Las olas rompen juntas
El viaje duró más de un mes. Las pistas y los caminos por los que iban estaban secos, y fueron bien de tiempo. En parte esto fue porque Kang pidió ser llevada en una carreta y rechazó el palanquín o la silla de manos. Al principio los sirvientes estaban convencidos de que aquella decisión había provocado alguna que otra discordia en la nueva pareja, puesto que Ibrahim decidió conducir la carreta cubierta en la que viajaba Kang, y todos podían oír las discusiones que a veces duraban varios días seguidos. Pero Pao caminó una tarde lo suficientemente cerca como para entender qué estaban diciendo y regresó con los demás aliviada.
—Sólo están hablando de religión. Son todo un par de intelectuales, estos dos.
Así que los sirvientes siguieron viajando más tranquilos. Llegaron a Kaifeng, se hospedaron con algunos colegas musulmanes de Ibrahim que vivían allí, luego siguieron los caminos que bordeaban el río Wei, al oeste de Xi'an in Shaanxi, luego por unos peligrosos desfiladeros entre áridas colinas, hasta Lanzhou.
Cuando llegaron, Kang estaba absolutamente sorprendida.
—No puedo creer que haya tanto mundo —le decía a Ibrahim—. ¡Tanta China! Tantos campos de arroz y de cebada; tantas montañas, tan vacías y salvajes. Seguramente ya debemos haber atravesado todo el mundo.
—Apenas una centésima parte, según los marineros.
—Este país tan extraño es muy frío y seco, muy polvoriento y estéril. ¿Cómo mantendremos aquí una casa limpia, o cálida? Es como tratar de vivir en el infierno.
—Seguramente no será tan malo.
—¿Es esto realmente Lanzhou, la célebre ciudad del oeste? ¿Esta pequeña aldea marrón, de ladrillos de barro, donde el viento no deja de soplar?
—Sí. En realidad está creciendo con bastante rapidez.
—¿Y se supone que viviremos aquí?
—Bueno, aquí tengo conexiones, también en Xining, un poco más hacia el oeste. Podríamos instalarnos en cualquiera de los dos lugares.
—Déjame ver Xining antes de decidir. Tiene que ser mejor que esto.
Ibrahim no dijo nada, simplemente ordenó que la caravana siguiera adelante. Más días de viaje, ya era el séptimo mes, y las nubes de tormenta pasaban sobre sus cabezas casi cada día, siempre a punto de estallar sobre ellos. Debajo de aquellos techos bajos, las secas colinas discontinuas parecían aún más inhóspitas que antes, y excepto en las llanuras centrales cultivadas e irrigadas de los largos y estrechos valles, no había más agricultura para ver.
—¿Cómo hace la gente para vivir aquí? —preguntó Kang—. ¿Qué comen?
—Crían ovejas y cabras —dijo Ibrahim—. A veces ganado mayor. En todos lados es así, al oeste de aquí, en todo el corazón seco del mundo.
—Sorprendente. Es como viajar hacia atrás en el tiempo.
Finalmente llegaron a Xining, otra pequeña ciudad con paredes de adobe, apiñadas debajo de destrozadas laderas de montañas, en un alto valle. Una guarnición de soldados imperiales controlaba las puertas y algunos nuevos cuarteles de madera habían sido levantados debajo de los muros de la ciudad. Había un gran caravasar que estaba vacío, puesto que el año ya estaba muy avanzado para comenzar a viajar. Detrás de él varias obras de hierro rodeadas por muros utilizaban hasta la menor energía que el río les ofrecía para hacer funcionar sus forjas y estampas.
—¡Uf! —dijo Kang—. No creía que ningún sitio pudiera tener más polvo que Lanzhou, pero parece que me equivoqué.
—Espera antes de tomar ninguna decisión —le pidió Ibrahim—. Quiero que veas el Lago Qinghai. Está muy cerca de aquí.
—Seguramente nos caeremos del borde del mundo.
—Ven a ver.
Kang accedió sin discutir; de hecho, a Pao le parecía que en realidad estaba disfrutando en aquellas regiones insanamente secas y bárbaras, o al menos disfrutaba quejándose. Cuanto más polvorientas, tanto mejor, parecía decir su cara, no importaba lo que dijeran sus palabras.
Unos días más rumbo al oeste por un camino malo y llegaron hasta las costas del lago Qinghai, ante cuya vista todos se quedaron mudos. Por casualidad, habían llegado en un día de clima borrascoso y de mucho viento, con inmensas nubes blancas que rodeadas de bordados azules y grises rodaban sobre sus cabezas; estas nubes se reflejaban en el lago, que bajo la luz del sol tenía el color de la turquesa, como el nombre del lago sugería. Hacia el oeste el lago se extendía hasta el horizonte; la curva de la costa era una ribera de verdes colinas. En medio de tanta desolación marrón, aquello era como un milagro.
Kang bajó de la carreta y caminó lentamente hasta la costa llena de guijarros, recitando el sutra del loto y alzando las manos para sentir la fuerza del viento. Ibrahim le dio un poco de tiempo para que estuviera sola, luego se unió a ella.
—¿Por qué lloras? —le preguntó.
—«Así que éste es el gran lago» —recitó ella.
Ahora puedo al fin comprender
la inmensidad del universo;
¡mi vida tiene un nuevo significado!
Pero piensa en todas las mujeres
que nunca salen de su patio,
que deben pasar toda la vida
sin disfrutar una sola vez de una vista como ésta.
Ibrahim se inclinó.
—Ciertamente. ¿De quién es este poema?
Ella meneó la cabeza, secándose las lágrimas.
—De Yuen, la esposa de Shen Fu; lo escribió al ver el T'ai Hu. ¡El Gran Lago! ¡Qué habría pensado si hubiese visto éste! Forma parte de Seis capítulos de una vida flotante. ¿Lo conoces? No. Bueno. ¿Qué se puede decir?
—Nada.
—Exactamente. —Ella se dio la vuelta y lo enfrentó con las manos juntas—. Gracias, esposo, por mostrarme este gran lago. Es verdaderamente magnífico. Ahora puedo instalarme, vivamos donde a ti te plazca. Xining, Lanzhou, el otro lado del mundo, allí donde una vez nos conocimos en una vida anterior: donde quieras. A mí me da lo mismo. —Y se apoyó en él sin dejar de llorar.
De momento, Ibrahim decidió instalar la casa en Lanzhou. Esto le daba mejor acceso al corredor Gansu, y por lo tanto a los caminos que llevaban hacia el oeste, así como a los caminos de retorno hacia el interior chino. Y aparte, la madraza con la que había tenido el más cercano de los contactos en su juventud se había trasladado a Lanzhou, empujada hacia allí a la fuerza desde Xining, debido a la presión de los musulmanes recién llegados de occidente.
Establecieron allí su hogar en una nueva casa de ladrillos de adobe junto a la orilla del río Tao, cerca de donde se unía con el río Amarillo. El agua del río Amarillo era verdaderamente amarilla, un amarillo turbio completamente opaco y arenoso, precisamente del color de las colinas del oeste donde el río nacía. El río Tao era un poco más transparente y más marrón.
La casa era más grande que la que Kang había dejado en Hangzhou; pronto organizó la zona de las mujeres en un edificio del fondo y rodeó de estacas un jardín en la tierra aneja, y pidió árboles en tiestos para comenzar a construir un paisaje. También quería un telar, pero Ibrahim le dijo que allí no se podría conseguir hilo de seda, puesto que no había moreras ni devanadoras. Si quería seguir tejiendo, tendría que aprender a trabajar con lana. Ella accedió con un suspiro, y comenzó el proceso con un telar de mano. También ocupaba su tiempo bordando telas de seda compradas.
Mientras tanto, Ibrahim iba a trabajar con sus antiguos socios en las escuelas y asociaciones musulmanas y con los nuevos oficiales Qing de la ciudad, comenzando de ese modo el proceso de solucionar y ayudar en las nuevas situaciones políticas y religiosas del lugar, que aparentemente habían cambiado desde la última vez que había estado en casa. Por las tardes solía sentarse con Kang en la terraza que daba al río amarillo y cenagoso y le contaba lo que hacía y respondía a las interminables preguntas de su mujer.
—Para simplificar un poco, desde que Ma Laichi regresó de Yemen, trayendo consigo textos de renovación religiosa, ha habido conflictos entre los musulmanes de esta parte del mundo. Hay que comprender que los musulmanes han vivido aquí durante siglos y siglos, casi desde los comienzos del islamismo, y a esta distancia de La Meca y de los otros centros de erudición islámica, se han introducido varias heterodoxias y errores. Ma Laichi quería volver a los orígenes del islamismo, pero la comunidad musulmana de aquí inició pleitos contra él en el tribunal civil Qing, acusándolo de huozhong.
Kang parecía severa, sin duda recordando los efectos de semejante engaño en el interior.[11]
—Finalmente el gobernador general de aquí, Paohang Guangsi, rechazó el pleito. Pero eso no acabó con el asunto. Ma Laichi procedió a convertir al islamismo a los salars; se trata de un pueblo que habita estas tierras, que habla la lengua turca y que vive en los caminos. Son los que llevan gorros blancos, esos que no parecen chinos.
—Los que se parecen a ti.
Ibrahim frunció el ceño.
—Un poco, tal vez. De cualquier manera, esto puso nerviosa a la gente, puesto que los salars son considerados gente peligrosa.
—Entiendo por qué; lo parecen.
