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Nubes negras

Debido a que el emergente imperio Chino era sobre todo marítimo, una vez más su poderío naval se convirtió en el más grande del mundo. El énfasis estaba puesto en la capacidad de transporte; en otros tiempos, la típica flota china del primer período moderno había sido demasiado grande y lenta. La velocidad no se tenía en cuenta. Esto había resultado en algunas dificultades, conflictos navales con los indios y con los musulmanes de África, del Mediterráneo y de Firanja. En el Mediterráneo, el mar Islámico, los musulmanes habían construido barcos más pequeños pero mucho más rápidos y ágiles que los de sus contemporáneos chinos, y en varios encuentros navales decisivos de los siglos diez y once, las flotas musulmanas habían derrotado flotas chinas más grandes, conservando así cierto equilibrio de poder y evitando que la China de los Qing consiguiera la hegemonía del mundo. De hecho los corsarios musulmanes en el Dahai se convirtieron en una fuente importante de ingresos para los gobiernos islámicos, pero también en una suerte de fricción entre islámicos y chinos, uno de los muchos factores que provocaron la guerra. Como el mar superaba ampliamente a la tierra como ámbito comercial y militar, la superior velocidad y capacidad de maniobra de los barcos musulmanes significó una ventaja, y esto les permitió desafiar el poder marítimo de China.

El desarrollo de la propulsión con vapor y de los cascos metálicos en Travancore fue adoptado rápidamente por las otras dos grandes potencias del Viejo Mundo, pero la supremacía en estas tecnologías y en otras permitió a la Liga India competir también con los rivales más importantes a ambos lados de sus dominios.

Por lo tanto, los siglos doce y trece musulmanes, o la dinastía Qing en China, fue un período de creciente competitividad entre las tres culturas más importantes del Viejo Mundo, para dominar y extraer la riqueza del Nuevo Mundo, Aozhou y las tierras interiores del Viejo Mundo, que ahora estaban siendo totalmente ocupadas y explotadas.

El problema era que había muchas cosas en juego. Los dos imperios más grandes eran al mismo tiempo tanto los más fuertes como los más débiles. La dinastía Qing seguía creciendo hacia el sur, hacia el norte, en el Nuevo Mundo y dentro de sus propias fronteras. Mientras tanto, el islam controlaba una inmensa parte del Viejo Mundo, así como las costas orientales del Nuevo Mundo. Yingzhou tenía una costa oriental musulmana, pero la Liga de Tribus estaba en el medio, y había poblados chinos en el oeste y también nuevos puertos comerciales de Travancore. Inca era un campo de batalla en el que peleaban los chinos, la gente de Travancore y los musulmanes de África occidental.

Así que el mundo estaba fracturado entre las dos grandes hegemonías, China e islam, y las dos nuevas ligas más pequeñas, la de la India y la de Yingzhou. El comercio y las conquistas chinas extendieron lentamente su hegemonía sobre el Dahai, asentándose en Aozhou, en las costas occidentales de Yingzhou y de Inca, y haciendo incursiones por mar en muchos otros lugares; convirtiéndose así en el Reino Medio, tanto de hecho como nominalmente, eran el centro del mundo simplemente porque superaban en número a los demás, pero también por el nuevo poder de sus armadas. De hecho, era un peligro para el resto de los pueblos de la Tierra, a pesar de los numerosos problemas de la burocracia Qing.

Al mismo tiempo, Dar al-Islam seguía expandiéndose, en África, en las costas orientales del Nuevo Mundo, en Asia central y hasta en la India, de donde en realidad nunca se había marchado, pero también en el sudeste de Asia e incluso en las aisladas costas occidentales de Aozhou.

