José Antonio Primo de Rivera. El héroe ausente

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

EL HÉROE AUSENTE.

Sesenta años después de su muerte, José Antonio Primo de Rivera es prácticamente un desconocido para sus compatriotas. Fue el fundador del partido fascista de España, la Falange, que constituyó el instrumento político con el que Franco gobernó durante casi cuatro décadas. Después de su ejecución ante un pelotón de fusilamiento republicano el 20 de noviembre de 1936, se convirtió en un mártir simbólico, y el cumplimiento de sus supuestos planes para España dotaron de una falsa justificación prácticamente cada acto del Caudillo. La necesidad de una revalorización de la trayectoria de José Antonio Primo de Rivera es abrumadora y de ningún modo se ve disminuida por el hecho de que el culto a su memoria, tan cínica y estridentemente construido por el régimen, ya era irrelevante y obsoleto antes de la muerte del dictador. De hecho, la importancia de José Antonio Primo de Rivera, tanto en su faceta de hombre como de mito, se ve reforzada por la existencia de numerosas leyendas contradictorias, utilizadas con entusiasmo por los aduladores de Franco, por los oponentes falangistas de éste e, incluso, por los demócratas antifranquistas.

Aunque ninguna de esas leyendas se corresponde con precisión a la realidad histórica, todas alimentan distintos aspectos de la multifacética personalidad de José Antonio, cuyo poder de fascinación es innegable. El montaje más elaborado lo constituyeron los mitos oficiales franquistas de José Antonio como santo predecesor del Caudillo, una suerte de Jesucristo, mártir de la Cruzada. Esto alcanzó su apogeo con el muy vendido libro Via crucis. Los títulos de cada capítulo, que se refieren a los pasos de la pasión de Jesucristo, explican la vida de José Antonio Primo de Rivera como eco de la del Mesías[1]. Numerosas calles y plazas, escuelas y residencias universitarias, así como otros edificios oficiales llevaban su nombre. Casi cada iglesia de España, con excepción de la catedral de Sevilla, tenía grabadas o esculpidas en sus paredes las palabras: «José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!», referencia a la práctica generalizada en los primeros días al finalizar los encuentros, cuando se gritaban los nombres de los ausentes falangistas muertos. Junto a un simbolismo vagamente religioso, existía un objetivo político más directo: el régimen de Franco cultivó cuidadosamente la leyenda de un líder de la Falange romántico y poético, que fue tanto revolucionario como franquista, para ocultar tras una máscara populista su compromiso con los tradicionales intereses oligárquicos. Así, el régimen derramó lágrimas de cocodrilo por la ausencia de José Antonio, mientras se benefició enormemente del hecho de que no constituyera una presencia molesta.

En conjunto, los mitos en torno a la figura de José Antonio como agente de reconciliación por encima de los partidos y, desde luego, no fascista, sino preocupado únicamente por el bienestar de todos los españoles, son tan sutiles como corrientes. Este José Antonio se habría opuesto a Franco y habría llevado a cabo la «revolución pendiente», la gran revolución inconclusa de Falange[2]. En apoyo a esta teoría, existe la duda del propio José Antonio sobre su aptitud como líder populista. En su primer manifiesto político como candidato, en junio de 1931, dijo: «Bien sabe Dios que mi vocación está entre mis libros, y que el apartarme de ellos para lanzarme momentáneamente al vértigo punzante de la política me cuesta verdadero dolor.»[3] También escribió a un amigo: «Yo, por mi parte, serviría de todo menos para caudillo fascista. La actitud de duda y el sentido irónico, que nunca nos dejan a los que hemos tenido más o menos una curiosidad intelectual, nos inhabilitan para lanzar las robustas afirmaciones sin titubeos que se exigen a los conductores de masas.»[4] Su compañero político, Ramiro Ledesma Ramos, compartía esta opinión, considerando el afable y racional escepticismo de José Antonio y su «temperamento cortés y su formación de jurista», como más propicios para la política parlamentaria que para el fascismo[5]. El filósofo Miguel de Unamuno dijo de él que «es demasiado fino, demasiado señorito y, en el fondo, tímido para que pueda ser un jefe y ni mucho menos un dictador. A esto hay que añadir que una de las cosas más necesarias para ser un jefe de un partido “fajista” es la de ser epiléptico[6]». Los oponentes falangistas a Franco propagaron la idea de que el joven Primo de Rivera representó la gran oportunidad perdida de España, que de alguna manera habría librado al país tanto de las divisiones sembradas por la República, como de la brutalidad del franquismo. Tal opinión también puede encontrarse en los textos del líder socialista exiliado, Indalecio Prieto. Reflexionando sobre el traslado de los restos mortales de José Antonio desde el monasterio de El Escorial hasta el Valle de los Caídos, en 1959, escribió: «Era un hombre de corazón, al contrario de quien será su compañero de túmulo en Cuelgamuros. José Antonio ha sido condenado a una compañía deshonrosa, que ciertamente no merece, en el Valle de los Caídos. Se le deshonra asociándole a ferocidades y corrupciones ajenas».[7]

Ambos mitos, el póstumo y oficial de santo predecesor de Franco y el no oficial de reconciliador revolucionario, tienen algo de verdad, pero no deben eclipsar algunos datos conflictivos sobre las actividades políticas y la relación personal de José Antonio Primo de Rivera con Franco. Un examen detallado de su papel durante la Segunda República sugiere que no era tan poético ni tan progresista como el mito da a entender. Es razonable pensar que el extremadamente agudo Prieto escribió del modo en que lo hizo con la esperanza de intensificar aún más las tensiones existentes entre Franco y parte de la Falange; y aunque la rabia del líder socialista a favor del compañero de tumba de Franco se considere sincera, sostener esta conclusión requiere mucha especulación. Exigiría exonerar a José Antonio de cualquier conexión con el papel desempeñado por la Falange como violento desestabilizador de la legalidad republicana y como sanguinaria fuerza auxiliar represiva que libró a los militares de la tarea de purgar políticamente los territorios conquistados durante la guerra civil española[8].

José Antonio Primo de Rivera fue, sin duda, un personaje atractivo, tímido pero ingenioso, culto, personalmente valeroso, leal para con sus amigos, y un periodista terriblemente divertido[9]. El embajador americano Claude Bowers le encontraba «cortés, modesto y atento», y el periodista inglés Henry Buckley escribió que «el José Antonio educado y de voz suave era una de las personas más agradables de Madrid[10] La lealtad a la memoria de su padre y su valor en defenderle fue lo que llevó al hijo del dictador Miguel Primo de Rivera a la política[11] El elegante y cosmopolita abogado de varonil presencia hacía vibrar el corazón de muchas jóvenes de la alta sociedad de la España de 1930[12]». Elegante, agudo y encantador, tenía poco que ver con la bufonería de Mussolini o la flagrante vulgaridad de Hitler, y el carisma de su personalidad ha conquistado a más de un erudito anglosajón[13]. Así también, la dignidad de su muerte a la edad de treinta y tres años facilitó la consiguiente invención franquista del culto a su memoria.

El líder de la Falange contribuyó significativamente al ambiente de violencia política que precedió al alzamiento militar de 1936. Detrás de la apariencia amable y educada de José Antonio, subyacía una violencia apenas controlable que en ocasiones le convirtió en un simple alborotador. Siendo estudiante en la década de los veinte, se vio envuelto a menudo en violentos altercados. En numerosas ocasiones, en la década de los treinta, también se vio involucrado en peleas a puñetazos debido a que se tomaba las críticas a la dictadura como insultos personales contra su padre[14]. Celoso de su propia dignidad, no permitía que nadie le llamara por los típicos diminutivos asociados a su nombre, hasta el punto de declarar una vez: «Si alguien me llamara Pepe o don Pepe, creo que sería capaz de pegarle un tiro.»[15] En una ocasión, saltó por los escaños de las Cortes para abalanzarse sobre Indalecio Prieto, por considerar que éste había insultado la memoria de su padre, y la emprendió a golpes con él. En otra oportunidad tiró al suelo al diputado radical por Cuenca, José María Álvarez Mendizábal; mientras su víctima aún se tambaleaba hacia el banco azul, José Antonio se burló diciendo: «Déme Su Señoría las gracias, porque por una vez, y aunque haya sido rodando, le he hecho llegar al banco azul.»[16] Sin embargo, es probable que al menos algunas veces buscara fríamente el uso de la violencia para forjarse una imagen «fascista». Según un perspicaz observador monárquico:

Generalmente, en el Parlamento y en otros sitios, él hacía más bien alarde de una actitud de fuerza y violencia, pero, en realidad, si alguna vez la adoptó fue porque lo creía conveniente para el prestigio de su organización, pero no por ser un impulsivo incapaz de razonar y propenso a comprometer, por un movimiento duro y agresivo, algo trascendental de su responsabilidad. Era un hombre frío, moderado y de buen juicio, con unos conocimientos jurídicos muy sólidos y una cultura muy superior a la corriente entre los elementos políticos[17].

Esta opinión era compartida por su amigo José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, para quien «José Antonio era un formidable hombre de acción que concebía y ejecutaba la violencia con su cabeza sorprendentemente fría y supo ganarse no sólo la inteligencia, sino el corazón de los suyos, porque era el más fuerte y el más audaz[18]». Con similar espíritu calculador, a fin de mantener viva la idea de que la Falange estaba en guerra, rechazó que se reparara su coche, cuya carrocería había sido dañada por una bomba el 10 de abril de 1934[19].

Parece que se divertía con lo que llamaba «sanciones laxantes», que consistían en forzar a algunos de los enemigos de la Falange a tomar aceite de ricino, y habló de la «alegre irresponsabilidad» necesaria para asaltar los quioscos[20]. Su culto a la violencia facilitó la desestabilización de la política de la Segunda República. Sus milicianos, vestidos con la camisa azul, su saludo romano y cantos rituales «¡Arriba España!» y «¡España! ¡Una! ¡España! ¡Libre! ¡España! ¡Grande!» imitaban los modelos nazi y fascista. Desde 1933 hasta 1936, Falange Española funcionó como carne de cañón de la alta burguesía, provocando reyertas callejeras y ayudando a generar una anarquía que, exagerada por la prensa derechista, fue utilizada para justificar el alzamiento militar. La violencia intrínseca, personal y política, de José Antonio, socava su imagen póstuma como agente de reconciliación en noviembre de 1936.

Al mismo tiempo, la idea de un José Antonio progresista e izquierdista, propugnada por la oposición falangista, es imposible de sostener[21]. Para empezar, resulta difícil hacer caso omiso de los estrechos vínculos que existían entre José Antonio y la oligarquía terrateniente del sur: José Antonio había nacido el 24 de abril de 1903 en el seno de una distinguida y acomodada familia andaluza de militares. Su tío abuelo, Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, fue nombrado marqués de Estella por su participación en el sitio de esta ciudad navarra durante la segunda guerra carlista. A la muerte del general Primo de Rivera, los sucesivos poseedores del título, incluyendo al propio José Antonio, alcanzaron el grado de «grandes de España». También había vínculos aristocráticos por parte de su madre, doña Casilda Sáenz de Heredia[22] Un instintivo esnobismo de «señorito» hacía de José Antonio un improbable líder de las hambrientas masas de España[23]:. frecuentaba los mejores bares y restaurantes, cultivaba una exquisita elegancia en el vestir —sólo llevaba trajes ingleses— y coleccionaba grabados británicos con escenas de equitación. Se le veía a menudo en el Ritz luciendo traje de etiqueta, era experto en vinos y conducía un coche deportivo de color rojo. Sus grandes pasiones eran los caballos, cabalgar y cazar. A principios de 1934, dos falangistas fueron asesinados: el primero, Vicente Pérez Rodríguez, murió el 27 de enero. José Antonio se enteró de la noticia cuando estaba en un baile en el elegante Club de Campo de Madrid, en Puerta de Hierro. El segundo, Matías Montero, fue asesinado el 9 de febrero; José Antonio llegó tarde al funeral porque asistía a una partida de caza[24].

