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Escribiendo historia birmana

Pyinkayaing estaba situada en el más occidental de los canales de las desembocaduras del Irrawaddy, ese gran río carretera de la vida birmana, que para entonces ya estaba urbanizado a lo largo de todas las bocas del delta formando una inmensa ciudad de cara al río, o un cúmulo de ciudades, río arriba por cada brazo del río hasta Henzada y, aún más arriba, hasta Mandalay. Pero era en Pyinkayaing donde la enorme ciudad podía verse en toda su inmensidad, los canales del río fluyendo hacia el mar como grandes avenidas, entre grupos de altísimos rascacielos que convertían a los ríos en profundos cañones, con innumerables calles y callejuelas tendidas como puentes y alternando con los mucho más numerosos canales, entrecruzándose unos con otros formando varias tramas superpuestas, y todos ellos dominados por los profundos cañones formados por la miríada de altos edificios.

A Bao le fue asignado un apartamento en el piso ciento sesenta de uno de los rascacielos junto al brazo principal del Irrawaddy, cerca del mar. Cuando salió por primera vez al balcón, se quedó pasmado ante aquella vista, y se pasó casi toda una tarde mirando a su alrededor: el mar al sur, la Roca Pagoda al oeste, a lo largo de las otras bocas del Irrawaddy hacia el este, y río arriba, los tejados de la ciudad, el millón de ventanas de los otros rascacielos que se alineaban a lo largo del río y se apiñaban en todo el delta. Todos los edificios habían hundido sus cimientos en las profundidades de las tierras aluviales del delta hasta encontrar la roca, y un famoso sistema de presas y esclusas y rompeolas alejados de la costa había protegido a la ciudad contra las inundaciones provocadas por las lluvias río arriba, las mareas extraordinarias del océano Índico, los tifones; ni siquiera la subida del nivel del mar que estaba empezando ahora amenazaba fundamentalmente a la ciudad, que en realidad era una especie de colección de barcos anclados permanentemente en el lecho rocoso, de manera que si finalmente tenían que abandonar la «planta baja» de las construcciones y subir, se trataría simplemente de otro desafío para la ingeniería, algo que mantendría ocupada a la industria de la construcción durante los años venideros. Los birmanos no le tenían miedo a nada.

Vistos desde arriba, los pequeños juncos y los taxis acuáticos trazaban su delicada caligrafía blanca sobre el agua marrón azulada. En esa trama, Bao creyó leer una especie de mensaje, que traspasaba apenas el límite de su comprensión consciente. Ahora entendía por qué los birmanos escribían «historia birmana»; porque tal vez fuera cierto: tal vez todo lo que había sucedido alguna vez, había sucedido de manera que pudiera colisionar aquí para hacer algo más grande que cualquiera de sus elementos. Como cuando las estelas de varios taxis acuáticos chocaban unas con otras, lanzando una masa de agua blanca más arriba de lo que cualquier ola hubiera podido hacer sola.

Entonces, esta ciudad monumental, Pyinkayaing, fue el hogar de Bao durante los siete años siguientes. Cogía un coche cable que cruzaba el río a gran altura hasta las oficinas de la liga en la otra orilla, y trabajaba en los problemas ecológicos que comenzaban a atormentar al mundo, unos problemas que causaban tanto daño que hasta la propia Birmania podría algún día sufrir sus consecuencias, a menos que decidieran trasladar Pyinkayaing a la Luna, lo cual no parecía ser algo completamente imposible dada la enorme energía y confianza en sí mismos de los birmanos.

Pero no en vano habían sido ellos un poder durante tanto tiempo; habían visto muy bien cómo giraba la rueda. A lo largo de los años, Bao visitó cientos de tierras diversas como parte de su trabajo, y muchas le recordaban que, con el paso del tiempo, las civilizaciones se levantaban y luego caían; y que muchas, cuando caían, realmente nunca volvían a levantarse. El centro del poder vagaba por la faz de la Tierra como un pobre y desasosegado inmortal, siguiendo al sol. Debía suponerse que Birmania no sería inmune a ese destino.

Ahora Bao volaba en las más modernas naves del espacio, que se salían de la atmósfera como los proyectiles de artillería de la Guerra Larga, y aterrizaban del otro lado del globo tres horas más tarde; también volaba en las gigantescas naves aéreas que todavía transportaban la mayor parte del tráfico y la carga en todo el mundo, su lentitud más que compensada por su capacidad, zumbando de un lado para otro como enormes barcos en el mar de aire, en su mayoría imposibles de hundir. Bao consultaba con oficiales en muchos países de la Tierra, así llegó a entender que los problemas ecológicos en parte eran sólo una cuestión de números. La población del planeta estaba creciendo con tanta fuerza desde la Guerra Larga que ya se estaba acercando a los ocho mil millones de personas; aquello podía significar más gente de la que el planeta podía alimentar, o al menos eso era lo que especulaban muchos científicos, especialmente los más conservadores, los que tenían una especie de temperamento taoísta, muy numerosos en China y sobre todo en Yingzhou.

