Esta braza cuadrada
Todo eso sucedió cuando Bao era joven.
Después del asesinato de Kung, él no estuvo demasiado bien durante un tiempo. Asistió al funeral y no derramó una lágrima; pensaba que estaba más allá de esas cosas, que era realista, que la causa era lo que importaba y que la causa seguiría adelante. Estaba entumecido en su propio dolor, sentía que en realidad eso no le importaba. Le parecía extraño, pero era así. No era todo tan real, no podía serlo. Ya lo había superado.
Bao mantuvo la nariz sobre los libros, y leyó sin darse descanso. Asistió al instituto de Pekín y leyó historia y ciencias políticas, y aceptó puestos diplomáticos en el nuevo gobierno, primero en Japón, luego en Yingzhou, luego en Nsara, luego en Birmania. El programa de la Nueva China progresaba, pero lenta, muy lentamente. Las cosas estaban mejor pero la situación no evolucionaba de una manera rápida y apreciable. Diferente, pero en algunos aspectos igual. La gente seguía luchando, la corrupción infectaba a las nuevas instituciones, siempre era una batalla. Todo tomó mucho más tiempo del que nadie se había imaginado, y sin embargo, después de algunos años, todo era también de algún modo completamente diferente. El ritmo de la historia era mucho más lento que el tiempo de una persona.
Un día, después de algunos años, conoció a una mujer llamada Pan Xichun, una diplomática de Yingzhou que trabajaba en Pekín, en la embajada de Yingzhou. Se les encomendó que trabajaran juntos en la Liga Dahai, la asociación de Estados que rodeaban al Gran Océano, y como parte de ese trabajo ambos fueron enviados por sus respectivos gobiernos a una conferencia en Hawai, en el medio del Dahai. Allí, en las playas de la gran isla, pasaron mucho tiempo juntos; cuando regresaron a Pekín eran pareja. Los antepasados de ella eran tanto chinos como japoneses, y todos sus bisabuelos habían vivido en Yingzhou, en Fangzhang y en el valle que hay detrás. Cuando la misión de Pan Xichun en Pekín terminó y ella regresó a casa, Bao hizo los arreglos necesarios para que lo trasladaran a la embajada china en Fangzhang, y voló sobre el Dahai hasta las espectaculares costas verdes y colinas doradas de Yingzhou.
Allí, él y Pan Xichun se casaron y vivieron juntos durante veinte años, criando a dos niños, un hijo, Zhao, y una hija, Anzi. Pan Xichun se hizo cargo de uno de los ministerios del gobierno de Yingzhou, lo cual significaba que viajaba bastante a menudo a Isla Larga, a Quito, y a todos los países de la costa del Dahai. Bao se quedaba en casa y trabajaba para la embajada china, cuidaba de los niños, y escribía y enseñaba historia en el instituto de la ciudad. Era una buena vida la que llevaban en Fangzhang, la más hermosa y espectacular de todas las ciudades; a veces, Bao creía que su juventud en la China revolucionaria era una especie de sueño vívido e intenso que había tenido una vez. A veces venían eruditos para hablar con él, y él solía rememorar aquellos años, y una o dos veces incluso escribió sobre algunos momentos de esa época; pero todo eso lo hacía poniendo en medio una gran distancia.
Luego, un día, sintió un bulto en un pecho de Pan Xichun; era cáncer. Un año más tarde, después de mucho sufrimiento, ella murió. De la misma manera que había hecho otras cosas en su vida.
Bao, desolado, quedó a cargo de la crianza de sus hijos. Zhao ya era casi un adulto y no tardó en conseguir un trabajo en Aozhou, del otro lado del mar, de modo que Bao lo veía pocas veces. Anzi era más joven, y Bao hizo lo que pudo por ella, contratando mujeres para que vivieran en la casa y le ayudaran, pero por alguna razón hizo demasiados esfuerzos, se preocupó demasiado; a menudo Anzi se enfadaba con él y, en cuanto pudo, se mudó y se casó. Después de eso ella fue a verlo muy raramente. De alguna manera, Bao había estropeado esa relación y ni siquiera sabía cómo.
Le ofrecieron un puesto en Pekín, y regresó, pero era demasiado extraño; Bao se sentía como un preta, vagando por los escenarios de una vida pasada. Se quedó en la zona occidental de la ciudad, barrios nuevos que no se parecían en nada a los que él había conocido. Se prohibió a sí mismo la Ciudad Prohibida. Intentó leer y escribir, pensando que si al menos conseguía escribirlo todo, podría hacerlo desaparecer para siempre.
Después de unos años, aceptó un puesto en Pyinkayaing, la capital de Birmania, para trabajar en la Liga del Organismo de Todos los Pueblos por la Armonía con la Naturaleza, como representante chino y diplomático en general.