—Esta gente que se parece a mí. Pero no importa. De todas maneras, en el islam hay muchas otras fuerzas, y a veces están en conflicto. Una nueva secta llamada Naqshabandi está intentando purificar el islamismo regresando a las costumbres antiguas y más ortodoxas; en China, el que está al frente de esta gente es Aziz Ma Mingxin, quien, como Ma Laichi, pasó muchos años en Yemen y en La Meca, estudiando con Ibrahim ibn Hasa al-Kurani, un sheiks muy importante cuyas enseñanzas se han difundido por todo el mundo islámico.
»Ahora bien: estos dos grandes sheiks vinieron de Arabia con la intención de producir reformas, después de haber estudiado con la misma gente, pero desgraciadamente hay muchas reformas diferentes. Ma Laichi creía en la oración silenciosa, la llamada dhikri, mientras que Ma Mingxin, que era más joven, estudiaba con maestros que creían que la oración también podía ser cantada en voz alta.
—A mí la diferencia me parece de poca importancia.
—Sí. —Cuando Ibrahim parecía chino quería decir que se estaba divirtiendo con su esposa.
—En el budismo se permiten las dos maneras.
—Es cierto. Pero a menudo suele pasar que estas maneras marcan divisiones más profundas. De todos modos, Ma Mingxin practica la oración jahr, que significa «dicho en voz alta». A Ma Laichi y a sus seguidores esto no les agrada, puesto que representa la llegada a esta región de una reactivación religiosa nueva e incluso más pura. Pero no pueden evitar que esto suceda. Ma Mingxin cuenta con el apoyo de los sufies de la Montaña Negra que controlan ambos lados del Pamir, así que cada día llegan aquí más y más de ellos, que vienen escapando de las guerras entre los iraníes y los otomanos, y entre los otomanos y los fulanis.
—Parece ser un problema grave.
—Sí, bueno, el islamismo no está tan bien organizado como el budismo.
Este comentario hizo reír a Kang. Ibrahim continuó:
—Pero es un problema, tienes razón. La diferencia entre Ma Laichi y Ma Mingxin podría ser fatal para cualquier esperanza de unidad hoy en día. Los khafiyas de Ma Laichi cooperan con el emperador Qing, ya sabes, y dicen que las prácticas jahriyas son supersticiosas, e incluso inmorales.
—¿Inmorales?
—Danzas y cosas por el estilo. Movimientos rítmicos durante la oración, incluso el hecho de rezar en voz alta.
—A mí me parece algo bastante normal. Después de todo, la celebración es la celebración.
—Sí. Entonces, los jahriyas responden acusando a los khafiyas de ser un culto a la personalidad, de la figura de Ma Laichi. Y lo acusan de cobrar un tributo excesivo, dando a entender que todo el movimiento no es más que una estratagema para obtener poder y riqueza. Y también que sería una forma de colaborar con el emperador en detrimento de otros musulmanes.
—Parece ser un gran problema.
—Sí. Y aquí todo el mundo tiene armas, ¿sabes?, generalmente de fuego, porque como habrás notado en nuestro viaje, la caza todavía es una importante fuente de comida aquí. Así que cada pequeña mezquita tiene una milicia preparada para intervenir en cualquier disturbio, y los Qing han reforzado sus guarniciones para ver de resolver todo esto. Hasta ahora, los Qing han apoyado a los khafiyas, cuyo nombre traducen como «Antigua enseñanza», y a los jahriyas les llaman la «Nueva enseñanza», lo cual los descalifica por definición, por supuesto. Pero lo que es malo para la dinastía Qing es precisamente lo que atrae a los jóvenes musulmanes. Hay mucha agitación ahí fuera. Al oeste de las Montañas Negras las cosas están cambiando muy rápidamente.
—Como siempre.
—Sí, pero ahora con más rapidez.
Kang dijo lentamente:
—China es un país de cambios lentos.
—O, según el temperamento del emperador, un país en el que no se da ningún cambio. En cualquier caso, ni los khafiyas ni los jahriyas pueden desafiar el poder del emperador.
—Por supuesto.
—Como resultado de ello, pelean mucho unos contra otros. Y debido a que los ejércitos del emperador Qing controlan ahora todas las comarcas desde aquí hasta el Pamir, una región que una vez estuvo compuesta de emiratos musulmanes independientes, los jahriyas están convencidos de que el islamismo debe regresar a sus raíces para poder recuperar lo que una vez formaba parte de Dar al-Islam.
—Parece poco probable, si el emperador así lo quiere.
—Sí. Pero muchos de los que dicen estas cosas, nunca han visitado el interior, y mucho menos han vivido allí como tú y yo. Así que no conocen el poder de China. Sólo ven las pequeñas guarniciones, decenas de soldados dispersos y montones de ellos en esta tierra inmensa.
—Eso marcaría una diferencia —dijo Kang—. Bueno. Parece que me has traído a una tierra llena de qi.[12]
—Espero que no sea demasiado malo. Lo que se necesita, si me preguntas, es una historia y un análisis amplios que reflejen la identidad básica subyacente en las enseñanzas del islamismo y las de Confucio.
Las cejas de Kang se arquearon hacia arriba.
—¿Eso crees?
—Estoy seguro. Ésa es mi tarea. Llevo en esto veinte años.
Kang tranquilizó la expresión de su rostro.
—Tendrás que enseñarme esa labor.
—Me gustaría mucho. Y tal vez puedas ayudarme con la versión china de todo esto. Tengo intención de publicarla en chino, en persa, en turco, en árabe, en hindi y en otras lenguas, si logro encontrar traductores.
Kang asintió con la cabeza.
—Yo seré feliz ayudándote, si mi ignorancia no lo impide.
La casa se terminó de instalar, la rutina de todos se estableció muy similar a la que tenían antes. Las mismas celebraciones y fiestas eran practicadas por el pequeño grupo de chinos han exiliados en aquella remota región, quienes trabajaban en los días festivos para construir templos en los acantilados sobre el río. A estos festejos se sumaban los días santos musulmanes, acontecimientos de suma importancia para la gran mayoría de los habitantes de la ciudad.
Todos los meses llegaban más y más musulmanes desde el oeste. Musulmanes; confucianos; unos pocos budistas, éstos generalmente tibetanos o mongoles; casi ningún taoísta. Principalmente, Lanzhou era una ciudad de musulmanes y chinos han, quienes coexistían bastante precariamente, a pesar de que ya llevaban siglos y siglos de convivencia, mezclándose sólo en los infrecuentes matrimonios mixtos.
Esta doble naturaleza de la región era un problema inmediato para las disposiciones de Kang que concernían a Shih. Si iba a continuar sus estudios para los exámenes del servicio en el gobierno, era hora de que empezara a estudiar con un tutor. Él no quería. Otra alternativa era estudiar en una de las madrazas locales; para eso tendría que convertirse al islamismo. Algo impensable por supuesto para la viuda Kang. Shih e Ibrahim parecían considerar esta opción dentro del espectro de posibilidades. Shih intentaba alargar el tiempo que se le había dado para decidirse. «Apenas tengo siete años», decía.
—Toma hacia el este o hacia el oeste —decía Ibrahim.
—No puedes quedarte sin hacer nada —le decían Ibrahim y Kang.
Kang insistía para que su hijo continuara los estudios para los exámenes del servicio imperial.
—Esto es lo que su padre hubiera querido.
Ibrahim estaba de acuerdo con el plan, puesto que creía que era posible que algún día regresaran al interior, donde el hecho de aprobar los exámenes era algo crucial para las esperanzas de ascenso de cualquier persona.
Shih, sin embargo, no quería estudiar nada. Decía que tenía cierto interés por el islam, algo que Ibrahim no podía dejar de aprobar, aunque con cautela. Pero el interés infantil de Shih estaba puesto en las mezquitas jahriyas, llenas de cantos, canciones, danzas, también a veces bebidas y autoflagelación. Estas expresiones directas de fe liquidaban cualquier posible intelectualismo; no sólo eso, a menudo provocaban peleas emocionantes con los jóvenes khafiyas.
—La verdad es que le gusta cualquier cosa que le dé el menor trabajo posible —decía Kang tristemente—. Tiene que estudiar para los exámenes, no importa si se hace musulmán o no.
Ibrahim estaba de acuerdo con esto, y los dos obligaron a Shih a que siguiera con sus estudios. Éste se interesó cada vez menos por el islamismo puesto que había quedado claro que si decidía tomar ese camino, simplemente agregaría otro curso de estudios a su ya considerable cantidad de trabajo.
No debería haberle resultado muy duro dedicarse a los libros y a la erudición, puesto que con toda seguridad ésa era la actividad dominante en la casa. Kang había sacado provecho de la mudanza al oeste para reunir todos los poemas que tenía en un único baúl; ahora dejaba casi todo el trabajo de lana y bordado para las criadas, y pasaba los días leyendo aquellos fajos de papeles, releyendo las voluminosas pilas de sus poemas, y también los de los amigos, los de la familia y los de extraños que había recogido durante sus años de vida. Las mujeres ricas y respetables del sur de China habían escrito poemas compulsivamente durante los años de las dinastías Ming y Qing; ahora, revisando su pequeña muestra poética, cuyo número ascendía a casi veintiséis mil, Kang le hablaba a Ibrahim de los patrones que estaba comenzando a ver en la elección de temas: el dolor del concubinato, del encierro y la restricción física (ella era demasiado discreta para mencionar las formas reales que a veces tomaba esa restricción, e Ibrahim evitaba cuidadosamente mirarle los pies, no quitaba la mirada de los ojos de ella); el agobiante y repetitivo trabajo de los años de arroz y de sal; el dolor, el peligro y la exaltación del parto; la tremenda experiencia primaria de ser criada como la preciosa mascota de la familia, sólo para que después le obligaran a casarse y, en ese mismo instante, convertirse en algo así como una esclava en una familia de extraños. Kang hablaba con mucha emoción de la sensación permanente de ruptura y dislocación causada por aquel suceso básico en la vida de las mujeres:
—¡Es como vivir a través de una reencarnación mientras la mente de una se mantiene intacta, una muerte y un renacer en un mundo inferior, tanto un fantasma hambriento como una bestia de carga, manteniendo todos los recuerdos de la época en que era la reina del mundo! Y para las concubinas es peor aún, ya que ellas descienden al reino de las bestias y los pretas, al propio infierno. Y hay más concubinas que esposas.
