamente menos radical. Sus experiencias durante la represión que siguió a la huelga de 1917 intensificaron su repugnancia por la violencia. Comprendió la inutilidad de que el débil movimiento socialista llevara a cabo un asalto frontal contra el Estado. No hay duda de que, por tal razón, se opuso a la afiliación del PSOE a la Komintern. Durante los debates de la Tercera Internacional, abogó convincentemente contra la aceptación de las 21 condiciones impuestas por Lenin y, sin ir tan lejos como condenar la experiencia soviética, postuló la falta de relevancia para España de la dictadura del proletariado. La esencial moderación de sus posiciones se vio confirmada por un período en Inglaterra, con una beca para investigar en la Workingmen’s Educational Association. Su estancia allí, en 1924, confirmó su incipiente reformismo, y regresó a España convencido de las ideas de la reformista Fabian Society.
Mientras tanto, España estaba bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. El movimiento socialista se encontraba profundamente dividido sobre la cuestión de cómo responder al nuevo régimen: mientras existía consenso general de que sería una locura sacrificar el movimiento en cualquier intento de restablecer la no lamentada monarquía constitucional y su corrupción electoral, se llevaba a cabo una agria polémica respecto al ofrecimiento hecho por el dictador a la UGT para que participase en su aparato corporativo sindical. Julián Besteiro propuso, con éxito, la colaboración, en contra de las opiniones de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, que mantenían que el PSOE debía unirse a la oposición democrática contra la dictadura. El argumento que expuso sería el punto central de su pensamiento político: desde la premisa de que España aún era un país semifeudal en espera de una revolución burguesa, estableció una lógica de aparente pureza revolucionaria, llegando a la conclusión de que no correspondía a las clases trabajadoras españolas desempeñar las tareas propias de la burguesía. La premisa era errónea, pues aunque España no había experimentado ninguna revolución democrática comparable a las de Inglaterra y Francia, durante el siglo XIX el país había conocido una profunda revolución legal y económica que había acabado con el feudalismo. La conclusión de Besteiro, según la cual la clase trabajadora debía mantenerse aparte y dejar en manos de la burguesía la tarea de construir la democracia, era, pues, poco realista.
Sin embargo, mientras esperaba el momento en que la burguesía llevara a cabo su histórica labor, Besteiro pensaba que la UGT debía aprovechar la oportunidad ofrecida por la dictadura para construir la fuerza de la clase trabajadora. Este argumento —que procedía del presidente tanto del PSOE como de la UGT— era persuasivo y encontró una audiencia entusiasta en la burocracia de los sindicatos, ansiosa de obtener los beneficios que suponía poseer el monopolio de los asuntos sindicales del Estado. El éxito relativo de la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera parece haber contribuido al optimismo trágicamente infundado de Besteiro a finales de la guerra civil sobre la probable naturaleza del régimen de Franco. Sin embargo, a medida que la dictadura de Primo de Rivera iba perdiendo apoyo durante el retroceso económico de finales de los años veinte, la opinión en el seno del PSOE se volvió contra Besteiro[16]. La oposición al régimen creció para convertirse en un gran movimiento republicano que iba a barrer la monarquía en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. A mediados de 1930, Besteiro se encontró en minoría en el PSOE al manifestarse contra la colaboración socialista con el frente amplio de oposición establecido por el Pacto de San Sebastián y, finalmente, con el futuro gobierno de la República. También se opuso a la participación de la UGT en la huelga general planeada para el 15 de diciembre de 1930, una inhibición que posteriormente le causó considerables dificultades en su partido[17]. En una reunión conjunta de los comités ejecutivos del PSOE y la UGT el domingo 22 de febrero de 1931, se sintió obligado a dimitir como presidente tanto del partido como del sindicato[18]. Empezaba así un proceso de marginación de sus camaradas de antaño. Sin embargo, parece que sus abstracciones teóricas sobre la naturaleza del proceso histórico por el que pasaba España le hacían creer que él entendía mucho mejor que sus compañeros de partido la trayectoria de la política cotidiana.
Al establecerse la República, Besteiro fue elegido casi unánimemente presidente de las nuevas Cortes Constituyentes por unos diputados que confiaban en que sería garantía de imparcialidad. Su elección provocó un elogio por parte del periódico fervorosamente monárquico y antirrepublicano ABC[19]. Aceptó porque se sintió halagado por el implícito reconocimiento de su superioridad y por la creencia algo arrogante de que era su deber poner lo que él consideraba sus ideas extraordinarias al servicio del régimen, que tenía por delante una labor difícil y peligrosa. La aparente contradicción con el abstencionismo político de Besteiro provocó las ácidas críticas de Largo Caballero, fácilmente resentido, sobre todo con el elegante profesor. El brusco Prieto también estaba mosqueado por la elaborada cortesía de Besteiro. Comentaba Azaña: «A Prieto le cargan mucho la sonrisa y las maneras corteses de Besteiro, propias de la Institución Libre de Enseñanza». El sentido de dignidad e importancia de sus funciones con que Besteiro cumplió con sus deberes presidenciales, convencieron a Prieto de que el puesto le complacía, pues «es un vanidoso con un stock inagotable». Al mismo tiempo, a veces su reserva parecía arrogante y apenas podía granjearle la simpatía del afable y charlatán Prieto[20]. Se le consideraba un orador más bien seco y aburrido. Azaña comentó sobre uno de sus discursos: «Frío y largo, Besteiro no tiene la emoción que comunica». Sin embargo, la seriedad con que llevaba a cabo sus deberes ayudó a la Constitución republicana en su difícil paso por las Cortes durante el otoño y el invierno de 1931[21].
En su período como presidente de las Cortes Besteiro empezó a manifestar puntos de vista cada vez más conservadores. Habló en términos favorables de la Guardia Civil, cuerpo cuya abolición era uno de los objetivos más acariciados por el PSOE[22]. Cierta altanería intelectual, si no aristocrática, era perceptible en sus relaciones con sus colegas de partido. Creía que el conjunto de diputados que formaban las Cortes no estaban, sencillamente, a la altura de la tarea histórica a que se enfrentaban[23]. Tenía poco que hacer con la mayor parte del grupo parlamentario del PSOE, la «minoría parlamentaria», pues consideraba que «no son hombres de gobierno[24]». Dio claros indicios de que despreciaba a sus colegas. En particular, estaba furioso por el tono pedante de su camarada Fernando de los Ríos. Distinguido catedrático de derecho en Granada, sucesivamente ministro de Justicia, Educación y Asuntos Exteriores entre 1931 y 1933, De los Ríos era un socialista humanitario, ideológicamente cercano a Besteiro, quien, no obstante, veía a don Fernando como «un tonto integral». En efecto, detrás de su apariencia externa de caballero inglés y su amable sonrisa, Besteiro podía ser susceptible y de mal genio. Día tras día, sus subordinados en la mesa presidencial de las Cortes le oían mascullar tacos y hacer comentarios sobre lo que consideraba necedades por parte de sus camaradas de partido. La creencia general entre los diputados socialistas era que, detrás de su aparente imparcialidad, Besteiro sentía una considerable hostilidad hacia ellos[25].