Pero también, aparte del número de personas, estaba la acumulación de riqueza y su desigual distribución de modo que, para la gente de Pyinkayaing, hacer una fiesta en Ingali o en Fangzhang en la que se gastarían diez años de las ganancias de un magrebí en un fin de semana de placer era algo insignificante, mientras que la gente de Firanja y de Inca seguía sufriendo frecuentemente de malnutrición. Esta discrepancia existía a pesar de los esfuerzos de la Liga de Todos los Pueblos y de los movimientos igualitarios en China, Firanja, Travancore y Yingzhou. En China, el movimiento igualitario no había surgido sólo a partir de la visión de Zhu, sino también de la noción taoísta del equilibrio, como solía señalar siempre Zhu. En Travancore, había surgido de la idea budista de la compasión; en Yingzhou, del concepto hodenosauní de la igualdad de todas las personas; en Firanja de la idea de justicia ante Dios. En todos los sitios existía la idea, pero la palabra todavía pertenecía a una reducida minoría de ricos; la riqueza se había ido acumulando durante siglos en unas pocas manos, y la gente que tenía la suerte de nacer dentro de esta vieja aristocracia vivía a la manera antigua, con derechos propios de reyes extendidos ahora entre los ricos de la Tierra. El dinero había reemplazado a la tierra como base del poder, y el dinero corría de acuerdo a su propia ley de la gravedad y de acumulación que, a pesar de estar divorciadas de la naturaleza, eran las leyes que regían en muchos países de la Tierra, fueran cuales fueran sus ideas religiosas o filosóficas sobre el amor, la compasión, la caridad, la igualdad, la bondad y cosas por el estilo. El viejo Zhu había tenido razón: el comportamiento de la humanidad todavía estaba basado en leyes antiguas, que determinaban el régimen de posesión de los alimentos, la tierra, el agua y los excedentes de riqueza, cómo se poseía el fruto del trabajo de ocho mil millones de personas. Si estas leyes no cambiaban, el armazón vivo de la Tierra bien podría quedar destrozado y ser heredado por las gaviotas, las hormigas y las cucarachas.

Así que Bao viajaba, hablaba, escribía y volvía a viajar. Durante gran parte de su carrera trabajó para la liga en el Organismo por la Armonía con la Naturaleza, intentando durante varios años coordinar los esfuerzos que se hacían en el Viejo y en el Nuevo Mundo para mantener con vida a algunos de los mamíferos más grandes; muchos de ellos en franca extinción, y si nada se hacía al respecto se perderían muchos de ellos, en un caso de extinción antropógena que competía incluso con las colisiones mundiales que ahora se estaban encontrando en los registros de fósiles.

Después de estas misiones diplomáticas, Bao regresaba a Pyinkayaing en las nuevas y grandes naves aéreas que eran una combinación de dirigible flexible y avioneta, aerodeslizador y catamarán, que se deslizaban sobre el agua o en el aire según las condiciones climáticas y las mercancías transportadas. Miraba desde su apartamento el mundo allí abajo y veía la relación del hombre con la naturaleza dibujada en las estelas dejadas en el agua por los taxis acuáticos, en las estelas de vapor de los aviones y en los grandes cañones formados por los rascacielos de la ciudad. Éste era su mundo, un mundo que cambiaba cada año; una vez, cuando visitó Pekín y trató de recordar su juventud, otra vez, cuando fue a Kwinana en Aozhou, para ver a su hijo Zhao y su familia, o cuando trató de recordar a Pan Xichun —incluso cuando visitó una vez Fangzhang, el sitio de aquellos años— apenas pudo reconocerlos ni recordarlos. O, para ser más precisos —porque podía recordar muchas otras cosas que habían sucedido— era el sentimiento que estas cosas le despertaban lo que había desaparecido, diluido con los años. Era como si le hubieran pasado a otra persona. Como si fueran encarnaciones pasadas.

Alguien en las oficinas de la liga pensó en invitar a Zhu Isao para que fuera a Pyinkayaing y diera algunas clases en la liga de trabajadores, abiertas a cualquier persona que quisiera asistir. Bao se sorprendió al ver aquel anuncio; él suponía que en algún momento Zhu habría muerto, hacía ya tanto tiempo que entre todos habían cambiado China; Zhu sería un anciano en aquel entonces. Pero esa suposición resultó ser un error juvenil de Bao; Zhu tenía unos noventa años, según le informaron, lo cual significaba que en los tiempos de la revolución sólo andaría por los setenta años. Bao tuvo que reírse de ese error de cálculo tan característico de los jóvenes. Se matriculó en el curso con gran expectación.

Zhu Isao resultó ser un vivaz anciano de cabellos blancos, pequeño pero no más de lo que había sido antes, con una mirada perspicaz y curiosa. Estrechó la mano de Bao cuando éste se acercó antes de la conferencia introductoria y le ofreció una ligera pero amistosa sonrisa:

—Me acuerdo de ti —dijo—. Uno de los oficiales de Kung Jian-guo, ¿no es cierto?

Y Bao le apretó fuerte la mano, bajando la cabeza a modo de respuesta afirmativa. Se sentó lleno de la calidez del anciano. El anciano todavía caminaba con el fantasma de una cojera desde aquel terrible día. Pero se había alegrado de ver a Bao.

En su primera conferencia, Zhu resumió el plan del curso; esperaba que fuera una serie de conversaciones sobre historia en las que se discutiría cómo se construía y qué significaba la historia y cómo podían utilizarla para ayudarse a trazar un itinerario posible en las próximas difíciles décadas, «cuando por fin tengamos que aprender la forma de vivir en la Tierra».

Mientras escuchaba al anciano, Bao tomaba notas; golpeaba ligeramente su pequeño atril de mano, como muchos otros en la clase. Zhu explicó que ante todo esperaba describir y discutir las distintas teorías de la historia que habían sido propuestas a través de los siglos y luego analizar esas teorías, no sólo confrontándolas con la descripción de acontecimientos reales, «algo difícil, puesto que estos acontecimientos son recordados por lo bien que encajan con las diferentes teorías», pero también por la forma en que esas mismas teorías habían sido estructuradas y qué tipo de futuro suponían, «ya que aquí está nuestra posible utilización principal de ellas. Doy por hecho que lo que importa en la historia es la posibilidad de que podamos utilizarla».

Así fue que a lo largo de los meses siguientes se determinó un patrón, y un día de cada tres, el grupo solía reunirse en una habitación alta de uno de los edificios de la liga que daba al Irrawaddy: algunos diplomáticos, estudiantes del lugar y jóvenes historiadores de todas partes, muchos de los cuales habían llegado a Pyinkayaing especialmente para aquella clase. Todos se sentaban y escuchaban a Zhu, y a pesar de que él seguía alentándolos para que entraran en la discusión e hicieran de ella una larga conversación, los asistentes se contentaban mayoritariamente con escucharlo pensar en voz alta, incitándolo únicamente con sus preguntas.