Ibrahim solía asentir con la cabeza y la animaba para que escribiera acerca de aquellos asuntos y para que reuniera los mejores poemas que tenía e hiciera una antología como los Correctos comienzos de Yun Zhu, recientemente publicada en Nankín.
—Como ella misma dice en su introducción —señalaba Ibrahim—, «Por cada poema que he incluido, debe de haber diez mil que he omitido». ¿Y cuántos de esos diez mil poemas serían más reveladores que los de ella, más peligrosos que los de ella?
—Nueve mil novecientos —contestó Kang, a pesar de que adoraba la antología de Yun Zhu.
Así que comenzó a compilar una antología, e Ibrahim le ayudaba pidiéndole a sus colegas del interior, y a los del oeste y a los del sur, que enviaran cualquier poema de mujer que pudieran conseguir. Con el tiempo, aquello fue creciendo, como el arroz en la olla, hasta que habitaciones enteras de la nueva casa estuvieron repletas de pilas y montones de papeles, cuidadosamente marcados y separados por Kang por autor, provincia, dinastía y cosas por el estilo. Ella pasaba gran parte del tiempo en aquel trabajo, y parecía estar completamente absorta en él.
Una vez se acercó a Ibrahim con una hoja de papel.
—Escucha —le dijo, en voz baja y con expresión seria—. Es de una tal Kang Lanying, y se llama «La noche que di a luz a mi primer hijo».
En la noche anterior al parto
el fantasma del viejo monje Bai
apareció ante mí. Me dijo:
Con vuestro permiso, señora, regresaré
como hijo vuestro. En ese momento
supe que la reencarnación era algo real. Dije:
¿Qué habéis sido, qué clase de persona sois
que podéis reemplazar el alma que ya está dentro de mí?
Él dijo: Ya he sido vuestro antes.
Os he seguido a través de los siglos
e intentado haceros feliz. Dejadme entrar
y volveré a intentarlo.
Kang miró a Ibrahim, quien asentía con la cabeza.
—Quizás a ella le pasó como a nosotros —dijo él—. En esos momentos aprendemos que algo más grande está sucediendo.
Cuando descansaba de su trabajo de compilación, Kang Tongbi pasaba un buen número de tardes en las calles de Lanzhou. Aquello era algo nuevo. Llevaba a una criada y a dos de los sirvientes más grandes que tenía empleados, hombres musulmanes de densa barba que llevaban una corta espada curva en el cinturón, y ella caminaba por las calles, por la orilla del río, por la patética plaza de la ciudad y por los polvorientos mercados que la rodeaban, y por el paseo sobre la muralla de la ciudad que rodeaba la parte antigua y desde donde había una buena vista del río. Compraba varios tipos diferentes de «zapatos mariposa», como se llamaban, los cuales calzaba en sus pequeños y delicados pies y aún se extendían más allá de ellos, para aparentar que tenía pies normales, y —dependiendo del diseño y de los materiales con que estuvieran hechos— le daban un apoyo y un equilibrio adicionales. Solía comprar todos los zapatos mariposa que encontraba en el mercado y que tenían un diseño diferente de los que ya tenía. Pao no creía que ninguno de ellos le ayudara mucho a caminar; todavía era lenta, con su habitual andar de pasos cortos y desparejos. Pero ella prefería caminar a ser llevada, a pesar de que la ciudad estaba desnuda y llena de polvo y, ya fuera con demasiado calor o con demasiado frío, siempre era muy ventosa. Caminaba observando todo muy detenidamente a medida que avanzaba con sus pasitos lentos.
—¿Por qué ya no quieres usar la silla de mano? —se quejaba Pao un día mientras caminaban con dificultad hasta la casa.
—Esta mañana he leído: «Los grandes principios tienen tanto peso como mil años. Esta vida flotante es tan ligera como un grano de arroz» —respondió Kang con sencillez.
—Para mí no.
—Al menos tú tienes buenos pies.
—Eso no es cierto. Son grandes pero de todas maneras me duelen. No puedo creer que no quieras coger la silla.
—Tienes que tener sueños, Pao.
—Pues, no lo sé. Como solía decir mi madre: un cuadro de un pastel de arroz no satisface el hambre.
—El monje Dogen oyó esa expresión y contestó diciendo: «Sin un cuadro que pinte el hambre nunca te conviertes en una verdadera persona».
Cada año, para los festejos equinocciales de primavera del budismo y el islam, hacían un viaje hasta el lago Qinhai y se quedaban de pie en la orilla del gran mar azul verdoso para renovar su compromiso con la vida, quemando incienso y dinero de papel y rezando cada uno a su manera. Estimulada por las imágenes de los paisajes del viaje, Kang solía regresar a Lanzhou y meterse de lleno en sus numerosos proyectos. Antes, en Hangzhou, sus incesantes actividades dejaban maravillados a los sirvientes; ahora les producían terror. Cada día ella hacía lo que cualquier persona normal solía hacer en una semana.
Mientras tanto, Ibrahim seguía trabajando en su tan deseada reconciliación de las dos religiones, que ahora se enfrentaban en Gansu justo delante de sus ojos. El corredor Gansu era el gran paso entre la mitad oriental y la occidental del mundo, y a las largas caravanas de camellos que desde tiempo inmemorial habían avanzado rumbo al este hacia Shaanxi o rumbo al oeste hacia el Pamir se les unían ahora inmensos trenes de carretas tiradas por bueyes, que en su mayoría venían desde el oeste, pero también desde el este. De igual manera, tanto los chinos como los musulmanes se instalaron en la región, e Ibrahim hablaba con los líderes de los distintos grupos, y recogía textos y los leía, y enviaba cartas a eruditos de todo el mundo, y escribía varias horas por día. Kang le ayudaba con su trabajo, al igual que él le ayudaba a ella con el suyo pero, a medida que iban pasando los meses y veían cómo crecía el conflicto en la región, la ayuda de ella tomó cada vez más forma de crítica, de presión intelectual, como él a veces señalaba, cuando se sentía un poco cansado y receloso.
Como era habitual en ella, Kang era implacable.
—Mira —solía decirle—, no puedes resolver estos problemas simplemente hablando. ¡Las diferencias son reales! Mira, a tu Wang Daiyu, un pensador muy ingenioso, le cuesta muchísimo trabajo equiparar los Cinco Pilares de la fe islámica con las Cinco Virtudes del confucianismo.
—Es cierto —decía Ibrahim—. Se combinan para crear las Cinco Constantes, como él las llama, verdaderas en todas partes y para todos, inalterables. El credo del islamismo es la benevolencia de Confucio, o ren. La caridad es yi, u honradez. La oración es li, propiedad, el ayuno es shi, conocimiento. Y la peregrinación es xin, fe en la humanidad.
Kang lanzó sus manos al cielo.
—¡Pero qué estás diciendo! ¡Estos conceptos no tienen casi nada que ver unos con otros! ¡La caridad no es honradez, en absoluto! ¡El ayuno no es conocimiento! Entonces no me sorprende nada cuando me entero de que tu maestro del interior, Liu Zhi, identifica los mismos Cinco Pilares del islamismo no con las Cinco Virtudes, sino con las Cinco Relaciones, ¡el wugang, no el wu-chang! Él también necesita tergiversar las palabras, los conceptos, hasta hacer que sean irreconocibles, para que encajen las correspondencias entre los dos grupos. ¡Dos juegos diferentes de malos resultados! Si sigues el mismo camino que ellos, podrás encajar cualquier cosa con cualquier cosa.
Ibrahim frunció los labios con desagrado, parecía enfadado, pero no la contradijo. En cambio dijo:
—Liu Zhi hizo una distinción entre las dos maneras, además de encontrar sus similitudes. Para él, el Camino del Cielo, tiando, está mejor expresado en el islamismo, y el Camino de la Humanidad, rendao, está mejor expresado en el confucianismo. Por lo tanto, el Corán es el libro sagrado, pero las Analectas expresan principios fundamentales válidos para todos los seres humanos.
Kang movió otra vez la cabeza mostrando incredulidad.
—Tal vez sea así, pero los mandarines del interior nunca creerán que el Libro Sagrado del Cielo proviene de Tiangfang. ¿Cómo podrían creerlo, cuando solamente China les importa? El Reino Medio, a medio camino entre el cielo y la tierra; el Trono del Dragón, hogar del Emperador de Jade; el resto del mundo no es más que el lugar de los bárbaros y de ninguna manera podría ser el origen de algo tan importante como el sagrado Libro del Cielo. Entre tanto, volviendo a tus sheiks y califas en el oeste, ¿cómo podrían aceptar alguna vez a los chinos, que ni siquiera creen en su dios único? ¡Ése es el aspecto más importante de su fe! Como si alguna vez pudiera haber un único dios.
Una vez más Ibrahim parecía enfadado. Pero insistió.
—El camino fundamental es el mismo. Con el imperio extendiéndose hacia el oeste y más musulmanes viajando hacia el este, es ineludible que haya alguna clase de síntesis. No podremos llevarnos bien si no llegamos a una síntesis.
Kang se encogió de hombros.
—Tal vez sea así. Pero es imposible mezclar el aceite con el vinagre.