Azaña compartía esta opinión. Después del fracasado golpe militar del general Sanjurjo el 10 de agosto de 1932, los diputados de la izquierda se solidarizaron con la República amenazada. Empezaban a tramitarse una vez más los asuntos parlamentarios —sobre todo el Estatuto de Autonomía de Cataluña y la reforma agraria— que habían sido obstaculizados por los radicales y los agrarios. Azaña estaba convencido de que Besteiro cerraba algunas sesiones de las Cortes, para detrimento del gobierno:
Con los ratos que Besteiro ha perdido levantando sesiones sin agotar el tiempo, habríamos acortado la temporada parlamentaria lo menos en quince días. No sé lo que ocurre: fatiga física, porque está muy delicado, o desgana de complacer al Gobierno, del que no parece un amigo. Preside para las oposiciones. Largo y Prieto están muy incomodados con él[26].
En el XIII Congreso del PSOE, celebrado del 6 al 13 de octubre de 1932, Besteiro estuvo sometido a severas críticas por detener la huelga de diciembre de 1930. No se presentó como candidato a la presidencia del partido, aunque consiguió 14 261 votos frente a los 15 817 que obtuvo Largo Caballero finalmente elegido[27]. La utilización de los votos de los sindicatos controlados por sus seguidores le permitieron soportar las críticas sobre la huelga de diciembre y recobrar la presidencia de la UGT en su XVII Congreso, que tuvo lugar del 14 al 22 de octubre[28]. Sin embargo, no podía abrigar dudas sobre la hostilidad hacia su posición por parte del ala del partido encabezada por Largo Caballero.
Besteiro dejó claro en este congreso que no consideraba prudente que los socialistas abandonasen el Consejo de Ministros. Sin embargo, pronto cambió de idea: a medida que los escándalos salpicaban al gobierno después de la salvaje represión de los trabajadores anarquistas en el pueblo de Casas Viejas a principios de enero de 1933, fue un secreto a voces su convicción de que los socialistas no debían continuar en el poder[29]. En el peor momento para la coalición republicano-socialista, durante el período de obstrucción parlamentaria por los radicales en la primavera de 1933, Azaña llegó a la conclusión de que el puntilloso comportamiento de Besteiro era profundamente dañino para el gobierno. Besteiro no supo aprovechar los momentos en que habría podido hacerse algún progreso legislativo, pues permitió las provocadoras interrupciones y obstrucciones técnicas de los agitadores de la oposición. A mediados de febrero de 1933, un inocente proyecto de ley sobre carreteras fue inundado de enmiendas. Para deleite de sus compañeros parlamentarios, un solo diputado radical, Gerardo Abad Conde, de Lugo, presentó más de cien enmiendas, cada una de las cuales pedía, arbitrariamente, un ancho distinto para cada carretera. Comentaba Azaña el 21 de febrero:
En una pide que tenga ocho metros, en otra que ocho metros menos diez centímetros, en otra que ocho metros cuarenta centímetros, o cuarenta y dos centímetros, etcétera, etcétera, etcétera. Y mientras se leían tales simplezas, yo observaba el rostro de algunos lerrouxistas: tenían, oyendo la lectura, una expresión de delirio, como si escucharan «una muy suave música». Ya percatados del alcance de la proposición de la mayoría, se dispusieron a burlarla, convirtiendo en «artículos adicionales» a la ley buen número de enmiendas. Besteiro, con quien hablé del caso, requiriéndole a que reglamentariamente cortara este abuso, se hizo un lío. Besteiro no quiere choques con las oposiciones, y desampara al Gobierno. Perdimos la tarde en discusiones, se prorrogó la sesión, y en el punto en que se aceptó la enmienda por la comisión, Besteiro dijo desde su sitial que no se atrevía a resolver de pronto si procedía admitir o no un número indefinido de artículos adicionales, y levantó la sesión. Todo lo que habíamos hecho para salir del atolladero quedaba inutilizado[30].
Y el 30 de abril de 1933 escribía en su diario:
No nos ayuda nada. La lentitud con que camina el Parlamento y el retraso en la aprobación de algunas leyes, se debe en gran parte a Besteiro. No aprovecha los momentos con oportunidad, para que las discusiones avancen; admite todos los incidentes que suscitan las oposiciones; no corrige a tiempo los desmanes de los levantiscos, etcétera, etcétera. Muchas veces, cuando los escándalos producidos por excesos verbales eran mayores, le he mirado y le he encontrado sonriente y muy entretenido con el espectáculo[31].
Sin embargo, el amigo de Besteiro y secretario de la Cámara, Mariano Ansó, como Azaña de Acción Republicana, se quejó de que las payasadas de los radicales eran mayores cuando Besteiro estaba ausente y era uno de los vicepresidentes quien presidía la sesión. En tales ocasiones, el vicepresidente, abrumado, pedía que viniera Besteiro y era éste quien imponía orden al hacer sonar furiosamente la campanilla de su mesa[32]. Azaña creía que Besteiro usaría encantado la obstrucción para detener la participación socialista en el gobierno. Confirmando esto, el 18 de mayo de 1933 le insinuó a Azaña que el propio gobierno debía someterse a un voto de confianza. Cuando se discutió tal posibilidad en el Consejo de Ministros, los tres ministros socialistas estaban furiosos. Y Largo Caballero comentó: «Se cree un vicerrey.»[33]
Con la mayoría del PSOE y de la UGT deseosa de usar el aparato del Estado para introducir básicas reformas sociales, el abstencionismo de Besteiro caía en oídos sordos. De hecho, las masas del movimiento socialista estaban apartándose rápidamente de las posiciones que él impulsaba. La intransigencia derechista radicalizó a los militantes de base socialistas. La conclusión formulada por una influyente sección de la dirección encabezada por Largo Caballero era que éstos deberían satisfacer las necesidades de las masas procurándose más responsabilidad en el gobierno, no menos. Besteiro continuó sosteniendo que ello debía evitarse, dado que significaba que los socialistas realizaran las tareas que eran función histórica de la burguesía. Convencido por su marxismo de que, a la larga, el socialismo era inevitable, Besteiro creía que el PSOE y la UGT debían conservar sus fuerzas hasta que se hubiera agotado la fase de la burguesía en la historia española y llegara el momento del socialismo. Tal pasividad en nombre de un marxismo clásicamente estricto sólo le valió la acusación de las juventudes socialistas radicalizadas de ser un traidor kautskista. Tras su creencia de que el socialismo llegaría sólo si los socialistas se comportaban con buenos modales subyacía una preocupante ceguera respecto al fascismo. Su fracaso a la hora de entender la amenaza verdadera del fascismo prefiguró en cierta medida su optimismo sobre Franco a finales de la guerra civil española[34].
Por lo tanto, Julián Besteiro se opuso a la creciente radicalización del movimiento socialista y en enero de 1934 dimitió como presidente de la UGT[35]. Fue hostil a la participación del movimiento socialista en la insurrección revolucionaria de octubre de 1934, y como consecuencia de ello su hogar en el tranquilo barrio de El Viso, en Madrid, fue apedreado por enfurecidos miembros de las juventudes socialistas. Las reacciones de otras figuras mayores iban del insulto al ostracismo[36]. Sin embargo, Besteiro tomó parte activa para que fuesen conmutadas las penas de los condenados a muerte[37]. Posteriormente, los radicales o «bolchevizantes» del partido advirtieron que su primer objetivo era destruir la reputación de Besteiro. Su oportunidad llegó en la primavera de 1935. El 28 de abril, cuando miles de sus camaradas estaban en prisión tras la represión que siguió a los hechos de octubre de 1934, Besteiro aceptó ingresar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. La elección como académico de número comportaba, según el protocolo de la Academia, la lectura de un panegírico formal del predecesor del académico. Desafortunadamente para Besteiro, su inmediato predecesor había sido Gabino Bugallal y Araujo, antiguo ministro de la Gobernación antisocialista en tiempos de la monarquía. El tema del discurso de la ceremonia de su ingreso en la Academia era «Marxismo y antimarxismo». Al parecer, inconsciente de la amenaza del fascismo, su texto provocó una serie de sarcásticos artículos de Luis Araquistain en la revista Leviatán que socavó eficazmente la posición de Besteiro dentro de la jerarquía del partido[38]. En la preparación de las elecciones del Frente Popular en febrero de 1936, la Agrupación Socialista Madrileña, ahora baluarte de los seguidores radicalizados de Largo Caballero, le incluyó a regañadientes como candidato. Sin embargo, su popularidad no disminuyó y obtuvo un número de votos mayor que cualquier candidato en Madrid. Algunos creían que podía ser un excelente presidente de la República después de la destitución de Alcalá Zamora en la primavera de 1936. Sin embargo, era poco probable que esto sucediera, dadas las aspiraciones revolucionarias del ala caballerista del PSOE[39].