Daba la mayor importancia a la equitación, hasta el punto de descalificar al líder monárquico José Calvo Sotelo como potencial caudillo «porque no sabía montar a caballo». Nunca comprendió —y lo dijo textualmente en sus últimos meses de vida, aludiendo a algunos personajes que «no sabían montar a caballo»— que se pudiera ser jefe de algo grande sin saberse tener gallardamente en una silla sobre «un bruto nervioso y potente al que es menester dominar con los muslos y las rodillas, con los talones… y con la inteligencia[25]». Este altivo desdén casaba mal con las pretensiones populistas del joven Primo de Rivera. De hecho, la primera experiencia política de José Antonio fue como vicesecretario general de la Unión Monárquica Nacional, una organización monárquica de antiguos ministros y colaboradores de su padre. También se presentó, sin éxito, como candidato monárquico por Madrid en las elecciones parciales de octubre de 1931[26].

El aristócrata monárquico José Antonio Primo de Rivera tenía poco que ver con los esfuerzos pioneros por crear un fascismo español realizados por el perturbado surrealista Ernesto Giménez Caballero, el excéntrico doctor José María Albiñana, el aspirante a nazi y traductor de Mein Kampf Onésimo Redondo Ortega o el funcionario de correos y tenaz estudiante de filosofía alemana, Ramiro Ledesma Ramos. Giménez Caballero era autor de clásicos surrealistas como Yo, inspector de alcantarillas y de innumerables obras políticas empapadas de manifiestas metáforas sexuales, que constituían una especie de fascismo erótico. Durante la guerra civil, se convirtió en servil adulador de Franco, produciendo panegíricos al Caudillo de este estilo: «¿Quién se ha metido en las entrañas de España como Franco hasta el punto de no saber ya hoy si España es Franco o si Franco es España? ¡Oh, Franco, Caudillo nuestro, padre de España! ¡Adelante! ¡Adelante!»[27] Su contribución a la introducción del fascismo en España proviene de su amor por Roma. En 1927 fundó la revista literaria La Gaceta Literaria, a través de la cual importó a España muchas de las ideas del fascismo italiano. En varios aspectos fue el principal precursor ideológico del fascismo español, aunque Ledesma Ramos rompiera finalmente con él debido a su amor excesivo hacia todo lo que fuese italiano[28].

Albiñana, un neurólogo valenciano admirador del general Primo de Rivera, fue autor de más de una veintena de novelas y libros sobre neurastenia, religión, historia, filosofía de la medicina y política española, así como cierto número de obras ligeramente imperialistas sobre México. En abril de 1930 fundó el Partido Nacionalista Español, «un partido exclusivamente españolista, inspirado en un nacionalismo patriótico y combativo» con el objetivo de aniquilar a los «enemigos de la patria». Su finalidad era la defensa de los principios religiosos y de la unidad política de España, de la Monarquía y del Ejército. Albiñana pudo aparentar de fascista gracias a su milicia de camisa azul y saludo romano, los llamados Legionarios de España, «voluntariado ciudadano con intervención directa, fulminante y expeditiva en todo acto atentatorio o depresivo para el prestigio de la patria». Aunque se declaró un «nuevo hombre» y anunció la necesidad de tomar el poder, Albiñana era, esencialmente, un conservador caracterizado por su autoritarismo, su nacionalismo y su antisemitismo. En definitiva, estaba vinculado a los monárquicos de Renovación Española[29].

El primer intento de crear un partido manifiestamente fascista se llevó a cabo en febrero de 1931, cuando diez hombres se reunieron en una sórdida habitación en un bloque de oficinas en Madrid; no había luz y el único mueble era una mesa. Firmaron un manifiesto redactado por Ledesma Ramos llamado La conquista del Estado. José Antonio no formaba parte de ellos. Giménez Caballero mandó su adhesión desde Barcelona por teléfono. Un periódico del mismo nombre salió a la calle el 14 de marzo y se publicó a lo largo del año siguiente, a pesar de la indiferencia del público y el hostigamiento policial[30]. Tres meses más tarde, Onésimo Redondo, miembro del sindicato de productores de remolacha, fundó en Valladolid un grupo fascista con el nombre de Junta Castellana de Acción Hispánica. En octubre de 1931 estas dos pequeñas organizaciones se fusionaron en las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), una diminuta y paupérrima organización cuya mayor baza era su símbolo: el yugo y las flechas. No podían pagar las cien pesetas mensuales de alquiler de una modesta sede central en Madrid, y apenas podían permitirse la impresión de panfletos propagandísticos[31]. Según el embajador italiano, Raffaele Guariglia, aunque capaces de luchar contra estudiantes universitarios, eran demasiado débiles para medirse en la calle con las organizaciones socialistas o comunistas[32].

Mientras se llevaban a cabo estos tempranos intentos por implantar el fascismo en España, José Antonio Primo de Rivera estaba muy ocupado trabajando para la Unión Monárquica. Fue en esa época cuando le presentaron al general Franco. Después de la muerte del líder falangista, el régimen propagó continuamente la idea de que Franco era el representante en la Tierra del ausente José Antonio, a pesar de que siempre existió una acritud personal considerable entre ambos y de que, ya en el poder, Franco hizo caso omiso, sistemáticamente, del legado, tal como era, del pensamiento de Primo de Rivera. Su primer encuentro tuvo lugar en Zaragoza, a principios de los años treinta. Por entonces Franco era director de la Academia Militar General de Zaragoza, donde había conocido a un brillante abogado, Ramón Serrano Suñer. Cuando en febrero de 1931 éste se casó en Oviedo con Zita Polo, la hermosa hermana de Carmen, esposa de Franco, el padrino de la novia fue Francisco Franco, y el del novio José Antonio Primo de Rivera[33]. A pesar de los esfuerzos de Serrano Suñer, el austero y trabajador general y el joven y prometedor abogado no trabaron amistad. Aunque ambos se oponían a la Segunda República, sus estilos y posturas no podían ser más diferentes; incluso cuando se volcó en la creación de la Falange Española, José Antonio seguía siendo un populista mundano y un agudo periodista; la antítesis, en definitiva, del general gris, y diez años mayor, cuya eminencia no debía nada a las ventajas de su nacimiento ni a la brillantez verbal, sino a sus propios esfuerzos y a los riesgos que había corrido en el campo de batalla. Y Franco, preocupado exclusivamente por salvaguardar su carrera militar en un ambiente hostil, y por ser un hombre que nunca miraba atrás, no estaba dispuesto a simpatizar con los esfuerzos de José Antonio tendentes a defender a su padre.

No fue hasta 1933 que José Antonio, inspirado en el éxito de Hitler, desarrolló su interés por el fascismo. Junto con un colaborador de su padre, Manuel Delgado Barreto, director del diario conservador La Nación, intentó, en febrero de 1933, lanzar un periódico llamado El Fascio. A la aventura se unieron Giménez Caballero, Ledesma Ramos, Rafael Sánchez Mazas y Juan Aparicio, con «sus pupilas adolescentes» abiertas por el triunfo de Hitler y los victoriosos desfiles nazis proyectados en las pantallas de los cines. Sólo llegó a imprimirse un número de El Fascio, en el que apareció un artículo sobre el «nuevo Estado» de José Antonio Primo de Rivera, bajo el título de «Orientaciones» y firmado «E» (por Estella). Como escribiera más tarde Juan Aparicio, «el marqués de Estella aún se resistía a prescindir de los vínculos de su pasado familiar». Su reticencia no tuvo mayor importancia, ya que la mayor parte de los ejemplares fueron secuestrados por la policía. De todos modos, el grupo siguió reuniéndose, y pronto se sumaron el famoso aviador Julio Ruiz de Alda y el joven profesor universitario y discípulo de José Ortega y Gasset, Alfonso García Valdecasas[34]. Juntos formaron un grupo llamado Movimiento Español Sindicalista, cuya propaganda llevaba el subtítulo Fascismo Español[35].

Para entonces, José Antonio Primo de Rivera parecía haber decidido que si en España llegaba a existir algún día una opción fascista significativa, le correspondía a él encabezarla. Así pues, a lo largo de 1933 se embarcó en un plan a tres bandas que incluía la búsqueda de apoyo de la derecha tradicional, la obtención del respaldo de la Italia fascista y la unificación de los grupúsculos fascistas existentes. La relación con la Italia de Mussolini no era sencillamente una cuestión de rápido apoyo financiero, sino algo fundamental para el proyecto imperialista de José Antonio. La alternativa falangista a la lucha de clases era el imperio. Sin embargo, el reconocimiento de que España por sí sola no podría desafiar la hegemonía internacional de Inglaterra y Francia llevó a José Antonio y a sus seguidores a considerar una alianza con otras potencias ansiosas por derribar ésa hegemonía. En las simpatías de José Antonio por Italia y Alemania puede verse la esperanza, compartida por Franco, de que en conjunción con fascistas y nazis la España falangista fuese capaz de derrotar a las potencias dominantes y formar un imperio[36]. Como ha demostrado Herbert Southworth, la ambición de Franco iba dirigida más contra Inglaterra y Francia que contra la Rusia soviética[37]. Al igual que Franco, José Antonio aborrecía la Sociedad de Naciones. En una ocasión en que su amigo Juan Antonio Giménez Arnau se iba a Suiza, éste le preguntó: «¿Hay algo que pueda hacer por ti en Ginebra?», a lo que José Antonio respondió: «Si tienes tiempo, la quemas.»[38]

En su búsqueda de conexiones con grupos de ideología similar, José Antonio Primo de Rivera entró en contacto con las JONS, y, a través de García Valdecasas, con el Frente Español, un grupo formado por jóvenes seguidores de Ortega y Gasset, entre los que se encontraba el historiador Juan Antonio Maravall. Creador de la Agrupación al servicio de la República, Ortega se sentía desilusionado por la realidad de la democracia. El Frente Español había aparecido en marzo de 1932 y nunca llegó a tener más que un par de docenas de afiliados que se turnaban en su sede esperando en vano que aparecieran nuevos simpatizantes. La mayoría de ellos acabaron por renunciar a crear una organización fascista plenamente desarrollada, pero García Valdecasas estaba convencido de que el nombre Frente Español, y especialmente sus iniciales, FE, tenía un valor político. No se oponía a la idea de fusionar ese grupo moribundo con el más dinámico aunque desestructurado Movimiento Español Sindicalista-Fascismo Español. Sus antiguos compañeros de organización se opusieron al uso del nombre para un nuevo grupo fascista. En un intento de retener parte del atractivo original, se eligió el nombre Falange Española y se adoptaron como estatutos los del Frente Español[39]. José Antonio Primo de Rivera tomó varias de las ideas principales de Ortega y Gasset —la nación como una comunidad de destino, la necesidad de vertebrar España, la relación de la aristocracia con el pueblo—. A pesar de ello, nunca le perdonaría al autor de La rebelión de las masas que no abrazara por completo la causa del fascismo español[40].