—Las ideas no son sustancias químicas. O son como el mercurio y el azufre de los taoístas, que se combinan para hacer toda clase de cosas.
—Por favor no me digas que estás pensando en convertirte en un alquimista.
—No. Sólo en el campo de las ideas, donde la gran transmutación todavía está por hacerse. Después de todo, mira qué han conseguido los alquimistas en el mundo de la materia. Todas las máquinas nuevas, las cosas nuevas…
—La roca es mucho más maleable que las ideas.
—Espero que no. Tienes que admitir que antes ya ha habido otros grandes enfrentamientos entre civilizaciones y que se crearon culturas sintéticas. En la India, por ejemplo, los invasores islámicos conquistaron una civilización hindú muy antigua, y desde entonces las dos han estado con frecuencia en guerra, pero el profeta Nanak reunió los valores de las dos, y ésos son los sijs, quienes creen en Alá y en el karma, en la reencarnación y en el juicio divino. Encontró la armonía que se escondía detrás de la discordia, y ahora los sijs están entre los grupos más poderosos de la India. De hecho, son la mayor esperanza de la India, dadas todas sus guerras y conflictos. Aquí necesitamos algo como eso.
Kang asintió con la cabeza.
—Tal vez ya lo tenemos. Tal vez ya estaba aquí, antes de Mahoma y Confucio, en la forma del budismo.
Ibrahim frunció el ceño, y Kang rio su risa breve y poco graciosa. Ella estaba tomándole el pelo y al mismo tiempo estaba hablando en serio, una combinación muy corriente en el trato que tenía con su esposo.
—Tienes que admitirlo, el material está a mano. Hay más budistas aquí, en estas tierras yermas, que en cualquier otra parte.
Él murmuró algo acerca de Lanka y de Birmania.
—Sí, sí —dijo ella—. Y también el Tíbet, Mongolia, el país de los anamitas, el de los tais y el de los malayos. Siempre están ahí, te has dado cuenta, en la zona fronteriza entre China y el islam. Ya están allí. Y las enseñanzas son muy fundamentales. Las más fundamentales de todas.
Ibrahim suspiró.
—Tendrás que enseñarme.
Ella asintió con la cabeza, satisfecha.
Ese mismo año, el año número cuarenta y tres del reinado del emperador Qianlong, una afluencia de familias musulmanas tan numerosa como no se había visto antes llegó desde el oeste por la antigua Ruta de la Seda, hablando toda clase de lenguas e incluyendo a mujeres y niños, y hasta a animales. Aldeas y ciudades enteras habían quedado vacías y sus ocupantes habían partido rumbo al este, aparentemente, empujados por guerras cada vez más intensas entre iraníes, afganos y kazajos, y por las guerras civiles de Fulán. Muchos de los recién llegados eran creyentes chutas, decía Ibrahim, pero también había muchas otras clases de musulmanes, naqshabandis, wahabitas, diferentes clases de sufíes… Mientras Ibrahim intentaba explicárselo a Kang, ella fruncía los labios en desaprobación.
—El islam está tan roto como un vaso que ha caído al suelo —decía ella.
Más tarde, al ver la reacción violenta con que los musulmanes de Gansu recibieron a los recién llegados, Kang dijo:
—Es como echar aceite en el fuego. Terminarán matándose unos a otros.
Ella no parecía especialmente angustiada. Shih estaba otra vez pidiendo que le permitieran estudiar en un qong jahriya, sosteniendo que su deseo de convertirse al islamismo había regresado, algo que Kang estaba segura de que no era más que pereza para continuar estudiando y un impulso de rebelión bastante preocupante en alguien tan joven. Mientras tanto, ella tuvo la posibilidad de observar a las mujeres musulmanas en Lanzhou, y así como antes se había quejado a menudo de que las mujeres chinas eran oprimidas por los hombres, ahora declaraba que las mujeres musulmanas lo tenían mucho peor.
—Mira eso —le dijo a Ibrahim un día en la terraza que daba a la orilla del río—. Están escondidas como diosas detrás del velo, pero son tratadas como vacas. Puedes casarte con todas las que quieras, y ninguna de ellas tendrá la menor protección familiar. Ni una sola de ellas es capaz de leer. Es vergonzoso.
—Los hombres chinos tienen concubinas —señaló Ibrahim.
—En ningún sitio ser mujer es algo bueno —le contestó Kang con irritación—. Pero las concubinas no son esposas, no tienen los mismos derechos familiares.
—Entonces las cosas son mejores en China únicamente si estás casada.
—Eso es así en todas partes. ¡Pero son incapaces de leer, ni siquiera las hijas de los ricos y los hombres cultos! Para que estén aisladas de la literatura, para que sean incapaces de escribir una carta a la propia familia…
Esto último era algo que Kang nunca hacía, pero Ibrahim no lo mencionó. Simplemente meneó la cabeza.
—Para las mujeres todo era mucho peor antes de que Mahoma trajera el islamismo al mundo.
—Eso dice muy poco. Qué malo sería antes, es decir, hace más de mil años, ¿verdad? Qué bárbaros deben de haber sido. Para entonces, las mujeres chinas habían disfrutado de dos mil años de privilegios.
Ibrahim frunció el ceño al oír aquello, mirando hacia abajo. No contestó.
Por todo Lanzhou se veían señales de cambio. Las minas de hierro de Xinjiang abastecían de mineral a las fundiciones que se estaban construyendo aguas arriba y aguas abajo de la ciudad, y la nueva afluencia de potenciales trabajadores para la fundición permitía que se acometieran muchas empresas, principalmente en el campo de la herrería y la construcción. Uno de los objetos más importantes producidos en esas fundiciones eran los cañones; entonces la guarnición de la ciudad fue reforzada, y los guardias chinos de Bandera Verde fueron reemplazados por jinetes manchúes. Las fundiciones tenían la orden permanente de vender toda su producción de armas a los Qianlong, de manera que el armamento fluía sólo hacia el este, hacia el interior. Como había muchos trabajadores musulmanes —los que hacían el trabajo sucio— algunas armas lograron ir hacia el oeste en desafío al edicto imperial. Esto generó más vigilancia militar, creó guarniciones más numerosas de chinos, más estandartes manchúes y el aumento de la fricción entre los trabajadores locales y la guarnición Qing. Ésa no era una situación que pudiera durar mucho tiempo.
Los residentes que estaban allí desde hacía más tiempo sólo pudieron ver cómo degeneraban las cosas. No había nada que alguien pudiera hacer. Ibrahim seguía trabajando para mantener una buena relación entre los hui y el emperador, pero esto le creaba enemigos entre los recién llegados, empeñados en la agitación y la jihad.
En medio de aquel caos, un día Kang le dijo a Pao que creía que estaba embarazada. Pao se sorprendió; Kang parecía estar aturdida.
—Se podría arreglar un aborto —susurró Pao, mirando para otro lado.
Kang se negó con cortesía.
—Tendré que ser una madre vieja. Debes ayudarme.
—Oh, lo haremos…, lo haré.
Ibrahim también se sorprendió con la noticia, pero la aceptó muy pronto.
—Está bien que un niño sea el fruto de nuestra unión. Como nuestros libros, pero con vida.
—Podría ser una hija.
—Si Alá lo quiere, ¿quién soy yo para oponerme?
Kang estudió su rostro detenidamente, luego asintió con la cabeza y se fue.
Ella muy raramente salía ahora a pasear por las calles, y si lo hacía era únicamente de día, y en una silla. Después del anochecer hubiese sido de todas maneras muy peligroso. Ahora ya no quedaba gente respetable en la calle después del anochecer, sólo pandillas de hombres jóvenes, a menudo borrachos, jahriyas o khafiyas o quienesquiera que fuesen, aunque en general los jahriyas eran los que buscaban pelea. Era una pelea de farfulladores contra sordomudos, solía decir Kang despreciativamente.
De hecho, fueron las peleas entre musulmanes las que causaron el primer gran desastre, o al menos así lo creyó Ibrahim. Mientras arreciaban los comentarios acerca de la pelea entre jahriyas y khafiyas, llegó una compañía al mando de un oficial Qing, Xin-zhu, junto con Yang Shiji, el prefecto de la ciudad. Ibrahim regresó profundamente preocupado después de tener una reunión con estos hombres.
—No entienden —dijo—. Hablan de insurrección, pero aquí nadie está pensando en la Gran Empresa,[13] ¿cómo podrían pensar en eso? Estamos tan lejos del interior que la gente aquí apenas sabe qué es China. Es sólo un problema de disputas locales, pero se portan como si estuvieran a punto de iniciar una guerra de verdad.
A pesar de las palabras tranquilizadoras de Ibrahim, los oficiales recién llegados hicieron detener a Ma Mingxin. Ibrahim meneaba la cabeza con pesimismo.
Luego, los soldados salieron marchando a campo abierto hacia el oeste. Se encontraron con el jefe de los jahriyas Salar, Su Cuarenta y tres, en Baizhuangzí.
Los salars escondieron sus armas y se declararon partidarios de la Antigua Enseñanza. Al oir esto, Xinzhu les anunció que tenía intenciones de eliminar la Nueva Enseñanza, y los hombres de Su inmediatamente atacaron a la compañía, y apuñalaron a Xinzhu y a Yang Shiji hasta matarlos.
Cuando la noticia de aquel hecho violento llegó a Lanzhou con el regreso de los jinetes manchúes que se las habían arreglado para escapar, Ibrahim se quejó amargamente.
—Ahora es una verdadera insurrección —dijo—. Bajo la ley Qing, les irá muy mal a todos los involucrados. ¿Cómo han podido ser tan estúpidos?
Poco después llegó una gran fuerza, que fue atacada por la banda Cuarenta y tres de Su; después de eso, llegaron más tropas imperiales.