Durante la guerra civil española, Besteiro confirmó su popularidad al rechazar numerosas oportunidades de conseguir un exilio seguro[40]. Continuó trabajando en la universidad, donde en octubre de 1936 fue elegido decano de la facultad de filosofía y letras. Al mismo tiempo, cumplió con perseverancia sus deberes como diputado parlamentario, como concejal del ayuntamiento de Madrid, cargo para el que había sido elegido el 12 de abril de 1931 y como presidente del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid. Sus amigos trataron desesperadamente de persuadirle de que dejara Madrid. Sin embargo, como creía que la guerra iba a acabar desastrosamente para la República, lo rechazó con firmeza. Sus razones se explican en una carta a Wenceslao Roces, quien, como subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, había telefoneado a Besteiro y luego ofrecido por carta, a él y a su familia, refugio en la Casa de Cultura en Valencia, que se había creado para acoger a intelectuales y artistas evacuados de Madrid. El 28 de diciembre de 1936, Besteiro escribió a Roces:
No desempeño ninguna función cuyo ejercicio requiera precisamente mi ausencia de Madrid, y en cambio, por haber venido representando como diputado a este pueblo sin interrupción en todas las legislaturas desde el año 1918, me considero tan ligado moralmente a mis electores que creo es mi deber acompañarles en las circunstancias difíciles en que actualmente se encuentran y las que les esperan verosímilmente[41].
El 3 de febrero de 1937 el ministro de Estado, Julio Álvarez del Vayo, le ofreció la embajada española para toda Sudamérica, sita en Buenos Aires. La propuesta hizo que se enfadara, dado que creía que el gobierno de Largo Caballero sencillamente quería alejarle de Madrid por su conocido y poco oportuno compromiso para llegar a un acuerdo de paz. Además, al igual que el primer ministro, Álvarez del Vayo estaba molesto con Besteiro desde hacía largo tiempo por su oposición a los movimientos revolucionarios de 1931 y 1934. Besteiro escribió al ministro el 6 de febrero de 1937:
Si el pueblo de Madrid me ha asistido tan constantemente con su confianza, no es mucho que yo le asista también en estos momentos difíciles. Madrid ha sufrido y sufre mucho, amigo Álvarez del Vayo, y está demostrando todos los días poseer un espíritu ejemplar. Si yo saliese hoy de aquí, y más para ocupar un cargo tan honroso, pero con una tan lejana residencia, ese acto mío no podría menos de producir un efecto poco confortador[42].
La negativa se hizo pública[43].
La principal obsesión de Besteiro era un temprano acuerdo de paz. Su oportunidad para hacer algo al respecto llegó en la primavera de 1937. Después de algunas vacilaciones por parte británica, Azaña había sido invitado a la coronación de Jorge VI en Londres, el 12 de mayo de 1937, como presidente de la República[44]. Para gran enfado de Largo Caballero y satisfacción del Foreign Office, Azaña escogió a Besteiro como representante español para que le sustituyera. Dado que su intención era confiar a Besteiro una misión de paz en Londres, Azaña ni siquiera consultó a su primer ministro, pues sabía que Largo Caballero no lo aprobaría[45]. Era un mal momento para tal iniciativa, pues los nacionalistas estaban en ascenso: del 3 al 10 de mayo las fuerzas del gobierno y la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo se habían enzarzado en Barcelona en una sangrienta lucha por el poder y el control de la ciudad, y, en el Norte, se esperaba la caída de Bilbao de un momento a otro. Azaña, que se había instalado en la capital catalana en octubre de 1936, había temido por su vida durante los «días de mayo» y había decidido establecer su residencia en Valencia. Dispuso que el 7 de mayo de 1937, a su llegada al aeropuerto de Manises, se reuniera con Besteiro, quien estaba de tránsito de Madrid a Barcelona rumbo a París y a Londres. Mientras el resto del gobierno esperaba pacientemente, Azaña se reunió durante una hora con Besteiro en una oficina y le instó a que hablara con Sir Anthony Eden y tratara de asegurarse una pronta intervención internacional para acelerar la retirada de voluntarios extranjeros de ambos bandos, con la esperanza de facilitar así una suspensión de las hostilidades. De hecho, Besteiro era enviado como emisario particular de Azaña, pero la cercana presencia del primer ministro y la totalidad de su gabinete le permitieron creer que era el representante oficial del gobierno. Sin embargo, Besteiro debería haberse dado cuenta de que a su misión le faltaba cualquier categoría importante más allá de la conferida por su prestigio personal: su impacto sería mínimo, o cuando mucho daría empuje a un proceso ya en curso y, en cualquier caso, condenado al fracaso.
Al llegar a Londres, Besteiro le pidió al embajador republicano, Pablo de Azcárate, que le preparara un encuentro con Eden. Cuando se vieron el 11 de mayo, Besteiro encontró al ministro de Asuntos Exteriores bien dispuesto para con la causa republicana. Sin embargo, Eden, significativamente, pidió al emisario español que mantuviera el encuentro en secreto, y éste no consta en las actas de los documentos del Foreign Office. Eden no creía que en España los dos bandos se hallasen preparados para la paz, aunque estaba dispuesto a hacer los esfuerzos necesarios para conseguir que las grandes potencias utilizaran su influencia para intervenir. De hecho, dos semanas antes de la llegada de Besteiro, se habían preparado los borradores de unos telegramas en este sentido para los embajadores en Alemania, Italia, Portugal y la Unión Soviética, y después de cierta discusión, se enviaron el mismo día en que tuvo lugar la entrevista con Eden[46]. Las respuestas de cada uno de los embajadores, que llegarían en los días siguientes, eran cualquier cosa menos halagüeñas[47]. Besteiro, que no tenía modo de conocer este hecho, volvió de buen humor a la embajada. Allí, Azcárate vertió un jarrón de agua fría sobre su optimismo, diciéndole que las simpatías de Eden no iban más allá de las palabras y que lo que habían hablado era una simple repetición de las conversaciones que él mismo había mantenido con oficiales británicos a lo largo de los meses precedentes[48]. La misión de Besteiro se hacía aún más insignificante porque durante su ausencia cayó el gobierno de Largo Caballero. Juan Negrín había sido nombrado primer ministro el 17 de mayo y no tenía ningún interés en una misión de paz que él no había iniciado. Negrín creía que sólo un triunfo militar de envergadura por parte de la República obligaría a Franco a sentarse a la mesa de negociaciones. Sin embargo, Besteiro percibía como un insulto el que Negrín hiciera caso omiso de la tentativa de mediación que él había emprendido con su viaje a Londres[49]. Disgustado de que el pomposo sentido de la importancia de su misión no fuera compartido por Negrín, Besteiro empezó a alimentar un resentimiento feroz contra el nuevo primer ministro. También se sintió traicionado por Largo Caballero cuando supo que su encuentro con Eden carecía de estatus formal[50]. Esto apenas importaba, dado que Eden había dejado claro que si caía Bilbao sería difícil imponer la retirada de voluntarios. Como máximo, la visita de Besteiro a Londres había estimulado una correspondencia que Eden ya estaba llevando a cabo con sus embajadores en Berlín, Roma, Moscú, París y Lisboa. También se entrevistó con Léon Blum, quien escuchó atentamente pero habló poco[51].