La dirección del nuevo partido Falange Española estaba formada por José Antonio y García Valdecasas, además del aviador Julio Ruiz de Alda, quien había acompañado a Ramón Franco en su histórico vuelo transatlántico en 1926. A finales de agosto de 1933, en una reunión celebrada en San Sebastián cuyo organizador fue el vasco de extrema derecha José María de Areilza, relacionado en aquel entonces tanto con Acción Española como con las JONS, la dirección de la Falange intentó sin éxito asegurarse la participación de Ledesma Ramos. El líder de las JONS, invariablemente receloso de las conexiones de Primo de Rivera con las clases altas, simplemente insistió en que fueran los recién llegados quienes se integraran en su partido. A pesar de sus sospechas de la alta burguesía, Ledesma aceptó como regalo de los monárquicos de Acción Española una motocicleta, con la que recorrió España en sus viajes de propaganda[41]. Más éxito tuvo el acuerdo alcanzado en agosto de 1933 por José Antonio Primo de Rivera con la Comunión Tradicionalista y los monárquicos de Renovación Española, representados por Pedro Sainz Rodríguez y José Antonio Sangróniz —el llamado Pacto de El Escorial—. Los monárquicos se comprometieron a financiar la Falange con diez mil pesetas mensuales a cambio de que la Falange no se opusiera a la restauración de la monarquía y de que se consultara con ellos sus principales iniciativas políticas. Ya antes de su lanzamiento oficial, la Falange estaba comprometida con los sectores más conservadores de la vieja derecha patricia. Pero parece haber existido un acuerdo cordial a partir de entonces, y Sainz Rodríguez, como vínculo monárquico con la Falange, incluso ayudó a José Antonio a redactar el programa de ésta[42].

Una vez asegurado el respaldo de la derecha tradicional y procurado el modo de unificar las dispares facciones fascistas, Primo de Rivera se dedicó a alcanzar el objetivo de conseguir el respaldo italiano. Para su suerte, el embajador italiano en Madrid, Raffaele Guariglia, era un firme defensor de que Roma aportase ayuda material para el establecimiento de un partido fascista español. Armado con una carta de presentación del diplomático, José Antonio Primo de Rivera se fue a Italia a mediados de octubre de 1933, «para obtener material informativo sobre el Fascismo italiano y sobre las realizaciones del Régimen. Así como obtener, en la medida de lo posible, consejos para la organización de un movimiento análogo en España». La tarde del 19 de octubre fue recibido por Mussolini. Unos minutos antes de la reunión, le había dicho a un periodista italiano: «Soy como el discípulo que va a ver al maestro. Cuánto bien si quisiera, y seguro que querrá, podrá hacerme a mí, a mi movimiento y a mi país. Era amigo de mi padre, me ayudará, ciertamente». Dicha entrevista fue evocada por el propio José Antonio en su introducción a la versión española de La Dottrina del fascismo de Mussolini, un escrito reverencial en el que describe al Duce en un ángulo de su inmenso y frío despacho de mármol, trabajando mientras Roma descansaba: «Sólo el Duce permanecía, laborioso, junto a su lámpara, en el rincón de una inmensa sala vacía, velando por su pueblo, por Italia, a la que escuchaba palpitar desde allí como a una hija pequeña». Durante su estancia en Roma visitó las oficinas del Partito Nazionale Fascista, donde se le proporcionó toda la información que buscaba[43] El Duce le regaló una fotografía dedicada que colgó en su despacho al lado de un retrato de su padre[44]..

La creación de la Falange Española fue anunciada por José Antonio unos diez días después durante la campaña para las elecciones de noviembre de 1933. La admisión de afiliados había comenzado a principios de octubre. Los nuevos militantes tenían que rellenar unos formularios en los que se les preguntaba si tenían bicicleta —eufemismo de pistola— y luego se les proporcionaba una porra. La fundación formal tuvo lugar el domingo 29 de octubre, en el teatro de la Comedia de Madrid. El jefe de las milicias falangistas, el teniente coronel Ricardo de Rada, organizó grupos de defensa alrededor del edificio[45]. En su discurso inaugural, que en líneas generales fue poético y florido, José Antonio expresó claramente también su apoyo a la violencia:

Si nuestros objetivos han de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho al hablar de «todo menos la violencia» que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria[46].

A pesar de que la violencia sería corriente en la política española de los años treinta, ningún político la incorporó tan líricamente como elemento de su retórica. Esto fue evidente con frecuencia en los rituales fúnebres que, emulando la práctica de los Squadristi fascistas italianos, venían a continuación de la participación de los falangistas en enfrentamientos callejeros[47]. Paradójicamente, después de la reunión, José Antonio le dijo a Felipe Ximénez de Sandoval: «Me cohíben las muchedumbres. Me angustia la idea de centenares de ojos clavados en mí […]. El día 29, en la Comedia, ¡cómo sufrí al ver los brazos en alto saludándome!»[48] El resultado de esto fue una falta de espontaneidad que suplió con una elaborada preparación. Según el jonsista Javier Martínez Bedoya, «era un orador de los que aprenden los discursos de memoria, hasta con puntos y comas, pero resultaba prodigioso de dicción, de riqueza en el registro de los tonos, de elegancia en el gesto y de reposo en sus elevadas calidades intelectuales…». En palabras de su amigo Raimundo Fernández-Cuesta, su discurso en la Comedia había sido cuidadosamente ensayado, pues «odiaba la improvisación y decía que esos oradores que se levantan a hablar sin saber lo que van a decir, son unos defraudadores de su auditorio[49]».

A las cuatro semanas de la fundación del partido, García Valdecasas desapareció en interminable luna de miel con su rica novia aristocrática[50]. José Antonio también se aprovechó de todas sus conexiones conservadoras al presentarse en una lista monárquica para obtener un escaño en las Cortes por Cádiz, donde su familia gozaba de enorme influencia. Gracias a la fuerza electoral de los ultraconservadores terratenientes locales, fue elegido por 49 028 votos, el 18,5% del total emitido, una cantidad muy por encima de lo que habría logrado como candidato falangista. Su decisión reflejaba la debilidad financiera de la Falange, aunque no hay motivos para suponer que a él o a los monárquicos de Cádiz les estorbara el acuerdo[51]. De hecho, le comentó al encargado de negocios italiano, Geisser Celesia, lo mucho que le desilusionaba el que nadie quisiese financiar la Falange, ni José María Gil-Robles, líder de la católica y autoritaria CEDA, ni los grandes de España; confesión inusualmente franca ante un representante de Mussolini y, a la vez, una clara revelación de sus pocos deseos de romper con las influencias conservadoras. Para Celesia, José Antonio era un señorito que nunca podría atraer a las masas precisamente porque recurría a la oligarquía para financiarse[52].

La aparición de otro partido fascista que iba a rivalizar con las JONS significó un problema financiero para ambos, pero estimuló la idea de la unión. Al principio, Ledesma Ramos era reacio a que las JONS se unieran con la Falange, pero algunos de sus lugartenientes, como Francisco Bravo Martínez y Ernesto Giménez Caballero, le convencieron de que una eventual fusión era lógica e inevitable[53]. Los ricos no estaban dispuestos a financiar a Ledesma Ramos: cuando éste logró una entrevista con Francesc Cambó en el Ritz, fue rápidamente despachado[54]. Por el contrario, los monárquicos sí estaban dispuestos a financiar la Falange como instrumento político de desestabilización. Los méritos de José Antonio como terrateniente andaluz, grande de España, figura de la sociedad y, sobre todo, hijo mayor del desaparecido y muy lamentado dictador militar, parecían ofrecer garantías a las clases altas de que el fascismo español no escaparía al control del establishment como sus equivalentes alemán e italiano. Es entendible, pues, que el entusiasmo monárquico por José Antonio decayera un poco cuando, el 15 de febrero de 1934, éste fusionó la Falange Española con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista. Durante las negociaciones que se habían llevado a cabo los tres días anteriores, José Antonio hizo muchas concesiones simbólicas relacionadas con el nombre y la bandera, pero fue inflexible en su exigencia de que la nueva FE y de las JONS fuera dirigida por una ejecutiva tripartita formada por dos falangistas y un jonsista[55]. El triunvirato estaba formado por el propio Primo de Rivera, Ruiz de Alda y Ledesma Ramos. No pasó mucho tiempo antes de que el primero lograra complacer a sus nuevos aliados con un gesto que parecía manifestar algo del radicalismo asociado con las JONS. En mayo de 1934 rechazó el intento de José Calvo Sotelo, quien acababa de regresar del exilio después de haber sido amnistiado, de ingresar en la Falange. Ledesma Ramos creyó cándidamente que Calvo Sotelo había sido excluido porque José Antonio lo consideraba demasiado ligado a la alta burguesía, cuando, en realidad, éste sentía una hostilidad virulenta hacia el líder monárquico porque pensaba que había huido como un cobarde en vez de defender los logros de la dictadura. Detrás del rechazo se escondían un aristocrático desprecio y un resentimiento personal, más que cualquier intención de prevenir que el conservadurismo de Calvo Sotelo contaminara el radicalismo del nuevo partido[56]. De todos modos, el gesto no contribuyó a mejorar las relaciones de la Falange con sus antiguos valedores.

La relación con las JONS intensificó las contradicciones entre los instintos aristocráticos y las ambiciones populistas de José Antonio, lo cual, a su vez, tuvo consecuencias económicas; en parte como reacción a estas dificultades financieras, José Antonio empezó a buscar, en 1934, una invitación para visitar la Alemania nazi. Detrás de esa visita también había un elemento de curiosidad, ya que había sido un ávido lector del libro de Hitler, Mein Kampf, y el de Alfred Rosenberg Der Mythus der zwanzigsten Jahrhunderts (El mito del siglo XX). Vio a Hitler en Berlín en mayo de 1934, pero los alemanes mostraron poco interés en prestarle ayuda económica[57]. Con una cierta frustración, la embajada italiana informó de modo regular durante todo 1934 de que el nuevo partido tenía problemas financieros y sus violentos actos de represalia contra la izquierda se llevaban a cabo de manera torpe. En una ocasión, después del asesinato de un compañero de partido, un grupo de cabecillas falangistas, sentados alrededor de una mesa, hicieron girar una pistola para decidir quién se encargaría de la venganza. Finalmente, ésta no se llevó a cabo, pero al salir de la reunión José Antonio declaró: «Yo no he nacido para esto, yo he nacido para matemático del siglo XVIII». Celesia atribuía la falta de impacto popular del partido al hecho de que José Antonio Primo de Rivera era un señorito cuyos discursos resultaban poco atractivos para el pueblo, ya que eran disquisiciones teóricas o defensas de su padre. Guariglia se lamentaba de que «en este inmenso manicomio político que se llama España», los nuevos fascistas no pudieran hacer más que emitir comunicados verbales y dejar las esperanzas de la derecha en manos de la católica CEDA[58].