En respuesta, Su Cuarenta y tres y un ejército de dos mil hombres atacaron Hezhou, luego cruzaron el río en pifad[14] y acamparon justo a las afueras de la mismísima Lanzhou. De repente estaban realmente en guerra.
Las autoridades Qing que habían sobrevivido a la emboscada jahriya tenían a Ma Mingxin expuesto en la muralla de la ciudad, y sus seguidores gritaron al ver sus cadenas, y se postraron ellos mismos, aullando:
—¡Sheik! ¡Sheik!
—Estos alaridos se podían oír incluso del otro lado del río y en las cimas de las colinas desde donde podía verse toda la ciudad. Habiendo entonces identificado definitivamente al líder de los rebeldes, las autoridades hicieron que lo bajaran de la muralla y lo decapitaran.
Cuando los jahriyas se enteraron de lo que había ocurrido, se pusieron frenéticos y clamaron venganza. No estaban preparados para realizar un ataque en toda regla contra Lanzhou, así que construyeron una fortaleza en una colina cercana, y comenzaron sistemáticamente a hostigar cualquier movimiento que se hiciera dentro o fuera de los muros de la ciudad. Los oficiales Qing en Pekín fueron informados del sitio y reaccionaron con furia ante aquel ataque a una capital provincial; enviaron entonces al comisario imperial Agui, uno de los gobernadores militares de más alto rango de Qianlong, para que pacificara la región.
Por supuesto que aquel hombre fracasó, y la vida en Lanzhou se volvió muy difícil. Finalmente, Agui envió a Hushen, su jefe militar más importante, de regreso a Pekín; cuando éste regresó con nuevas órdenes imperiales, creó una numerosa milicia armada de tibetanos gansu, mongoles alashan y todos los hombres del resto de las guarniciones de Bandera Verde de la región. Hombres feroces y enormes caminaban ahora por las calles de la ciudad, y todo parecía ser un gran cuartel.
—Es una vieja técnica han —decía Ibrahim con cierto resentimiento—. Enfrenta a los que no son han unos contra otros afuera en la frontera y espera que se maten entre ellos.
Sintiéndose reforzado por todo aquel movimiento, Agui pudo cortar el suministro de agua del fuerte de los jahriyas que estaba en la cima de la colina al otro lado del río y se volvieron las tornas; el asediado comenzó a asediar, como en un juego de turnos. Después de tres meses, llegaron rumores a la ciudad de que se había producido la última batalla y que Su Cuarenta y tres y cada uno de sus miles de hombres habían sido asesinados.
Ibrahim se puso triste con semejantes noticias.
—Éste no es el final. Ellos querrán vengarse por Ma Mingxin y por esos hombres. Cuanto más reprimidos sean los jahriyas tantos más hombres musulmanes se unirán a ellos. ¡La opresión fomenta la rebelión!
—Es como la locura del robo de almas —señaló Kang.
Ibrahim asentía con la cabeza, y redoblaba esfuerzos con sus libros. Era como si sólo pudiera reconciliar las dos civilizaciones sobre el papel: las batallas sangrientas que se sucedían alrededor de ellos llegarían a su fin. Así que escribía muchas horas cada día, ignorando los platos de comida que los sirvientes ponían sobre la mesa. Sus conversaciones con Kang eran la extensión de sus pensamientos diarios; y a la inversa, lo que su esposa le decía en aquellas conversaciones era por lo general rápidamente volcado a sus libros. Ninguna opinión que no fuera la de ella era importante para él. Kang solía maldecir a los jóvenes luchadores musulmanes, y decir:
—¡Vosotros, los musulmanes, sois demasiado religiosos para matar y morir como lo estáis haciendo, y todo por unas diferencias de dogma sin importancia, es una locura!
Y poco tiempo después, los escritos de Ibrahim para el extenso estudio al que Kang había apodado Mahoma y Confucio incluían el siguiente pasaje:[15]
Al observar la tendencia hacia el extremismo físico en el islamismo, que oscila entre el ayuno, el pensamiento profundo y la autoflagelación, hasta llegar a la mismísima jihad, es posible pensar en sus causas, que pueden ser varias, incluyendo las palabras de Mahoma que sancionan la jihad, la temprana historia de la expansión islámica, los arduos paisajes desérticos propios de otro mundo que han sido el hogar de tantas sociedades musulmanas y, tal vez más importante aún, el hecho de que para los pueblos islámicos la lengua religiosa es por definición el árabe, por lo tanto una segunda lengua para la gran mayoría de ellos. Esto tiene consecuencias fatídicas, porque la lengua materna de cualquiera está siempre basada en una realidad física de vocabulario, gramática, lógica y metáforas, imágenes y símbolos de toda clase, muchos de ellos enterrados y olvidados en los mismos nombres; pero en el caso del islamismo, en lugar de tener una realidad física atada lingüísticamente a él, su lengua sagrada está separada de todo eso, para muchos creyentes, por su cualidad secundaria y traducida, su naturaleza conocida sólo en parte, de modo que expresa únicamente conceptos abstractos, que están fuera del mundo, transportando al devoto a un mundo de ideas abstractas y separadas de la vida de los sentidos y de las realidades físicas, creando la posibilidad e incluso probabilidad de que el extremismo resulte de una falta de perspectiva, una falta de conocimientos básicos. Para dar un buen ejemplo de la clase de proceso lingüístico al que me refiero: los musulmanes que tienen al árabe como segunda lengua no tienen «los pies sobre la tierra»; su comportamiento está con bastante frecuencia dirigido por el pensamiento abstracto, un pensamiento que flota solo en el espacio vacío del lenguaje. Necesitamos al mundo. Cada situación tiene que ser colocada en su escenario, en su entorno, para ser entendida. Por lo tanto, probablemente nuestra religión debería ser enseñada principalmente en las lenguas vernáculas, el Corán traducido a todas las lenguas de la Tierra; de lo contrario, debería darse a todos una mejor instrucción en árabe; aunque seguir este camino podría conllevar la necesidad de que el árabe se convirtiera en la primera lengua del mundo entero, lo cual no sería un proyecto práctico y sin duda sería considerado como otro aspecto de la jihad.
Otra vez, cuando Ibrahim estaba escribiendo acerca de la teoría de los ciclos dinásticos, una teoría que era sostenida tanto por los historiadores y filósofos chinos como por los islámicos, su esposa lo había rechazado todo como si hubiera sido un bordado que ya no sirve:
—Eso es pensar en la historia como si se tratase de las estaciones del año. Es una metáfora demasiado tonta. ¿Y qué pasaría si no se parecieran en nada, qué pasaría si la historia serpenteara como un río para siempre, qué pasaría entonces?
Y poco tiempo después Ibrahim escribió en su Comentario sobre la doctrina del gran ciclo de la historia:
Ibn Khaldum, el más influyente de los historiadores musulmanes, habla del gran ciclo de dinastías en su El Muqaddimah, y la gran mayoría de los historiadores chinos identifica también un desarrollo cíclico en la historia, comenzando con el historiador Han Dong Zhongshu, en su Abundante rocío en los Anales de Primavera y Otoño, un sistema que, de hecho, era una elaboración del propio Confucio, y que fue ampliado en su momento por Kang Yuwei, que en su Comentario de la evolución de los ritos habla de las Tres Edades, cada una de las cuales —Desorden, Pequeña Paz y Gran Paz— atraviesa rotaciones internas de desorden, paz pequeña, y paz grande, de manera que las tres se convierten en nueve, y luego en ochenta y una cuando se vuelven a combinar y así sucesivamente. Y la cosmología religiosa hindú, que hasta ahora propone que la única declaración de la historia de la civilización como tai, también habla de grandes ciclos, primero el kalpa que es un día de Brahma, del que se dice dura 4 320 000 000 de años, divididos en catorce manvantaras, cada una de las cuales está dividida en setenta y un maha-yugas, con una duración de 3 320 000 años. Cada maha-yuga o Gran Edad está dividida en cuatro edades Satya-yuga, la edad de la paz, Treta-yuga, Dvapara-yuga, y Kali-yuga, de la que se dice es nuestra edad actual, una edad de decadencia y desesperación, una edad que está en espera de una renovación. Estos períodos, tanto más grandes que los de las otras civilizaciones, parecían excesivos a muchos comentaristas anteriores, pero también hay que decir que, cuanto más aprendemos acerca de la antigüedad de la Tierra, con las conchas marinas fosilizadas encontradas en las cimas de algunas montañas y capas de yacimientos de roca encabalgadas perpendicularmente unas con otras y cosas por el estilo, tanto más parecen las introspecciones de la India haber perforado profundamente el velo del pasado hasta llegar a la verdadera dimensión de las cosas.
Pero en todos ellos, de todas formas, los ciclos son observados únicamente ignorando gran parte de lo que ha sido registrado como acontecimientos reales del pasado y posiblemente sean teorías basadas en el cambio del año y el regreso de las estaciones, viendo a las civilizaciones como a las hojas de un árbol, que pasan a través de un ciclo de crecimiento y deterioro y nuevo crecimiento. Podría ser que la historia en sí no tenga un desarrollo tan determinado y que cada civilización cree un destino único que no puede ser leído dentro de una evolución cíclica sin dañar lo que realmente sucedió en el mundo.
Por consiguiente, la extremadamente rápida expansión del islamismo parece no sostener ninguna evolución cíclica en particular, mientras que su éxito resultara tal vez del hecho de presentar no un ciclo sino un avance hacia Dios, un mensaje muy sencillo; un mensaje que resiste el gran impulso de elaboración que llena muchas de las filosofías del mundo, en favor de la comprensión de parte de la masas.