Una de las consecuencias secundarias de la caída del gobierno de Largo Caballero a mediados de mayo de 1937 fue la dimisión, como gesto de protesta, del embajador en París, el fiel seguidor de Largo, Luis Araquistain. Besteiro aspiraba a la embajada parisiense a fin de buscar la mediación francesa en la guerra, pero el compromiso de Negrín a la resistencia a ultranza hacía tal nombramiento una esperanza imposible. El 3 de julio, Azaña habló de Besteiro con Negrín, a quien explicó por qué consideraba que el profesor sería un nombramiento más grato a los franceses que el conservador poco discreto, Ángel Ossorio y Gallardo. Cuando mencionaba sus dudas respecto al nombramiento de Ossorio, Negrín le dijo que Léon Blum no aceptaría a Besteiro, lo que era poco probable, ya que desde el 22 de junio Blum había dejado de ser primer ministro de Francia[52].
Después del fracaso de su misión de paz, Besteiro volvió a su puesto en la universidad y a su posición en el ayuntamiento de Madrid, donde sus experiencias aumentaron su admiración por la abnegación del pueblo de Madrid[53]. Juan Simeón Vidarte, subsecretario del ministro del Interior y miembro del Comité Ejecutivo del PSOE, afirmó que como concejal del ayuntamiento, Besteiro trabajó de firme para solucionar los problemas de la capital sitiada. Vidarte se conmocionó cuando le vio: «Era un espectro pálido, ojeroso, de pómulos hundidos, con el cabello blanco y revuelto». Estaba tan delgado que Vidarte quiso proporcionarle comida extra a causa de su mala salud. Pero Besteiro no aceptó más raciones de las que le correspondían como simple ciudadano. Le torturaba la idea de que los errores cometidos a principios de 1930, en particular la participación socialista en el gobierno, fueran responsables de la guerra. También estaba horrorizado por la violencia de ésta y, especialmente, por el ruido de los pelotones de fusilamiento y los disparos que se oían por la noche, que consideraba ecos de asesinatos políticos[54].
El trabajo de Besteiro era extremadamente discreto. No desempeñó un papel público porque no deseaba que se le viera prestando su apoyo a los gobiernos de la República, fuera de Largo Caballero o de Negrín, ya que no aprobaba a ninguno de los dos. Tampoco tomó parte en la vida del partido socialista, pues no asistía a las reuniones de la Agrupación Socialista Madrileña ni a las del grupo parlamentario[55]. Henry Buckley, periodista inglés en la capital española durante la guerra, escribió posteriormente:
En los días más críticos de Madrid, nunca vi ni oí que el Sr. Besteiro formara parte, de manera prominente, de cualquier esfuerzo para ayudar o animar al pueblo de Madrid. Nunca oí que visitara a aquéllos que habían perdido sus hogares y a sus familiares y amigos en los bombardeos, ni que asistiera a recolecciones, ni que ayudara en tareas hospitalarias ni en trabajos de socorro. Puede que lo hiciera. Pero viví allí todos aquellos tensos días de la agonía de Madrid y nunca vi u oí de mucha actividad por parte del Sr. Besteiro[56].
Del mismo modo, una vez comenzada la guerra dejó de publicar sus entrevistas y artículos en los periódicos.
Su postura como silencioso pero crítico espectador del gobierno republicano desconcertó a muchos socialistas. Durante los últimos meses de la guerra, un grupo de estudiantes socialistas, que eran soldados del Ejército español, le visitaron con la esperanza de obtener algún aliento de su parte. Entre ellos se encontraba el joven Enrique Tierno Galván, futuro alcalde socialista de Madrid. Éste describió su visita a la casa de El Viso: elegantemente vestido como siempre, un hosco Besteiro les recibió en su estudio, pulcramente ordenado, cuyas superficies de madera estaban brillantes. Escuchó en silencio mientras los jóvenes socialistas exponían sus afirmaciones sobre la posibilidad de seguir resistiendo, pues lo que habían oído sobre la represión franquista en las ciudades capturadas lo hacían crucial. Respondió a regañadientes que no estaba de acuerdo, pero que no se veía capacitado para decir más. Cuando llegase la hora de hablar, hablaría. Su seguridad le dio a Tierno la impresión de que creía albergar un objetivo mayor[57].
Durante el curso de la guerra, y sobre todo en los meses siguientes a su regreso de Londres, se había convertido en feroz anticomunista. El principal blanco de su obsesión era Negrín, a quien acusaba violentamente de ser comunista[58]. Su hostilidad contra los comunistas corría pareja con su total falta de entusiasmo por la causa republicana. Durante su consejo de guerra, se dijo en su defensa que había protegido a falangistas en la universidad, a través de los cuales contactó finalmente con la clandestina Quinta Columna, en Madrid. Las cartas a su esposa muestran que Besteiro estaba contento de contar con este testimonio, y durante el proceso confirmó con su propia declaración que «él había sido leal al gobierno que combatía la República». En su declaración al consejo de guerra, Antonio Luna García, profesor de la facultad de derecho en Madrid, dijo que estaba sorprendido por la virulencia con que Besteiro criticaba al gobierno republicano. En abril de 1938, Luna se puso en contacto con la organización clandestina de la Falange y se le ordenó que tratara de persuadir a Besteiro de que fuera más allá de la negativa de colaborar con el gobierno e intentara activamente que la guerra llegara a su fin. Besteiro estuvo de acuerdo y trabajó infatigablemente para que se le permitiera formar gobierno como paso previo a las negociaciones de paz[59].
Efectivamente, en numerosas ocasiones hubo rumores de que se le pedía a Besteiro que formara gobierno, pero la fuerza de su hostilidad hacia los comunistas lo hacía del todo improbable. Sin embargo, una combinación de sus conversaciones con Luna García, la cada vez peor situación de la República y las crecientes divisiones en el seno del partido socialista le sacaron de su autoimpuesta cerrazón en Madrid. La crisis en el PSOE se hizo más evidente entre el 7 y el 9 de agosto de 1938, en el transcurso de una importante reunión en Barcelona del Comité Nacional. Prieto pronunció una salvaje denuncia acusando a Negrín de ser lacayo de los comunistas; se trataba de su venganza por haber sido sustituido en abril de 1938 de su puesto como ministro de Defensa. Acusado de derrotismo, Prieto había sido tachado de responsable de la reconquista de Teruel por parte de los franquistas y la consiguiente ofensiva que llevó a las tropas de Franco al Mediterráneo. Su discurso fue seguido de un silencio sepulcral que revelaba la impotencia del partido. No se apoyaba a Prieto, dado que no había alternativa a la política de Negrín —política que el mismo Prieto había seguido—, pero ni un miembro del comité salió en defensa de aquél[60]. La implicación de la crisis llevó a Azaña a hablar con Besteiro de la formación de un gobierno cuya tarea principal fuera la búsqueda de la paz.