Por lo tanto, FE y de las JONS dependía de las dádivas que los monárquicos hacían a regañadientes. En abril de 1934, uno de los pocos patrocinadores ricos del partido, Francisco Moreno y Herrera, marqués de la Eliseda, había permitido el alquiler nominal de una de sus casas, situada en la calle Marqués de Riscal, 12, para que fuera la sede central de la Falange[59]. En septiembre de 1934, Eliseda se quejó a Celesia de la escasez de dinero, aunque la afiliación crecía porque la Falange se inclinaba hacia la izquierda. Eliseda dejó el partido dos meses después, e hizo lo posible para echar a la Falange de su propiedad. José Antonio usó todos los subterfugios legales posibles para permitir que sus hombres siguieran usando la sede. Eliseda respondió cortando el gas y la electricidad, que fueron conectados nuevamente de manera subrepticia e ilegal. Prefiriendo siempre que la violencia directa se dirigiera más contra la izquierda que contra la derecha, José Antonio intervino para evitar que algunos enfurecidos camaradas le proporcionaran a Eliseda una buena dosis de aceite de ricino[60].

La unión de los dos partidos, dificultades financieras aparte, nunca fue fácil. Los conflictos provenían de las diferentes ambiciones de José Antonio y Ramiro Ledesma Ramos, uno elitista, el otro populista. En el verano de 1934 aparecieron tensiones provocadas por el monárquico aventurero Juan Antonio Ansaldo. Conocido aviador y playboy, Ansaldo había entrado en la Falange a finales de abril por invitación de José Antonio. Recibió el cargo de Jefe de Objetivos, eufemismo que encubría su encargo de organizar escuadrones terroristas. Aunque en desacuerdo con el monarquismo reaccionario de Ansaldo, Ledesma aprobó la eficacia con que éste había endurecido la llamada «Falange de la sangre»:

Su presencia en el partido resultaba de utilidad innegable, porque recogía ese sector activo, violento, que el espíritu reaccionario produce en todas partes, como uno de los ingredientes más fértiles para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a ésos significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros pasos.

Durante el verano, un plan para volar la Casa del Pueblo de Madrid alcanzó un estado avanzado. Los seguidores de Ansaldo lamentaban que José Antonio no pusiera mayor ímpetu en la desestabilización terrorista de la República. Incluso hubo rumores de que un grupo de oficiales de la milicia, con Ansaldo al frente, le amenazaron con expulsarle de la dirección si no dejaba de lado lo que se percibía como su política de apaciguamiento. El 10 de julio de 1934 la situación empeoró después de que la policía descubriera grandes cantidades de armas, municiones, explosivos y bombas en la sede de la calle Marqués de Riscal. Ochenta militantes, principalmente jonsistas y miembros de los escuadrones de Ansaldo, fueron encarcelados durante tres semanas. En el transcurso de los días pasados en prisión, aparecieron críticas al liderazgo de Primo de Rivera. Además, Ansaldo y los jefes de la milicia, así como los jonsistas, se sentían particularmente furiosos por la manera evidente con que José Antonio disfrutaba de su participación en los debates en las Cortes. Aún más encolerizados se sintieron cuando, el 3 de junio de 1934, José Antonio cruzó el hemiciclo para estrechar la mano de Prieto después de que el líder socialista se opusiera a que se levantara la inmunidad parlamentaria del líder de Falange y del socialista Juan Lozano, diputado parlamentario por Jaén, lo que habría permitido que se les juzgara por tenencia ilícita de armas. Las críticas inspiradas por Ansaldo derivaron en un conflicto mayor entre falangistas y jonsistas[61].

Cuando José Antonio descubrió lo que estaba sucediendo, expulsó de inmediato a Ansaldo antes de finales de julio, diciendo que los conspiradores involucrados en esa «sucia intriga» emparejaban «su felonía con su imbecilidad». A partir de entonces, los grupos de ataque siguieron llevando a cabo represalias contra la izquierda con igual frecuencia y eficacia, pero con una mayor lealtad hacia José Antonio Primo de Rivera. Con aparente desgana, éste procedió a desmontar el triunvirato en septiembre de 1934 para asumir la dirección única de la Falange[62]. No pudo haber ignorado la implicación de Ramiro Ledesma en la conspiración. El líder estudiantil de la Falange, Alejandro Salazar, escribió en verano en su diario: «Desde hace tiempo, Ramiro Ledesma no es nuestro.»[63] De hecho, Ledesma Ramos siempre estuvo resentido con Primo de Rivera por los antecedentes aristocráticos y la fortuna de éste. El resentimiento se intensificó aún más debido a que, como consecuencia de un defecto en el habla, Ledesma jamás pudo igualar a José Antonio como orador fascista. Posteriormente, éste se burló cruelmente de ese defecto[64].

A finales del verano de 1934, cuando la tensión entre la izquierda y la derecha estaba llegando a su punto máximo, José Antonio tuvo una iniciativa que confirmó las sospechas de Ledesma Ramos acerca de que nunca sería capaz de deshacerse de su pasado familiar y sus instintos aristocráticos: escribió una carta histérica a Franco. En un intento de persuadir a éste de que diera un golpe contra la izquierda, aseguraba que la victoria socialista era inminente y que equivalía a una «invasión extranjera», dado que Francia aprovecharía la oportunidad para anexionarse Cataluña. Franco ni se dignó responder. Como general de división muy considerado y confidente favorito del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, Franco no tenía el menor interés en asumir los riesgos que comportaría su asociación con insignificantes organizaciones fascistas. En su creencia de que sólo el Ejército tenía el derecho y la fuerza para determinar el destino político de España, Franco no pudo sentir más que desprecio por la naciente Falange[65].

La primera reunión del Consejo Nacional de la Falange tuvo como objetivo ratificar a José Antonio en el papel de jefe nacional. Dicha reunión se llevó a cabo del 4 al 7 de octubre en Madrid. El alzamiento de la izquierda del 6 de octubre de 1934 se produjo mientras el Consejo Nacional estaba reunido. Durante ese Consejo se decidió adoptar la camisa azul. Los jonsistas presentes se opusieron por considerar que la adopción de un estilo tan claramente fascista separaría el movimiento de las masas revolucionarias que ellos deseaban reclutar. El 7 de octubre José Antonio, sorprendentemente vestido con una camisa azul con las mangas remangadas, visitó al primer ministro Alejandro Lerroux. Le ofreció la ayuda de la Falange y le pidió, sin éxito, que sus seguidores fueran armados[66]. A continuación, encabezó una marcha desde la sede de la Falange hasta la Puerta del Sol. Subido a un andamio que rodeaba las obras de construcción del nuevo metro, hizo un discurso de apoyo al gobierno que Ledesma Ramos consideró débil e inapropiado. En las provincias, parece ser que los falangistas actuaron como fuerzas del orden auxiliares[67]. En Madrid, tampoco hubo destacadas iniciativas antirrevolucionarias, si se exceptúa el discurso improvisado y un acto de intimidación: una noche, cenando después de una de las sesiones del Consejo Nacional, José Antonio y sus amigos Raimundo Fernández-Cuesta y Julio Ruiz de Alda amenazaron con apalear al líder estudiantil catalán Antonio María Sbert si éste no se retiraba del restaurante de moda en que habían coincidido. Sbert había sido el líder de la oposición estudiantil a la dictadura de Miguel Primo de Rivera[68] Celesia informó sarcásticamente a Roma de que en Madrid los falangistas se jactaban de haber hecho la revolución sustituyendo a los basureros en huelga o llevando a oficiales del Ejército en sus coches[69] La Falange desempeñó un papel muy pequeño en la represión que siguió a los hechos de Asturias[70]. Sin embargo, aún después de que la izquierda fuera aplastada tras su levantamiento, los italianos se quejaban del fracaso de la Falange en imponerse a la situación.

Las inclinaciones conservadoras de José Antonio y su conciencia de depender en último término de la oligarquía se vieron claramente reflejadas en la elaboración del programa del nuevo partido después del Consejo Nacional. Un primer y radical borrador fue trazado por Francisco Bravo y Ledesma Ramos en nombre de la Junta Política (el comité ejecutivo permanente del Consejo Nacional), que José Antonio presidía. Ingenuamente, Ledesma esperaba valerse del programa para facilitar la alianza con la anarcosindicalista CNT. La versión final fue obra de José Antonio, quien no sólo mejoró la prosa, sino que transformó el programa haciéndolo más abstracto y a la vez menos radical. Las fricciones por el programa y la desilusión de Ledesma luego de que el sindicato de la Falange, la Central Obrera Nacional Sindicalista, quedara marginado derivaron en una lucha por el poder[71]. A finales de noviembre, Geisser Celesia informó a Roma de que Ledesma Ramos estaba a punto de dejar la Falange, actitud en la que le apoyaba uno de los jonsistas más radicales, el ex anarquista Nicasio Álvarez de Sotomayor[72]. Por lo tanto, el 14 de enero de 1935 Ledesma, Álvarez de Sotomayor y Onésimo Redondo anunciaron que reorganizarían las JONS fuera de la Falange. En lugar de aceptar esta división, dos días más tarde José Antonio informaba a la Junta Política que Ledesma había sido expulsado por su persistente fraccionalismo. Después de que José Antonio, en su elegante traje color gris y su impecable camisa blanca, se hubiera enfrentado con más de un centenar de sindicalistas en camisa azul, la mayoría de ellos elementos jonsistas, incluyendo a Onésimo Redondo, permanecieron dentro de la FE y de las JONS[73].

Según su propia versión, Ledesma negó haber sido expulsado, proclamando que se había ido por propia iniciativa dadas las «diferencias irresolubles» con José Antonio como consecuencia de la moderación del programa de 27 puntos. Ledesma acusó a José Antonio de haber minado la misión revolucionaria de las JONS: «El nacional-sindicalismo que decía defender Primo de Rivera era un truco ingenuo, una ficción sin jugo, cuyo sostenimiento por nuestra parte nos convertía en verdaderos cómplices de una farsa contra el auténtico sentido nacional y popular de nuestra doctrina.»[74] Por su parte, en una carta dirigida al director del periódico madrileño Informaciones, José Antonio se refirió de manera despectiva al fraccionalismo de algunos mercenarios del lumpenproletariado, «un grupo, no legión de gentes cultivadas, fuera de todo ideal político, en los fondos infrasociales más turbios de la vida humana. Estos elementos revolucionarios de alquiler, son los que han tenido que salir de la Falange y de las JONS, no por establecer unidad de pensamiento, nunca rota entre nosotros, sino por higiene». Las divisiones eran tan intensas que se dice que sólo la intervención de José Antonio evitó un intento falangista de asesinar a Ledesma Ramos[75]. De todos modos, aquél encabezó un grupo de ataque para tomar las oficinas ocupadas por las JONS en la calle del Príncipe[76]. También publicó un ataque salvaje contra Ledesma, ridiculizando su defecto de habla[77]. Sólo un pequeño número de jonsistas acompañaron a Ledesma, quien amenazó con tomar acciones legales contra José Antonio Primo de Rivera para recuperar el nombre de su partido[78], pero sus esfuerzos por crear otro nuevo quedaron finalmente en nada y regresó a su puesto de trabajo en correos. Fue fusilado por fascista al comienzo de la guerra civil.