Kang Tongbi también estaba escribiendo mucho en esa época, compilando su antología de poesía femenina, organizándola en grupos y escribiendo comentarios sobre el significado que cada uno tenía en el conjunto. También comenzó, con la ayuda de su esposo, un Tratado sobre la historia de las mujeres de la humanidad, en el cual muy a menudo sus propios pensamientos comentaban o reflexionaban sobre los de su esposo, tal como los de él hacían con los de ella; de manera que más tarde los eruditos pudieron cotejar los escritos de ambos durante sus años en Lanzhou, y construir a partir de ellos una especie de diálogo o duo permanente.
Sin embargo, los pensamientos de Kang eran propios; muchas veces Ibrahim no habría estado de acuerdo con ellos. Más tarde ese mismo año, por ejemplo, frustrada por la naturaleza irracional del conflicto que entonces estaba despedazando la región y temerosa de que un conflicto más serio empeorara aún más las cosas, sintiendo como si estuvieran viviendo debajo de una inmensa nube de tormenta a punto de estallar sobre ellos, Kang escribió en su Tratado:
Entonces se ven sistemas de pensamiento y de religión que surgen del tipo de sociedad que los inventó. Los medios que utiliza la gente para alimentarse determinan cómo piensan y en qué creen. Las sociedades agrícolas creen en dioses de la lluvia y en dioses de la germinación y en dioses para todo aquello que pueda afectar la cosecha (China). La gente que pastorea animales cree en un único dios pastor (islam). En estos dos tipos de cultura se ve una noción primitiva de dioses como ayudantes, como gente mayor que mira todo desde arriba, como padres que sin embargo actúan como niños malos, decidiendo caprichosamente a quién recompensarán y a quién castigarán, de acuerdo con los cobardes sacrificios que les ofrecen los humanos que están a merced de sus caprichos. Las religiones que dicen que uno debe hacer sacrificios y hasta rezar a un dios de esa manera, para pedirles que hagan algo material por ti, son las religiones de la gente desesperada e ignorante. Es sólo cuando se llega a las sociedades más avanzadas y seguras que se consigue una religión capaz de enfrentar honestamente al universo, para anunciar que no hay ninguna señal clara de divinidad, excepto la existencia del cosmos dentro y fuera de sí mismo, lo cual significa que todo es sagrado, ya sea que haya o no un dios mirando desde allí arriba.
Ibrahim leyó esto y meneó la cabeza, suspirando.
—Me he casado con alguien más sabio que yo —le dijo a su habitación vacía—. Soy un hombre afortunado. Pero a veces desearía no haber elegido el estudio de las ideas, sino el de las cosas. De alguna manera me he deslizado fuera del alcance de mi talento.
Todos los días les llegaban noticias de más represión contra los musulmanes realizada por los Qing. Según cabía suponer, la Antigua Enseñanza gozaba de ciertos privilegios frente a la Nueva Enseñanza, pero los oficiales ignorantes y ambiciosos llegaban desde el interior, y más de una vez se cometían errores. Ma Wuyi, por ejemplo, el sucesor de Ma Laichi, no de Ma Mingxin, recibió una orden que le obligaba a trasladarse al Tíbet con sus seguidores. La Antigua Enseñanza a los nuevos territorios, decía la gente, meneando la cabeza con desaprobación por el error burocrático, que seguramente terminaría con la vida de varias personas. Éste se convirtió en el tercero de los Cinco Grandes Errores de la campaña de represión. Y los disturbios aumentaron.
Finalmente un musulmán chino llamado Tian Wu reunió a los jahriyas abiertamente, para rebelarse y liberarse de Pekín. Esto sucedió justo al norte de Gansu, por lo tanto toda la gente de Lanzhou se preparó otra vez para la guerra.
Los soldados no tardaron en llegar, y como todo lo demás la guerra tuvo que moverse por el corredor Gansu para ir del este al oeste. Así que a pesar de que muchas de las luchas tuvieron lugar lejos en la Gansu oriental, las noticias que llegaban a Lanzhou eran constantes, al igual que el movimiento de tropas en la ciudad.
A Kang Tongbi le resultaba desconcertante que las batallas más importantes de aquella sublevación estuvieran sucediendo al este de donde ellos se encontraban, entre ellos y el interior. El ejército Qing tardó varias semanas en reducir a la gente de Tian Wu, a pesar de que Tian Wu había sido asesinado en los primeros encuentros. Poco después de eso, llegaron noticias de que el general Qing Li Shiyao había ordenado la matanza de más de mil mujeres y niños jahriyas en Gansu oriental.
Ibrahim estaba desesperado.
—Ahora, en el corazón de los represores, todos los musulmanes de China son jahriyas.
—Tal vez sea así —decía Kang cínicamente—, pero veo que eso no les impide aceptar las tierras de los jahriyas confiscadas por el gobierno.
Pero también era cierto que de repente estaban surgiendo órdenes jahriyas por todas partes, en el Tíbet, en el Turquestán, en Mongolia, en Manchuria y por todo el sur hasta el lejano Yunán. Ninguna otra secta musulmana había atraído nunca a tantos seguidores, y muchos de los refugiados que llegaban atropelladamente escapando de las guerras del lejano occidente se adherían a los jahriyas apenas llegaban, felices —después de la confusión de la guerra civil musulmana— de unirse a una jihad franca y sencilla contra los infieles.
Incluso durante todo el conflicto, Ibrahim y la pesadamente embarazada Kang solían retirarse por las tardes a la terraza a observar cómo el agua del río Tao se mezclaba con el río Amarillo. Hablaban de las noticias y del trabajo cotidiano y comparaban poemas y textos religiosos, como si esto fuera lo único realmente importante. Kang intentaba aprender el alfabeto arábico, algo que le resultaba bastante difícil pero instructivo.
—Mira —solía decir—, la verdad es que, con este alfabeto, no hay manera de escribir los sonidos chinos. ¡Seguro que lo mismo pasa al revés!
Ella hacía gestos señalando la confluencia de los ríos.
—Tú has dicho que los dos pueblos pueden mezclarse como el agua de esos dos ríos. Tal vez sea así. Pero observa la onda que se forma allí donde se encuentran. Mira el agua clara, aún visible en la amarilla.
—Pero cien lis aguas abajo… —sugirió Ibrahim.
—Tal vez. Sólo me pregunto. En serio, debes convertirte en uno de estos sijs de los que hablas, que combinan lo mejor de las antiguas religiones y crean algo nuevo.
—¿Qué hay del budismo? —preguntó Ibrahim—. Dices que ya ha cambiado completamente la religión china. ¿Cómo podemos aplicarlo de la misma manera al islamismo?
Ella lo pensó un buen rato.
—No estoy segura de que eso sea posible. Buda dijo que no hay dioses; antes bien, hay seres sensibles en todas las cosas, incluso en las nubes y en las rocas. Todo es sagrado.
Ibrahim suspiró.
—Tiene que haber un dios. El universo no pudo haber surgido de la nada.
—Eso no lo sabemos.
—Yo creo que Alá lo creó. Pero bien podría ser que ahora dependiera de nosotros. Nos ha dado libre albedrío para decidir qué haríamos. Una vez más, islam y China podrían tener dos partes de la misma, única y absoluta verdad. Tal vez el budismo tiene otra parte. Y lo que tenemos que hacer es ver el todo. O todo terminará siendo desolación.
La oscuridad cayó sobre el río.
—Debéis elevar al islamismo al próximo nivel —dijo Kang.
Ibrahim se estremeció.
—El sufismo ha estado intentando hacer eso durante siglos. Los sufis intentan elevarse, los wahabitas los hunden otra vez, asegurando que nada puede mejorarse, que no puede haber progreso. ¡Y aquí el emperador aplasta a los dos!
—No es así. La Antigua Enseñanza tiene cierta reputación ante la ley imperial; los libros de tu querido Liu Zhu forman parte de la colección imperial de libros sagrados. No pasa lo mismo que con los taoístas. Ni siquiera el budismo goza del respeto del emperador, comparado con el islamismo.
—Así solía ser —dijo Ibrahim—. Mientras todo estuviera en orden, aquí en el oeste. Ahora, estos jóvenes precipitados están empeorando la situación, acabando con cualquier posibilidad de coexistencia.
Ante aquello no había nada que Kang pudiera decir. Eso era lo que ella había estado diciendo sin cesar.
Ahora el cielo ya estaba completamente oscuro. Ningún ciudadano prudente estaría paseando por las calles de la pequeña y violenta ciudad, a pesar de que estaba amurallada. Era demasiado peligroso.
Junto con una nueva afluencia de refugiados del oeste llegaron noticias. Aparentemente el sultán otomano había formalizado algunas alianzas con los emiratos de las estepas al norte del mar Negro, estados descendientes de la Horda de Oro, que no hacía mucho tiempo habían salido del caos y juntos habían derrotado a los ejércitos del imperio safavida, destruyendo el baluarte chiíta en Irán, y siguiendo hacia el este, a los desorganizados emiratos de Asia central y de la Ruta de la Seda. El resultado fue el caos en todo el centro del mundo, más guerra en Irak y en Siria, la extensión de la hambruna y la destrucción; aunque se decía que con la victoria otomana la paz podía llegar a la mitad occidental del mundo. Mientras tanto, miles de musulmanes chiítas se encaminaban hacia el este más allá del Pamir, donde pensaban que los que tenían el poder eran reformistas bien dispuestos. Aparentemente, no sabían que China estaba allí.