—Bueno, yo también estoy aquí para escuchar —solía decir, y entonces, cuando se le insistía para que continuara, se ablandaba—. Debo ser como Pao Ssu, supongo, que decía: «Yo soy un buen oyente, escucho hablando».

Así que se embarcaban en discusiones sobre la teoría de las cuatro civilizaciones, hecha famosa por al-Katalan; y la teoría de al-Lanzhou del choque de culturas, del progreso por el conflicto («claramente correcta en cierto sentido, puesto que ha habido mucho conflicto y mucho progreso»); las bastante similares teorías de la conjunción, según las cuales las inadvertidas conjunciones de desarrollos, a menudo en campos de esfuerzo sin conexión, tenían grandes consecuencias. Los numerosos ejemplos de Zhu incluyeron uno que presentó con una pequeña sonrisa: la introducción casi simultánea del café y de la imprenta en el califato iraní, que habían provocado una gran producción de literatura. Discutieron la teoría del eterno regreso, que combinaba cosmologías hindúes con lo último en física para sugerir que el universo era tan vasto y antiguo que todo lo posible no sólo había ocurrido, sino que había ocurrido un infinito número de veces («ésta tiene una utilidad limitada, sólo alcanza para explicar el sentimiento que lo invade a uno de que las cosas han pasado antes»); y las otras teorías cíclicas, basadas frecuentemente en las estaciones, o en el ciclo vital del cuerpo.

Después mencionó la «historia dharma» o «historia birmana», refiriéndose a cualquier historia que creyera que ha habido progreso hacia algún objetivo que se manifiesta por sí mismo en el mundo o en planes para el futuro; también la «historia bodhisattva», que sugería que había culturas iluminadas que de alguna manera habían evolucionado más y luego habían retrocedido para encontrarse con las demás y habían trabajado para ayudarlas a avanzar: las primeras épocas de China, Travancore, los hodenosauníes, la diáspora japonesa, Irán; todas estas culturas habían sido propuestas como posibles ejemplos de este modelo, «aunque ésta parecería ser una cuestión de juicio individual o cultural, lo cual es muy poco provechoso para los historiadores que buscan un modelo mundial. Aunque llamarlas tautológicas es una crítica débil, porque la verdad es que todas las teorías son tautológicas. Nuestra propia realidad es una tautología».

Alguien planteó la vieja pregunta de si el «gran hombre» o los «movimientos de masas» eran la fuerza principal del cambio, pero Zhu desechó esta cuestión inmediatamente diciendo que se trataba de un falso problema.

—Todos somos grandes hombres, ¿no es así?

—Tal vez tú lo seas —murmuró la persona sentada junto a Bao.

—… lo que importa son los momentos de revelación en cada vida, cuando la costumbre ya no es suficiente, y hay que tomar decisiones. Ahí es cuando todos se convierten en el gran hombre durante un instante; las decisiones tomadas en esos momentos, que se dan con mucha frecuencia, se combinan luego para crear la historia. En ese sentido, supongo que caigo del lado de las masas en el sentido de que, sea como sea, ha sido un proceso colectivo.

»Además, esta expresión, “el gran hombre”, debería por supuesto traer a colación la cuestión de la mujer; ¿están ellas incluidas en esta descripción? ¿O deberíamos describir la historia como la historia de las mujeres apoderándose nuevamente del poder político que perdieron con la introducción de la agricultura y la creación del excedente de riqueza? ¿Sería la derrota gradual y sin terminar del patriarcado la historia más larga de la historia? ¿Junto, tal vez, con la derrota gradual e incierta de las enfermedades contagiosas? ¿De modo que hemos estado luchando contra microparásitos y macroparásitos, eh? ¿Los microbios y los patriarcas?

Sonrió después de decir aquello, y pasó a discutir la lucha contra las Cuatro Grandes Desigualdades, y otros conceptos salidos de las obras de Kang y al-Lanzhou.

Después de eso, Zhu utilizó algunas sesiones para describir varios «momentos de cambio de fase» en la historia mundial, que para él eran significativos: la diáspora japonesa, la independencia de los hodenosauníes, el cambio del comercio terrestre al marítimo, el Florecer de Samarcanda, y otros más a partir de allí. También dedicó varias sesiones a la discusión de los últimos movimientos entre historiadores y científicos sociales, a lo que llamó «historia animal», el estudio de la humanidad en términos biológicos, por lo cual se convertía no en una cuestión de religiones y filosofías, sino más bien en un estudio de primates que luchan por la comida y el territorio.

Habían transcurrido ya varias semanas del curso cuando dijo:

—Ahora estamos preparados para llegar a lo que más me interesa estos días, que no es el contenido de la historia, sino su forma.

»Porque vemos inmediatamente que lo que llamamos historia tiene por lo menos dos significados: primero, sencillamente lo que ocurrió en el pasado, algo que nadie puede saber, puesto que desaparece con el tiempo, y segundo, todas las historias que contamos acerca de lo que ocurrió.

»Estas historias son de diferentes tipos, por supuesto, y gente como Rabindra y Blanco Erudito las han clasificado. Primero vienen los informes de testigos oculares y las crónicas de acontecimientos que se hacen poco tiempo después de que las cosas hayan acontecido, también los documentos y los registros; éstos son historia como el trigo que aún está en el campo, puesto que todavía no ha sido cosechada ni cocida, y de esta manera nos ofrece comienzos o finales o causas. Estas historias ya cocidas no llegan hasta más tarde, y son historias que intentan coordinar y reconciliar los materiales de origen, que no sólo describen sino también explican.