En la sesión del Comité Nacional del PSOE, en agosto de 1938, en el que Prieto había atacado tan duramente a Negrín, se hizo un esfuerzo para renovar el Comité Ejecutivo a fin de contribuir a la unidad del partido. Desde que el comité fue elegido en la primavera de 1936, había habido tres dimisiones —las de Luis Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos y Anastasio de Gracia porque sus opiniones estaban ahora muy en desacuerdo con las de la mayoría—. Se tuvo que sacrificar a Jerónimo Bugeda, sólido apoyo del gobierno, con la esperanza de atraer nuevamente al redil a un representante de uno de los grupos disidentes[61]. Se elaboró una lista de candidatos y fue enviada a las agrupaciones locales para su aprobación. La lista contenía cinco vocales «natos», tres de los cuales eran miembros del gabinete —Juan Negrín como primer ministro, Julio Álvarez del Vayo como ministro de Asuntos Exteriores y Paulino Gómez Sáez como ministro del Interior—, junto con Besteiro y Largo Caballero, quienes serían incluidos como antiguos presidentes del PSOE. La propuesta de la presencia de Besteiro y Largo Caballero tenía la intención de proporcionar un símbolo de unidad del partido. El nuevo comité sería presentado públicamente en el curso de una celebración rápidamente improvisada con ocasión del quincuagésimo aniversario de la fundación del partido. El comité envió a Besteiro una carta invitándole, pero publicó la lista de candidatos antes de que se recibiera la respuesta. Finalmente, Besteiro declinó asistir a las celebraciones[62]. Según le contó a Julián Zugazagoitia, editor de El Socialista, no participó pues «no puedo hablar porque no me consentirían decir lo que siento y pienso, a saber: que los españoles nos estamos asesinando de una manera estúpida, por unos motivos todavía más estúpidos y criminales[63]». A pesar de su negativa a asistir y a ser candidato, se anunció su elección para el ejecutivo.
Por entonces, Besteiro estaba profundamente preocupado por las consecuencias que tendría para la mayoría de la población la inevitable derrota de la República. Por ello, era incluso más hostil a Negrín, pues creía que éste prolongaba innecesariamente la guerra. Azaña le invitó a Barcelona a mediados de noviembre de 1938 para hablar sobre un gobierno de paz. Besteiro acudió convencido de que era una cuestión de urgencia tendente a la búsqueda de un armisticio, pero el proyecto no prosperó. De hecho, nada podría salir del encuentro, ya que, como admitía el propio Azaña, «en realidad no tenía nada que encargarle, y sí sólo conocer su opinión y su ánimo». La impresión principal de Azaña respecto a Besteiro era su admiración por el pueblo de Madrid y el hecho de que estaba muy poco enterado de la verdadera situación política y militar. Florecieron los rumores sobre un gobierno que incluyera a Besteiro, a Prieto y a Martínez Barrio. Por lo tanto, el primero se vio sujeto a los virulentos ataques de la prensa comunista[64]. Cuando un periodista le preguntó si aceptaría la tarea de formar un gobierno a fin de procurar acabar la guerra por mediación, Besteiro admitió que se lo habían sugerido y que su única condición era que le diesen total libertad para escoger a sus ministros. Sin embargo, estaba claro, por sus conversaciones privadas con Azaña, que sabía que era poco realista que él llevara a cabo la formación de un gobierno. Se dio cuenta de que no contaba con el apoyo de la mayoría de su propio partido y mucho menos de la España republicana en conjunto[65].
Preocupado por la seguridad de Azaña, Besteiro había procurado, inicialmente, disfrazar el propósito real de su visita con otras actividades en Barcelona[66] Insistió ante los periodistas en que se encontraba en ésta para procurar paliar la terrible escasez de comida en la capital[67].. También asistió a la reunión del Comité Ejecutivo del PSOE el 15 de noviembre. Hizo hincapié en que su participación no significaba que hubiera aceptado ser vocal, pero podía considerarse meramente como un intercambio de opiniones entre él y el comité[68]. Su discurso para la reunión, como su posición en general, estaba lleno de contradicciones, reflejando, quizá, tanto su pasado socialista como sus contactos con la Quinta Columna. Reconoció la necesidad práctica de la colaboración socialista con el Partido Comunista, aunque, aclaró:
Yo no soy partidario de la tendencia unitaria con el Partido Comunista. He dicho precisamente aquí ante la Comisión Ejecutiva […] que independiente de cuál hubiese sido mi actitud respecto al problema de unidad, aunque yo hubiese tenido dentro del Partido una posición totalmente hostil a este problema y aunque hubiese estado en contraposición con el propósito de la unidad de acción de los partidos antes de la guerra y volviese a tomar esa posición después de la guerra, creo que una exigencia vital de ésta es que socialistas y comunistas traten mientras dure la guerra de presentar un frente común.
Sin embargo, tuvo la oportunidad de considerar las consecuencias de que se apartara a los comunistas del poder.
La guerra ha estado inspirada, dirigida y fomentada por los comunistas. Si ellos dejan de intervenir, probablemente las posibilidades de continuar la guerra serán pequeñas. El adversario, teniendo otras ayudas internacionales, se encontrará en una situación superior. Yo reconozco que ésta [la salida del gobierno por parte de los comunistas] es una medida grave a estas alturas. Ahora, como ustedes comprenderán, eso, personalmente a mí no me puede afectar más que como hecho que ocurre, pero yo no creo que tenga responsabilidad alguna en que hayamos llegado a esta situación. Yo no puedo ofrecer la solución. Son ustedes los que tienen que ver la conveniencia de deslindar los campos y la oportunidad de hacerlo a estas alturas. Yo veo la situación de este modo: si la guerra se ganara, España sería comunista. Todo el resto de la democracia nos sería adverso y contaríamos con Rusia nada más. Y si perdemos, entonces el porvenir sería terrible[69].
Era una interpretación de pesimismo, derrotismo e irresponsabilidad. Había reconocido la inevitabilidad de cooperar con los comunistas aunque se había quedado aparte, determinado a conservar las manos limpias. Ahora, denunciaba la colaboración sin ofrecer otra alternativa que la división, la derrota y la comprensión del general Franco.
Durante su discurso, Besteiro volvió a lo que se había convertido en un tema obsesivo, declarando que Negrín era un comunista que había ingresado en el partido socialista como el caballo de Troya. Poco después, le dijo al mismo Negrín lo que había dicho: «Antes de que le digan nada, quiero que oiga lo que le dije al Comité Ejecutivo. Le veo como un agente de los comunistas». Le dijo a Azaña y a los otros que Negrín era un «Karamazov», un «loco visionario[70]». A su vuelta a Madrid, un Besteiro hondamente desilusionado contó sus conversaciones en Barcelona a sus conocidos en la Quinta Columna. Había asumido que Azaña no le encargaría la formación de un gobierno de paz. Y, aun de hacerlo, que él no podía encontrar apoyo político. Sin embargo, Antonio Luna García empezó a persuadirle de que, si era incapaz de cumplir sus esperanzas de formar un gobierno de paz con soporte civil, debía considerar hacerlo con apoyo militar. La clandestina Falange ya había situado a agentes dentro del entorno del coronel Segismundo Casado, comandante del Ejército del Centro. Besteiro aceptó con entusiasmo la propuesta de Luna de ponerle en contacto con el coronel Casado[71].