Y en el medio, atrapada entre estas dos expansiones, por decirlo de alguna manera, estaba la India. Travancore tomó aquí la delantera, pero el Punjab, Bengala, Rajastán y los demás estados del subcontinente estaban activos y prosperando tanto en sus propias tierras como en otras, en medio de la confusión y el conflicto, siempre enfrentándose, sin embargo libres de emperadores y califas; en ese estado de agitación se convirtieron en la vanguardia científica del mundo, con bases comerciales en cada continente, constantemente en oposición contra las hegemonías, aliados de cualquiera en contra del islam, y a menudo en contra de los chinos, con quienes mantenían una relación bastante turbulenta, tanto temiéndoles como necesitándoles; pero a medida que iban pasando las décadas y los antiguos imperios musulmanes derrochaban más y más agresiones en el este, en Transoxiana y todo el norte de Asia, se inclinaron cada vez más a favorecer a China, como contrapeso, confiando en que el Himalaya y las grandes selvas de Birmania los mantendrían a raya aun gozando de la protección del inmenso patronazgo chino.

Así las cosas, los estados indios fueron precarios e inestables aliados de China, con la esperanza de que esta potencia los defendiera de su antiguo enemigo: el islam. Así que cuando el islam y China finalmente comenzaron una guerra de verdad, primero en Asia central, después en el mundo entero, Travancore y la Liga India fueron arrastrados a ella, y la violencia entre indios y musulmanes comenzó otro asalto mortal.

La guerra comenzó en el año vigésimo primero del emperador Kuang Hsu, el último de la dinastía Qing, cuando todos los enclaves musulmanes del sur de China se rebelaron al mismo tiempo. Fuerzas manchúes fueron enviadas hacia el sur, y la rebelión fue más o menos reprimida, en los años que siguieron. Pero la represión debió de funcionar demasiado bien, puesto que los musulmanes del oeste de China habían estado acumulando enfados y resentimiento durante muchas generaciones bajo el gobierno militar de los Qing, y dado que sus compañeros de fe estaban siendo exterminados en el este, todo se convirtió en un asunto de jihad o muerte. Así que se sublevaron en los vastos y desnudos desiertos y montañas de Asia central, y los pueblos marrones de sus verdes valles no tardaron en teñirse de rojo.

El gobierno Qing, corrupto pero terriblemente arraigado, tremendamente rico, movió sus fichas contra la rebelión musulmana iniciando otra campaña de conquistas, esta vez hacia el oeste a través de Asia. La campaña fue exitosa durante algún tiempo, porque no había ningún estado poderoso capaz de hacerle frente en el abandonado centro del mundo. Pero a la larga desencadenó una jihad defensiva realizada por los musulmanes de Asia occidental, a quienes nada hubiera podido unirles en aquel momento como no fuera la amenaza de ser conquistados por los chinos.

Esta consolidación no buscada del islam fue todo un logro. Las guerras entre los restos de los imperios safavida y otomano, entre los chiítas y los sunníes, los sufies y los wahabitas, los estados firanjis y los del Magreb, no habían tenido un respiro durante todo el período de consolidación de estados y fronteras; incluso con las fronteras no soberanas más o menos fijadas —excepto las batallas en curso aquí y allá—, en principio el islam no estaba en posición de responder como civilización a la amenaza china.

Pero cuando la expansión china amenazó extenderse por toda Asia, los fracturados estados islámicos se unieron y se decidieron a presentar un frente único. Un enfrentamiento que había estado latente durante siglos ahora llegaba a un punto crítico: para las dos antiguas grandes civilizaciones, la hegemonía mundial o la aniquilación completa eran posibilidades concebibles. La apuesta no podía ser más alta.

Al principio la Liga India intentó mantenerse neutral, al igual que los hodenosauníes. Pero la guerra también los arrastró cuando los invasores islámicos llegaron al norte de la India, como lo habían hecho tantas otras veces antes, y la conquista hacia el sur llegó hasta el Decán, a través de Bengala, y continuó su avance por Birmania. Asimismo, los ejércitos musulmanes comenzaron a conquistar Yingzhou de este a oeste, atacando tanto a la Liga hodenosauní como a los chinos en el oeste. El mundo entero se encontró sumido en el infierno del enfrentamiento.

Y entonces vino la guerra larga.