»Más tarde, aún están los trabajos que comen y digieren estos informes ya cocidos e intentan revelar lo que están haciendo, cuál es la relación que tienen con la realidad, cómo los utilizamos, esa clase de cosas: filosofías de la historia, epistemologías, como queráis llamarles. Muchas de estas digestiones utilizan métodos introducidos por Ibrahim al-Lanzhou, aunque denuncian sus resultados. Desde luego, es muy útil regresar a los textos de al-Lanzhou y ver qué era lo que tenía él para decir. En un párrafo muy interesante, por ejemplo, señala que podemos diferenciar entre los argumentos explícitos y las tendencias ideológicas inconscientes más profundamente ocultas. Estas últimas pueden ser a menudo desmenuzadas identificando el argumento escogido para contar la historia. El esquema utilizado por al-Lanzhou proviene de la tipología de tipos de historia propio de Rabindra, un esquema bastante simplista, pero afortunadamente, como señaló al-Lanzhou, los historiadores son casi siempre narradores bastante inocentes, y utilizan bastante esquemáticamente uno u otro de los tipos básicos de argumentos de Rabindra, en comparación con los grandes novelistas como Cao Xueqin o Murasaki, quienes los mezclan sin cesar. Por eso, una historia como la de Than Oo es lo que algunos llaman “historia birmana”, en este caso un poco literalmente, pero yo preferiría llamarla “historia drama”, puesto que es un romance en el que la humanidad lucha para encontrar su dharma, para mejorarse a sí misma, y así generación tras generación para lograr progresar, luchando por la justicia y por la erradicación de la miseria, con la poderosa implicación de que a la larga nos abriremos camino hasta el nacimiento del río de la flor del melocotón y nacerá la era de la paz duradera. Es una versión secular del cuento hindú y budista del éxito en la consecución del nirvana. Por eso, la historia birmana, o los cuentos Shambala, o cualquier historia ideológica que afirme que de alguna manera todos estamos progresando, es una historia dharma.

»Lo opuesto a esto es el modo irónico o satírico, al que yo llamo historia entrópica, desde las ciencias físicas, o desde el nihilismo, o, según el uso de ciertas antiguas leyendas, desde la historia de la caída. En este modo, todo lo que la humanidad intenta hacer fracasa o se vuelve contra ella, y la combinación de la realidad biológica y la debilidad moral, de la muerte y el mal, significa que nada en los asuntos humanos puede dar buen resultado. Llevado a su extremo, esto nos conduce a los Cinco Grandes Pesimismos, o al nihilismo de Shu Shen, o al antidharma del rival de Buda, Purana Kassapa, quienes dicen que todo es un caos sin causas, y que si se toma todo en conjunto, habría sido mejor no haber nacido nunca.

»Estos dos modos de argumento representan extremos opuestos, en el sentido de que el primero dice que somos dueños y señores del mundo y que podemos vencer a la muerte, mientras que el otro dice que somos cautivos del mundo y que nunca podemos ganarle a la muerte. Podría pensarse entonces que éstos son los dos únicos modos posibles, pero entre estos extremos Rabindra identificó otros dos modos de argumento, a los que llamó tragedia y comedia. Ambos modos están mezclados y son parciales en comparación con los extremos mencionados antes; Rabindra sugería que ambos tenían que ver con la reconciliación. En la comedia, la reconciliación es de las personas con otras personas y con la sociedad en general. El entretejido de familia con familia, de tribu con clan; así terminan las comedias, esto es lo que las hace comedias: el matrimonio con alguien de un clan diferente y el regreso de la primavera.

»Las tragedias hacen una reconciliación más oscura. Blanco Erudito dijo de ellas que cuentan la historia de la humanidad enfrentada con la realidad, por lo tanto la muerte, la disolución y la derrota. Los héroes trágicos son destruidos pero, para aquellos que sobreviven para contar su historia, hay un aumento de conciencia, de conciencia de la realidad, y esto es valioso dentro y fuera de sí mismo, por más oscuro que pueda ser ese conocimiento.

En ese momento de la clase, Zhu Isao hizo una pausa, miró a su alrededor hasta localizar a Bao y le hizo un gesto con la cabeza; aunque parecía que solamente habían estado hablando de cosas abstractas, de las formas que adoptaban las historias, Bao sintió que el corazón se le encogía dentro del pecho.

—Ahora bien —continuó Zhu—, yo sugiero que, como historiadores, es mejor no quedarse atrapados en uno u otro modo, como hacen tantos; es una solución demasiado simple y no coincide mucho con los acontecimientos tal como han sido vividos. En cambio, deberíamos tejer una historia que en su estructura contenga tanto como sea posible. Debería ser como el símbolo del yin-yang de los taoístas, con los ojos de la tragedia y la comedia salpicando los campos más grandes del dharma y el nihilismo. Esa antigua igura es la imagen perfecta del dibujo que se forma al juntar todas nuestras historias, con el punto oscuro de nuestras comedias uniéndose al brillo del drama, y el resplandor del conocimiento trágico emergiendo de la negra nada.

»A la historia irónica podemos rechazarla terminantemente. Por supuesto que somos unos inútiles; por supuesto que las cosas nos salen mal. ¿Pero por qué darle vueltas? ¿Por qué simular que ésta es toda la historia? La ironía no es más que la muerte que camina entre nosotros. Ella no acepta el desafío; no es la vida la que habla.

»Pero supongo que también tenemos que rechazar la versión más pura de la historia dharma, la trascendencia atribuida a este mundo y a esta vida, la perfección de nuestro modo de ser. Tal vez suceda en el Bardo, si es que hay un Bardo, pero en este mundo, todo está hecho un lío. Somos animales, la muerte es nuestro destino. Así que, en el mejor de los casos, podríamos decir que la historia de la especie tiene que ser lo más parecida posible al dharma, a partir de una acción colectiva de la voluntad.

»Esto deja de lado a los modos del medio, la comedia y la tragedia —Zhu se detuvo y levantó las manos, perplejo—. Sin duda tenemos mucho de estos dos. Tal vez la manera de construir una historia perfecta sea inscribir la figura entera, y decir que para el individuo, a la larga, se trata de una tragedia; y para la sociedad, de una comedia. Si podemos.