La desaparición de los elementos radicales no congració a la Falange con las clases media y alta. La muy extendida satisfacción con los gobiernos conservadores en los círculos de derechas en 1935 aseguraba que el respaldo financiero siguiera siendo exiguo. Los esfuerzos por crear un nuevo diario fracasaron[79]. José Antonio utilizó su propio dinero y recibió ayuda económica de parte de sus amigos, pero la cantidad recaudada siguió siendo insuficiente. En Gijón, la Falange alquiló un piso que pertenecía a Carmen Polo, esposa de Franco. Cuando éste se enteró del uso que se daba al piso, le ordenó a su cuñado Ramón Serrano Suñer que le dijera a José Antonio que desalojara de allí a sus seguidores[80] A finales de 1934 la Falange no podía pagar la luz ni la calefacción. Los ateridos miembros de la dirección se reunían a la luz de las velas[81]..

Primo de Rivera se vio finalmente obligado a recurrir a Mussolini. A finales de abril de 1935, volvió a visitar Italia y fue recibido en Génova por Eugenio Coselschi, antiguo secretario de D’Annunzio, jefe de los Comitati d’Azione per l’Universalità di Roma. Como equivalente italiano de la Auslandorganization nazi, los CAUR estaban incluidos en el Ministerio de Prensa y Propaganda italiano, bajo la dirección de su subsecretario, Galeazzo Ciano, yerno del Duce. El mismo Mussolini autorizó fondos para José Antonio. Entre junio de 1935 y enero de 1936 éste percibió cincuenta mil liras italianas por mes (el equivalente a treinta mil pesetas de entonces), una suma considerable proveniente de fondos de reptiles de la policía destinados a fines ilegales. José Antonio recibió personalmente el dinero en entregas bimensuales durante sus visitas a París en junio, agosto y noviembre de 1935 y en enero de 1936. El encargado de las entregas fue Amadeo Landini, enérgico agregado de prensa de la embajada italiana en París. A partir de febrero de 1936, debido a la crisis que sufría Italia por sus reservas de divisas, la cantidad fue reducida a la mitad. No pudo percibir José Antonio los pagos correspondientes a febrero y marzo, que debían entregarse en este último mes, porque para entonces ya estaba en la cárcel[82].

Tal vez fueran las críticas italianas a la debilidad e indecisión falangistas el motivo de que José Antonio diera el desaconsejable paso hacia la lucha armada para intentar derrocar la Segunda República. Alarmado ante la moderada escalada de represión que siguió a la insurrección de octubre, José Antonio deseaba entrar en acción antes de que la izquierda volviera al poder[83]. La decisión fue tomada en una reunión de la Junta Política realizada en el parador de Gredos a mediados de julio de 1935. José Antonio informó a sus camaradas de sus contactos con oficiales del Ejército simpatizantes de la causa. Presentó un plan para un levantamiento contra el gobierno que se llevaría a cabo cerca de la frontera portuguesa, en Fuentes de Oñoro, provincia de Salamanca. Un general anónimo, probablemente Sanjurjo, iba a ser el encargado de conseguir diez mil fusiles en Portugal, que luego serían entregados a los militantes falangistas. El golpe inicial sería seguido por una «marcha sobre Madrid[84]». El plan estaba lleno de riesgos. Con la izquierda recientemente derrotada y en medio de una represión activa, con un gobierno autoritario de derechas en el poder, con los militares más derechistas en posiciones de poder, el momento elegido para el golpe no podía ser más inoportuno. Al parecer, José Antonio había presentado la idea sin mucho entusiasmo, tal vez con la esperanza de que no pasara de la fase de planificación. El apoyo de los militares de más alta graduación no se materializó y, quizá para alivio de José Antonio, la idea se dejó de lado rápidamente. El jefe de la organización estudiantil de la Falange, Alejandro Salazar, escribió con amargura en su diario: «Hemos regresado de Gredos con loco entusiasmo, que ha de convertirse más tarde en desilusión al comprobar que todo ello no fue sino un modo de pasar el rato.»[85] La principal consecuencia de la decisión de pasar a la lucha armada fue, en todo caso, el establecimiento de contactos entre José Antonio y la ultraderechista Unión Militar Española en un intento infructuoso de obtener armas[86].

Confiando tal vez en que la financiación futura vendría de Italia, José Antonio se permitió el lujo de pronunciar un discurso de contenido radical en el transcurso de un acto celebrado en el cine Madrid el 19 de mayo de 1935. En él declaraba que la Monarquía estaba muerta y desligaba la Falange de la «reacción monárquica». Se quejaba de que las fuerzas contrarrevolucionarias en España, que «esperaron, al principio, que nosotros viniéramos a ser la avanzada de sus intereses en riesgo, y entonces se ofrecían a protegernos y asistirnos, y hasta a darnos alguna moneda, ahora se vuelven locos de desesperación al ver que lo que creían la vanguardia se ha convertido en el Ejército entero independiente». Seguro de los fondos italianos, declaró su creencia en el milagro de un éxito final a pesar de que los falangistas se encontraban «atacados por todos los flancos, sin dinero, sin periódicos[87]». No obstante, su tono cambió en el transcurso del año. El 17 de noviembre de 1935, en su discurso de clausura del segundo Consejo Nacional de la Falange, en el cine Madrid, habló en términos horrorizados del ataque soviético a la vida familiar y a los valores religiosos. Describió la Revolución Rusa como la «invasión de los bárbaros[88]». Tal como indica Southworth, José Antonio reconoció que su partido no iría a ningún sitio sin el apoyo financiero de la oligarquía, por lo que intentó crear una atmósfera de miedo que llevara a ésta a financiar la Falange como un medio de autodefensa[89]. Sin embargo, era demasiado tarde: el daño ya estaba hecho y las naves se habían quemado.

El 2 de octubre de 1935, José Antonio habló en las Cortes a favor del ataque italiano a Etiopía. De algún modo, estaba expresando su gratitud por la ayuda financiera que recibía de Mussolini, aunque sus palabras también reflejaban su esperanza de que el Duce venciera la hegemonía anglofrancesa que esclavizaba a España. Aprovechó la ocasión para hacer un ferviente recordatorio de la indigna ocupación de Gibraltar por Gran Bretaña[90]. Por lo demás, escribió en términos que recuerdan la retórica de Mussolini sobre las servidumbres italianas en el Mediterráneo: «En el exterior, debilidad, servilismo, olvido de Gibraltar y de Tánger. En resumen: ruina espiritual y material. ¡Vergüenza!»[91]

Tal vez porque los elementos más serios del Ejército no mostraron interés en las propuestas falangistas, José Antonio Primo de Rivera dio un paso poco inteligente a finales de 1935. A mediados de diciembre, en complejas circunstancias, el gobierno de Joaquín Chapaprieta cayó, y con él José María Gil-Robles, el líder de la CEDA, que había sido ministro de la Guerra desde mayo. Algunos políticos derechistas intentaron persuadir a algunos generales de cierto peso de que intervinieran para impedir que se convocasen nuevas elecciones. La opinión del general Franco, para quien el éxito relativo de la clase obrera durante los sucesos de octubre de 1934 no era un buen presagio para un golpe militar, fue la que finalmente prevaleció. Sin embargo, el 27 de diciembre, siguiendo una sugerencia del jefe provincial de Toledo, José Sainz Nothnagel, el jefe nacional propuso que varios cientos de militantes falangistas se unieran a los cadetes del Alcázar de Toledo para lanzar un pronunciamiento. Se trataba de una idea ridícula, y uno de los miembros de la Junta de Mando, José María Alfaro, intentó disuadirlo indicándole que la intentona podía ser derrotada en las estrechas calles de Toledo simplemente con que la gente arrojara macetas a los insurrectos desde los balcones. De todos modos, José Antonio estaba muy entusiasmado con la idea, y llegó a decir que «colocaremos unas ametralladoras en la Puerta Visagra. Yo serviré una». Envió a sus lugartenientes Raimundo Fernández-Cuesta, Alfaro y Sainz Nothnagel a Toledo para que presentaran esta desafortunada propuesta al coronel José Moscardó, gobernador militar y director de la Escuela Central de Gimnasia de esa ciudad. La partida de los enviados se pospuso hasta después de una cena en un club de gourmets al que José Antonio y Alfaro pertenecían junto con algunos prominentes monárquicos. Se pusieron en marcha a las dos de la madrugada, en cuanto Alfaro se hubo cambiado el traje de etiqueta, y pasaron el resto de la noche en un hotel de Toledo. Moscardó, a quien vieron temprano a la mañana siguiente, era una figura de tercer rango como mucho, lo que tal vez explica por qué de entrada no descartó la idea. En cambio, se fue a Madrid a ventilarla con Franco. Para suerte de José Antonio, el general, que recientemente había rechazado propuestas mejor respaldadas, desestimó el plan por impracticable y fuera de tiempo[92] y se sintió agraviado por lo que consideraba iniciativas prematuras de los civiles[93].

Franco y José Antonio volvieron a encontrarse en febrero de 1936, en casa del padre y los hermanos de Ramón Serrano Suñer, justo antes de las elecciones del Frente Popular, a mediados del mismo mes. José Antonio discutió apasionadamente a favor de un golpe militar que estableciera un gobierno nacional contrarrevolucionario. Sus encantos no influyeron en Franco, quien se mostró cautelosamente evasivo y divagó interminablemente. El general consideraba a José Antonio un peligroso aficionado y no tenía ninguna intención de involucrarse en una conspiración con él, pero, como no podía ser de otro modo, no lo dijo claramente. José Antonio se sintió amargamente desilusionado e irritado, y comentó más tarde: «Mi padre, con todos sus defectos, con toda su desorientación política, era otra cosa. Tenía humanidad, decisión y nobleza. Pero estas gentes…»[94]

A pesar de los esfuerzos de José Antonio, quien visitó a Gil-Robles en tres ocasiones, la Falange no pudo alcanzar un acuerdo con la derecha conservadora para las elecciones de mediados de febrero de 1936. Quería más escaños seguros que los que el exiguo apoyo electoral con que contaba podía justificar. José Antonio rechazó unos pocos escaños de compromiso porque, en su opinión, no harían más que llevarse los votos de la Falange, a la vez que privarían al partido de desempeñar otro papel que no fuera el de guerrilleros de los conservadores[95]. Dado que los escaños más seguros eran los de las aldeas gallegas y los de los feudos andaluces controlados por los ultraconservadores de Renovación Española, José Antonio creyó que su exclusión había sido provocada por Calvo Sotelo, quien buscaría así venganza por habérsele impedido entrar en la Falange[96]. Si ésta hubiera sido parte del amplio frente de derechas, es probable que José Antonio hubiese resultado elegido. Pero solo y sin apoyo popular, tenía escasas posibilidades.