Tomás Bilbao Hospitalet, ministro sin cartera del gobierno de Negrín, que visitó Madrid en esa época, percibió las consecuencias en potencia dañinas del descontento de Besteiro. Bilbao encontró a Besteiro irritado y ásperamente crítico con el gobierno. Seguía convencido con amargura de que su misión de paz en Londres había sido torpedeada por Azcárate. Creía que la guerra era la fatal consecuencia de los errores cometidos por los elementos revolucionarios del PSOE durante el período 1933-1936, y en particular por Largo Caballero. Irónicamente, Negrín, a quien consideraba su mayor enemigo, estaba por completo de acuerdo. Bilbao informó a éste de su temor de que Besteiro y el coronel Casado hiciesen algo peligroso. Negrín no se tomó las amenazas en serio. Después de todo, Besteiro no había ocultado su opinión de que era una locura continuar la resistencia cuando la guerra estaba, efectivamente, perdida[72].
A medida que las cosas empeoraban, Besteiro se preparó para entrar en acción. Barcelona cayó el 26 de enero de 1939. El 3 de febrero, a través de la organización clandestina de la Falange, Besteiro organizó una urgente entrevista con Casado, a quien le contó sus planes de paz. Según los informes de la Quinta Columna recibidos en Burgos, estuvieron en estrecho contacto durante el mes de febrero[73]. Forzado al exilio, a final de mes Azaña dimitió como presidente de la República. El 27 de febrero de 1939, el gobierno británico anunció su reconocimiento de Franco como líder legítimo de España. El fin era inminente para la República. El sábado 5 de marzo de 1939, Besteiro prestó su inmenso prestigio ante el Consejo Nacional de Defensa, fieramente anticomunista, formado por el coronel Casado, con la esperanza de alcanzar el armisticio. Lo hizo a pesar de declarar ante la ejecutiva del PSOE, tres meses antes, que abandonar a los comunistas para facilitar las conversaciones de paz con Franco fortalecería al Caudillo[74].
El golpe de Casado triunfó porque se nutría de las hondas cicatrices producidas por el cansancio de la guerra. El hambre y la desmoralización eran muy corrientes en la zona central. Se expresaba a menudo el consiguiente deseo de que finalizara la contienda en términos de hostilidad anarquista y socialista contra los comunistas, que abogaban por la resistencia hasta el final[75]. Sin embargo, a pesar de que Casado estaba tocando una fibra sensible, no puede infravalorarse la importancia de la contribución de Besteiro. Tras permanecer al margen de la política republicana y alimentar tan cuidadosamente su reputación de rectitud, su participación otorgaba a la junta de Casado una legitimidad moral que de otro modo no habría tenido. Es difícil saber cuán consciente era Besteiro de las consecuencias de lo que estaba haciendo —quitaba justificación moral al baño de sangre y a los sacrificios de los tres años anteriores al emular el golpe militar del 18 de julio de 1936 contra un supuesto peligro comunista—. Sus privaciones físicas tal vez hayan tenido alguna influencia en su salud mental. Un médico que lo había tratado al final de la guerra, le dijo al exiliado ex primer ministro Manuel Portela Valladares, que Julián Besteiro estaba «gagá[76]». Durante años, Besteiro había luchado contra la tuberculosis, y los años de guerra en Madrid, sin una alimentación decente o calor en invierno, habían hecho mella en él[77]. Por otro lado, sus propias privaciones no explican su deliberada ignorancia de la represión franquista.
Parece que Besteiro pensaba que podía alcanzar grandes cosas en cuanto a una posible reconciliación. Tierno Galván consideraba que «se creyó un hombre destinado a ser el dique moral que se interpusiera entre los vencedores y los vencidos para evitar represalias. Estaba persuadido que su papel histórico era el de mediar y hacer de padre de los desvalidos, una vez entregadas las armas. Confiaba que su altura moral, su actitud pulcra y marginal durante la guerra o gran parte de ella, doblegarían a los vencedores, sometiéndoles a los valores que él encarnaba». Besteiro estaba seguro de que su rectitud moral y su marginación durante la guerra tendrían su peso con los franquistas. Pero era una opinión basada en la arrogancia y la ignorancia[78]. La venganza llevada a cabo por los nacionales en las ciudades republicanas capturadas era bien conocida. Aunque Besteiro pudiera no saberlo, también se ha sugerido que la información con que contaba sobre la clemencia franquista era falsa, ya que quienes se la daban eran sus contactos falangistas[79]. Por supuesto, Antonio Luna García le informó de que Franco ofrecía garantías de vida y libertad para todos aquéllos que fueran inocentes de crímenes comunes y contribuyeran a una rendición menos sangrienta de la República[80]. Durante las primeras horas del Consejo de Defensa de Casado, en el sótano del Ministerio de Hacienda, hizo ingenuas preguntas sobre Negrín, que hacen pensar que obraba más en base a prejuicios que a una información rigurosa sobre el gobierno contra el que estaba rebelándose. Testigos presenciales le describen como nervioso, jugueteando con las manos, fumando un pitillo tras otro, los ojos brillantes, con aspecto de estar ausente. Según Eduardo Domínguez, vicepresidente de la UGT y comisario del Ejército del Centro, era «infantil y desvahído[81]».
Besteiro, que había declinado su presidencia, anunció públicamente la creación de la junta de Casado y aceptó el puesto de ministro de Asuntos Exteriores. Encorvado sobre los micrófonos, con la voz trémula por la emoción, declaró por radio que «ha llegado el momento en que irrumpir con la verdad y rasgar la red de falsedades en que estamos envueltos es una necesidad ineludible, un deber de humanidad y una exigencia de la suprema ley de la salvación de la masa inocente e irresponsable». Refiriéndose al «Gobierno del señor Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias», denunció su «política de fanatismo catastrófico, de neta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia completa hacia el dolor de la nación».
Yo os hablo desde este Madrid que ha sabido sufrir con emocionante dignidad su martirio […]. Yo os hablo para deciros que cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones y vilipendios.
Cuando terminó su discurso, lloró[82].
En la consiguiente «miniguerra civil» contra los comunistas, alrededor de dos mil personas encontraron la muerte. Muchos comunistas fueron encarcelados, y en prisión les encontraron los franquistas, que les ejecutaron posteriormente. Las tropas fueron retiradas del frente para luchar contra los comunistas. Aparentemente, esto se hizo en cooperación con los franquistas, que se comprometieron a no avanzar e incluso a vigilar las abandonadas trincheras republicanas[83]. Durante este período, Besteiro estaba seriamente enfermo y yacía en cama, en el sótano del ministerio. Rechazó ofertas de llevarle a casa, diciendo: «Me he comprometido a cumplir una misión con el Consejo y la cumpliré hasta los últimos instantes.»[84] Se había convertido en ministro de Asuntos Exteriores precisamente para poder negociar con Burgos, pero Franco, como era de esperar, se negó a tratar.