La predilección de Zhu Isao era claramente la comedia. Era una criatura social. Siempre estaba invitando a Bao y a algunos otros de la clase, incluyendo al ministro de Salud del Mundo Natural de la liga, al apartamento que se le había cedido para su estancia; estas pequeñas reuniones estaban marcadas por la risa del anciano y su curiosidad por las cosas. Incluso las investigaciones le resultaban divertidas. Él había hecho que le enviaran por barco muchos libros desde Pekín, de modo que todas las salas de su apartamento estaban llenas como un almacén. Debido a su creciente convicción de que la historia debía ser la historia de todas las personas que habían vivido alguna vez, ahora estaba estudiando varias antologías de biografías como género, y tenía muchos ejemplos de este género en sus habitaciones. Esto explicaba el tremendo número de textos que había por todas partes, en altas e inestables pilas. Zhu cogió un tomo inmenso, casi demasiado pesado para él.

—Éste es el primer tomo —dijo con una sonrisa—, pero nunca he encontrado los que le siguen. Un libro como éste es apenas la antesala de una biblioteca entera que aún está sin escribir.

—El género biográfico parece haber comenzado —dijo mientras golpeaba suavemente y con cariño los libros.

Esto era así en la literatura religiosa, la vida de los santos cristianos y los mártires islámicos; también en los textos budistas que describían vidas vividas en largas sucesiones de reencarnaciones, un ejercicio especulativo del que Zhu disfrutaba claramente.

—Historia dharma en su más pura expresión, una especie de protopolítica. Y, además, pueden ser muy graciosas. Ahí está un literato como Dhu Hsien intentando hacer coincidir exactamente las fechas de la muerte y el nacimiento de sus sujetos para crear sucesiones de actores históricos destacados a lo largo de varias reencarnaciones, afirmando que por lo que hacen él puede decir que siempre han sido una sola alma, pero al final la dificultad de conseguir que las fechas coincidan lo lleva a seleccionar algunas incorporaciones sueltas de sus sucesiones para que todas se sucedan sin interrupción. Finalmente, tiene que teorizar una estructura de «trabajo duro y luego relajación» en estos inmortales, para justificar a los que alternan vidas como genios y generales con carreras como artistas menores de retratos o zapateros remendones. ¡Pero las fechas siempre coinciden! —Zhu sonrió encantado.

Golpeó con suavidad otras altas pilas que eran ejemplos del género que él estaba estudiando: Las cuarenta y seis transmigraciones de Ganghadara, el texto tibetano Doce manifestaciones de Padmasambhava, el gurú que estableció el budismo en el Tíbet; también la Biografía del Gyatso Rimpoché; de la vida uno a la diecinueve, que traía al Dalai Lama hasta el presente; Bao había conocido una vez a ese hombre, y todavía no se había dado cuenta de que su biografía completa requeriría tantos volúmenes.

Zhu Isao también tenía en su apartamento un ejemplar de las Vidas paralelas de Plutarco, y de las Biografías de mujeres ejemplares, de Liu Xiang, de aproximadamente la misma época que el Plutarco; pero admitió que estos textos no le parecían tan interesantes como las crónicas de reencarnaciones, que en ciertos casos dedicaban tanto tiempo al período que sus sujetos pasaban en el Bardo y en los otros cinco lokas como al que pasaban como seres humanos. También le gustaba la Autobiografía del judío errante y los Testimonios del jati Trivicum, y un hermoso volumen, Doscientos cincuenta y tres viajeros, al igual que una colección de aspecto injurioso, probablemente pornográfica, llamada Ladrón tántrico durante cinco siglos. Zhu describió con gran entusiasmo todos aquellos libros a sus invitados. A él le parecía que contenían una especie de clave de la historia humana, si es que tal cosa podía existir: la historia como una sencilla acumulación de vidas.

—Después de todo, al final todos los grandes momentos de la historia han tenido lugar dentro de la cabeza de las personas. Los momentos de cambio, o los clinamen, como los llamaban los griegos.

Este momento, decía Zhu, se había convertido en el principio organizador y tal vez en la obsesión del antologista samarcandí Viejo Tinta Roja, quien había juntado las vidas de su compendio de reencarnaciones utilizando algo así como el momento clinamen para elegir a sus ejemplares, puesto que cada anotación de su colección contenía un momento en el que los sujetos, siempre reencarnados con nombres que comenzaban con la misma letra, llegaban a puntos críticos de su vida y cambiaban bruscamente de dirección alejándose de lo que podía llegar a esperarse que hicieran.

—Me gusta el mecanismo de los nombres —señaló Bao, hojeando uno de los volúmenes de aquella colección.

—Bueno, el Viejo Tinta Roja explica en una apostilla que es sencillamente un recurso mnemotécnico para facilitar la lectura al lector y que, por supuesto, en realidad todas las almas regresan con todos los detalles físicos cambiados. No hay anillos reveladores, ni marcas de nacimiento, ni nombres iguales; él no permitiría que vosotros pensarais que su método se parecía a los viejos cuentos populares, oh, no.

El ministro para la Salud Natural preguntó sobre una pila de libros muy finos, y Zhu sonrió alegremente. Como reacción a estos interminables compendios, explicó, había adquirido el hábito de comprar cualquier libro corto, ya fuera por el contenido o el tema, tan corto que el título apenas cabía en el lomo. Por ejemplo: Secretos para un matrimonio exitoso, o Buenas razones para tener esperanza en el futuro, o Cuentos acerca de no tenerle miedo a los fantasmas.

—Pero debo admitir que no los he leído. En el título ya lo dicen todo; sus páginas bien podrían estar en blanco.

Más tarde, afuera en el balcón, Bao se sentó junto a Zhu observando la ciudad que se movía debajo de ellos. Bebían una taza tras otra de té verde, hablando de muchas cosas diferentes; cuando hubieron transcurrido varias horas de la noche, y Zhu estaba cada vez más pensativo, Bao se dirigió a él.

—¿Piensas alguna vez en Kung Jianguo? ¿Piensas ahora alguna vez en aquellos tiempos?

—No, no muy a menudo —admitió Zhu, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Y tú?

Bao negó con la cabeza.

—No sé por qué. No es porque sea algo muy doloroso de recordar. Pero parece que ha pasado mucho tiempo.

—Sí. Mucho tiempo.

—Veo que aún te queda un poco de cojera desde aquel día.

