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Cumbres nevadas que se elevan sobre una tierra oscura. El primer rayo enceguecedor de sol lo inunda todo. Entonces él podría haberlo logrado, todo era tan brillante, él podría haberse lanzado a una blancura pura en aquel momento y no regresar nunca, fluir eternamente en el Todo. Liberación, liberación. Tienes que haber visto mucho para desear tanto la liberación.

Pero el momento pasó y él estaba en el escenario negro de la sala de juicio del Bardo, en su lado chino, una conejera de pesadilla, con niveles numerados y despachos jurídicos y burócratas que esgrimían listas de almas de meticulosos torturadores remitidas en custodia. Sobre aquella diabólica burocracia se cernía amenazante el habitual Tíbet de una tarima, ocupada por su reserva particular de dioses demoníacos, destrozando almas condenadas y expulsando los pedazos al infierno o a una nueva vida en el reino de los pretas o en el de las bestias. El brillante fulgor, la tarima gigante como el flanco de una meseta, los alucinantemente coloridos dioses rugiendo y bailando, sus espadas resplandeciendo en el aire negro; era el juicio —una actividad inhumana—, no se trataba de una cuestión de poca monta, sino del verdadero juicio, llevado a cabo por autoridades superiores, los creadores del universo. Que eran los que, después de todo, habían hecho a los humanos tan débiles y cobardes y crueles como solían serlo ellos; de manera que se imponía una sensación de fatalidad, de mala intención, el karma soltándose ante cualquier pequeño placer o belleza que las miserables percepciones subdivinas podrían haber creado a partir del lodo de su existencia. ¿Una vida valiente, luchada contra todo pronóstico? ¡Regresa como un perro! ¿Una vida de perro, persistiendo a pesar de todo? Regresa como una mula, regresa como un gusano. Así es como funcionan las cosas.

De esa forma reflexionaba Kheim a medida que iba subiendo a grandes pasos a través de las neblinas preso de una ira cada vez más grande, mientras golpeaba a los burócratas, aplastándolos con sus propias pizarras, con sus listas y sus cuentas, hasta que vio a Kali y a su corte, de pie y formando un semicírculo que humillaba a Mariposa, juzgándola —como si esa pobre y simple alma tuviera que responder por algo, comparada con estos dioses carniceros y sus siglos de maldad—; ¡el mal se insinuaba justo en el corazón del cosmos que ellos mismos habían creado!

Kheim bramaba en una furia falta de palabras, y se hizo con la espada de uno de los seis brazos de la diosa de la muerte y cargó contra ella, y le cortó un par de brazos de un solo tajo; la hoja estaba muy afilada. Los brazos cayeron desparramados y sangrando sobre el suelo, moviéndose torpemente de un lado para otro; luego, ante la inexpresable consternación de Kheim, se agarraban de los tablones del suelo y se movían como cangrejos ayudándose con los dedos. Peor aún, estaban creciendo nuevos hombros más arriba de las heridas, que seguían sangrando copiosamente. Kheim gritó y los pateó hasta sacarlos de la tarima, luego dio media vuelta y partió a Kali en dos a la altura de la cintura, ignorando a los otros miembros de su jati que estaban allí junto a Mariposa, todos ellos saltando para arriba y para abajo y gritando:

—¡Oh, no, no hagas eso, Kheim, no lo hagas, no entiendes, tienes que seguir el protocolo! —Incluso I-Chin estaba gritando con más fuerza que nadie—. ¡Al menos podríamos dirigir nuestros esfuerzos a los pilares de la tarima, o a las redomas del olvido, algo un poco más técnico, un poco menos directo!

Mientras tanto, la parte superior del cuerpo de Kali se golpeaba a sí misma alrededor del escenario, mientras las piernas y la cintura se tambaleaban, pero seguían aguantando; y las mitades que faltaban crecían de las partes amputadas como los cuernos de un caracol. Así que ahora había dos Kalis que avanzaban hacia él, una docena de brazos sacudiendo espadas con violencia.

Él saltó de la tarima, cayó con fuerza sobre los tablones desnudos del cosmos. El resto de su jati cayó junto a él, gritando lleno de pánico a causa del impacto.

—Nos has metido en problemas —se quejó Shen.

—No es así como funciona —le informó Mariposa mientras ellos avanzaban jadeando todos juntos a través de la bruma—. He visto a mucha gente que lo intentaba. Sueltan un golpe llenos de rabia y cortan en dos a los espantosos dioses; como se lo merecen. Sin embargo los dioses vuelven a surgir cuando menos lo esperas, duplicados en otra gente. Una ley kármica de este universo, amigo mío. Como la de la conservación del yin y el yang, o la de la gravedad. Vivimos en un universo gobernado por muy pocas leyes, pero la duplicación de la violencia lograda por la violencia es una de las principales.

—No me lo creo —dijo Kheim, y se detuvo para eludir a las dos Kalis que ahora los perseguían. Dio un gran golpe y decapitó a una de las nuevas Kalis. Rápidamente creció otra cabeza, inflándose sobre el pozo surtidor del cuello de aquel cuerpo negro, y los nuevos dientes blancos de su nueva cabeza se rieron de él, mientras sus sangrientos ojos rojos ardían. Se dio cuenta de que estaba en problemas; iba a ser cortado en pedazos. Por resistirse a estas malvadas, injustas, absurdas y espantosas deidades iba a ser cortado en pedazos y devuelto al mundo como una mula o como un mono o como un viejo chiflado y mutilado…