La vida de Bahram se volvió más atareada que nunca; lo mismo les pasó a todos los que trabajaban en el recinto. Khalid e Iwang seguían debatiendo las implicaciones del estupendo gráfico de Iwang y realizando demostraciones de todo tipo, tanto fuera para ponerlo a prueba como para investigar asuntos relacionados con ese trabajo. Pero esas investigaciones poco hacían para ayudar a Bahram con los trabajos en la fragua, puesto que era complicado o imposible aplicar los argumentos esotéricos y altamente matemáticos de los dos exploradores al esfuerzo diario para hacer más fuerte el acero o más potentes los cañones. Para el kan, cuanto más grande tanto mejor; él había oído hablar de unos nuevos cañones del emperador chino que ridiculizaban incluso a los viejos gigantes que habían sido abandonados en Bizancio por las grandes pestes del siglo siete. Bahram intentaba competir con esos cañones de los que se hablaba, pero le resultaba muy difícil fabricarlos, moverlos y dispararlos sin que se rompieran. Tanto Khalid como Iwang hacían alguna sugerencia, pero las cosas no funcionaban y Bahram se quedó con la misma prueba a base de eliminación de errores que los metalúrgicos habían utilizado durante siglos, siempre regresando a la idea de que si tan sólo pudiera calentar lo suficiente el hierro fundido, y lograr la mezcla adecuada de maderas para alimentar el fuego, entonces el metal del cañón sería más resistente. Así que era cuestión de aumentar la velocidad de los fuelles para avivar el fuego de los hornos y crear temperaturas que llevaran al metal derretido hasta el blanco incandescente, tan brillante que lastimara los ojos al mirarlo. Khalid e Iwang observaban aquella escena al anochecer y discutían hasta el amanecer acerca de los orígenes de esa luz tan vívida que desprendía el hierro debido al calor.
Todo muy bien, pero no importaba cuánto aire insuflaran en el fuego de carbón, haciendo que el hierro se pusiera tan blanco como el sol y líquido como el agua, incluso aún menos denso: los cañones que se fabricaban con ese metal eran tan frágiles como los anteriores. Entonces aparecería Nadir, sin anunciarse, al tanto de los últimos resultados. Estaba claro que él tenía espías en el recinto y que no le importaba que Bahram lo supiera. O tal vez quería que lo supiera. Cuando llegaba, no parecía muy contento. Su mirada decía: ¡Más y más de prisa!, incluso si sus palabras procuraban tranquilizar diciendo que él estaba seguro de que en el taller estaban haciendo todo lo posible, que el kan estaba contento con las tablas de artillería.
—El kan está impresionado con el poder que tienen las matemáticas para mantener a raya por ahora a los invasores chinos —decía.
Bahram asentía tristemente con la cabeza para indicar que había entendido el mensaje, aunque Khalid hubiera evitado cuidadosamente verlo, y se abstenía de preguntar por la garantía de un amán para Iwang para la primavera siguiente, pensando que lo mejor era confiar en que la buena voluntad de Nadir aparecería en el momento adecuado y regresar al taller para intentar algo nuevo.