De hecho, Besteiro era sorprendentemente optimista acerca del futuro. El 11 de marzo de 1939 habló con el gobernador civil de Murcia, Eustaquio Cañas, quien escribió: «Encuentro al profesor Besteiro en un sótano, tendido en una cama de hospital. Su tez lívida, sus facciones demacradas, su delgadez extrema le dan un aspecto cadavérico». Para total asombro de Cañas, Besteiro le aseguró confidencialmente que «los hombres que tenemos una responsabilidad, sobre todo en la organización sindical, no podemos abandonar ésta. Tengo la seguridad de que casi nada va a ocurrir. Esperemos los acontecimientos y quizá podamos reconstruir una UGT de carácter más moderado; algo así como las Trade Unions inglesas. Conque quédese usted en su puesto de gobernador, que todo se arreglará, yo se lo aseguro». Cañas no podía creer que un hombre con la inteligencia de Besteiro fuese tan inconsciente sobre la naturaleza de la guerra[85]. Esta ingenuidad pudo ser consecuencia del ilusorio optimismo que, se dice, es síntoma de la tuberculosis. Igualmente, pudo haber sido inspirado por promesas hechas por la Quinta Columna o incluso el mismo Casado —que había estado en contacto con amigos dentro del alto mando franquista—. Años más tarde, Luna García expresó en privado su disgusto, pues Franco, después de prometer «vida y libertad» a aquéllos que ayudaran a evitar una masacre, «me los fusilaba a todos[86]».
Sorprendentemente, Besteiro pareció dar por hecho que la vida para el movimiento socialista bajo Franco sería similar a la privilegiada existencia experimentada bajo Primo de Rivera. Sus propios escritos de esos días muestran hasta qué punto su feroz anticomunismo había alimentado una extraña complacencia hacia los franquistas:
Estamos derrotados por nuestras propias culpas (claro que hacer mías tales culpas es pura retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizá los siglos […]. La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique, la representa genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas que han batido en la gran cruzada anticomintern. Pero la grande o pequeña cantidad de personas que hemos sufrido las consecuencias del contagio bolchevique de la República, no solamente tenemos un derecho que no es cosa de reclamar, sino que poseemos un caudal de experiencia, triste y trágica, si se quiere, pero por eso mismo muy valiosa. Y esa experiencia no se puede despreciar sin grave daño para la construcción de la España del porvenir.
Creía que el papel que la junta de Casado había desempeñado al acelerar el final de la guerra merecía recompensa de los vencedores en forma de un puesto en la futura reconstrucción. No podía creer que iba a haber una represión a ultranza:
No es, pues, fascista el ciudadano de la República, con su rica experiencia trágica. Pero tampoco es, en modo alguno, bolchevique. Quizá es más antibolchevique que antifascista, porque el bolchevismo lo ha sufrido en sus entrañas y el fascismo, no. ¿Cómo este interesante estado de ánimo y esta rica experiencia puede contribuir a la edificación de la España de mañana? He ahí el gran problema. Porque pensar en que media España pueda destruir a la otra media sería una nueva locura que acabaría con toda posibilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional; peligro que hemos corrido y del cual hemos escapado, al parecer, poco menos de milagro. Para construir la personalidad española de mañana, la España Nacional, vencedora, habrá de contar con la experiencia de los que han sufrido los errores de la República bolchevizada, o se expone a perderse por caminos extraviados que no conducen más que al fracaso. La masa republicana útil no puede pedir, sin indignificarse, una participación en el botín. Pero sí puede y debe pedir un puesto en el frente de trabajo constructivo.
De hecho, los pelotones de fusilamiento y los campos de concentración de Franco no restringían sus faenas a comunistas. A pesar de las cándidas esperanzas de Besteiro, anticomunistas activos, republicanos liberales, socialistas y anarquistas, además de muchos que eran, sencillamente, apolíticos, serían víctimas de la represión salvaje, como lo sería el mismo Besteiro[87].
Besteiro fue el único de los 28 miembros de la junta que se quedó. El 18 de marzo de 1939, le dijo a Regina García, directora del diario socialista La Voz: «Me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, ésas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí.»[88] Al parecer, era inconsciente de que el golpe de Casado había saboteado cualquier oportunidad de una evacuación propiamente organizada de aquéllos que se hallaban en peligro. Sin embargo, durante esos días intentó facilitar la huida de otros, gracias a su amigo de toda la vida y camarada, Trifón Gómez, ahora intendente general del Ejército republicano, que se encontraba en París negociando el refugio en México para los republicanos que habían de huir[89]. Sin embargo, Besteiro anuló sus propios esfuerzos al no permitir que se utilizara cualquier recurso del gobierno para aquéllos que necesitaban escapar. Su lógica era que en España se necesitaba la riqueza nacional a fin de llevar a cabo la reconstrucción de la posguerra y que Franco trataría mejor a los republicanos que se quedaran en España para salvaguardar los recursos estatales[90]. En su juicio, se afirmó que había hecho todo lo posible por facilitar una pacífica capitulación a los franquistas victoriosos, en cooperación con la clandestina Falange y la organización de la Quinta Columna, conocida como Servicio de Información Militar[91].
Fumando un pitillo tras otro hasta el final, se parecía cada vez más a un esqueleto[92]. Su fe en la buena voluntad de Franco le sostuvo hasta el final de la guerra. El 27 de marzo, le dijo al comandante militar anarquista, Cipriano Mera, quien le urgía a escapar junto con Casado: «Yo no he tenido función alguna en la guerra, a no ser la de estos últimos momentos en que he tratado, junto con ustedes, de evitar a nuestro pueblo mayores sufrimientos. Pueden hacer conmigo los vencedores lo que les plazca. Me detendrán, pero quizá no se atrevan a matarme.»[93] De hecho, era prácticamente la única figura republicana de relieve que prefirió quedarse con sus electores antes que escapar. Era suicida quedarse como lo hizo, por sentido del orgullo. Justo antes del final, cuando José del Río, secretario del Consejo de Defensa Nacional, le preguntó si pensaba que Franco iba a fusilarle, contestó: «Sí; admito esa posibilidad y hasta la deseo. No temo morir, porque con mis sesenta y nueve años y mis achaques físicos, ¿qué otro servicio mejor podría yo prestar a la causa de los trabajadores que han quedado sin bandera y sin guías? Si mi nombre pudiera ser para ellos esa bandera entonces ¡preferiría que se me fusilase!»[94] Sin embargo, en la apelación contra su sentencia proclamó orgullosamente, y con un punto de malicia, que al quedarse también estaba poniendo en evidencia el contraste entre él mismo y aquéllos de sus colegas que habían escapado. Le había dicho lo mismo al director del periódico anarquista, CNT, José García Pradas[95].
Besteiro fue capturado en el sótano del Ministerio de Hacienda, donde había permanecido desde que dejara su hogar el 5 de marzo. Algunas horas antes de que llegaran las tropas franquistas, se le unió Rafael Sánchez Guerra, secretario de Casado. Besteiro comentó: «Creo preferible esperar aquí la detención, ahorrando así un mal rato a mi familia». Respecto a sus electores de Madrid, dijo con cierto tono de arrogancia: «No puede uno abandonar a los que han depositado su fe en nosotros. Mi presencia aquí puede ahorrar mucha sangre; puedo evitar que se cometan muchas injusticias. Yo seré el muro de contención de la avalancha que se avecina.»[96] Estaba equivocado, aunque su cándido optimismo sobre la nueva situación duró algún tiempo. El 30 de abril de 1939, escribió a su mujer desde prisión:
De aquí saldremos todos un tanto machacados, o ¿quién sabe?, tal vez salgamos un tanto endurecidos. Yo, respecto a nuestra situación, no soy pesimista. Tendremos que renunciar a algunas cosas, pero son de la naturaleza de las que más dispuestos estamos a renunciar por nuestros hábitos de vida y por nuestras exigencias morales. En cambio yo no desespero de que podamos encontrar un medio de trabajo decoroso, aparte de la reparación que nos es debida, al menos en lo que se refiere a ti[97].