—Sí, así es. No me gusta. Camino más lento y no está tan mal. Pero igualmente está ahí. Enciendo los detectores de metales en las zonas de extrema seguridad. —Se rio—. Pero ha pasado tanto tiempo. Han pasado tantas vidas que se me confunden todas, ¿a ti no? —Y sonrió.

Una de las últimas sesiones de Zhu Isao fue una discusión acerca del propósito que podría tener el estudio de la historia y cómo podría eso ayudarles ahora en la difícil situación por la que estaban pasando.

Zhu tenía ciertas dudas en este asunto.

—Quizá no sirva para nada —dijo—. Aunque llegáramos a comprender totalmente lo acontecido en el pasado, puede que no nos sea de ninguna ayuda. Aún estamos constreñidos en nuestras acciones en el presente. En cierto sentido podemos decir que el pasado ha hipotecado al futuro, o que lo ha comprado, o que lo ha inmovilizado, en las leyes, las instituciones y las costumbres. Pero tal vez ayude saber todo lo que podamos, simplemente para sugerir modos de avanzar. Ya sabéis, este asunto de lo residual y lo emergente que discutimos antes; que cada período histórico está compuesto de elementos residuales de culturas pasadas y de elementos emergentes que más tarde existirán totalmente, éste es un poderoso punto de vista. Sólo el estudio de la historia permite que uno haga esta distinción, si acaso esto es realmente posible. De esta manera, podemos mirar el mundo en el que vivimos y decir, estas cosas son leyes residuales de la era de las Cuatro Grandes Desigualdades que todavía nos atan. Tienen que desaparecer. Por otro lado, podemos mirar los elementos más desconocidos de nuestra época, como la propiedad comunal de la tierra en China, y decir: tal vez éstas sean características emergentes que serán más importantes en el futuro; parecen provechosas; yo las apoyaré. Y por otra parte, podría haber elementos residuales que siempre nos han ayudado, y que necesitan ser conservados. Así que no es tan simple como «lo nuevo es bueno, lo viejo es malo». Es necesario hacer distinciones. Pero cuanto más entendemos, tanto más sutilmente podemos hacer las distinciones.

»Empiezo a pensar que este asunto de las “propiedades emergentes tardías” del que los físicos hablan cuando discuten acerca de la complejidad y la cascada de sensibilidades es un concepto importante para los historiadores. Puede que la justicia sea una propiedad emergente tardía. Y tal vez podamos vislumbrar los comienzos de su emergencia; o tal vez haya surgido hace mucho tiempo, entre los primates y los protohumanos, y ahora empieza a tener más influencia en el mundo, ayudada por la posibilidad material de la abundancia. Es difícil decirlo.

Volvió a mostrar su pequeña sonrisa.

—Han sido unas buenas palabras para terminar esta sesión.

La reunión final se llamó «Lo que todavía está por explicar» y consistió en preguntas sobre las que aún estaba reflexionando después de tantos años de estudio y reflexión. Zhu hizo algún comentario acerca de su lista de preguntas, pero no se extendió mucho; Bao tuvo que escribir lo más rápidamente que pudo para dejar registradas las preguntas:

Lo que todavía está por explicar

¿Por qué ha habido desigualdad en la acumulación de bienes desde los primeros tiempos de la historia? ¿Qué hace que las edades de hielo vengan y se vayan? ¿Podría Japón haber ganado la guerra de la independencia sin la fortuita combinación de la Guerra Larga y el terremoto y el incendio que devastaron Edo? ¿Dónde fue a parar todo el oro romano? ¿Por qué se corrompe el poder? ¿Había algún modo de salvar a los pueblos nativos del Nuevo Mundo de la mortandad producida por las enfermedades del Viejo Mundo? ¿Cuándo llegó alguien por primera vez al Nuevo Mundo? ¿Por qué las generaciones de Yingzhou y de Inca estaban a niveles tan diferentes de desarrollo? ¿Por qué no puede la fuerza de la gravedad concillarse matemáticamente con la microprobabilidad del pulso? ¿Habría iniciado Travancore el período moderno y dominado al Viejo Mundo si el Kerala nunca hubiera vivido? ¿Existe la vida después de la muerte, o la transmigración de las almas? ¿Llegó la expedición polar del año cincuenta y dos de la Guerra Larga al polo sur? ¿Qué hace que la gente bien alimentada y protegida se ocupe de subyugar a la gente desprotegida y hambrienta? Si al-Alemand hubiera conquistado Skandistán, ¿habría sobrevivido el pueblo sami? Si la Conferencia de Shanghai no hubiera acordado reparaciones tan duras, ¿habría sido más pacífico el mundo de la posguerra? ¿Cuánta gente puede mantener la Tierra? ¿Por qué existe el mal? ¿Cómo inventaron su forma de gobierno los hodenosauníes? ¿Qué enfermedad o combinación de enfermedades mató a los cristianos de Firanja? ¿La tecnología maneja la historia? ¿Habrían sido diferentes las cosas si el nacimiento de la ciencia en Samarcanda no hubiera sido demorado en su dispersión por la peste? ¿Cruzaron los fenicios el Atlántico hasta el Nuevo Mundo? ¿Sobrevivirá algún mamífero más grande que el zorro el próximo siglo? ¿Es la Esfinge miles de años más antigua que las Pirámides? ¿Existen los dioses? ¿Cómo podemos hacer que regresen los animales a la tierra? ¿Cómo podemos vivir decentemente? ¿Cómo podemos dejar a nuestros hijos y a las generaciones venideras un mundo que vuelva a ser saludable?

Poco después de aquella sesión final y de una gran fiesta, Zhu Isao regresó a Pekín, y Bao ya no volvió a verlo.

Durante los años posteriores a la visita de Zhu se trabajó duramente para poner en marcha programas que ayudaran a dar alguna respuesta a sus últimas preguntas. Al igual que los geólogos habían sido muy ayudados en sus trabajos por la construcción de un marco de entendimiento basado en el movimiento de las láminas de la corteza de la Tierra, así mismo los burócratas y los tecnócratas y los científicos y los diplomáticos de la Liga de Todos los Pueblos fueron ayudados en su tarea por las consideraciones teóricas de Zhu. ¡Tener un plan es una gran ayuda!, solía decir Zhu.