José Antonio hizo campaña sin descanso, pero a pesar de que pretendía hacer creer que no pertenecía a la izquierda ni a la derecha, sus simpatías estaban claras. El disidente y poeta falangista Dionisio Ridruejo echó abajo la idea de una Falange de izquierdas cuando describió la furia de José Antonio al presenciar una manifestación de la clase trabajadora en Madrid poco después de la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936. José Antonio había comentado: «Con un par de buenos tiradores una manifestación como ésa se disuelve en diez minutos». Ridruejo escribió:

Tales reacciones eran una especie de test útil para disuadir a los que niegan el carácter necesaria y visceralmente derechista o reaccionario del movimiento falangista que, «en frío», tomaba distancia del movimiento general contrarrevolucionario y hasta sentía repulsión por él, pero que «en caliente» se veía arrastrado a su onda de modo irremediable, aunque con la quimérica pretensión de encabezarlo y llevarlo por derroteros reformistas.

Dejando de lado su aversión por Calvo Sotelo, José Antonio estaba dispuesto a dejar que la Falange actuase como el instrumento de las clases más altas. Como le dijo a Ridruejo: «Esperemos que se enteren de una vez. Nosotros estamos dispuestos a poner las narices, ¿no? Pues que ellos pongan, por lo menos, el dinero.»[97]

Que el supuestamente izquierdista José Antonio buscase dinero de los banqueros e industriales no es más sorprendente que el que aceptase, a pesar de su incontestable nacionalismo, dinero de Mussolini. Ambos hechos nos recuerdan la realidad, tan convenientemente olvidada por los apologistas de Franco, de que el exiguo apoyo disfrutado por la Falange en 1936 presagiaba las pocas posibilidades de sus líderes de representar una opción política seria por medios legales. Vale la pena recordar que mientras en 1935 el cerebral Azaña atraía a cientos de miles de españoles a sus mítines en campo abierto, José Antonio nunca fue capaz de hipnotizar a una audiencia masiva. Geisser Celesia se quejaba de la «mentalidad escolástica y filosófica» reflejada en sus discursos, que consideraba «más técnicos que políticos[98]». Su influencia era más intensa en los salones y las tertulias que en las reuniones masivas, tal como quedó reflejado en sus resultados electorales. En las elecciones del 19 de noviembre de 1933, siendo candidato por Cádiz como parte de una amplia plataforma derechista, obtuvo el 18,5% de los votos. En febrero de 1936, como candidato falangista independiente, obtuvo 7499 votos, un 4,6% del total, mientras que el conservador Ramón de Carranza, de Renovación Española, obtuvo 64 326. La otra ocasión en que obtuvo votos suficientes para acceder a un escaño parlamentario fue también como miembro de una amplia candidatura de derecha, en las elecciones parciales de Cuenca en mayo de 1936, escaño que finalmente no pudo ocupar debido a que en las elecciones originales, en febrero, no había sido candidato por esa provincia.

Sin embargo, a pesar de su fracaso en las elecciones de febrero, el cambio de circunstancias que se produjo después de la victoria del Frente Popular comenzó a ser abiertamente favorable para la Falange. Es probable que alrededor de quince mil afiliados del movimiento juvenil de la CEDA, la Juventud de Acción Popular, se pasasen en bloque a la FE y de las JONS[99]. Lamentablemente, José Antonio Primo de Rivera no pudo capitalizar este cambio de coyuntura. De todos modos, aprovechó varias oportunidades facilitadas por su amigo Ramón Serrano Suñer para dejar claro ante los militares de mayor prestigio su interés y sus simpatías por su conspiración. Mantuvo una entrevista con el general Mola, aparentemente para ofrecerle los servicios de la Falange. Con anterioridad, ese mismo día, 8 de marzo, Mola había sido designado «el Director» de la proyectada rebelión militar por los principales conspiradores, incluido el general Franco. También se entrevistó con el teniente coronel Juan Yagüe, que era el enlace de Mola con el elemento clave de la rebelión, el Ejército colonial de Marruecos[100]. El papel de la Falange sería realizar actos de terrorismo para provocar represalias de la izquierda, con lo cual las lamentaciones de la derecha a causa de los desórdenes quedarían justificadas.

A principios de marzo se produjeron en Madrid varios incidentes callejeros en los que se enfrentaron falangistas e izquierdistas. El día 11, un falangista, el estudiante de derecho Juan José Olano, murió a tiros en una reyerta. Al día siguiente, como represalia, un comando terrorista formado por tres falangistas, actuando seguramente con el conocimiento de José Antonio, intentó asesinar a Luis Jiménez de Asúa, elegido como víctima por ser distinguido catedrático de derecho y diputado del PSOE. Jiménez de Asúa sobrevivió, pero su guardaespaldas, el policía Jesús Gisbert, murió. Durante su entierro se produjeron disturbios en Madrid. Se incendiaron dos iglesias y los locales de La Nación, diario de Manuel Delgado Barreto, amigo y colaborador de la familia Primo de Rivera. En consecuencia, el 14 de marzo, no pudiendo recurrir a su inmunidad parlamentaria, perdida en las elecciones de febrero, José Antonio Primo de Rivera y otras figuras de la dirección de la FE y de las JONS fueron arrestados. Ya que no se podía establecer su culpabilidad por el atentado contra Jiménez de Asúa, fueron detenidos basándose en un tecnicismo. Sin embargo, apenas si caben dudas acerca de que José Antonio estaba al corriente de la actuación del comando. Su hermano, Miguel, visitó a Juan Antonio Ansaldo para pedirle que fuera a la cárcel Modelo para hablar con aquél de la manera de organizar la fuga de los tres supuestos asesinos. Ansaldo accedió gustoso, y trazó con José Antonio un plan para llevarles a Francia en avioneta. Unos días después Ansaldo llevó a cabo la operación con éxito, pero los tres terroristas fueron detenidos por la policía francesa y devueltos a España tras un rápido proceso de extradición. El día 8 de abril se les procesó por el asesinato de Gisbert y el atentado contra Jiménez de Asúa. El principal responsable, Alberto Ortega, fue condenado en la Audiencia de Madrid a veinticinco años de cárcel, y sus dos cómplices a seis. En las altas esferas de la Falange —lo que significa en la cárcel Modelo de Madrid— se decidió responder con una represalia contra el magistrado de la Audiencia de Madrid, Manuel Pedregal, quien murió acribillado a tiros la noche del 13 de abril. Su muerte fue una terrible advertencia a los jueces que tuviesen en el futuro que procesar a otros falangistas[101]. En el transcurso de abril y mayo, José Antonio se presentó varias veces a los tribunales dentro de la cárcel Modelo para defenderse de varias acusaciones dirigidas a mantenerlo en prisión. En la segunda aparición, el 30 de abril, el juez declaró que no había motivos para prohibir la Falange, aunque el juicio no se hizo público. En la última de estas apariciones, el 28 de mayo, José Antonio fue acusado de tenencia ilícita de armas. Se alegó que seis semanas después de su arresto la policía había encontrado dos pistolas en su domicilio. Citando los múltiples registros anteriores, José Antonio acusó, a su vez, a la policía de colocar las armas. Cuando el tribunal se pronunció en su contra, José Antonio Primo de Rivera, furioso, se arrancó la toga de abogado y se limpió los pies con ella mientras decía que si ésa era la justicia española renunciaba a sus servicios. Al grito de «¡Arriba España!», él y otros falangistas intentaron asaltar el estrado, originándose una reyerta[102]. En la cárcel, él y sus compañeros podían «comunicar con familiares y amigos por la mañana y por la tarde. Podíamos levantarnos y acostarnos a la hora que nos pareciese. Y podíamos recibir del exterior la comida que nos enviaban para no tener que alimentarnos de rancho». José Antonio jugaba como delantero centro del equipo de fútbol de falangistas encarcelados[103], pero sobre todo dedicaba su tiempo a dirigir la estrategia de tensión llevada a cabo por su partido. Éste pasó a la clandestinidad y la escalada de acciones sangrientas, con su ciclo de provocaciones y represalias, se intensificó de manera notoria[104]. Le dijo a su amigo, Felipe Ximénez de Sandoval: «No quiero un falangista más aquí. Con el primero que venga sin mi consentimiento si no es por un motivo razonable, como haberse cargado a Azaña o Largo Caballero, usaré de toda mi autoridad de Jefe Nacional para ponerle de patitas en la calle». Desde la cárcel, José Antonio estaba en contacto con carlistas y con Renovación Española. Como le escribió a Antonio Goicoechea el 20 de mayo, la cárcel no le impedía «dirigir el movimiento», es decir, la actuación de la Falange en los preparativos de la guerra civil[105]. Permaneció en contacto con Mola, a quien ofreció una fuerza de choque de cuatro mil hombres[106].

Hubo, sin embargo, excepciones. En abril, por ejemplo, José Antonio detuvo un intento de asesinato contra Largo Caballero en el hospital donde éste visitaba a su moribunda esposa[107]. En general, no obstante, estaba utilizando la Falange en su papel de carne de cañón callejera, tan crucial para el escenario político del levantamiento militar. A finales de 1936 le encomendó a José Luis de Arrese que organizara la Falange en Granada: las tres escuadras resultantes desempeñaron un papel crucial en la represión que tuvo lugar en dicha ciudad[108]. Otros subordinados de José Antonio fueron enviados como emisarios a las provincias con el fin de organizar la coordinación entre la Falange y los militares. El dinámico José Sainz Nothnagel desarrolló su actividad en Castilla la Nueva, Zaragoza, Murcia, Albacete y Alicante. Manuel Hedilla fue incansable en Santander y Galicia[109] A Rafael Garcerán le envió a Pamplona con una carta para el general Mola que contenía detalles de la propuesta de participación de la Falange en el inminente levantamiento[110].. Mientras tanto, Calvo Sotelo había surgido como el hombre fuerte de la derecha española, que de todos modos tenía puestas sus esperanzas en un golpe militar.

Irónicamente, a pesar de los esfuerzos de los propagandistas de Franco en contar una historia diferente, la relación de José Antonio con el general, lejos de ser de cooperación entre dos héroes, fue de desprecio mutuo. Lo que realmente selló ésta antipatía fue su implicación en la repetición de las elecciones de Cuenca en abril de 1936. Después de las elecciones del Frente Popular del 16 de febrero de 1936, los resultados habían sido declarados nulos en algunas provincias, incluida Cuenca, donde se habían falsificado votos. En la repetición de las elecciones, fijada para comienzos de mayo de 1936, la lista unitaria de la derecha incluía tanto a José Antonio Primo de Rivera como al general Franco. El líder de la Falange había sido incluido con la esperanza de asegurarle la inmunidad parlamentaria que le habría permitido salir de la cárcel, donde estaba desde mediados de marzo[111]. Sin embargo, José Antonio hizo saber que consideraba la inclusión de Franco en la lista como un «craso error». En la creencia de que éste sería un fracaso como orador parlamentario, le dijo a Serrano Suñer: «Lo suyo no es eso y puesto que se piensa en algo más terminante que una ofensiva parlamentaria, que se quede él en su terreno dejándome a mí éste, en el que estoy probado». Para el caso, la elección de Cuenca fue declarada en el último momento como una repetición, y aunque José Antonio había obtenido suficientes votos para un escaño, fue descalificado porque no había sido candidato en la elección original[112]. A pesar de ello, Franco nunca perdonó la participación del líder falangista en lo que él consideró una humillación[113].