—Cuéntame más de lo que dijo Buda —solía decir Ibrahim por las tardes en la terraza—. Tengo la impresión de que todo es muy primitivo y centrado en sí mismo. Ya sabes: las cosas son como son, uno se adapta a eso, se preocupa por uno mismo. Todo está muy bien. Pero evidentemente las cosas en este mundo no están muy bien. ¿Puede el budismo hablar de eso? ¿Hay una posibilidad que se insinúe siquiera en él, de la misma manera en que hay afirmaciones?
—«Si quieres ayudar a otros, practica la compasión. Si quieres ayudarte a ti mismo, practica la compasión». Esto es lo que dijo el Dalai Lama de los tibetanos. Y el propio Buda le dijo a Sigala, quien rendía culto a las seis direcciones, que la noble disciplina interpretaría las seis direcciones como padres, maestros, cónyuge e hijos, amigos, sirvientes y empleados, y gente religiosa. Todos ellos deberían ser adorados, dijo. Adorados, ¿entiendes? Como cosas sagradas. ¡La gente que te rodea! De esta manera, la vida cotidiana se convierte en una forma de culto, ¿entiendes? No es cuestión de rezar el viernes, y aterrorizar al mundo el resto de la semana.
—Esto no es lo que pide Alá, te lo aseguro.
—No. Pero vosotros tenéis la jihad, ¿verdad? Y ahora parece que todo Dar al-Islam está en guerra, luchando unos contra otros o contra otros países. Los budistas nunca conquistan nada. En las diez directivas de Buda para el Rey Bueno, la no-violencia, la compasión y la bondad son la esencia de más de la mitad de ellas. Asoka había devastado la India cuando era joven, y luego se convirtió al budismo, y nunca mató a otro hombre. Era el rey bueno en persona.
—Pero no muy imitado.
—Es cierto. Pero vivimos en una época bárbara. El budismo se propaga a través de la gente que se convierte por sus propios deseos de paz y buenas acciones. Pero el poder se condensa alrededor de aquellos que están deseando utilizar la fuerza. El islamismo usará la fuerza, el emperador usará la fuerza. Gobernarán el mundo. O lucharán por él, hasta que todo sea destruido.
—Lo que me resulta interesante de todas esas figuras religiosas de tiempos inmemorables —dijo ella en otra ocasión— es que sólo Buda no sostuvo que era un dios ni que estaba hablando con Dios. Todos los otros aseguraron que eran Dios, o el hijo de Dios, o que estaban escribiendo al dictado de Dios. Mientras que Buda simplemente dijo: no hay dios. El universo en sí es sagrado, los seres humanos son sagrados, todos los seres sensibles son sagrados y pueden trabajar para ser iluminados y sólo debe prestarse atención a la vida cotidiana, al camino del medio, y dar gracias y adorar mediante las acciones cotidianas. Es la religión que tiene menos pretensiones. Ni siquiera es una religión, sino más bien un modo de vivir.
—¿Qué hay de estas estatuas de Buda que se ven por todas partes y del culto que se practica en los templos budistas? Tú misma pasas mucho tiempo rezando.
—En parte, Buda es venerado como el hombre ejemplar. Las mentes sencillas pueden creer todo lo contrario, sin duda. Pero sobre todo ésta es gente que rinde culto a todo lo que se mueve, y Buda no es más que un dios entre muchos otros. No entienden la idea. En la India lo han convertido en una encarnación de Vishnu, una encarnación que está intentando deliberadamente engañar a la gente para que se aleje de la adoración adecuada de Brahma, ¿no es así? No, mucha gente no entiende la idea. Pero la idea está ahí para que todos puedan verla, si quisieran.
—¿Y tus oraciones?
—Rezo por ver mejor las cosas.
La insurrección jahriya fue aplastada con bastante rapidez, y la parte occidental del imperio aparentemente quedó en paz. Pero ahora había fuerzas con raíces profundas, que se habían convertido en movimientos clandestinos de resistencia y que trabajaban sin descanso para desencadenar una rebelión musulmana. Ibrahim temía que incluso la Gran Empresa no fuera algo totalmente imposible. La gente hablaba de disturbios en el interior, de sociedades y hermandades secretas han, dedicadas al eventual derrocamiento de los gobernadores manchúes y al regreso de los Ming. Así que el gobierno imperial ni siquiera podía confiar en los chinos han; después de todo la dinastía era de los manchúes, unos forasteros, y el extremadamente puntilloso confucianismo del emperador Qianlong era incapaz de oscurecer este hecho básico de la situación. Si los musulmanes de la parte occidental del imperio llegaban a sublevarse, habría chinos en el interior y en las costas del sur que verían ahí una oportunidad para realizar su propia rebelión; y el imperio podría hacerse añicos. Desde luego, parecía que el sheng shi, el cénit de este ciclo dinástico en particular (si es que existía semejante cosa), había pasado.
Ibrahim dirigió repetidas veces un memorial al emperador con respecto a aquel peligro, recomendándole encarecidamente que en favor del imperio abrazara la Antigua Enseñanza aun con más firmeza, convirtiendo así el islamismo en una de las religiones imperiales tanto en la ley como en los hechos, tal como China había abrazado el budismo y el taoísmo en el pasado.
Nunca recibió respuesta alguna a sus memorándums y a juzgar por el contenido de la hermosa caligrafía roja al pie de otras peticiones devueltas por el emperador a Lanzhou, parecía poco probable que las de Ibrahim tuvieran mejor recibimiento.
«¿Por qué estoy rodeado de bribones y de tontos?», decía un comentario imperial, «las arcas se han estado llenando de oro y de plata de Yingzhou durante cada año de nuestro gobierno y nunca hemos sido tan prósperos».
Tenía razón, sin duda; sabía más acerca del imperio que ninguna otra persona. Aun así, Ibrahim perseveraba. Mientras tanto llegaban más y más refugiados que entraban en manada desde el este, hasta que el corredor Gansu, Shaanxi y Xining estuvieron atestados de recién llegados, todos ellos musulmanes, pero no necesariamente amistosos unos con otros, y ajenos a sus anfitriones chinos. Lanzhou parecía estar prosperando; los mercados estaban muy concurridos, las minas, las fundiciones, las herrerías y las fábricas continuaban produciendo armas, y nuevas máquinas de todo tipo: trilladoras, telares, carretas. Pero el destartalado extremo oeste de la ciudad ahora se extendía muchos lis a lo largo del río Amarillo y las dos orillas del río Tao eran barrios bajos, donde la gente vivía en tiendas de campaña o al aire libre. Nadie en la ciudad reconocía ya el lugar y, por la noche, todos se encerraban en su casa, si eran prudentes.
Niño mío, que llegas a este mundo,
ten cuidado adónde vas.
Hay tantas maneras de que las cosas salgan mal;
a veces tengo miedo.
Si tan sólo viviéramos en la Edad de la Paz Grande,
yo estaría feliz al ver tu cara inocente
mirando el vuelo de los gansos hacia el sur en otoño.
Una vez, Kang estaba ayudando a Ibrahim a poner orden en el montón de libros y papeles, tinteros y pinceles que él tenía en su estudio, y se detuvo para leer una página de su trabajo.
«La historia puede verse como una serie de enfrentamientos entre civilizaciones, y son estos enfrentamientos los que crean el progreso y la innovación. Quizás esto no suceda en el momento mismo del choque, generalmente transido de trastornos y guerras, sino detrás de las líneas del conflicto, donde las dos culturas están sobre todo intentando definirse a sí mismas y prevalecer, a menudo se produce un rápido y gran progreso, con trabajos de permanente distinción en las artes y en las técnicas. Las ideas florecen a medida que la gente intenta hacer frente a los problemas y, con el tiempo, la competencia claudica ante las ideas más fuertes, las más flexibles, las más generosas. Así es que Fulán, la India y Yingzhou están prosperando en su desorden y desconcierto, mientras que China se hace cada vez más débil debido a su naturaleza monolítica, a pesar de la enorme inyección de oro proveniente del otro lado del Dahai. Ninguna civilización podría progresar sola; siempre es una cuestión del enfrentamiento de dos o más de ellas. De la misma manera en que las olas en la costa nunca suben tanto como cuando el retroceso de una anterior cae sobre la que llega, y una línea blanca de agua se lanza a una altura sorprendente. Puede que la historia no se parezca tanto a las estaciones del año como a las olas en el mar, yendo para aquí y para allá, cruzándose, formando dibujos, a veces un triple pico, exactamente una Montaña Diamante de energía cultural, durante un tiempo».
Kang bajó la hoja y miró a su esposo con cariño.
—Si tan sólo fuera cierto —se dijo a sí misma.
—¿Qué? —preguntó él levantando la vista para mirarla.
—Eres un buen hombre, esposo. Pero podría ser que te hayas propuesto una tarea imposible, sólo por tu bondad.
Más tarde, en el año cuarenta y cuatro del reinado del emperador Qianlong, llovió durante todo el tercer mes. En todas partes la tierra se inundó, justo cuando Kang Tongbi se acercaba a la fecha de parto. Nadie podía saber si la rebelión general en el oeste se había desencadenado por la miseria provocada por las inundaciones o si había sido provocada intencionadamente para aprovechar la confusión del desastre. Pero los insurgentes musulmanes atacaban a una ciudad tras otra, y mientras las facciones chiíta, wahabita, jahriya y khafiya se mataban mutuamente en mezquitas y callejuelas, las compañías Qing también cayeron ante los ataques furiosos de los rebeldes. La situación se puso tan seria que corrió el rumor de que la mayor parte del ejército imperial se dirigía hacia el oeste; pero entre tanto la devastación se extendía, y en Gansu comenzaron a escasear los alimentos.