Y así fue que Bao cruzó el mundo, reuniéndose y hablando con gente, ayudando a poner ciertos puntos en su lugar, espesando la urdimbre y la trama de tratados y acuerdos mediante los cuales todos los pueblos del planeta quedaban unidos. Trabajó en una reforma para el arrendamiento de la tierra, en la administración de los bosques, en la protección de los animales, en los recursos hídricos, en la ayuda de los panchayats y en la desinversión de la riqueza acumulada, royendo el poder de los obstinados bloques de privilegio que habían quedado tras la Guerra Larga y todos los que habían medrado durante los siglos anteriores a ella. Todo iba muy lentamente, y el progreso venía siempre en forma de pequeños incrementos, pero lo que Bao notaba de vez en cuando era que una mejora en la situación de una parte del mundo también ayudaba en otros sitios, de manera que, por ejemplo, la institución de gobiernos panchayat a nivel local en China y en los Estados islámicos había llevado a un aumento del poder de más y más gente, especialmente donde se había adoptado la ley de Travancore que exigía que dos de cada cinco miembros del panchayat fueran mujeres; y esto a su vez había mitigado muchos males territoriales. De hecho, mientras que muchos de los problemas del mundo eran el resultado de que demasiada gente competía por recursos escasos, utilizando tecnologías demasiado rudimentarias, otro resultado feliz de la concesión de poderes del panchayat a las localidades y a las mujeres fue que las tasas de natalidad cayeron rápida y espectacularmente. La tasa de sustitución de la población era de 2,1 nacimientos por mujer, y antes de la Guerra Larga la tasa mundial estaba en alrededor de cinco; y en los países más pobres, andaba entre siete y ocho. Ahora, en todos los países donde las mujeres ejercían toda la gama de derechos abogados por la Liga de Todos los Pueblos, la tasa de sustitución había caído a menos de tres, y en muchos sitios a menos de dos; esto, combinado con las mejoras en la agricultura y otras tecnologías, auguraba un buen futuro. Era la expresión optimista a largo plazo de la urdimbre y la trama, del principio de las propiedades emergentes tardías. Parecía que, a pesar de que todo iba muy lentamente, se podría después de todo conseguir una especie de historia dhármica. Tal vez; todavía no estaba muy claro; pero se hicieron muchas cosas.

Así que cuando Bao leyó acerca de la muerte de Zhu Isao, algunos años después, lloró y arrojó el periódico al suelo. Se pasó el día en el balcón, se sentía inexplicablemente desnudo. En realidad no había ninguna razón para llorar y muchas para celebrar: Zhu había vivido por más de noventa años, había ayudado al cambio de China y de todo el mundo; en los últimos tiempos de su vida parecía habérselo pasado muy bien, yendo de aquí para allá y escuchando mientras hablaba. Él había dado la impresión de ser alguien que sabe cuál es su lugar en el mundo.

Pero Bao no sabía cuál era su lugar. Contemplando la inmensa ciudad que bullía debajo de él y los grandes cañones de agua, se dio cuenta de que había estado viviendo en aquel sitio durante más de diez años y que todavía no sabía nada de él. Siempre estaba yéndose o regresando, siempre mirando las cosas por encima desde un balcón, comiendo en el mismo pequeño agujero de siempre, hablando con los colegas de las oficinas de la liga, pasando casi todas las mañanas y tardes leyendo. Ahora tenía casi sesenta años, y no sabía qué estaba haciendo ni cómo se suponía que debía vivir. La ciudad era como una máquina o un barco medio hundido en los bajos. A él no le servía para nada. Había trabajado todos los días tratando de extender la obra de Kung y de Zhu, tratando de entender la historia y trabajar en ella en el momento de cambio, y de explicársela a otros, leyendo y escribiendo, leyendo y escribiendo, pensando que sólo si pudiera explicarla entonces no le agobiaría tanto. No parecía haber funcionado. Tenía la sensación de que todos los que alguna vez habían significado algo para él ya habían muerto.

Cuando volvió a entrar a su apartamento, encontró un mensaje de su hija Anzi en la pantalla de su atril, el primero que recibía de ella en mucho tiempo. Había dado a luz a una niña y se preguntaba si Bao querría visitarla y conocer a su nueva nieta. Bao escribió en el teclado una respuesta afirmativa y se puso a hacer la maleta.

Anzi y su esposo Deng vivían en la punta del Tiburón, en uno de los bulliciosos barrios de las colinas sobre la bahía de Fangzhang. La niña se llamaba Fengyun, y Bao disfrutaba mucho cuando salía con ella en el tranvía y la paseaba en el cochecito por el parque en el extremo sur de la ciudad, cerca de la Puerta del Oro. Había algo en el rostro de la niña que le recordaba mucho a Pan Xichun: una curva en la mejilla, una mirada rebelde. Estos rasgos que se transmiten de una generación a otra. Bao la miraba mientras dormía, y la niebla rebotaba en la puerta, debajo y sobre el movimiento del puente nuevo, mientras se oía la clase que un gurú feng shui daba a un pequeño grupo sentado a sus pies.

—Aquí podéis apreciar que éste es el paisaje urbano más hermoso de la Tierra. —Bao no pudo menos que estar de acuerdo. Ni siquiera Pyinkayaing se le acercaba, las glorias paisajísticas de la capital birmana eran la obra del trabajo humano; sin ellas, era igual a cualquier otro delta, nada que ver con este lugar sublime que tanto había amado en una existencia anterior—. Oh no, no lo creo, sólo unos imbéciles geománticos hubieran construido la ciudad del otro lado del estrecho, aparte de las consideraciones prácticas del entretejido de las calles, está el qi intrínseco del lugar, sus arterias de dragón están demasiado expuestas al viento y a la niebla, es mejor dejarlo como parque.