Ignoramos cómo habría actuado José Antonio Primo de Rivera si hubiera quedado en libertad como resultado de las elecciones de Cuenca. Su «Carta a los militares de España», del 4 de mayo de 1936, contribuyó poco a sugerir que era una figura de paz, reconciliación o ideales progresistas: «Cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamentales». Dicho documento es una secuela lógica de su apología de un golpe militar previo a las elecciones de febrero, utilizando el recurso instintivo de las tradiciones familiares. Siempre creyó en la necesidad de la ayuda militar. Le preocupaba la posibilidad de que la Falange fuera hundida por oficiales del Ejército reaccionarios[114]. También le preocupaba la falta de determinación de éstos, por lo que decía: «Es inútil contar con los generales en activo. Son unos “gallinas”; y Franco el “gallina” mayor.»[115] Por otro lado, sus dos circulares a los jefes provinciales del 24 y 29 de junio de 1936 indicaban sus temores a que la Falange fuera destruida aunque el levantamiento militar tuviera éxito.

Como al gobierno le preocupaba un intento de fuga, la noche del 5 de junio el líder falangista y su hermano, Miguel, fueron trasladados de Madrid a Alicante a pesar de las enérgicas protestas que él mismo describió como «furia bíblica» en una carta a una «camarada[116]». La pequeña y destartalada cárcel de Alicante constituyó una desagradable sorpresa después del relativo confort de la cárcel Modelo de Madrid. Sin embargo, fueron bien tratados gracias al amable —por no decir irresponsablemente tolerante— director de la prisión, don Teodorico de la Serna. El 17 de junio José Antonio describió la cárcel a Onésimo Redondo como «residencia… grata y tranquila, donde puedo organizar mis horas bastante bien». Le permitían recibir la prensa, así como correspondencia —abundantísima— y visitas —llegaron a superar las mil ochocientas—, sin ningún tipo de interferencia oficial, hasta el 4 de agosto, cuando la guerra llevaba ya casi tres semanas. Venían a verle tantas personas que José Antonio se vio en la necesidad de pedir a don Teodorico que las organizara en grupos de veinte y que se les limitara la estancia a sólo cinco minutos. En la primera semana de julio establecieron residencia en Alicante su hermana Carmen y su tía María Jesús, así como la esposa de Miguel, Margarita Larios, Margot, para cuidar a los dos hermanos encarcelados[117].

La flexibilidad del régimen carcelario le permitió a José Antonio desempeñar durante junio y la primera mitad de julio un papel activo en la preparación tanto del alzamiento como de su propia fuga. Envió instrucciones a su hermano Fernando, principal enlace con los militares conspiradores, para que los falangistas madrileños se lanzasen a la calle en unión con los militares rebeldes. Él mismo mantenía un estrecho contacto con los elementos militares de Alicante comprometidos en la conspiración. El día 12 de julio, escribió a Ernesto Giménez Caballero: «A fuerza de tender cables, estoy ya en contacto con cuanto pueda haber en España, en este momento, de eficaz. Hasta tal punto, de que sin la Falange no se podría hacer nada en este momento, como no fuera un ciempiés sin salida». Tan confiado estaba en el éxito del alzamiento que hicieron planes para su huida su hermano Fernando y el diputado de la CEDA por Toledo y muy amigo suyo, José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde. A tal fin, el 14 de julio Mayalde logró introducir dos pistolas en la celda aunque el intento de fuga se aplazaba constantemente, en parte por la convicción de que el éxito de la sublevación aseguraría su libertad. Al enterarse de la muerte de José Calvo Sotelo el día 13 de julio, José Antonio mandó a Mayalde a Pamplona con una imperiosa carta en la que le pedía a Mola que se diese prisa en iniciar la sublevación. Escribía: «Tiene el carácter de apelación suprema. Estoy convencido de que cada minuto de inacción se traduce en una apreciable ventaja para el gobierno». También le pidió a Mayalde: «Y además le dices que si él no se decide e inicia el Movimiento, lo iniciaré yo desde aquí». De hecho, cuando llegó a Pamplona Mayalde le comunicó Mola que ya había enviado un oficial a Alicante para dar las órdenes para el levantamiento[118]. Informado por dicho oficial de la fecha exacta del alzamiento, José Antonio redactó un manifiesto, con fecha 17 de julio de 1936, en el cual expresaba la participación sin reservas de Falange en la rebelión. Pasó los días anteriores al estallido de la guerra ordenando sus numerosos papeles y haciendo las maletas, con la certeza, evidentemente, de que el golpe tendría éxito en Alicante y que pronto dejaría la cárcel. La noche del 17 de julio, los dos hermanos Primo de Rivera tomaron un vino con los otros 27 falangistas de la cárcel, y José Antonio brindó por el triunfo del alzamiento. Al día siguiente, las primeras noticias recibidas de la rebelión militar provocaron cierta euforia en él. Debido a ello se sintió lo bastante confiado para mandar a su hermana a Carmen, a su cuñada Margarita y a su tía María Jesús a Alcoy con instrucciones para la Falange local. A la vuelta fueron arrestadas y más tarde procesadas con él. Pronto se puso de manifiesto que el gobernador militar de la plaza, el general José García Aldave, no se había sublevado y la izquierda alicantina había tomado el poder. Esto supuso un duro golpe para José Antonio, quien temía, no sin razón, que una turba izquierdista asaltase la prisión. Él y Miguel empezaron a quemar papeles comprometedores. Después, en un atlas de la biblioteca de la cárcel siguió ansiosamente el progreso de las columnas africanas de Franco[119].

La aparente transformación experimentada por José Antonio a lo largo de los siguientes cuatro meses daría pie a la idea, posteriormente muy extendida, de que podría haber sido la gran oportunidad perdida para reconciliar ambos bandos en la guerra civil española. Esta noción se basaba, primero, en el hecho de que en la cárcel de Alicante, después del fracaso inicial del pronunciamiento del 18 de julio, y más todavía, después de que fuese condenado a muerte, expresaba su interés en la reconciliación; segundo, en la suposición de que no podría haber convivido políticamente con Franco, y, tercero, en la muy exagerada simpatía que Prieto y él sentían el uno por el otro. El 9 de agosto de 1936, José Antonio escribió al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, solicitándole una audiencia. Martínez Barrio envió un intermediario, a quien José Antonio imploró, sin éxito, que le mandara a la zona nacional para obrar y poner fin a la guerra. Dio su palabra de honor de que si se le liberaba con vistas a esa misión, regresaría después a la cárcel, lo que constituía un reconocimiento implícito, cuando no cínico, de la legalidad republicana. Dadas las circunstancias, las autoridades republicanas no pudieron aceptar su sugerencia. De todos modos, Martínez Barrio estaba convencido, y con razón, de que una misión de paz, aunque fuera encabezada por el jefe nacional de la Falange, habría influido bien poco en los militares rebeldes[120].

Qué habría hecho José Antonio para poner límites al comportamiento sangriento de la Falange durante la guerra de haber tenido éxito alguna de sus tentativas de fuga, o si hubiese logrado llegar a la zona nacional en los primeros días de la contienda (téngase en cuenta que cuando se le mandó de Madrid a Alicante, otros de sus compañeros de cautiverio fueron enviados a Huelva y a Vitoria, que pronto se encontraron en manos de los sublevados), es pura especulación. El que hubiese dirigido las actividades terroristas de la primera línea falangista durante la primavera de 1936, así como el episodio narrado por Ridruejo, siembran serias dudas en cuanto a que hubiera puesto objeciones a una Falange muy inflada de nuevos reclutas, utilizada como instrumento del terror estatal que aniquilaba a los elementos de la izquierda en la zona nacional. Parece razonable suponer, de todos modos, que habría visto con disgusto la subsiguiente incorporación al Movimiento Nacional, la claque burocrática de Franco. Además, es difícil creer que a José Antonio le hubiese complacido ver cómo Falange Española y de las JONS, una vez convertida en Falange Española Tradicionalista y de las JONS, se deterioraba hasta transformarse en una organización parásita cuya función primordial era buscar para sus afiliados puestos y prebendas en la Organización Sindical y otras entidades estatales. Sin embargo, existen pocas evidencias de que habría podido hacer algo para detener la orgía de matanzas en que se vio rápidamente envuelta la Falange.

Probablemente con la esperanza de sembrar la discordia en el campo franquista, Prieto envió copias de los escritos de José Antonio a sus dos albaceas, Ramón Serrano Suñer y Raimundo Fernández-Cuesta[121]. La supuesta simpatía entre Prieto y Primo de Rivera se basaba en tres débiles premisas: la primera, su famoso apretón de manos en junio de 1934; la segunda, el que, estando encarcelado en Madrid, Primo de Rivera escribiera un artículo en respuesta al famoso discurso pronunciado por Prieto el 1 de mayo de 1936, durante la campaña electoral de Cuenca. Finalmente, a mediados de agosto de 1936, el que Prieto interviniese para evitar que José Antonio, su hermano, Miguel, y su cuñada, Margot, fueran fusilados sin juicio por el revolucionario Comité de Orden Público de Alicante. El gobernador civil descubrió un plan para, con la excusa de trasladarles de Alicante a la cárcel de Cartagena, asesinarles en el camino. Por mediación de Prieto, un prestigioso socialista local, Antonio Cañizares, logró convencer al Comité de Orden Público de que desistiera de este proyecto. En consecuencia, se nombraron nuevos y más eficientes oficiales de prisión, quienes descubrieron el 16 de agosto las pistolas suministradas por Mayalde. Los hermanos alegaron que habían sido colocadas por otros[122].

El artículo de José Antonio, titulado «Prieto se acerca a la Falange», fue publicado en la revista falangista Aquí Estamos, de Palma de Mallorca, el 23 de mayo. Prieto no lo leyó hasta después de la muerte de José Antonio, y cuando finalmente escribió una respuesta, a finales de diciembre de 1938, lo hizo argumentando que, lejos de «acercarse a la Falange», no había dicho nada que no viniera diciendo en los últimos veinticinco años. De todos modos, el líder socialista se sintió lo bastante conmovido por el artículo de José Antonio como para escribir: «Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fuesen fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena de ser ventiladas en el campo de batalla.»[123]

Que el propio Prieto considerase que José Antonio podría haber sido un serio inconveniente para Franco indica por qué se hizo tan poco en Salamanca para facilitar los intentos de salvarle de la ejecución. Una vez muerto, por supuesto, Franco no tendría escrúpulos en permitir que su fin fuera considerado un martirio, lo que serviría como instrumento para atraer a las masas. El hombre que una vez dijo «Nosotros queremos una España alegre y faldicorta», difícilmente habría sido del agrado de Franco[124] Su ejecución fue un grave error por parte de la República[125].. Dado que llevaba encarcelado desde mediados de marzo, cuatro meses antes del levantamiento militar, hasta cierto punto se le juzgaba tanto por lo que se suponía que habría hecho si hubiese tenido la libertad para ello como por su innegable participación en la preparación de la rebelión.