El 8 de julio de 1939, con casi sesenta y nueve años, se enfrentó a un consejo de guerra compuesto de generales insurrectos, acusado del supuesto «delito de adhesión a la rebelión militar». Se pronunciaron absurdos cargos contra él, a pesar de sus esfuerzos para la paz y el anticomunismo, que inspiraron su participación en la junta de Casado, acto de rebelión militar contra el gobierno de Juan Negrín[98]. En efecto, su misión de paz en Londres y sus vínculos con Casado se encontraban entre las acusaciones centrales que se vertieron contra él en el juicio. El fiscal, teniente coronel Felipe Acedo Colunga, reconoció que Besteiro era un hombre honesto, inocente de cualquier crimen de sangre, pero aun así pidió para él la pena de muerte. El largo discurso de Acedo dejaba claro que el crimen de Besteiro había sido hacer del socialismo una doctrina aceptable por presentar una versión moderada de él. También es difícil no llegar a la conclusión de que los franquistas, incapaces de procesar a Azaña, Negrín, Largo Caballero y otras figuras mayores de la República, vertieron todo su odio contra Besteiro[99].
Cuando llegó la hora de apelar la sentencia, que fue de cadena perpetua, Besteiro redactó un «pliego de descargo» en el que era normal tanto confesarse como excusarse. Escribió:
Sin cometer la vileza, que nunca hubiera cometido, de pasarme al partido que, según mi visión de las cosas, había de ser, a fin de cuentas, el triunfador, hubiera podido muy bien adoptar una posición inhibitoria que me hubiera permitido, dentro o fuera de España, poner a salvo mi vida, mi reputación, mis intereses y los de mis familiares. No lo hice por entender que mi deber era inequívocamente el de permanecer en la brecha arrostrando todos los peligros, y en vez de desdibujar mi posición y de desvanecer mi influencia para salvarme en una especie de anonimato político, proclamarla claramente y afirmarla lo más posible, para gastar la fuerza moral que la adopción de esa actitud pudiera proporcionarme en beneficio de mis conciudadanos, harto probados por la desgracia, y en provecho del país en que he nacido y al que voluntariamente, además, pertenezco. Fiel a esta regla he permanecido hasta el último momento, momento en el cual he arriesgado todo para poner fin a una situación imposible y por evitar a los españoles daños mayores de los que hasta entonces habían sufrido. Que he tenido ocasiones de salir de España no solamente con facilidad, sino con positivas ventajas en aquel momento y en el porvenir es cosa bien conocida por todos. Pero ha habido dos momentos en que la tenacidad con que he mantenido mi actitud se ha puesto bien de manifiesto. Estos dos momentos corresponden a las fechas del 7 de noviembre de 1936 y del 28 de marzo de 1939. En la primera de esas fechas, la violencia con que pudieron haber entrado las tropas nacionales en Madrid me hacía naturalmente temer que pudiera ser yo una de las víctimas de la pasión propia de la lucha. En la segunda de esas fechas, aun descartada la entrada por la fuerza en Madrid, la noticia de mi destitución del cargo de catedrático y los injustos ataques que se me habían dirigido por la radio nacional no permitían hacerme ilusiones acerca de la suerte que pudiera correr en los primeros momentos. Sin embargo, en una y otra fecha, desestimando los consejos que se me prodigaban para que abandonase mi país, o por lo menos me ocultase durante algún tiempo, decidí, sin dudarlo, permanecer en mi puesto. Las razones de esta determinación son complejas: el deseo de no establecer en el éxodo solidaridades que no existían hacía mucho tiempo; la repugnancia de la fuga, ya que no tenía por qué huir y exhibir en el extranjero los dolores de la propia patria; el convencimiento de que me podía presentar ante los jueces más severos con la frente alta y la conciencia tranquila[100].
La justificación gratuita de la persecución de Besteiro fue más tarde admitida por Ramón Serrano Suñer, quien escribió: «Hemos de reconocer que dejarle morir en prisión fue por nuestra parte un acto torpe y desconsiderado.»[101] La pena de cadena perpetua fue conmutada a treinta años de reclusión mayor. Primero fue confinado en el monasterio de Dueñas, en la provincia de Palencia, hasta finales de agosto de 1939, y luego en la prisión de Carmona, en la provincia de Sevilla. Con setenta años cumplidos, la salud rota por la falta de comida adecuada y de atención médica, fue forzado a realizar duros trabajos físicos, como fregar suelos y limpiar letrinas. Cuando durante su enfermedad final se manifestó una fatal infección sanguínea, a mediados de septiembre de 1940, su querida esposa, Dolores Cebrián, se desplazó inmediatamente a Carmona, pero se le negó el permiso para verle, y tuvo que esperar ocho días hasta la víspera de su fallecimiento, el 27 de septiembre de 1940[102].
El sacrificio de someterse a la brutal venganza de la «justicia» fue algo que sus colegas de partido no entendieron fácilmente. El siempre pragmático Indalecio Prieto admiró «la ejemplar grandeza del gesto de Besteiro», pero creía que «pudo ser más útil aleccionándonos en el exilio que padeciendo en la cárcel[103]». En cualquier caso, la dignidad, la humanidad y el coraje de su comportamiento durante los últimos días de la guerra civil española y la injusticia de su suerte a manos de los franquistas tienen que ser sopesados contra las vidas perdidas como resultado del fiasco de Casado. El comportamiento de Besteiro durante la guerra, primero permaneciendo al margen de la causa republicana, y luego participando en la junta de Casado, nacía de una curiosa mezcla de inocencia y arrogancia. Siempre irascible detrás de su dignidad exterior, se sintió hondamente herido por el modo en que le trató la izquierda durante las luchas internas de partido entre 1934 y 1936. Su comprensible rabia se basaba en su certeza de que los socialistas izquierdistas, sencillamente, se equivocaban al combatir su interpretación del momento histórico. Sus interpretaciones de los asuntos políticos del día eran, a menudo, abstracciones teoréticas elaboradas con un alejamiento olímpico de las realidades cotidianas, sobre todo en lo que al fascismo se refería. Su sensibilidad herida, sus convicciones y su teórica corrección parecen combinarse en un sentido de aplastante superioridad moral. De ese sentido nacía su optimista creencia de que su pasado inmaculado le granjearía la clemencia franquista. Así como había calculado mal el probable peso de su intervención ante Eden, sus bienintencionados pero de algún modo egoístas puntos de vista en 1939 contrastaban totalmente con la brutal realidad de la determinación del Caudillo de aniquilar todos los valores de la República. El expediente de Besteiro fue considerado personalmente por Franco. El que se le negara tratamiento médico o cualquier conmutación de la sentencia reflejaba que éste estaba decidido a destruirle. En palabras de su sobrina: «La única explicación es que el Caudillo quería borrar la popular figura de Besteiro de la historia de España, hacer que los españoles contemporáneos lo olvidasen y que las generaciones futuras no supiesen que había existido nunca.»[104] Lo que hizo Franco fue aplicar un castigo ejemplar a un hombre que no había hecho nada para oponerse al levantamiento militar y que había hecho más que la mayoría para poner fin a la resistencia republicana. La tragedia de Besteiro fue que, habiendo perdido la poca fe que tenía en la República y en sus camaradas socialistas, eligió, en cambio, depositar su fe en su verdugo.