Lanzhou fue asediada una vez más, esta vez por una coalición de rebeldes musulmanes inmigrantes de todas las sectas y nacionalidades. El hogar de Ibrahim hizo todo lo posible por proteger a la señora de la casa en sus últimos días de embarazo. Pero a pesar de que normalmente es caudaloso, el río Amarillo había crecido peligrosamente con las lluvias, y el hecho de que la casa estuviera situada en la confluencia con el Tao empeoraba aún más las cosas. El alto acantilado de la ciudad comenzó a no parecer tan alto. Daba miedo ver los ríos tan sorprendentemente crecidos, marrones y espumosos en las partes más elevadas de la orilla. Finalmente, el día quince del décimo mes, cuando el ejército imperial estaba a apenas un día de marcha río abajo, y por lo tanto el alivio del asedio estaba casi a la vista, la lluvia cayó con más fuerza que nunca, y los ríos se desbordaron e inundaron vastas zonas.
Alguien, todos supusieron que un rebelde, eligió este momento, sin duda el peor posible, para romper la presa del río Tao, enviando así una inmensa cantidad de agua fangosa que inundó aún más las márgenes ya inundadas del Tao, que entró precipitadamente en el río Amarillo y hasta hizo retroceder a la corriente más poderosa, de manera que todo era agua marrón, que llegó hasta las colinas a ambos lados del angosto valle. Cuando llegó el ejército imperial, toda Lanzhou estaba cubierta por el agua marrón sucia hasta la altura de las rodillas, y seguía subiendo.
Ibrahim ya había salido para reunirse con el ejército imperial, que había sido llevado hasta allí por el gobernador de Lanzhou para consultar con el nuevo mando y para ayudar a encontrar a las autoridades rebeldes para negociar con ellas. Así que mientras las aguas crecían inexorablemente alrededor de la casa de Ibrahim, sólo quedaron las mujeres de la casa y algunos sirvientes para enfrentar la inundación.
Las paredes del recinto y los sacos de arena que estaban en las puertas resultaron ser suficientes para protegerlos, pero luego la gente gritó por las calles que la presa se había roto y que el agua estaba subiendo cada vez más mientras partían hacia tierras más altas.
—Vamos rápido —gritó Zunli—. Nosotros también tenemos que ir a tierras más altas. ¡Tenemos que irnos ahora!
Kang Tongbi lo ignoró. Estaba ocupada llenando baúles con sus papeles y con los de Ibrahim. Había habitaciones y habitaciones llenas de libros y de papeles, como dijo Zunli cuando vio lo que Kang estaba haciendo. No había tiempo para salvarlos a todos.
—Entonces ayúdame —gritó Kang, trabajando furiosamente.
—¿Cómo haremos para trasladarlo todo?
—Pon las cajas en la silla de mano, rápido.
—¿Pero cómo iréis vos?
—¡Caminaré! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Llenaron las cajas.
—Esto no está bien —protestaba Zunli, mirando el vientre de Kang—. Ibrahim querría que os marcharais. ¡Él no se preocuparía por los libros!
—Sí que lo haría —gritó ella—. ¡Llena las cajas! ¡Trae el resto de las cosas aquí y llena más cajas!
Zunli hizo lo que pudo. Una hora frenética corriendo de un lado para otro, dominados por un pánico absoluto, dejó agotados a él y a los otros sirvientes, pero Kang Tongbi sólo estaba empezando.
Finalmente desistió, y otros corrieron a la puerta de entrada del recinto, directamente chapoteando en una agua marrón que llegaba hasta las rodillas y que entró a raudales en el recinto hasta que cerraron la puerta para detenerla. Era una imagen extraña, sin duda, la de toda una ciudad convertida en un lago marrón y poco profundo. La silla de manos estaba tan atestada de libros y papeles que los sirvientes tuvieron que apiñarse debajo de las barras para levantarla y moverla. Las criadas estaban llorando y llenando el aire con gritos, chillidos y alaridos. A Pao no se le veía por ningún sitio. Así fue que sólo los oídos de una madre oyeron el llanto de un niño.
Kang se dio cuenta: se había olvidado de su hijo. Dio media vuelta y volvió a entrar por la puerta abierta por el agua, pasando inadvertida por los sirvientes que se agolpaban debajo de la pesada silla de manos.
Chapoteó en el agua hasta llegar a la habitación de Shih. Todo estaba inundado.
Aparentemente, Shih se había escondido debajo de la cama, pero el agua lo había arrastrado hasta sacarlo de allí y lo había dejado sobre la cama, donde estaba acurrucado y aterrorizado.
—¡Auxilio! ¡Madre, ayúdame!
—¡Ven entonces!
—¡No puedo, no puedo!
—No puedo llevarte en brazos, Shih. ¡Vamos! ¡Todos los sirvientes ya se han ido; ahora sólo quedamos tú y yo!
—¡No puedo!
Y comenzó a lamentarse, acurrucado sobre su cama como un niño de tres años.
Kang lo miró fijamente. Su mano derecha se sacudió en la dirección de la puerta, como adelantándose al resto del cuerpo. Entonces, gruñó, cogió al muchacho de una oreja y lo arrastró hasta ponerlo de pie mientras él aullaba.
—¡Camina o te arrancaré la oreja, hui!
—¡Yo no soy el hui! ¡Ibrahim es el hui! ¡Aquí todos son hui! ¡Ay!
Y aullaba mientras ella le retorcía la oreja casi hasta arrancársela. De esa manera lo arrastró por toda la casa inundada hasta llegar a la puerta.
Cuando estaban atravesando la puerta, una oleada de agua, una ola baja, los arrastró; el agua a ella le llegaba a la cintura, a él a la altura del pecho. Cuando la ola pasó, el nivel del agua quedó más alto. Ahora el agua les llegaba al muslo. El estruendo era mucho más intenso que antes. No podían oírse el uno al otro. Y no veían a ninguno de sus sirvientes.
Había tierras más altas al final del camino que llevaba hacia el sur, y allí también estaba la muralla de la ciudad, así que Kang chapoteó para ese lado, en busca de sus sirvientes. Tropezó y maldijo; uno de los zapatos mariposa había sido arrastrado por la corriente. Se quitó el otro y continuó descalza. Shih parecía haberse desmayado o estar catatónico, y ella tuvo que pasarle un brazo por debajo de las rodillas, y levantarlo y cargarlo, apoyándolo sobre el estante que formaba su barriga de embarazada. Gritó furiosamente llamando a sus sirvientes, pero ni siquiera conseguía oírse a sí misma. Una vez resbaló y le gritó a Guanyin, La que oye llantos.
Entonces vio a Xinwu, nadando hacia ella como una nutria con brazos, serio y decidido. Detrás de él, Pao atravesaba el agua también hacia ella, y Zunli. Xinwu quitó a Shih de los brazos de Kang y le pegó en la oreja colorada.
—¡Por ahí! —le gritó a Shih con todas sus fuerzas, señalando hacia la muralla de la ciudad.
Kang se sorprendió al ver a Shih casi corriendo en esa dirección, saltando en el agua una y otra vez. Xinwu se quedó al lado de Kang y la ayudó a subir por el camino. Era como remolcar una barcaza del canal aguas arriba, las olas rompían con suavidad en la cintura dilatada. Pao y Zunli se unieron a ellos para ayudarlos. Pao lloraba y gritaba:
—¡Fui delante para ver la profundidad, regresé y pensé que estabais en la silla!
Mientras, Zunli decía algo así como que ellos creían que ella había ido delante con Pao. Las confusiones de siempre.
En la muralla los otros sirvientes les animaban a seguir, mirando fijamente la corriente con los ojos blancos a causa del miedo. ¡De prisa!, gritaban sus bocas. ¡De prisa!
Al pie de la muralla el agua marrón se agolpaba con fuerza. Kang luchaba torpemente contra la corriente, resbalando con sus pequeños pies. La gente bajó una escala de madera desde lo alto de la muralla, y Shih subió por ella a toda velocidad. Kang comenzó a subir. Nunca antes había subido por una escala; Xinwu, Pao y Zunli la empujaban desde abajo pero en realidad no eran de mucha ayuda. Era difícil conseguir que sus pies se doblaran sobre los peldaños sumergidos; en realidad sus pies no eran tan largos como el ancho de los peldaños. No lo conseguía. Entonces, Kang vio con el rabillo del ojo que se acercaba una gran ola marrón, llena de cosas, que se estrellaría contra el muro, se llevaría la escala y todo lo que estuviera apoyado en ella. Subió haciendo fuerza con los brazos y al fin puso un pie sobre uno de los escalones secos.
Pao y Zunli la empujaron desde abajo, y ella logró llegar a la parte más alta de la muralla. Pao, Zunli y Xinwu subieron rápidamente detrás de ella. Cuando todos estuvieron a salvo, se quitó la escala, justo cuando la ola rompía contra la muralla.
Mucha gente se había refugiado en ese lugar, puesto que ahora formaba una suerte de larga isla en medio de la inundación. Había gente sobre el tejado de una pagoda cercana que agitaba los brazos hacia donde ellos estaban. Todos los que se encontraban sobre la muralla tenían los ojos clavados en Kang, quien se arreglaba el traje y se apartaba los cabellos de la cara con los dedos; mientras tanto miraba a su alrededor para comprobar que toda la gente de su casa estuviera allí. Sonrió brevemente. Era la primera vez que la veían sonreír.
Cuando se reunieron con Ibrahim, más tarde ese mismo día, Kang había sido trasladada a remo hasta una colina del sur y continuaba sonriendo. Acercó a Ibrahim junto a ella, y se sentaron allí en medio del caos de gente.
—Escúchame —le dijo, con la mano sobre la barriga—. Si la que nace es una niña, tenemos…
—Lo sé —dijo Ibrahim.
—… si nos ha sido dada una niña, ya no habrá más pies vendados.