Desde luego, la península opuesta constituía un parque hermoso, verde y montañoso del otro lado del estrecho, los rayos del sol entraban a raudales a través de las nubes, y todo el paisaje era tan animado y espléndido que Bao alzó a la niña para que lo viera; le hizo mirar en las cuatro direcciones; la escena comenzó a desdibujarse ante sus ojos como si él también hubiera sido un bebé. Todo se convirtió en un movimiento de formas, masas turbias de colores vivos que nadaban aquí y allá, vividas y brillantes, despojadas de sus significados de cosas conocidas, azul y blanco arriba, amarillo abajo… Bao se estremeció, sintiéndose muy extraño. Era como si mirara a través de los ojos de su nieta; y la niña parecía inquieta. Resolvió llevarla de regreso a casa, y Anzi le reprochó que la niña había tomado frío.

—¡Además, hay que cambiarle los pañales!

—¡Ya sé! Yo lo haré.

—No, tú no sabes hacerlo.

—Por supuesto que sé; a ti te cambié los pañales muchas veces.

Ella hizo un gesto de clara desaprobación, como si el recuerdo de que él hubiera hecho tal cosa le resultara violento, tal vez una invasión de su privacidad. Él cogió el libro que estaba leyendo y salió a dar un paseo, disgustado. De alguna manera, las cosas aún eran difíciles entre ellos.

La gran ciudad bullía, las islas de la bahía con sus rascacielos que se parecían a las montañas verticales del sur de China, las cuestas del monte Tamalpi igualmente atestadas de enormes edificios; pero la mole de la ciudad abrazaba las colinas con fuerza, gran parte de ella aún tenía escala humana, edificios de dos y tres plantas, con puntas respingadas en todos los techos al modo tradicional de las pagodas. Ésta era la ciudad que él había amado, la ciudad en la que había vivido mientras había durado su matrimonio.

Y entonces allí era un preta. Como cualquier otro fantasma hambriento, caminó por la colina hasta llegar al lado del mar, y pronto se encontró en el barrio en el que había vivido con Pan. Caminó por las calles sin siquiera pensar adónde iba, y allí estaba: el viejo hogar.

Se detuvo frente al edificio, un bloque común de apartamentos, ahora pintado de un amarillo claro. Ellos habían vivido en uno de los apartamentos de arriba, siempre en el viento, igual que ahora. Bao miró fijamente el edificio. No sintió nada. Lo probó, trató de sentir algo: no. Todo lo que sentía era el asombro de sentir tan poco; un sentimiento un tanto tenue e insatisfactorio para tener en tan trascendental confrontación con el pasado, pero ahí estaba. Allí arriba, cada uno de los niños había tenido su habitación, y Bao y Pan habían dormido en un futón que cada noche desenrollaban en la sala, con el horno de la pequeña cocina justo a sus pies; en realidad, aquel piso se parecía más a una caja de zapatos que a cualquier otra cosa, pero allí era donde habían vivido, y durante un tiempo había parecido que siempre sería así, esposo, esposa, hijo, hija, arropados en un diminuto apartamento en Fangzhang, y cada día lo mismo, cada semana lo mismo, en un círculo que duraría eternamente. De ahí el poder de la falta de consideración, el poder que la gente tenía para olvidar la acción del tiempo.

Comenzó a caminar otra vez, hacia el sur, rumbo a la puerta, por el concurrido paseo marítimo, los tranvías chirriaban sobre los rieles. Cuando llegó al parque que daba al estrecho, regresó al lugar donde había estado unas horas antes con su nieta y miró otra vez a su alrededor. Esta vez, todas las cosas se quedaron igual, cada una reteniendo su forma y su significado; ningún torbellino de colores, ningún mar amarillo. Aquélla había sido una experiencia extraña, y volvió a estremecerse al recordarla.

Se sentó sobre el muro de cara al mar y sacó el libro del bolsillo de la chaqueta, un libro de poemas traducidos del antiguo sánscrito. Lo abrió al azar, y leyó: «Muchos estudiosos del sánscrito consideran que este poema del Sakuntala de Kalidasa es el más hermoso que se ha escrito en este idioma»:

ramyani viksya madhurans ca nisamya sabdan

paryutsuki bhavati yat sukhito pi jantuh

tac cetasa smarati nunam abodhapurvam

bhavasthirani jananantarasauhrdani

Hasta el hombre que es feliz vislumbra algo

o un hilo de sonido lo toca

y su corazón rebosa de una nostalgia que él no reconoce.

Entonces debe ser que está recordando

un lugar fuera del alcance de la gente que amó

en una vida anterior; sus formas

aún están allí esperando

Miró hacia arriba, miró a su alrededor. Un lugar impresionante, esta gran puerta al mar. Bao pensó que tal vez debería quedarse en ese lugar. «Tal vez este día esté diciéndome algo. Tal vez éste sea mi hogar, fantasma hambriento o no. Tal vez no podamos evitar convertirnos en fantasmas hambrientos, no importa dónde vivamos; así que éste bien podría ser mi hogar».

Volvió andando a la casa de su hija. Había llegado una carta de un conocido suyo a su atril, uno que vivía en la estación granja del instituto de Fangzhang, unos cien lis tierra adentro desde la ciudad, en el gran valle central. Este conocido de sus años en Pekín había sabido que él estaba de visita y se preguntaba si le gustaría acercarse al instituto para dar una o dos clases —una historia de la revolución China, tal vez— sobre relaciones exteriores, trabajo de la liga, lo que él quisiera. Debido a su asociación con Kung, entre otras cosas, sería visto por los estudiantes como una pieza viviente de la historia mundial.

—Un fósil vivo, querrás decir —dijo resoplando.

Como ese pez cuya especie tenía cuatrocientos millones de años de antigüedad y que había sido encontrado recientemente en la red de un pescador de Madagascar. El Viejo Pez Dragón. Respondió para aceptar la invitación, luego escribió a Pyinkayaing y presentó una solicitud de prolongación del permiso que le habían dado.