Se llegó a considerar la posibilidad de un intento de fuga o un canje de prisioneros. Aunque esto último, claramente arriesgado, fue finalmente desestimado, se discutió la idea de un intercambio de José Antonio por el hijo del primer ministro republicano Francisco Largo Caballero[126]. Varios nacionalistas prominentes cruzaron las líneas de fuego. Raimundo Fernández-Cuesta, amigo íntimo de José Antonio, fue oficialmente canjeado por una figura republicana menor, Justino de Azcárate. Miguel Primo de Rivera lo fue por el hijo del general republicano Miaja. Entre los fugados más destacados se encontraba otro amigo íntimo de José Antonio, Ramón Serrano Suñer. Obviamente, dada la importancia de José Antonio Primo de Rivera, su salida o su fuga habrían sido complicadas. De todos modos, hubo intentos de liberarlo, el primero de los cuales fue llevado a cabo por grupos aislados de falangistas alicantinos. A principios de septiembre, cuando los alemanes habían empezado a ver la Falange como el componente español de un futuro orden político mundial, se realizaron esfuerzos más serios, en gran medida bajo los auspicios del cónsul alemán en Alicante, Hans Joachim von Knobloch. El 17 de septiembre, un grupo de falangistas encabezado por el primo de José Antonio, Agustín Aznar, de veinticuatro años, llegó en un barco torpedero alemán. Sin embargo, sus planes de dar un «golpe de mano» se cambiaron por un intento de sacar de la cárcel a Primo de Rivera mediante sobornos, plan que falló cuando Aznar fue descubierto y tuvo que escapar, lo que hizo a duras penas. En octubre, Von Knobloch y Aznar continuaron sus esfuerzos, pero tropezaron con un apoyo menos que entusiasta por parte del recientemente nombrado jefe del Estado[127].

Esto apenas resultó sorprendente. Franco necesitaba la Falange, y no sólo como un medio para la movilización política de la población civil, sino como una forma de crear una identificación espuria con los ideales de sus aliados alemanes e italianos. Si el carismático José Antonio Primo de Rivera hubiese aparecido en Salamanca, habría sido bastante más difícil para Franco dominar y manipular a su antojo a la Falange. Cierto es que sus decepcionantes encuentros con Franco anteriores a la guerra, así como el que conociese personalmente a muchos generales, hacían que José Antonio fuese cauteloso ante una cooperación excesiva con el Ejército, por miedo a que la Falange fuera utilizada, sencillamente, como carne de cañón o como adorno político en la defensa del viejo orden. Su última entrevista la concedió al periodista americano Jay Allen, el 3 de octubre de 1936, y fue publicada seis días después en The Chicago Daily Tribune. En ella el líder falangista explicaba en términos de afrenta que la defensa de los intereses oligárquicos había impedido las ambiciones retóricas de su partido de promover cambios sociales. También le comentó a un incrédulo Jay Allen que no podía probarse que hubiese sido responsable de la violencia política desatada en Madrid[128]. Los nacionales, en su opinión, «echarán a España por el abismo». Aun considerando la posibilidad de que José Antonio exagerara sus metas revolucionarias para obtener el favor de sus carceleros, el choque implícito con los planes políticos de Franco resultaba claro. Jay Allen descubrió que la actitud del líder falangista era todo menos conciliadora, y se sintió obligado a poner fin a la entrevista «debido a las sorprendentes indiscreciones de Primo[129]».

En el proceso que se siguió contra él, José Antonio Primo de Rivera negó que hubiera desempeñado papel alguno en los preparativos de la sublevación. En las circunstancias de la guerra civil española, poca duda cabe de que su participación activa en la coordinación de la contribución falangista al alzamiento justificaba que se le acusara, junto con su hermano Miguel y su cuñada Margot, de conspiración y rebelión militar. El procedimiento judicial comenzó el 3 de octubre de 1936. El 16 de noviembre, los hermanos aparecieron delante de un Tribunal Popular, con tres magistrados y un jurado de catorce miembros con derecho a hacer preguntas a los acusados y a los testigos. En tales casos de rebelión contra el poder constituido se aplicaba el Código de Justicia Militar, lo que significaba, en caso de un veredicto de culpabilidad, el pelotón de fusilamiento. Luchando para salvar su vida, José Antonio respondía evasivamente al interrogatorio del fiscal. Cuando se le preguntó por sus conexiones con los monárquicos en los preparativos del levantamiento, contestó que él jamás habría colaborado con grupos a los que había combatido durante los últimos dos años —lo que, en vista de sus contactos con Goicoechea, era mentira—. Como respuesta a una pregunta respecto a su participación en la preparación de un levantamiento falangista en Alicante, dijo que le habría sido difícil conspirar en la cárcel ya que había siempre tantos visitantes —lo que constituía una evidente distorsión de la verdad—. Preguntado por un miembro del jurado (Ortega), negó que la Falange hubiera planeado jamás atentado alguno o que él mismo tuviera alguna responsabilidad por la participación en la sublevación de la Falange en Alicante. Frente a otro (Doménech), alegó que la Falange colaboraba con los militares en la zona rebelde porque él estaba encarcelado —lo que implicaba que, de estar en libertad, lo habría impedido—. El 16 de noviembre, al leer las conclusiones de la defensa, alegó que la Falange era una organización lícitamente constituida, y volvió a negar cualquier responsabilidad por los actos de violencia de ésta, así como participación personal, en la preparación del golpe militar del 18 de julio. Tras deliberar durante dos horas, los tres magistrados volvieron y sometieron 26 preguntas a la consideración del jurado. Se retiró éste. Después de repasar los testimonios y discutir el caso durante cuatro horas, regresó a las dos y media de la madrugada del 18 de noviembre, emitiendo un veredicto de culpabilidad. Los tres magistrados accedieron a la petición del fiscal de pena de muerte para José Antonio Primo de Rivera, reclusión perpetua para Miguel Primo de Rivera y seis años y un día para Margarita Larios. Terminó el juicio a las tres de la madrugada. El gobernador civil de Alicante, el comunista Jesús Monzón, intentó demorar la ejecución. Sin embargo, antes de que el Consejo de Ministros pudiera pedir un indulto o la conmutación de la pena, el Comité de Orden Público local ordenó que se aplicara la sentencia el día 20 de noviembre por la mañana. José Antonio pasó los días 18 y 19 escribiendo su testamento político además de muchas cartas de despedida a sus amigos y camaradas, todo ello redactado con dignidad, coraje y serenidad. Fue fusilado en el patio de la cárcel de Alicante a las seis y media de la madrugada del 20 de noviembre de 1936[130].

Testigos presenciales indican que murió con valentía y honor[131] La noticia de la ejecución llegó al cuartel general de Franco poco después[132] El general utilizaría todas y cada una de las oportunidades de propaganda provistas por la eterna ausencia del héroe que ya no podría ser una presencia incómoda[133].Durante dos años, al menos públicamente, se negó a creer que José Antonio hubiese muerto. El líder falangista era más útil «vivo» para los planes políticos del Generalísimo. Mientras que la dirección provisional de la Falange albergara la esperanza de que seguía con vida, no haría nada para crear un liderazgo alternativo. Usando la expresiva metáfora teatral de Herbert Southworth, los decorados, el vestuario, la escenografía y la puesta en escena de la FE y de las JONS fueron robados para enmascarar la pobreza doctrinaria del franquismo. Ciertos escritos de Primo de Rivera fueron suprimidos y su designado sucesor, Manuel Hedilla, encarcelado bajo pena de muerte. Una vez aceptada oficialmente la desaparición de José Antonio, Franco utilizó el culto del ausente para dominar a la Falange.

La ejecución de José Antonio Primo de Rivera fue una contribución significativa a la seguridad política de Franco. Si Primo de Rivera hubiese llegado a Salamanca después de la experiencia traumática de su juicio, es posible que hubiera hecho lo posible para detener la matanza. Los meses en prisión, las conversaciones con sus carceleros, el derramamiento de sangre de la guerra y la sombra amenazadora de su propia ejecución habían suavizado la violenta figura de tan sólo cuatro meses antes. Estaba abierto a la idea de una reconciliación nacional de un modo que Franco nunca estaría. Su testamento incluía la frase «Ojalá fuera mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles[134]». En sus últimos días en la cárcel hacía esquemas sobre los posibles ministros y políticas de un gobierno de «concordia nacional», cuyo primer acto habría sido una amnistía general. Su actitud hacia Franco quedó claramente revelada en sus comentarios sobre las implicaciones de una victoria militar, que en su opinión sólo consolidaría el pasado. Veía tal victoria como el triunfo de «un grupo de generales de honrada intención, pero de desoladora mediocridad política. Puros tópicos elementales (orden, pacificación de los espíritus…). Detrás: 1) el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático; 2) las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas; el capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna[135]». Por otra parte, en su testamento rehusó condenar a los militares por lo hecho desde el alzamiento[136].

Si José Antonio se hubiese salvado, la explotación por Franco de la Falange como base política habría sido bastante más difícil. Cuál hubiese sido el papel de su amigo Serrano Suñer —principal consejero político de Franco— si José Antonio hubiera vivido, sigue siendo una interesante pregunta. Sin embargo, es suponer demasiado creer que Franco no se habría deshecho de Primo de Rivera del modo en que se deshizo de tantos rivales. Como José Antonio le dijo a Jay Allen: «Sólo sé que si este movimiento gana y resulta ser nada más que una reacción, retiraré mi Falange y […] probablemente volveré a estar en ésta o en otra cárcel dentro de pocos meses.»[137] No obstante, la ejecución de José Antonio Primo de Rivera fue un enorme error político para la República. El juicio en sí no fue ilegal, sino un consejo de guerra que siguió el debido proceso, y tras encontrar a José Antonio Primo de Rivera culpable de rebelión, le condenó a muerte. La condena pasó a la Corte Suprema y fue confirmada. Sin embargo, fue ejecutado antes de que el gabinete diera la aprobación final. El primer ministro republicano, Francisco Largo Caballero, así como todos los miembros de su gobierno, se sintieron ultrajados[138]. El presidente de la República, Manuel Azaña, intervino en balde para salvar la vida del líder falangista[139].

José Antonio no puede ser enjuiciado por lo que se hizo con su memoria después de su muerte. Aún menos puede juzgársele sobre la base de lo que muchos de sus seguidores hicieron en servicio de Franco. Parafraseando una vez más a Herbert Southworth, vendieron sus acciones en los ideales de Falange Española a cambio de pensiones vitalicias de Franquismo, S. A. La política española entre 1937 y 1942 contiene amplia evidencia de que considerar a José Antonio como la gran oportunidad perdida es subestimar la astucia y la crueldad de Franco. En este sentido, si bien los comentarios de Prieto anteriormente citados pueden ser válidos como valoración de la humanidad de José Antonio, deben verse a la luz tanto del contexto político en que fueron escritos, como de las enormes dificultades con que José Antonio habría topado si se hubiera opuesto a Franco. La Falange que había sido engendrada en los primeros meses de la guerra tenía poco que ver ya con José Antonio. En los ocho meses desde su arresto, la caravana había continuado su camino. Es imposible saber qué autoridad habría tenido entre sus seguidores de antaño, y, de haberla tenido, si Franco le habría permitido ejercerla.